No me cogeréis vivo (50 page)

Read No me cogeréis vivo Online

Authors: Arturo Pérez-Reverte

Tags: #Comunicación, Periodismo

BOOK: No me cogeréis vivo
4.32Mb size Format: txt, pdf, ePub

El Semanal, 09 Mayo 2005

Somos el pasmo de Europa

También vamos a tener una de las leyes antitabaco más severas y radicales de Europa. O eso dicen. Que luego se cumpla, es lo de menos. Lo que cuenta, acabo de oírle en la radio a un político de fuste, es que España está en vanguardia de toda iniciativa que se encamine a la salud, la educación, la felicidad y el buen rollito. Para pioneros, nosotros. Se acabó la caspa fascista. Se dan lecciones de mus de diez de la mañana a cinco de la tarde. Pero en algo discrepo de mi primo: a ser asombro del mundo no hemos llegado por las buenas. Sólo con esfuerzos históricos prolongados es posible mantenerse en tan espectacular vanguardia. Hace año y pico, por ejemplo, éramos pasmo de Occidente con lo de Iraq. De todos los presidentes europeos, el nuestro era el único a quien Bush permitía poner los zapatos sobre la mesa en las fotos: el amigo Ansar. Y en lo espiritual, calculen. Nadie tocó la guitarra ante el difunto Juan Pablo II como nuestras amigas Catalinas y Josefinas. Por su parte, la conferencia episcopal siempre hizo encaje de bolillos condenando al mismo tiempo el aborto y el uso del preservativo, aparte de recomendar la castidad como revolucionario tratamiento contra el Sida. Comparado con algunos de los doberman de Dios que tenemos aquí –que además predican desobediencia civil sin que nadie los meta en la cárcel–, el papa Ratzinger es mantequilla blanda. Un osito Mimosín.

En milicia también somos vanguardia a tope. El mérito no es de la nueva administración, ojo, porque ya el anterior gobierno consiguió que el español fuese el único ejército del mundo, por delante incluso del norteamericano, donde las mujeres están en unidades de combate de primera línea; detalle que confiere a nuestras fuerzas armadas una despiadada ferocidad. Además, hemos inventado el concepto brillantísimo de fuerzas armadas desarmadas, con soldados que no son para la guerra –que está mal vista por la sociedad– sino para atender a niños huérfanos en maremotos o cosas así. Sobre el pacifismo combinado con la integración de extranjeros, ni les cuento. En Melilla, donde si un día hay enemigo éste será moruno, casi el cuarenta por ciento de los soldados en algunas unidades es de origen marroquí: más integrados y pacíficos a la hora de combatir, imposible. De momento le queman el coche al sargento cuando hay discrepancias tácticas. A ver qué se han creído estos españoles racistas de mierda.

En lo demás, lo mismo. Punteros que echas la pota. Tenemos unos derechos y libertades tan sólidos y avanzados que, desde el humilde navajero al mafioso internacional, todos vienen a España a disfrutarlos. Y nuestros jóvenes, no es que estén protegidos: están acorazados. Si un maestro llama tonto a un alumno, los padres pueden demandarlo por violencia escolar y por insultar al colectivo de disminuidos psíquicos. Pero ni los padres tienen bula: a una madre acaban de caerle seis meses por maltratar salvajemente con dos bofetadas a su criatura de quince años. En cuestiones de paridad hombre-mujer también somos faro del universo: mitad y mitad en todo, haya o no haya, por decreto; el caso es que cuadren las cuentas. Sin olvidar los asuntos lingüísticos: somos el único país culto –es una clasificación, no una definición– donde el BOE prescinde del diccionario, de las academias, de los filólogos y de los clásicos, y el Gobierno se mofa de la lengua española a medida que a cada ministro o ministra le sale de los huevos y huevas. En materia de uniones y adopciones homosexuales, nuestra legislación superará también cuanto nadie ha legislado nunca; de modo que toda España está loca por salir del armario, a ver si trinca algo: una adopción de niños, un buen puesto de trabajo, un marido. En el ámbito escolar, no sólo hemos logrado que cada comunidad autónoma eduque como le salga del ciruelo, sino que poseemos el fastuoso récord de diecisiete sistemas educativos distintos. Que además estamos a punto de enriquecer con la francofonía, la portuguesía, la iparraldía y la magrebía; hasta el punto de que la UNESCO alucina con lo nuestro y le pide la fórmula a Harry Potter. Encima, de postre, vamos a pasar a la historia de las ciencias políticas inventando el Estado Monárquico de Naciones Plurilingües Federal y Republicano Según y Cómo, antes llamado España y ahora marca Acme. Más avanzados, imposible. Cómo será la cosa, que ya ni bandera usamos. No hace falta. Se nos conoce en seguida por la cara de gilipollas.

El Semanal, 16 Mayo 2005

La perra color canela

El perro estaba suelto en la autovía, solo, desconcertado, esquivando como podía los coches que pasaban a toda velocidad. Cuando reaccioné, era tarde. Mientras consideraba el modo de detenerme y sacarlo de allí, lo había dejado atrás. Estacionar el coche con ese tráfico era imposible, así que no tuve más remedio que seguir adelante, mirando por el retrovisor, apenado. Algo más lejos se lo conté a una pareja de motoristas la Guardia Civil: kilómetro tal, perro cual. El cabo movió la cabeza. Nada que hacer, señor. Ocurre mucho. Además, aunque vayamos a buscarlo, no se dejará coger. Nos pondrá en peligro a nosotros y a otros automóviles. Y usted habría hecho mal en detenerse. Además, a estas horas se habrá ido, o lo habrán atropellado. Mala suerte.

Sin duda el guardia tenía toda la razón del mundo, pero yo seguí camino con un extraño malestar, las manos en el volante y la imagen del perro entre los automóviles grabada en la cabeza. Su desconcierto y su miedo. Sintiendo, además, una intensa cólera. Supongo que mientras los automovilistas esquivábamos a ese pobre animal de ojos aterrados que no sabía cómo franquear las vallas y quitamiedos de la carretera, algún miserable regresaba a su casa o seguía camino de su lugar de vacaciones, satisfecho porque al fin se había quitado de encima al maldito chucho. No es lo mismo un cachorrillo en Navidad, en plan papi, papi, queremos un perrito –cuántos perros condenados a la desgracia por esas palabras–, que uno más en la familia al cabo del tiempo: veterinario, vacunas, dos paseos diarios, vacaciones, etcétera. Entonces la solución es quitárselo de encima. Posiblemente así lo decidió el dueño del perro que estaba en la autovía: una parada en el arcén y ahí te pudras. También es lo que hizo, tiempo atrás, un canalla en una gasolinera de la nacional IV: el dueño de una perra color canela a la que no olvidaré en mi vida. Llevo doce años escribiendo esta página, y no recuerdo si alguna vez hablé aquí de ella. Ocurrió hace tiempo, pero lo tengo fresco como si hubiera ocurrido ayer. Y aún me quema la sangre, porque es de esos asuntos a los que me gustaría poner un nombre y un apellido para ir y romperle a alguien la cara, aunque eso no suene cívico. Me da igual. Con chuchos de por medio, lo cívico me importa una puñetera mierda. Ningún ser humano vale lo que valen los sentimientos de un buen perro.

Les cuento. Mientras repostaba en una gasolinera de la carretera de Andalucía, una perra color canela se acercó a olisquear mi coche, y después volvió a tumbarse a la sombra. Le pregunté al encargado por ella, y me contó la historia. Casi un año antes, un coche con una familia, matrimonio con niños, se había detenido a echar gasolina. Bajó la perra y se puso a corretear por el campo. De pronto la familia subió al coche y éste aceleró por la carretera, dejando a la perra allí. El encargado la vio salir disparada detrás, dando ladridos pegada al parachoques, y alejarse carretera adelante sin que el conductor se detuviera a recogerla. Al cabo de una hora la vio regresar, exhausta, la lengua fuera y las orejas gachas, gimoteando, y quedarse dando vueltas alrededor de los surtidores de gasolina. De vez en cuando se paraba y aullaba, muy triste. Al encargado le dio tanta pena que le puso agua, y al rato le dio algo de comer. Cada vez que un coche se detenía en la gasolinera, la perra levantaba las orejas y se acercaba a ver si eran sus amos que volvían. Pero no volvieron nunca.

La perra se quedó aquí, contaba el encargado. Mis compañeros y yo le fuimos dando agua y comida. El dueño nos dejó tenerla, porque vigila por las noches. Además, hace compañía. Es obediente y cariñosa. Al principio la llamábamos Canela, pero a una compañera se le ocurrió que era como la mujer de la canción de Serrat, y la llamamos Penélope. El caso es que ahí sigue. ¿Y sabe usted lo más extraño? Cada vez que llega un coche, la perra se levanta; y en cuanto se para, se asoma dentro a olisquear. Los perros son listos. Tienen buena memoria y más lealtad que las personas. Fíjese que nosotros la tratamos bien, no le falta de nada y hasta collar antiparásitos lleva. Pero ella sigue pendiente de la carretera. Los perros piensan, oiga. Casi como las personas. Y ésta piensa que sus amos vendrán a buscarla. Cada vez que llega un coche, se acerca a ver si son ellos. Sigue creyendo que volverán. Por eso lleva tanto tiempo sin moverse de aquí. Esperándolos.

El Semanal, 23 Mayo 2005

Canutazos impertinentes

Nunca me gustó hacer el payaso, ni que los payasos ganen su jornal a mi costa. Quizá por eso me irrita cierta clase de periodismo basura que se hace en televisión, a base de reporteros provocadores que se plantan en actos oficiales o en situaciones más o menos serias y, bajo pretexto de una divertida y sana informalidad, impertinencia tras impertinencia, procuran dar un tono grotesco a la información. Eso, que en el mundo rosa tiene un pasar –quien vive de dar espectáculo, con su pan se lo coma–, se extiende también, sin escrúpulos, a asuntos más serios como la cultura, o la política. Rara es la tele que no dispone de un programa donde sus reporteros ponen la alcachofa, no para solicitar información, sino para el intercambio de supuestas ingeniosidades o tonterías a palo seco, siendo el objetivo real ridiculizar al entrevistado. Siempre que me toca estar en público eludo prestarme a ese tipo de canutazos, que rara vez favorecen a nadie, y sólo sirven para que el reportero se apunte haber logrado una chorrada más y que la gente pueda reírse a gusto. Ni siquiera en la etapa pionera de esa clase de programas, cuando Wyoming y su brillante equipo realizaban Caiga quien caiga con humor y extrema inteligencia, fulanos simpáticos como Pablo Carbonell o Sergio Pazos consiguieron arrancarme más que un saludo cortés. A veces, ni eso.

Comparados con algunos de sus epígonos en los tiempos que corren, aquellos caraduras eran exquisitos. Algunos hasta se cortaban un poco ante la gente respetable. Ahora, quienes practican el género entran a saco sin el menor escrúpulo; y lo que es peor, sin hacer distinciones entre lo respetable y lo otro. Por supuesto, la culpa no es suya –a fin de cuentas hacen un trabajo con el que se ganan la vida–, sino de las cadenas que se lucran con esa clase de esperpentos, del público bajuno que los disfruta, y sobre todo de quienes se prestan indignamente, con tal de aparecer treinta segundos en la tele, a las más peregrinas idioteces. A uno se le cae el alma a los pies cuando ve a gente en principio respetable, políticos de fuste o personalidades de las ciencias, las artes o las letras, dar cuartel en ese tipo de emboscadas groseras, deteniéndose en mitad de un acto oficial a responder, con una sonrisilla forzada y buscando desesperadamente una palabra o frase ingeniosa, a las incongruencias que plantea un entrevistador irreverente que mira a la cámara de soslayo mientras guiña un ojo al teleespectador, como diciendo: a ver por dónde nos sale ahora este gilipollas.

Sobre todo tratándose de políticos, la cosa no tiene remedio. Ahí son todos iguales, sin distinción de sexo o ideología: ven una cámara y se les hace el culito gaseosa. Hasta los más brillantes se prestan al juego al verse interpelados micrófono en mano. Asistí a una demostración práctica el otro día, durante un acto de la Real Academia Española. Nos disponíamos a inaugurar una placa conmemorativa en la casa donde murió Cervantes. Se trataba de un acto solemne, con los académicos allí congregados, y el alcalde de Madrid, Ruiz-Gallardón, había anunciado su asistencia. En ésas, un reportero televisivo, que llevaba un rato haciendo el gamba por los alrededores, pegó bajo la placa cervantina una foto de la presidente de la comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, con quien el alcalde de la ciudad tiene, como sabemos, ciertas diferencias. Yo estaba entre los académicos con traje oscuro, corbata y toda la parafernalia; y como nadie intervenía, me acerqué al reportero, le pasé amistosamente un brazo por los hombros para apartarlo de la cámara, tapé con una mano la alcachofa, y le dije al oído: «Éste es un acto muy serio de la Real Academia, no del alcalde. Así que, como lo envilezcas, te pego una hostia. Personalmente». Algo desconcertado, mirando la insignia académica que yo llevaba en la solapa, el reportero inquirió, perspicaz, si lo estaba amenazando. Respondí: «Evidentemente», y volví junto a mis compañeros. Llegó entonces el alcalde, el reportero le metió el micrófono en la boca, el alcalde pareció encantado con que hubiera periodistas divertidos y cachonduelos que aliviasen la formalidad de aquel acto cultural, y yo, discretamente, me fui a tomar una caña. Al rato, desde el bar, vi pasar el cortejo con mis compañeros camino de la segunda parte del acto, hacia la iglesia de las Trinitarias. Delante iban la cámara, grabando, y el alcalde de charla con el reportero como si fueran compadres de toda la vida. Y qué quieren que les diga. Pedí otra caña.

El Semanal, 21 Junio 2005

Un lector indeseable

Acabo de leer que un jambo al que han juzgado en Barcelona por un sucio asunto de violación, lesiones y asesinato, me hace el dudoso honor de citar párrafos de una novela mía, entre otras, en una especie de diario que ha escrito en el talego sobre su última peripecia. Y la peripecia fue que el fulano, aprovechando un permiso carcelario, fue a los juzgados, tiroteó a los mozos de escuadra que trasladaban a un colega, y dejó a uno tetrapléjico y en silla de ruedas. Los dos choros emprendieron la fuga; y al poco, sorprendiendo en un descampado a una pareja de novios, el colega le pegó seis buchantes al novio y acto seguido, sin despeinarse, violó a la novia. Tal cual. En calentito y sin que le temblara el pulso. Al menos eso afirma el diario de mi lector, que le echa toda la culpa a su consorte. El caso es que, como guinda, uno de los dos fulanos, o los dos, que de eso no estoy muy seguro, tienen el bicho: el sida. Así que el episodio puede inscribirse en toda la mierda de esa España marginal, cutre, oscura, tan miserable y cruel que se te clava en la boca del estómago; la España real que sigue ahí al apagar la tele aunque sólo salga en la sección de sucesos, y de refilón, cuando historias así destapan la cloaca. Una España negra y perra que nada tiene que ver con esa donde se hacen afotos los políticos: la europea, la civilizada, la socialmente correcta hasta echar la mascada, que según Rodríguez Zapatero y su peña –y hasta hace dos días Aznar y la suya– funciona de cojón de pato. Quiero decir que va bien.

Other books

Caught in Crystal: A Lyra Novel by Patricia Collins Wrede
Area 51: The Legend by Doherty, Robert
The Virgin Sex Queen by Angela Verdenius
The Boleyn Deceit by Laura Andersen
Willowleaf Lane by Thayne, RaeAnne
Exit Lines by Reginald Hill
Bound to the Bad Boy by Molly Ann Wishlade