Nivel 26 (7 page)

Read Nivel 26 Online

Authors: Anthony E. Zuiker

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: Nivel 26
13.02Mb size Format: txt, pdf, ePub

Al fin se limitó a decir:

—No te atrevas a acusarme de no haberlo intentado.

Y entonces Dark se marchó. Se metió las manos en los bolsillos y recorrió el muelle en dirección a Ocean Avenue. Observó a los niños corretear alrededor de sus madres, que sorbían grandes tazas de café como si fuera lo único que las hiciera mantener la cabeza en su sitio. El sol ya empezaba a calentar y a deshacer la bruma marina.

Al llegar al final del muelle, Dark pasó el pulgar por el suave borde del dispositivo de memoria que llevaba en el bolsillo.

Se preguntó cuánto tardaría Riggins en darse cuenta de que se lo había llevado.

Capítulo 15

Malibú, California

El agua caliente de la ducha resbalaba por la espalda desnuda de Sibby Dark, que no podía dejar de pensar en el mensaje de texto que había recibido esa mañana.

Había pasado bastante tiempo desde el último. ¿Unas cuantas semanas, tal vez? Había dejado de llevar la cuenta, tenía la esperanza de que quizá hubieran terminado.

Pero esa mañana, unos minutos después de que Steve se levantara de la cama para ir a tomar la cerveza del desayuno a la playa, en su teléfono móvil habían empezado a sonar los primeros compases del tema Personal Jesús, de Depeche Mode. El mero hecho de oírlo hizo que se le acelerara el corazón, a pesar de que apenas estaba despierta. Lo cogió de la mesita de noche y leyó el mensaje en la pantalla:

PRONTO EL SEÑOR ESTARÁ CONTIGO

Típico.

Por alguna razón, a su acosador telefónico particular le gustaba enviarle extrañas citas que parecían extraídas de la Biblia. Ésa era la razón por la que, a modo de broma, le había asignado la canción de Depeche Mode. Había concluido que su acosador era su propio Jesús personal, que intentaba meterle miedo. El padre de Sibby le había enseñado que el mejor modo de enfrentarse a los incordios era ignorarlos o reírse de ellos. Siempre buscan una reacción o validación; el silencio o el ridículo elimina ambas opciones del tablero de juego.

Aun así, los mensajes eran molestos.

El primero lo había recibido… ¿cuándo? ¿Hacía ocho meses? Al principio Sibby contestaba escribiendo «NÚMERO EQUIVOCADO». Pero su pequeño Jesús personal se negaba a abandonar. Algunos días llegaba a enviarle una docena de mensajes, otros sólo uno o dos:

HE VENIDO A TI COMO UN ÁNGEL

¿SIENTES MI VIDA, MADRE BIENAVENTURADA?

También había intentado bloquear la entrada de los mensajes, que le llegaban desde un «número desconocido». Pero al cabo de pocos minutos los recibía desde otro, de modo que se había dado por vencida y había vuelto a ignorarlos; los borraba en cuanto le llegaban.

Todos le llegaban cuando Steve no estaba con ella; era como si su pequeño Jesús personal supiera cuándo estaba sola. Lo cual, sí, lo hacía todo más inquietante.

Pero no iba a permitir que se inmiscuyera en su vida. Y desde luego no iba a molestar a Steve con aquellas tonterías. Su marido era un antiguo policía; no se detendría hasta dar caza a ese perdedor y lo amenazara con romperle cada uno de los dedos con los que escribía sus mensajes. Y ella sabía cuál podía ser el coste de que Steve se embarcara en una misión como aquélla. Quizá nunca regresara.

Ahora que por fin estaba empezando a curarse, lo último que Sibby quería era que su marido volviera a encerrarse en aquel capullo de muerte… sobre todo después de que ella hubiera dedicado tanto esfuerzo a conseguir que saliera de él.

Sibby cerró el grifo del agua justo a tiempo para oír el familiar sonido del Yukon de Steve acercándose y, luego, aparcando. Oyó a los perros ladrar. Por fin estaba en casa. Sibby se preguntaba dónde había estado todo aquel rato. Normalmente no pasaba tanto tiempo en la playa.

Capítulo 16

Con las llaves en la mano, Dark se acercó a la puerta principal de su casa de la playa. Se detuvo un momento. Lentamente, respiró hondo. Inspiró por la nariz, espiró por la boca, purificándose.

Luego metió la llave en la cerradura, y eso fue lo que provocó la explosión.

La explosión de
Max
y
Henry
.

Dos enormes perros playeros salieron disparados de la casa y empezaron a dar vueltas alrededor de Dark moviendo sus colas frenéticamente.
Max
se enroscó alrededor de una pierna de Dark; era su forma de abrazarlo.

—Eh —dijo Dark con suavidad—. Está bien, ya basta, chicos.

Dark oyó ruidos en el baño de la primera planta. Debía de ser Sibby arreglándose.

—Ya está bien —dijo Dark, e intentó avanzar. Los perros no lo dejaban. No lo harían hasta que se tirara al suelo y se revolcara un rato con ellos. Todas las mañanas repetían el mismo ritual, sólo que esta vez él había llegado un poco más tarde de lo habitual, y
Max
y
Henry
parecían haberse dado cuenta. Empujaban y lamían a Dark con más ímpetu todavía.

Estar en aquella casa le recordaba cuánto había avanzado en los últimos años. Después de la masacre, se había pasado meses en una gris habitación de hospital; algunos atado a la cama y fuertemente sedado. La mayor parte de aquel tiempo era una nebulosa. Luego llegó el momento de abandonar el hospital. Sus amigos le hicieron generosas ofertas, pero Dark no supo cómo aceptarlas. El sufrimiento y la angustia castigaban su cuerpo como una dosis letal de radiación, y se veía incapaz de exponer a ellas a nadie que conociera. ¿Por qué querrían sus amigos exponerse?

De modo que alquiló un destartalado búngalo en Venice y lo amuebló con lo que pudo comprar en un único viaje a una tienda de segunda mano: un colchón, una mesa, una silla, cazuelas, cucharas, toallas. El único vestigio de su vida anterior era una bolsa llena de ropa que alguien había recogido de su antiguo apartamento, pero se veía incapaz de ponérsela. Todas las semanas le llevaban comida y alcohol. Lo de la comida era sencillo, se trataba simplemente de mantenerse con vida; lo del alcohol fue algo más complicado: tuvo que probar una serie de bebidas en rotación continua para ver cuál le ayudaba a alcanzar el olvido lo más rápidamente posible. El metabolismo de Dark parecía adaptarse con gran rapidez, de modo que al cabo de pocos días los efectos de, digamos, el whisky, remitían y tenía que pasarse al vodka de triple destilación, y así sucesivamente. Intentó pasear. Se quedaba mirando las cosas fijamente, como por ejemplo el techo. La calle. O el cada vez más descuidado césped del patio trasero.

Su único objetivo en aquellos primeros tiempos fue dar caza al monstruo que había acabado con su familia. El resto de su vida era un simple soporte para su venganza. Las horas que pasaba despierto las empleaba en revisar archivos de asesinatos que había copiado ilegalmente en Casos especiales. Buscaba los detalles que se le hubieran podido pasar por alto; o el mágico hilo que iba de cadáver a cadáver a hasta su familia adoptiva. Descubriría ese hilo y lo utilizaría para estrangular al maldito bastardo hasta que se le salieran los ojos de las órbitas.

Fantaseaba acerca de encontrar a Sqweegel y tomarse su tiempo para matarlo. Partirle los huesos hasta que le rasgaran la piel. Rajarle las venas que le recorrían los brazos y las piernas, y cauterizárselas a la vez. Se tomaría su tiempo. Una semana de dolor por cada miembro de la familia que había perdido…

No, una semana era demasiado poco. Quería que su venganza durara años…

Pero tras doce meses de búsqueda infructuosa, Dark se dio cuenta de que no se le había pasado ningún detalle, de que no había ningún hilo mágico. Uno podía pasarse años arañando las paredes de la celda de su prisión con la esperanza de hallar el botón secreto que le abriera la puerta, pero eso no quería decir que lo fuera a encontrar.

En vez de exorcizar sus demonios, aquel año los hizo crecer aún más. Cuando pasó, había tocado fondo, supuso que había llegado su final, así que buscó un lugar en el que esperar a que fuera pasando el resto de su vida. Ojalá, pensó por aquel entonces, no fuera demasiado larga.

En contra de lo que Riggins creía, Dark lo había intentado. Claro que lo había intentado. Y, al final, había fracasado.

Así que regresó al modo de soporte vital. Beber. Dormir. Comer si era estrictamente necesario.

Al cabo de un tiempo, ni siquiera sabía qué tipo de vida estaba sustentando.

Así fue hasta su encuentro casual con Sibby.

Y ahora estaba aquí.

Una casa de un millón de dólares con vistas a la playa. Habitaciones espaciosas con muebles de madera de Thomas Moser hechos a mano. Cocina diseñada por Nicole Sassaman. Cada vez que Dark cogía una cuchara —diseñada por Doriana O. Mandrelli y Massimiliano Fuksas— pensaba en los utensilios desparejados y ligeramente mellados con los que siempre había comido.

Antes de Sibby.

Su esposa, y la mujer de su vida.

Capítulo 17

La casa de tres habitaciones que Dark y Sibby compartían no estaba amueblada para presumir ante las visitas; era un refugio preparado con cariño, un lugar donde esconderse de todo. Cada una de las piezas que lo formaban se había escogido porque resultaba agradable a la mirada y al tacto. Dark casi nunca expresaba sus opiniones, pero Sibby de algún modo sabía con exactitud qué colores y texturas lo relajarían. Era prácticamente un caso de precognición. Dark se quedaba maravillado cada vez que regresaba a casa tras su retiro matutino.

Sibby entró en la habitación envuelta en una toalla y le sonrió.

—Has tardado más de lo habitual.

Ella siempre conseguía dejarlo sin habla. Sibby Dark era una belleza de piel color caramelo, pelo negro azabache y ojos tan intensos que era imposible apartar la mirada de ellos. Su cuerpo le resultaba infinitamente fascinante, pero era su alma lo que lo hacía sentirse como en casa con ella. Ya no estaba preocupado por si la contaminaba con su sufrimiento. Hacía mucho tiempo que ya no lo estaba; ella era inmune. Y además ejercía un efecto curativo sobre él.

Dark se esforzó por mantener la mirada puesta en ella mientras los perros lo golpeaban con sus suaves hocicos. A Dark le encantaba absorber hasta el último detalle de Sibby.

—Ya lo sé —dijo él—. No me he dado cuenta de la hora que era.

—Te has perdido el espectáculo.

«El espectáculo» formaba parte de su ritual matutino: Dark regresaba de la playa, se revolcaba con los perros al llegar, y luego subía al primer piso a tiempo de ver a Sibby desnudarse para meterse en la ducha. Empezó como una broma al poco de irse a vivir juntos; ella se puso a juguetear seductoramente con la goma elástica de sus braguitas antes de dejarlas caer por sus largas piernas. Dark sonrió y dijo bromeando que iría a buscar un dólar. A lo largo del último año y medio, el striptease había ido evolucionando hasta el punto de que ahora, la mayoría de las veces, Sibby ni siquiera llegaba a la ducha y Dark tenía que cerrar la puerta del dormitorio para dejar fuera a
Max
y
Henry
, que la arañaban y aullaban para que los dejaran entrar.

Dark consiguió liberarse de las moles caninas y se puso en pie. Puso las manos sobre los hombros de Sibby e inhaló la fragancia de su pelo recién lavado. Era uno de los aromas más embriagadores del mundo.

—Eh, cariño —dijo Sibby, y luego sonrió.

Se inclinó hacia delante para besarla, con cuidado de no presionar su barriga.

Su barriga de embarazada de ocho meses.

Sí, qué lejos había llegado.

Capítulo 18

Martes/22.00 horas

Era tarde. Sibby ya estaba casi dormida. Los perros también. Dark se dirigió hacia el balcón que había a un par de metros de la cama y abrió con cuidado la puerta corredera de cristal. En la oscuridad, oía las olas del Pacífico chocar contra la orilla.

—¿Qué haces? —preguntó Sibby.

—Sólo voy a tomar un poco el aire —respondió Dark.

—Vuelve a la cama. Quiero quedarme dormida entre tus brazos.

—Ahora voy.

El día había sido perfecto. Una enérgica sesión de sexo matutino, seguida de un almuerzo ligero y un rato de lectura en el balcón. Un vaso de vino —para él— a última hora de la tarde, y un poco de música en el salón —Sibby tenía una amplia colección de antiguos álbumes de jazz, la mayoría heredados de su padre— Charlie Parker, Dexter Gordon. Poco antes de que se pusiera el sol, Dark había masajeado las sienes, las manos y los pies de Sibby. Hasta el momento, el embarazo había sido muy llevadero y Sibby se mantenía en forma, pero la gestación causa estragos incluso en los cuerpos más sanos.

Sibby se había quedado dormida en el sofá y Dark la había llevado con delicadeza hasta la cama. Él siempre terminaba el día como lo empezaba: solo.

Aquél era el peor momento.

Las mañanas eran un autodesafío; una bendición; resultaban tonificantes. La soledad de las mañanas era tolerable porque sabía que Sibby estaría esperándole cuando regresara.

En cambio las noches, las incontables horas hasta el amanecer…

Estaban llenas de una angustia lenta. Y ahora, con Sibby de ocho meses, era todavía peor. Estaba agotada. Necesitaba descansar tanto como le fuera posible. Dark no podía ser tan egoísta de pedirle que se quedara despierta y le hiciera compañía.

De modo que intentaba distraerse como podía. A veces con un partido de baloncesto. De vez en cuando, con una vieja película en blanco y negro. La mayoría de las veces, con unos tragos.

Pero aquella noche era distinta.

Aquella noche tenía otra cosa.

«Así que nivel 26, ¿eh?».

Dark se colocó el portátil sobre las rodillas y lo encendió. El lápiz de memoria estaba en el bolsillo izquierdo de su chaqueta. Había permanecido allí todo el día, intacto. Dark había hecho todo lo posible por no pensar en él, sumergiéndose en la rutina diaria con Sibby, perdiéndose en sus caricias, sus fragancias, el sonido de su voz. Incluso cuando hacía algo tan simple como acariciarle el rostro con un dedo, de la frente a la barbilla, todo lo demás se desvanecía.

Aun así, no había podido evitarlo. A lo largo del día, su mente había vuelto una y otra vez a la visita sorpresa de Riggins. Por eso no había puesto a lavar la chaqueta fingiendo que se olvidaba en ella el dispositivo USB.

Dark se quedó mirando la pantalla mientras jugueteaba distraídamente con el anillo de oro que llevaba en el dedo.

¿Cómo podía no ver el vídeo?

Para abrir el dispositivo de memoria,

regístrate en NIVEL26.COM

e introduce la siguiente clave:
censored

Other books

Harvest Moon by Sharon Struth
Zero's Slider by Matt Christopher, Molly Delaney
El maestro del Prado by Javier Sierra
My Extraordinary Ordinary Life by Sissy Spacek, Maryanne Vollers
So Much Blood by Simon Brett
Empty Net by Toni Aleo
Captive Surrender by King, Rebecca
Parts Unknown by Rex Burns