Nosotros, los indignados (3 page)

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Authors: Pablo Gallego Klaudia Álvarez

Tags: #Comunicación, Otros

BOOK: Nosotros, los indignados
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Seis razones para indignarse

En mi opinión, las seis causas de la crisis en España han sido, básicamente, la corrupción, el gasto público, la especulación inmobiliaria, la privatización de las cajas, la inacción de la ciudadanía y el abismo entre los políticos y los ciudadanos:

  • Más de 100 candidatos imputados se presentaron a las elecciones municipales y autonómicas en 2011. La corrupción no hace dimitir a nadie en este país. Creo que debería legislarse para que los candidatos imputados no se puedan incluir en las listas electorales.
  • Existen duplicidades en las diferentes administraciones, y administraciones redundantes (como las diputaciones), más de tres millones de funcionarios (que superan los 2,3 millones de trabajadores del sector industrial). En conclusión: el Estado ha estado haciendo un gasto público irresponsable. Tomad nota de que el Premio Nobel de Economía de 2010 lo ganaron tres economistas que pusieron a nuestro país como ejemplo de cómo el subsidio del paro ha producido la no búsqueda de empleo y con ello su destrucción.
  • La especulación inmobiliaria fue permitida por los políticos, no lo niego, pero también la alentaron los ciudadanos. Nos deberían haber avisado, sí, pero también algunos deberían haber visto que es una locura meterse en una hipoteca a 40 años.
  • La privatización de las cajas es otro de los problemas. Las cajas son similares a los bancos, pero lo que las diferencia de éstos es que destinaban parte de sus beneficios a fines sociales. Debido a la eliminación de determinadas restricciones legales en 1977, empezaron a ofrecer los mismos servicios que los bancos. Si sumamos eso a que en su dirección participaban políticos, podréis entender por qué han acabado privatizándose. Las cajas empezaron a expandirse y a dar créditos impagables a las constructoras que fomentaban la burbuja inmobiliaria. Además, los políticos las utilizaban para financiar a aquellas empresas que ofrecían servicios a los ayuntamientos y las comunidades autónomas, fomentando así un gasto superfluo. Ahora no tienen liquidez ni manera de afrontar su deuda, por lo que necesitan o fusionarse o ser absorbidas por la banca privada tradicional.
  • La ciudadanía muestra permisividad e inacción. Gran parte de los españoles prefieren escuchar con quién se ha acostado el hijo de un torero o de una duquesa. Es, en general, una ciudadanía que busca lo fácil, lo cómodo, cuyo deseo es ser funcionario y donde la iniciativa brilla por su ausencia. ¿Qué ha pasado con la curiosidad en este país? ¿Qué ha pasado con el interés por una sociedad mejor?
  • Existe un abismo bastante preocupante entre los partidos y la ciudadanía, un abismo que se hizo muy visible en el 15-M. En el siglo XXI los ciudadanos forman espectros diferentes y heterogéneos, y esa pluralidad no aparece reflejada en nuestro Congreso, debido a la ley electoral y a que no existen listas abiertas donde decidir a qué político en concreto votas. Mientras miles de ciudadanos acampaban en las diferentes plazas mostrando su indignación, ellos hacían su campaña y contabilizaban cada uno de los votos que iban a conseguir.

Mi visión a nivel internacional es diferente; en ese ámbito, mi principal preocupación es la economía de casino que se ha implantado en el mundo. Me parece espeluznante que la codicia especulativa de unos pocos mate de hambre a miles de personas al día.

Los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China) y México tienen un crecimiento constante y positivo gracias a unos modelos de reparto equitativo de la riqueza que producen un incremento de la clase media. ¿Qué le ocurre a Europa? ¿Por qué es la principal perjudicada por la crisis? Portugal, Irlanda, Grecia, Italia, España… están al borde de la bancarrota, sus inoperantes gobiernos y su escasa competitividad han hecho de éstos un lastre que ni países como Alemania pueden levantar. Esto ha sido así porque no existe una política ni una estrategia común que proteja a la clase media.

El neoliberalismo es una palabra que aparece en muchos textos de nuestro movimiento y que hace referencia a un concepto que considero que hay que diferenciar del liberalismo clásico. Ese «neo» se traduce en algo muy común en nuestros días: la privatización de beneficios y socialización de las pérdidas. En cambio, en el liberalismo auténtico, si un banco cae en bancarrota, jamás se rescata.

Apuesta por el mercado libre

Yo planteo que el mercado debe ser realmente libre, y que sólo así conseguiremos una democracia real. Que tú elijas con quién quieres establecer una relación económica y que el Estado no fije precios, ni ponga impuestos abusivos, ni empiece a cobrar antes de que una empresa tenga beneficios. El Estado no debe ser el creador de puestos de trabajo, eso debe hacerlo la iniciativa privada. Abrid la mente, la iniciativa privada no son las telecomunicaciones, la banca ni el gran capital. La iniciativa privada son las pymes: las panaderías, las peluquerías, las academias de inglés o los hostales. Estas empresas son las que ofrecen el 80 por ciento de los puestos de trabajo de este país, los que se están destruyendo a causa de la crisis.

Abogo porque la sanidad, la educación y la banca no sean privatizadas. ¿Por qué? Porque lo privado no busca satisfacer las necesidades de todos, sólo persigue beneficios, y estos tres elementos que he nombrado deben estar al servicio de los ciudadanos. Necesitamos una banca ética que no especule con el dinero de los ciudadanos, que dé créditos a las pymes para fomentar la actividad económica, y que sea sostenible. Necesitamos una sanidad universal que nos permita superar cualquier enfermedad sin tener que pagar 50.000 euros al más puro estilo americano. Y necesitamos una educación que favorezca que la siguiente generación sea aún más crítica que la nuestra y mejor preparada.

Internet es el segundo invento más importante de la Historia tras la imprenta de Gutenberg. Después de las revueltas del mundo árabe que empezaron en las redes sociales, ¿cómo es que nadie previó que los jóvenes españoles podíamos hacer lo mismo? Es cierto que nosotros gozamos de una mayor calidad de vida y de un sistema político que nos permite manifestarnos pero estas revoluciones tienen un denominador común: un país mejor para un mundo mejor.

Todos deseamos que estas revoluciones no se lleguen a instrumentalizar. Hay miedo de que Túnez, Egipto o Siria se conviertan en países islamistas con líderes integristas, hay miedo de que Grecia salga del euro e instaure un sistema con el que muchos europeos están en desacuerdo, y en España también hay miedo de que nuestro movimiento se convierta en una ideología excluyente. Como bien observó un amigo mío: «Esto no es una cuestión de ideologías, es una cuestión de principios». A todas estas personas que tengan ese miedo, las animo a que participen activamente con la ciudadanía y a que formen parte de las comisiones, de las asambleas de barrio. Que no tengan miedo, en resumen, a decir lo que piensan y lo que sienten.

Esto es imparable

A la hora de imaginarme cómo será el mundo dentro de unos años, se me plantean diferentes escenarios posibles. Lo que sí sé es que, si mantiene su carácter pacífico y la unión que ha mostrado hasta ahora, el Movimiento 15-M conseguirá todo lo que se proponga. El Mayo del 68 quiso romper radicalmente con el sistema, mientras que nuestro modus operandi es ir aplicando poco a poco cambios continuos de carácter reformista. Esto conllevará un cambio real y necesario. Según los sondeos publicados por algunos medios, el 80 por ciento de la población española se siente identificada con los indignados. Progresivamente hemos ido encontrando un consenso de mínimos y queremos fomentar iniciativas legislativas populares para plantear en los diferentes órganos del Estado nuestras propuestas. Esto es imparable.

Necesitamos que la Unión Europea dé un paso más, de acuerdo con la perspectiva de la generación que está saliendo a la calle. No tengo ninguna duda de que nuestra generación tomará las riendas de una Europa Unida, que busque una ventaja competitiva que la convierta en un espacio político lleno de oportunidades y con una buena calidad de vida.

Espero y deseo que esa Unión proteja las libertades y las propiedades de los ciudadanos, pero que sobre todo sea una democracia participativa donde las decisiones y el poder final estén en manos de los ciudadanos. En esa nueva Unión Europea deberían ser los expertos, elegidos también por los ciudadanos, los que redacten las leyes; donde haya una separación de poderes real y la justicia no dependa del poder político, sino de una carta magna y de un código civil y penal redactados con la participación y decisión de los ciudadanos.

Como habréis podido observar, la larga cita con la que comienza mi texto es un referente para mí y, si se me permite, para cuantos comenzamos el movimiento. Empecé cambiándome a mí mismo y tomando conciencia política y social de la situación, luego intenté convencer a amigos y familiares de que había que actuar. Tres amigos míos vinieron a Madrid el 15-M, amigos que en un principio no estaban interesados en la política pero a los que demostré que existía un camino largo que podíamos hacer. Otros me preguntaban a través de las redes sociales y empezaron a trabajar en sus respectivas ciudades. Luego, después de un trabajo muy duro por parte de muchísimas personas, se convocaron más de 60 manifestaciones por todo nuestro país y tras ello las simbólicas acampadas. Por último, vimos manifestaciones de apoyo en las principales ciudades del mundo, incluso en sitios tan recónditos como Siberia.

Sólo me queda dar las gracias a todos los que me habéis acompañado en el camino: muchísimas gracias por haberme hecho creer que otro mundo mejor es posible. Os pido paciencia; no es que vayamos despacio, es que el camino es largo. Y tú, ¿nos acompañas?

D
E UN «¡YA BASTA!» EN LA RED, AL 15-M

F
ABIO
G
ÁNDARA

S
oy un indignado. Soy una más de las miles de personas que, en la inolvidable primavera española de 2011, lanzó un grito a los que dicen representarme y gobernarme: «¡Ya basta!». No me mueven oscuros intereses, no respondo a complot alguno: lo único que enciende mi indignación es mi sentido común y mi concepción de la justicia y la dignidad.

Soy un joven gallego de veintiséis años, licenciado en Derecho y Políticas, con su inevitable máster, dos años de trabajo a sus espaldas y varios meses desesperanzadores en el paro. Es decir, un perfecto representante de la supuesta «generación perdida» española.

En efecto, pertenezco a esa generación que hace sólo unos años vivía en una burbuja de irrealidad, mimada por familias que, motivadas por el rechazo a los dogmas autoritarios del franquismo y como reacción frente a la escasez, nos proporcionaron de todo y en abundancia: bienes materiales, apoyo, libertad, educación… Sumidos en esa burbuja, muchos pensábamos que todo nos vendría dado, que la vida sería un complaciente discurrir en el que alcanzaríamos metas sin problema alguno. Pero poco a poco vino el despertar y el fin de ese sueño.

No fue sólo la crisis. Llevábamos tiempo asistiendo, impotentes, al desmoronamiento de nuestro futuro a través de la generalización de los contratos temporales, de los sueldos de miseria, de viviendas inalcanzables… Nuestras ilusiones se iban esfumando, pero la reacción era siempre aplazada por el autoconvencimiento de que llegarían tiempos mejores.

Con Máster, idiomas y sin futuro

Aquellos con estudios universitarios preferíamos, por ejemplo, seguir creyendo que enlazar un máster tras otro, aprender más idiomas y continuar nuestra formación de forma indefinida acabaría por garantizarnos un futuro digno. Pero muchos nos fuimos dando cuenta de que nuestro futuro, y el de nuestro país, no se solucionaría por sí solo. Nuestra apatía sólo servía para favorecer la institucionalización de una democracia falseada, en la que el juego político se realiza en esferas alejadas del pueblo y de forma complaciente con los intereses empresariales, ignorando a las personas, las familias y los grupos que componen esta sociedad y hurtándoles la posibilidad de decidir sobre lo que afecta a su vida y a su bienestar.

Y es que mientras en las jóvenes generaciones se acentuaba la desafección por la política, una nueva élite se había adueñado de este país, para tergiversar el sentido de la palabra «democracia» estableciendo un gobierno ceñido a la consecución de intereses de un porcentaje muy reducido de la sociedad.

En el resto del mundo las perspectivas tampoco han sido halagüeñas: las promesas de progreso tecnológico, de crecimiento económico y de extensión del bienestar parecían diferirse en el tiempo, mientras se acentuaban cada vez más las desigualdades, el equilibrio ecológico se tornaba más precario y, en definitiva, el progreso hacia el que debería tender la humanidad se postergaba indefinidamente.

Durante las últimas décadas, las democracias occidentales han visto pervertidos sus fines y sus métodos hasta llegar a un mundo en el que las personas ya no son lo primero, en el que los Estados, en teoría garantes de los derechos de los ciudadanos y del desarrollo equilibrado de sus sociedades, sólo se preocupan de asegurar la rentabilidad de las cuentas públicas y de facilitar a las grandes corporaciones la acumulación desenfrenada de ganancias.

En definitiva, nos encontramos de bruces con una triste realidad en la que los lemas a los que dio a luz el mundo moderno (libertad, igualdad, fraternidad) son constantemente ultrajados y tergiversados, una realidad supeditada a los designios de las finanzas en la que los inocentes son castigados y los culpables premiados, en la que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.

Esta situación individual y colectiva empezó a prender la mecha de mi indignación. No obstante, seguía sintiéndome solo. No encontraba en mi entorno una respuesta de otros como yo, no veía la posibilidad de articular mi descontento y mis ganas de cambiar las cosas a través de opciones que no fuesen instituciones completamente fagocitadas por el sistema u organizaciones que seguían utilizando clichés propios del siglo XIX para combatir los problemas de hoy en día.

Por otro lado, uno de los principales problemas al que me enfrentaba, como cualquier otra persona consciente de su indignación, era la incapacidad para alcanzar una comprensión última y general del sistema, de las causas finales que han determinado esta injusta situación. Sin duda, en el mundo de nuestros días, es difícil señalar un «enemigo» claro y unívoco.

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