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Authors: John Boyne

Tags: #Aventuras, histórico

Motín en la Bounty (61 page)

BOOK: Motín en la Bounty
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—Lo consideraba un hijo, me parece —observó el señor Zéla.

—Quizá. Algo parecido, en cualquier caso. Sé que jamás lo olvidaré.

—¿Y la isla? Tahití. ¿Piensa en ella con frecuencia?

—La llamábamos Otaheite, Matthieu —lo corregí—. Y sí, pienso en ella con frecuencia. Pienso en los hombres que dejamos atrás. En los amotinados a los que nunca se descubrió. Pero ya no siento rabia hacia ellos. Fueron tiempos extraños. Y los hombres se comportan de manera curiosa en esos climas. Me reservo toda la enemistad para Fletcher Christian.

—Ah —repuso el señor Zéla, asintiendo pensativo—. Por supuesto. El auténtico villano del episodio.

—El peor de todos los villanos.

—¿Y cree usted que será recordado como tal?

Enarqué una ceja.

—Por supuesto. ¿No se volvió acaso contra su propio capitán? ¿No tomó un barco que no le pertenecía? ¿No rompió el solemne juramento de su rango?

—Me pregunto si la historia registrará todo eso —comentó.

—No me cabe la menor duda —insistí—. De todas formas, a estas alturas sin duda está muerto. Ha pasado mucho tiempo. Su acto de villanía ha concluido y su infamia está asegurada.

Zéla esbozó una leve sonrisa y guardó silencio durante un rato. Cuando volvió a hablar, yo ya no pensaba en los tiempos de Bligh y Christian, sino en mi propia vida.

—¿Y usted, John Jacob, ha tenido una existencia feliz?

—Sí, y plena —repuse—. Y confío en que aún me quede mucho por delante. Tengo una esposa cariñosa, una prole de niños felices y sanos. Una carrera que me satisface plenamente. Me pregunto qué más podría desear del mundo.

—Lo recuerdo cuando era un muchacho. Aquella mañana en que nos encontramos en los puestos de libros de Portsmouth. Tuvimos una conversación, usted y yo, ¿la recuerda?

Retrocedí mentalmente treinta años y fruncí el ceño al recordar al niño que había sido antaño.

—No del todo —reconocí—. Fue hace mucho.

—Dijo que tenía pensado dedicarse a escribir. Y que algún día le gustaría ponerse manos a la obra. Mencionó algo sobre China, si no me equivoco.

Solté una carcajada al acordarme.

—Era un muchacho extravagante —repuse sacudiendo la cabeza, divertido.

—Así pues, ¿nunca cumplió su propósito? ¿Nunca escribió?

—No, señor —admití—. En lugar de ello me dediqué a navegar.

—Bueno, pues aún está a tiempo —añadió con una sonrisa—. Quizá todavía lo hará.

—No lo creo. No tengo cabeza para inventar historias.

—Entonces, tal vez podría simplemente recordar la suya. En el futuro tal vez haya gente a la que le gustaría leer sobre sus aventuras. Puede haber quienes quieran saber la verdad sobre los años que pasó usted en su primera expedición. —Echó un vistazo al reloj, uno mucho más elegante que el del día en que nos conocimos—. Me encantaría quedarme a charlar, pero por desgracia mi sobrino y yo tenemos asuntos que atender en Londres y saldremos en carruaje en menos de una hora.

Miré en la dirección que había indicado y vi a un joven de cabello oscuro de unos dieciséis o diecisiete años, de aspecto muy parecido al del señor Zéla, sentado no muy lejos esperando con paciencia a su tío.

—¿Puedo escribirle? —quise saber, levantándome para estrecharle la mano—. Me gustaría continuar con nuestra conversación.

—Por supuesto. Le enviaré mis señas a través del Almirantazgo. —Vaciló y me oprimió con fuerza la mano, mirándome fijamente a los ojos—. Me alegro muchísimo, señor Turnstile, de que su vida haya sido un éxito. Quizá hice una buena obra aquel día en los muelles de Spithead.

—No me cabe la menor duda, señor. No sé qué rumbo habría seguido mi vida de no haber tomado usted esa decisión.

Sonrió y asintió con la cabeza, pero no dijo más, y salió de la taberna seguido por su sobrino. Lo observé por la ventana marchar calle abajo y desaparecer de la vista; nunca volví a verlo o a saber de él. Si sus señas se perdieron o nunca las envió, no lo sé.

La conversación con el señor Zéla me estuvo rondando la cabeza durante días. Consideré lo que había dicho sobre dejar constancia de los sucesos de mi vida, pero no tardé en hacerme nuevamente a la mar y no dispuse de tiempo para eso. Una década después, sin embargo, estaba de vuelta en Londres y había dejado atrás mis días de navegante. Una batalla en el mar me había privado de la pierna izquierda, y aunque mi vida no se vio amenazada, a los cincuenta y cinco años me vi obligado a retomar una existencia más tranquila, que entrañó el solaz de los nietos y la gran satisfacción de un puesto en el Consejo del Almirantazgo, para seleccionar oficiales, elegir capitanes y asignar grandes tareas a hombres merecedores de ellas.

Por supuesto, también disponía de más tiempo libre que antes, de modo que volví a aquel día, y a aquella conversación, y me senté con pluma y papel y escribí una sola frase en el encabezamiento:

Había una vez un caballero, un tipo alto con cierto aire de superioridad, que acudía a la plaza del mercado de Portsmouth el primer domingo de cada mes con el propósito de reabastecer su biblioteca.

Y con eso empecé el relato de mis recuerdos, que parecen ahora haber llegado a su fin. Mi esperanza es que la verdadera personalidad del capitán Bligh haya emergido en estas páginas, así como la del villano Fletcher Christian, y que cuando las generaciones venideras tengan motivos para pensar en esos dos hombres, como sin duda sucederá, los elogios se sitúen donde es debido.

En cuanto a mí… He disfrutado de una vida larga y feliz, una vida que contó con la bendición de un encuentro casual con un hombre que me condujo al servicio de otro. Corrí muchas más aventuras en las décadas que siguieron —aventuras que llenarían miles de páginas, si mi pluma no estuviera ya cansada de escribir— pero lo cierto es que ninguna fue más excitante o maravillosa que las vividas en nuestra misión de ida y vuelta de Otaheite siendo yo un muchacho.

No obstante, esos días forman ya parte del pasado. Todavía debo mirar hacia el futuro.

FIN

Agradecimientos

Los siguientes libros me fueron de gran ayuda durante el proceso de escribir este libro:

Caroline Alexander,
La Bounty
(Editorial Planeta, 2002).

William Bligh y Edward Christian,
The Bounty Mutiny
(Penguin Classics, 2001).

ICB Dear y Peter Kemp,
The Oxford Companion to the Sea
, 2ª ed. (Oxford University Press, 2005).

Greg Dening,
Mr Bligh’s Bad Language
(Cambridge University Press, 1992).

Richard Hough,
Captain James Cook
(Hodder Headline, 1994) y
Captain Bligh & Mister Christian
(Hutchinson, 1972).

John Toohey,
Captain Bligh’s Portable Nightmare
(Fourth Estate, 1999).

Las transcripciones de los distintos juicios que se celebraron con relación al motín de la
Bounty
me fueron también sumamente útiles a la hora de construir mi relato de lo ocurrido a bordo.

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