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Authors: Luz Gabás

Tags: #Narrativa, Recuerdos

Palmeras en la nieve (51 page)

BOOK: Palmeras en la nieve
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—No dices nada, Clarence. —La voz de Daniela se abrió paso entre sus pensamientos—. Te he preguntado si te preocupa algo.

—Perdona. Es que últimamente he tenido demasiado tiempo libre. Cuando vuelva a trabajar se me pasará.

—Ya. También papá lleva varias semanas pensativo, y un poco apesadumbrado. ¿Lo has notado?

Clarence asintió. Kilian se pasaba las horas paseando por los campos y caminos cercanos a la casa o en su habitación. Después de cenar ya no se quedaba de tertulia con los demás. En realidad, ya no hablaba ni en la mesa.

—Nuestros padres se hacen mayores, Daniela.

—Sí. Esto de la vejez es complicado. Es una etapa de la vida en la que pasan dos cosas: o se agria el carácter, o se apaga. A tu padre le pasa lo primero, y al mío, lo otro. —Emitió un largo suspiro—. Bueno, esto ya está. Me ha quedado perfecto.

Después de la procesión y el baile, disfrutaron de una copiosa comida en Casa Rabaltué a la que acudieron tíos y primos de otros lugares. La sobremesa se alargó mucho por culpa del vino y de las conversaciones que se repetían año tras año: anécdotas más que sabidas, historias del pueblo y del valle, y comentarios sobre los antepasados y los vecinos. Clarence disfrutó de esa rutina anual con cierta melancolía porque le pareció una Casa del Pueblo en miniatura. De esa manera había aprendido ella lo que sabía de su pasado.

Hacia el final de la tarde, los comensales se levantaron por fin de la mesa para asistir a una actuación de cantos y bailes típicos de la región. Nada más sentarse, uno de los cantantes del grupo folclórico de guitarras, bandurrias y laúdes comenzó a interpretar con voz grave un precioso tema que caló hondo en el ánimo de Clarence. Agachó la cabeza y apretó los labios para evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas. El hombre repitió una vez más el estribillo: «Las plantas se reverdecen cuando llega el mes de mayo. Lo que ya no resucita es el amor que se muere; es el amor que se muere, cuando llega el mes de mayo».

Era capaz de ser paciente y esperar ese momento oportuno, que nunca llegaba, para resolver el misterio familiar, pero no podía dejar de pensar en Iniko. Habían pasado más de tres meses desde su regreso de Bioko. No se habían escrito. ¿Qué le hubiese contado? No se habían llamado. ¿Qué le hubiese dicho? Sabía que estaba bien por Laha, que le enviaba un correo electrónico puntualmente cada semana. Eso era todo.

—¿Qué te sucede, Clarence? —Daniela apoyó una mano en su brazo—. Y no me digas que nada porque no me lo creo. Has estado todo el día apática y triste. En realidad, estás así desde que volviste de África.

Se inclinó con la cabeza ladeada buscando la mirada de su prima.

—¿Dejaste a alguien abandonado por allí?

Clarence se resistía a hablarle de la existencia de un posible hermano por la misma razón que no lo hacía con Jacobo. No abriría la boca hasta que estuviera completamente segura. Buscó en su mente una respuesta lo bastante ambigua, tanto para calmar la preocupación como para frenar la curiosidad de su prima. Optó por que siguiera creyendo que había vivido un romance en tierras lejanas. Y, en realidad, no estaba mintiendo.

—Algo de eso hay, pero ahora no me apetece hablar de ello.

—De acuerdo —accedió Daniela—. Solo una cosa más. ¿Volveréis a veros?

—Ojalá.

Daniela frunció el ceño, pero no insistió más. Le dio unas palmaditas en el brazo y se concentró en la última pieza de la actuación, que el público agradeció con una gran ovación antes de disgregarse.

Las primas se dirigieron a la barra para pedir dos vasitos de ponche y de camino se toparon con Julia. Clarence aprovechó que Daniela se entretenía saludando a conocidos para sacar partido de esos momentos a solas con la mujer. Desde que había vuelto de Guinea, Julia siempre tenía prisa, lo cual le resultaba muy sospechoso. ¿Se habría arrepentido de haberle puesto sobre la pista —bastante inútil— de un posible familiar perdido? Por si se le volvía a escapar, decidió ir directa al grano:

—Julia, me gustaría saber si ese Fernando, mayor que yo, podría haber nacido en algún otro sitio como, por ejemplo, Bissappoo.

Al oír el nombre, Julia alzó la vista hacia ella de golpe. Quiso corregir su reacción, pero se dio cuenta de que ya era tarde y se sonrojó. Clarence sintió una nueva ilusión.

—Yo…

Julia se frotó la frente en actitud de duda. Clarence no tenía claro si su extrañeza se debía a que no sabía la respuesta, a que no quería admitir su posible error, o a que no esperaba que hubiera descubierto algo que sí sabía.

—Es posible que… —Se detuvo—. ¿Qué diferencia habría?

«¿Que qué diferencia habría? —pensó a gritos Clarence—. ¡Eso lo cambiaría todo! ¡Julia había dudado!»

—Simón me dio a entender que Jacobo conocía a Bisila —insistió la joven—. ¿Es cierto?

—No te diré nada más, te pongas como te pongas. —La voz de Julia fue tajante—. Si quieres saber más, habla con tu padre.

—Aquí tienes tu bebida, Clarence. —Daniela llegó hasta ellas del brazo de su tío y Clarence reprimió un juramento por la interrupción—. ¿Sabes que tu padre ha aguantado toda la actuación? ¡Con lo poco que le gustan estas cosas!

Julia se giró.

—¿Cómo estás, Julia? —preguntó Jacobo. Ambos dudaron cómo saludarse. Finalmente se dieron dos breves besos en la mejilla—. Cuánto tiempo sin verte.

—Sí, mucho. Parece mentira, con lo pequeño que es esto.

—Sí. —Jacobo carraspeó—. ¿Te vas a quedar mucho?

—La semana que viene vuelvo a Madrid.

—Nosotros también nos iremos pronto a Barmón.

—¿No estáis fijos aquí ahora que estás jubilado?

—Subimos y bajamos, como siempre. La costumbre… —Jacobo entornó los ojos, cruzó las manos a la espalda y volvió a carraspear—. Te veo muy bien, Julia. Como si los años no pasaran para ti.

Ella se sonrojó. Por un instante sopesó la posibilidad de que hubiera sido Jacobo y no Kilian quien hubiera enviudado como ella. ¿Quedaría algo de aquellas chispas que saltaban entre ellos cuando eran jóvenes? Se fijó en su abultado abdomen y levantó la vista hacia su cara surcada de arrugas.

—Muchas gracias, Jacobo —dijo con voz neutra—. Lo mismo digo.

Daniela rompió el breve silencio.

—Hola, papá. —Kilian se acercaba al grupo—. ¿Quieres que nos vayamos ya a casa? Pareces cansado.

—Ahora nos iremos. —Miró a Julia—. ¿Qué tal estás?

—No tan bien como tú.

Levantó la mano hacia otra persona apoyada en un coche a cierta distancia, al final de una pendiente.

—¡Un momento, ya voy! —gritó—. Lo siento, pero tengo que irme.

Se despidió de todos.

—Te acompaño hasta el coche —se ofreció Kilian.

Él le tendió el brazo para que no resbalara por la cuesta y comenzaron a alejarse.

—Me gustaría preguntarte algo. —Kilian se detuvo y la miró a los ojos. A pesar de las arrugas, Julia seguía siendo una mujer atractiva—. ¿Te ha contado Clarence su viaje a Guinea?

—Sí. Con bastante detalle.

Esperó a que él asimilara sus palabras. Las facciones prominentes de su rostro se habían ablandado con el paso de los años, y tenía alguna que otra mancha oscura en las mejillas y la frente, pero su porte, su voz y sus ojos verdes eran los mismos que cuando estaban en Fernando Poo. Recordó las largas conversaciones que mantenían en su juventud y lo afortunada que se sentía de considerarlo como un buen amigo. Creyó haberlo conocido bien, pero luego se había llevado una terrible decepción. ¿Cómo había podido vivir con
eso
toda la vida? No le hubiera sorprendido tanto de Jacobo, pero ¿de él? De él, sí.

—Se me saltaron las lágrimas por los recuerdos. —Su tono se endureció—. Me imagino que a vosotros también.

Kilian asintió.

—¿Te acuerdas, Julia, de lo que le irritaba a Manuel el jaleo que se llevaban los braceros y los bubis con sus creencias y sus espíritus? —Ella sacudió la cabeza mientras esbozaba una sonrisa nostálgica—. Después de tanto tiempo en la isla, a mí se me contagió un poco de todo eso. No sé cómo explicártelo, pero tengo el presentimiento de que algún día todo encajará.

Julia apretó los labios. Pasados unos segundos, dijo:

—No entiendo muy bien lo que quieres decir, pero espero que sea pronto, Kilian. ¿Cuántos años tenemos ya? Estamos más cerca de la tumba que de otra cosa.

—Te aseguro que yo no me pienso morir… —Vio que ella le lanzaba una mirada incrédula y cambió a un tono forzadamente bromista— hasta que llegue el momento. Mientras tanto, prométeme que te mantendrás al margen.

—¿Acaso no lo he hecho todos estos años? —repuso ella, ofendida. Miró hacia su amiga, que, junto al coche, mostraba su impaciencia señalando al reloj—. Perdóname, pero tengo que irme.

—Una cosa más, Julia. Una vez me dijiste que a veces las cosas son como uno quiere que sean. Me lo dijiste para sonsacarme por qué no quería regresar a Pasolobino después de la muerte de mi padre. Hicimos un trato. Yo te explicaba mis razones y tú me contabas un secreto que luego no me contaste.

A Julia se le empañaron los ojos. ¿Era posible que él recordase aquella conversación con tanto detalle? ¿Cómo le hubiera podido confiar que recién casada como estaba continuaba deseando a Jacobo?

—Sigo sin estar de acuerdo contigo, Julia. La mayoría de las veces las cosas no son como uno quiere que sean.

Julia parpadeó con fuerza para que las lágrimas no rodaran por sus mejillas. Bajó la vista y apretó el brazo del hombre.

—Cuando te lo dije era muy joven, Kilian. Ojalá pudiera volver a esos años con la experiencia que tengo ahora… —Suspiró profundamente y se alejó.

Cuando Kilian regresó a la plaza, los miembros de su familia, excepto su sobrina, se habían ido a casa.

—¿Todo bien, tío? —preguntó Clarence—. Me ha parecido que discutíais.

—¿Discutir yo? ¿Con Julia? Eso es imposible. Habrás interpretado mal nuestros gestos.

«Lo cual se está convirtiendo en mi especialidad», pensó ella.

Kilian se sujetó al brazo de la joven para comenzar a caminar de regreso a casa mientras las mismas banderitas de colores de todos los años ondeaban sobre sus cabezas.

Salvo por el peso del recuerdo de Iniko con el que cargaba su corazón, el pálpito de que la duda de Julia abría una nueva vía en su investigación, el semblante decaído de Kilian a pesar de sus débiles intentos de actuar con normalidad, y la actitud permanentemente malhumorada de Jacobo, a Clarence las fiestas del verano de 2003 le parecieron iguales que las anteriores.

Entonces no podía ni sospechar que al año siguiente faltaría un miembro de la familia.

El insistente viento otoñal del norte se encargó de despojar a los árboles de sus hojas con una agresividad inusual.

Carmen y Jacobo se instalaron en Barmón y, a diferencia de otros años, espaciaban cada vez más sus visitas al pueblo. Daniela tenía más trabajo de lo normal en el centro de salud y, con todo, se apuntó a un curso online sobre medicina infantil que le ocupaba todas las tardes. Kilian pasaba horas y horas haciendo leña para un fuego junto al que apenas se sentaba por las noches. Y Clarence, que, como las hojas de los árboles, no se encontraba precisamente en el momento más sosegado de su vida, se volcó de lleno en la elaboración de un par de artículos de investigación y en la preparación de las clases y cursos de doctorado que ese año tendría concentrados después de las navidades.

En esas estaba cuando la tarde más gris del mes de noviembre recibió un correo electrónico de Laha en el que anunciaba que tenía la oportunidad de visitar unas instalaciones de su empresa en Madrid a mediados de diciembre. Clarence emitió un grito de alegría y respondió rápidamente invitándole a pasar las vacaciones de Navidad con su familia en Pasolobino. Para su satisfacción, Laha aceptó, encantado.

Hasta el último minuto dudó si revelar la identidad de Laha, pero finalmente optó por decir a su familia que había invitado a un amigo
especial
—puso mucho énfasis en la palabra—, un ingeniero que había conocido en Guinea, a pasar las vacaciones en Pasolobino. Si él era la señal que estaba esperando, no quería perderse la reacción de Jacobo y Kilian.

A su madre le encantó la idea de tener —¡por fin!— a un amigo
especial
de Clarence disfrutando de sus guisos. Su padre protestó al otro lado del teléfono por tener que soportar a un extraño en unos días tan familiares y planteó por primera vez la posibilidad de pasar las navidades en el piso de Barmón. A Daniela le entró una gran curiosidad por conocer datos exactos del hombre que probablemente era el causante del mal de amores de su prima. Y Kilian salió por unos momentos de su ensimismamiento para mirarla con una expresión indescriptible en los ojos y no dijo nada, absolutamente nada. Simplemente, después de años, y ante el asombro silencioso de su sobrina, extendió la mano hacia la cajetilla de tabaco de Clarence, extrajo un cigarrillo, se inclinó sobre una de las cuatro velas de adviento que Carmen había colocado en el centro de una corona verde de pino, y se lo encendió.

Y en cuanto a Clarence, se sintió inmensamente feliz —aunque también muy nerviosa— por la posibilidad de tener cerca al hermano de su inolvidable Iniko.

¿O debería ir ya acostumbrándose a pensar en Laha como si fuera su hermano?

XII

Báixo la néu
(Bajo la nieve)

El viaje en tren y autobús desde Madrid hasta Pasolobino no era cómodo, pero desde luego le permitía tener una amplia visión del país que había alterado las costumbres del suyo.

Laha tenía muchas ganas de volver a ver a Clarence, pero, sobre todo, estaba expectante por conocer su entorno y pasar unos días con una familia española. Sin saberlo, su nueva amiga había despertado en él unos nuevos y sorprendentes sentimientos de curiosidad, que podía calificar incluso de levemente morbosa. Ahora tendría la posibilidad de imaginarse cómo hubiera sido su vida en el caso de que su padre blanco se hubiera hecho cargo de él. ¿Por qué habría de ser descabellado suponer que su padre era español y que en algún lugar de esas tierras que recorría por primera vez respiraran personas con las que compartía genes?

Que Laha fuera uno más de muchos no significaba que hubiera llevado bien la ausencia de un padre. Iniko, por lo menos, sabía que el suyo había muerto en un accidente y podía nombrarlo. Él no. Cuando era un niño, cualquier mentira lo hubiera consolado. ¿Cuántas veces había fantaseado con que su padre era un explorador devorado tras una terrible pelea con un león, o un hombre que había tenido que partir a alguna misión secreta tras la cual volvería a buscarlo? A medida que se convertía en adulto y empezaba a comprender las realidades de otros jóvenes como él, sus preguntas se habían vuelto directas e incisivas. Había intentado que su abuelo le hablase de su origen, pero él se negaba y lo remitía a su madre, quien se había mostrado inflexible y le había repetido cientos de veces que él solo era hijo de Bisila.

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