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Authors: Arturo Pérez-Reverte

Tags: #Comunicación, Periodismo

No me cogeréis vivo (5 page)

BOOK: No me cogeréis vivo
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El Semanal, 25 Noviembre 2001

La leyenda de Julio Fuentes

Se habría partido de risa, el muy cabrón, si hubiera sabido de antemano lo que se iba a decir y a escribir sobre su fiambre. Hasta los tertulianos de radio y los periodistas del corazón estuvieron, los días que siguieron a su muerte, llamándolo compañero -nuestro compañero Julio Fuentes, decían sin el menor rubor- y glosando con toda la demagogia del mundo su compromiso moral con la información y su sacrificio casi apostólico en aras de la humanidad, la libertad, la igualdad y la fraternidad. De haber estado al loro sobre tanto panegírico -me lo imagino, como siempre, revisando las pilas del sonotone y acercando la oreja para oír mejor-, julio se habría carcajeado hasta echar la pota. Ni puñetera idea, habría dicho. Esos cantamañanas no tienen ni puñetera idea. Pero déjalos. A estas alturas me da lo mismo, Y además, qué coño. Suena bonito.

Los de la Tribu, los que siguen en activo y los jubilados como yo, le hemos hecho nuestro propio funeral entre nosotros, más íntimo, a base de llamadas telefónicas, conversaciones en voz baja, miradas y silencios, juntándonos como los soldados veteranos que cuentan los huecos que el tiempo va dejando en las filas: tantos hasta tal fecha, Miguel Gil hace un año, Julio ahora. Suma y sigue. Y lo hemos hecho sonriendo pese a las lágrimas y a las blasfemias -Alfonso Rojo, Gerva Sánchez y Ramón Lobo lloraban y Márquez blasfemaba, cada uno es como es-, porque recordar a Julio, incluso muerto, te obliga tarde o temprano a sonreír: su ternura, su sordera, su camaradería, su absoluta falta de sentido del humor, el miedo que siempre sabía convertir en extrema valentía, su ingenuidad adobada con el cinismo del oficio. Su concepto personal de la vida como leyenda que uno se forja, construyendo un personaje y siéndole fiel hasta las últimas consecuencias. Al día siguiente de su muerte, en el periódico donde había publicado su última crónica, escribí -repetí- que Julio sabía mejor que nadie que a un reportero de guerra no lo asesinan nunca, sino que lo matan trabajando. Decir que te asesinan es insultarte. Son las reglas, y sólo los ignorantes o los idiotas creen seriamente que un guerrillero afgano analfabeto, un majara liberiano o un francotirador serbio van a comportarse según las exquisitas normas de la Convención de Ginebra, en un mundo donde Dios es un canalla emboscado. Julio era un profesional de la guerra. Un mercenario en el más honesto sentido del término. Un reportero de élite para quien aquello, en lo personal, era -o al menos lo fue durante mucho tiempo- una solución: un extraño hogar donde el horror puede asumirse como realidad cotidiana, y de esa forma deja de ser sorpresa o trampa. Una escuela de lucidez donde uno mismo está siempre dispuesto a pagar el precio. Un mundo fascinador y terrible donde, a diferencia de la puerca retaguardia, de las ciudades presuntamente civilizadas y razonables, todo es maravillosamente simple y funciona según normas elementales y precisas: el malo es el que te dispara y el bueno es aquel cuya sangre te salpica. Y cuando no tenía a mano guerras que meterse en vena, Julio vagaba por las ciudades y las redacciones como un alma en pena, colgado, autista, igual qué un marino sin barco o un cura sin fe. Como todos, después de tantos años de oficio, en los últimos tiempos empezaba a pensar en cambiar de vida: una mujer a la que amaba, una casa, tal vez hijos. Pero ya nunca sabremos cómo habría sido. En aquella carretera de Afganistán salió su número. No tuvo suerte. 0 tal vez sí la tuvo, porque de ese modo se convirtió, por fin, en la leyenda en que siempre quiso convertir su vida. Quizá aquel día se limitó a pagar el precio.

Ahora, como de costumbre, los vivos recordamos. Y lo hacemos con esa sonrisa de la que hablaba antes, al pensar en los iraquíes que se le rendían a julio durante la guerra del Golfo, porque en su ansia por entrar el primero en Kuwait llegó a adelantarse a las tropas norteamericanas. 0 en cómo fue la envidia de la Tribu ligándose a Bianca Jagger en El Salvador -«eso llevo ganado para cuando palme», decía-. O aquel bombardeo en Osijek, cuando empezaron a caer cebollazos y todos bajamos al refugio, y él se quedó durmiendo arriba sin enterarse de nada, tan tranquilo, porque se había quitado el sonotone de la oreja para dormir. O cuando en Sarajevo unos periodistas jovencitos le preguntaron cómo se llamaba y respondió. «Soy Julio Fuentes, chavales. Una leyenda.» Ahora el muy perro nos ha hecho a sus amigos la faena de convertirse, por fin, en esa leyenda. Era el hombre más tierno del mundo, y vivió obsesionado por ser un tipo duro. lo fue, y pagó el precio allí donde se envejece pronto, y donde a veces no se envejece nunca. Muriendo de pie. Y ahora está con Juantxu, Luis, Jordi, Miguel y los otros, con su sonotone y su chaleco antibalas, en el re- cuerdo de quienes tanto lo quisimos. En ese lugar a donde van, cuando los matan, los viejos reporteros valientes.

El Semanal, 02 Diciembre 2001

Esos refugiados promiscuos

Es que tienen razón. Vaya si la tienen, porque las cosas ya están pasando de castaño oscuro. La jerarquía vaticana acaba de echarle un chorreo de padre y muy señor mío a las naciones unidas, y en concreto al Alto Comisionado para los Refugiados, alias ACNUR, por promover la confusión moral, el sida y el aborto químico. Fíjense ustedes cómo estará el patio que, en esto s tiempos de inmoralidad y libertinaje galopante, a los canallas del ACNUR no se les ocurre, para rematar el gorrino, otra cosa que distribuir un folleto en los campos de refugiados, que son unos cuantos y los que te rondaré morena, recomendando el preservativo, la píldora del día siguiente para quien la tenga, y distinguiendo muy clarito entre sexo y procreación. Tela. Todo eso, cuidadín, en vez de plantear valerosamente el indisoluble y sagrado vínculo entre sexo y preñez. O sea: nunca pólvora en salvas, sino ponerla bala donde se pone el ojo, e ir a la legítima -nunca a la zorra que no lo es- no con torpes ganas de arreglarle el cuerpo con un selecto homenaje, sino dispuestos a incrementar los índices de natalidad, asumiendo con responsabilidad y alegría? du, duá, fondo de guitarras de amigas Catalinas y Josefinas, qué alegría cuando me dijeron- la paternidad consciente e inevitable, a razón de una criaturita por cada disparo, y que sea lo que dios quiera. Condición sine qua non, según el magisterio de la Santa Madre, para que la humanidad progrese y luego, además, vaya directamente al cielo. Ese es el verdadero amor. La verdadera entrega de templo a templo, etcétera.

“Por eso son del todo inaceptables -reza el texto eclesiástico que gloso y aplaudo- los medios de control de natalidad que indica el manual de ACNUR. En vez de ser educados en el verdadero amor, en la perspectiva del matrimonio y en el porvenir de una familia, los refugiados son introducidos en un mundo de placer sexual” … Y es que ahí está la madre del agnus. El quid de la cuestión. Porque imagínense ustedes ese caos social, ese marasmo promiscuo de los campos de refugiados, con todos esos hombres y mujeres disfrutando sueltos por le monte o durmiendo juntos en tiendas de campaña con el pretexto de que huyen de algo. Esos hacinamientos humanos tan proclives a las bajas pasiones y a los sucios instintos, hala, todos revueltos, sin freno, sin control, sin pudor. Esas mujeres haciendo sus necesidades de cualquier manera, a la vista de todos. Esas copulaciones incontroladas. Esas viudas, trasuntos de Jezabel, a las que ya dan igual ocho que ochenta. Y para poner coto a las espantosas consecuencias que tal paisaje facilita, en vez de una vigilancia rigurosa que preserve el orden moral, de un control férreo y un adoctrinamiento cristiano que los mantenga a todos alejados de la tentación, obligándolos a emplear sus meses, años y vidas de ocio a estéril en fortalecer el alma disciplinando el cuerpo, a ACNUR no le ocurre otra cosa que atizar las bajas pasiones repartiendo preservativos, esterilizando, facilitando -me tiembla la tecla solo de escribirlo- el aborto no ya sólo a mujeres violadas, que ya es perverso de suyo, y algo habrán hecho esas individuas para verse en tal coyuntura- sino al aborto en general. Con medidas que atentan contra la ley divina en dos órdenes, o categorías: primero, porque “impiden la procreación y facilitan el sexo irresponsable”; y segundo porque ese reclamo del placer, vía desenfreno carnal, “aumenta el riesgo de que se extienda el sida”. Con dos cojones. Por eso la Iglesia -Dios aprieta, pero no ahoga- propone, apurando mucho la casuística y como máximo, “los métodos naturales que respetan el cuerpo y la relación de la pareja, así como favorecen el diálogo y el comportamiento responsable de los cónyuges”. Como debe ser. Es decir: que una refugiada afgana, kosovar o mozambiqueña sea analfabeta y viva hambrient a y en la miseria no debe ser obstáculo, u óbice, para que, in extremis, consulte las tablas de Ogino -que eso sí puede bajo especiales condiciones- o, lo que es más hermoso, en caso de duda se abstenga de conocer varón, incluido el suyo; todo en el marco del diálogo y el comportamiento responsable con su legítimo cónyuge Ibrahim, o Bongo, o Marianoski. Y si su legítimo cónyuge u otros la violan sin animus procreandi, que aplique entonces el infalible método anticonceptivo natural de Santa María Goretti: antes morir que pecar. Eso incluye, supongo, a las monjas negras violadas por sacerdotes africanos, que luego, claro, cuando las echan del convento con su vergonzosa panza a cuestas, tienen que meterse a putas. Por puro vicio.

Me tranquiliza mucho, como ven, que el Vaticano restablezca el orden de prioridades, incluso en medio del la pobreza, el hambre y la vorágine bélica. Ni siquiera en tiempo de guerras y catástrofes es tolerable que cada hoyo se convierta en trinchera. Ojito. De alegrías, las justas. El orden moral, que emana del natural, no puede vulnerarse bajo ningún pretexto. Y a los refugiados, amén de jodidos, los quieren castos.

El Semanal, 09 Diciembre 2001

Esa verborrea policial

Tiene huevos. La madera, los picoletos y las fuerzas políticas correspondientes se pasan la vida pidiendo colaboración ciudadana en la cosa del terrorismo y la delincuencia, denuncie, oiga, persiga, telefonee, no se corte y eche una mano, y después, cuando uno va y lo hace, los primeros que se derrotan del asunto son ellos mismos, los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, que cuando salen bien las cosas tienen la lengua demasiado larga. Y el abnegado colaborador ciudadano termina, a menudo, apareciendo en los periódicos. Uno, verbigracia, va por la calle y ve a unos etarras o a unos atracadores, y coge su coche y los persigue telefoneando a la policía -la ventaja es que nadie te multa por conducir con el teléfono en la oreja, algo es algo-, y al cabo trincan a los malos, y para agradecértelo te sacan en los periódicos y en la tele durante tres o cuatro días, a fin de que la sociedad, incluidos aquellos cuya detención facilitaste, pueda agradecértelo. Casi nunca ponen tu nombre y apellidos, claro; pero dan pistas suficientes: vecino de la calle Fulano a bordo de su coche modelo tal, mediana edad, empresario, socio del Athletic. El otro día, sin ir más lejos, un pastor le contó a la guardia civil que se había encontrado a un etarra fugitivo por el monte, etcétera. Y a la media hora al pobre pastor lo conocía toda España y parte del extranjero, con lo que, de encontrarme en el pellejo del infeliz, yo ahora estaría considerando seriamente la posibilidad de cuidar ovejas en Australia.

En ese aspecto, como en otros, las autoridades y la mayor parte de los medios informativos españoles hacen gala de una irresponsabilidad abrumadora. Hay que ser muy torpe y muy bocazas para, pretendiendo alentar la colaboración ciudadana, disuadirla de ese modo en el mismo envite. A ver con qué ánimo para colaborar se siente uno si sabe que arriesga verse al día siguiente en los periódicos, después de que el director general de la policía o el ministro del Interior lo elogien calurosamente en rueda de prensa, o el gabinete de tal comisaría o comandancia filtre a los medios, sobre el héroe anónimo, detalles que al héroe anónimo maldita la puta gracia que le hacen. Aunque la verdad es que en eso de filtrar, en España hay solera. Hasta hace nada, semanarios y diarios de aquí se descolgaban con interesantes reportajes en los que salían, con apellidos y fotos incluidas, los topos que la policía infiltraba en ETA, o los agentes del CESID que andaban por el extranjero espiando como buenamente podían. Y luego se quejan los responsables del asunto de que cada vez resulta más difícil infiltrar bueno en las organizaciones de los malos. Nos ha jodido. A ver quién se va a infiltrar, jugándose el pellejo para que un día, mientras desayunas croissants con los colegas en Francia, te encuentres en Le Monde o en Sud-Ouest tu foto de la primera comunión. O para que te llamen de Madrid a las cuatro de la mañana -caso real- y te digan: chaval, ábrete de ahí cagando leches que mañana sales en portada.

Y claro. Uno se explica que casi todos los etarras se derroten en cuanto les dicen estás servido -también es pasmosa la locuacidad de esos mendas, que cuentan hasta lo que no se les pregunta-, por aquello de que van muy mental izados con eso de las salvajes torturas y toda la parafernalia franquista con la que les comen el tarro sus jefes; y aunque lo más eléctrico que tengan cerca sea la linterna del policía que les apunta con el fusko, se van por la pata abajo y largan nombres, direcciones, y hasta dicen quiénes les ayudaron a escaparse o los escondieron. Hay casos en los que, sin tocarles un pelo de la ropa, los gudaris empiezan a largar a los cinco minutos, y ya no paran. Derrumbe psicológico, me parece que lo llaman; que una cosa es dar tiros en la nuca y poner coches bomba, y otra ver- se esposado y con una ruina encima que te cagas. Pero oigan, el acojono es libre, y cada cual se cuida y se desmorona psicológicamente como puede. Lo que ya no me cabe en la cabeza es que también la policía, a la que nadie alumbra con linternas ni amenaza con dar de hostias, largue por esa boquita con tanta alegría y tanta in- continencia. Porque ya me dirán ustedes qué utilidad pública tiene, en vez de decir que se ha cogido a siete terroristas y punto, explicar con todo de- talle cómo se ha hecho el seguimiento de Fulano o la captura de Mengana, que ésta cometió tal error, o aquel fue seguido de aquí para allá pegándole en el guardabarros o en el culo una chicharra de modelo japonés. Todo eso, aparte de la presuntuosa memez de demostrar lo eficaz y lo lista que es la madera, sólo sirve para que los malos, que también leen periódicos y ven la tele, tomen buena nota de todo, a fin de no repetir más tarde los mismos errores. La próxima vez, se dicen, os vais a enterar. Y claro. Nos enteramos. Aterra pensar que nos protegen semejantes gilipollas.

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