Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (108 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Alrededor de la medianoche del día siguiente estalló el grito de júbilo y de la confesión en las tiendas cristianas, y la voz del pregonero ordenó que todos se aprestaran para el combate del Señor.Y así, celebrados los misterios de la Pasión del Señor, hecha confesión, recibidos los sacramentos y tomadas las armas, salieron a la batalla campal.Y desplegadas las líneas tal y como se había convenido con antelación, entre los príncipes castellanos Diego López con los suyos mandó la vanguardia; el conde Gonzalo Núñez de Lara con los freires del Temple, del Hospital, de Uclés y de Calatrava, el núcleo central; su flanco lo mandó Rodrigo Díaz de los Cameros y su hermano Alvaro Díaz y Juan González y otros nobles con ellos; en la retaguardia, el noble rey Alfonso y junto a él, el arzobispo Rodrigo de Toledo (…). En cada una de estas columnas se hallaban las milicias de las ciudades, tal y como se había dispuesto. El valeroso rey Pedro de Aragón desplegó su ejército en otras tantas líneas; García Romero mandó la vanguardia; la segunda línea,Jimeno Cornel y Aznar Pardo; en la última, él mismo, con otros nobles de su reino. El rey Sancho de Navarra, notable por la gran fama de su valentía, marchaba con los suyos a la derecha del noble rey, y en su columna se encontraban las milicias de las ciudades de Segovia, Ávila y Medina. Desplegadas así las líneas, alzadas las manos al cielo, puesta la mirada en Dios, dispuestos los corazones al martirio, desplegados los estandartes de la fe e invocando el nombre del Señor, llegaron todos como un solo hombre al punto decisivo del combate.

Cuando uno repasa hoy los movimientos de la batalla, tiene la impresión de estar ante una partida de ajedrez. El Miramamolín juega sus piezas: una tropa más numerosa, sin caballería pesada, pero con formaciones muy ágiles que atacan a la caballería cristiana por los flancos y, sobre todo, con arqueros letales que desorganizan a la vanguardia enemiga. Alfonso VIII tampoco es manco: la caballería cristiana despliega refuerzos en los flancos para protegerla de ataques, los infantes combaten mezclados con los caballeros para que el ataque enemigo no desorganice a las gentes de a pie. Son las tácticas que tanto los musulmanes como los cristianos han ido perfeccionando en Tierra Santa, en las batallas de las cruzadas, y que unos y otros conocen ya a la perfección. Para la historia militar, la batalla de Las Navas de Tolosa es un ejemplo de libro. Para nosotros, y por decirlo en dos palabras, la cosa consistía en lo siguiente: los españoles tenían que procurar alcanzar en masa compacta de caballería las líneas centrales enemigas, para aplastar al moro; los moros, por su parte, iban a intentar por todos los medios destrozar el ataque cristiano, dividiendo su fuerza, desorganizándola y, acto seguido, aniquilándola. Como en Alarcos.

Las tres alas del ejército cristiano cabalgaron contra el enemigo. La caballería española arrasó sin contemplaciones las primeras líneas de la fuerza mora, compuestas sobre todo por voluntarios que habían acudido a morir en la yihad, la guerra santa. Pronto llegaron al pie de las lomas donde se hallaba la fuerza central del Miramamolín. Pero ése era el momento que el hábil moro esperaba: con la caballería cristiana cansada por la cabalgata y, ahora, combatiendo cuesta arriba, al-Nasir ordena la carga de su mejor fuerza, los veteranos almohades, que se lanzan pendiente abajo, chocan con los cristianos, los clavan en el terreno y empiezan a desorganizar sus líneas. Era el movimiento previsto por el Miramamolín: con los cristianos inmovilizados, ahora todo sería tan sencillo como aniquilarlos a fuerza de flechas y piedras.

El primer movimiento cristiano parece haber fracasado.Alfonso VIII, el rey de Castilla, ve banderas en retirada. Le vuelve el recuerdo de Alarcos y cree que esa enseña que se retira es la de Diego López de Haro y sus vizcaínos. Pero no. Con el rey, en el puesto de mando, están el arzobispo de Toledo y un concejal de Medina del Campo que le sacan del error: esa enseña que huye no es la de López de Haro, sino la de las milicias de Madrid. El centro del ataque castellano se mantiene a pie firme. Eso sí, los de López de Haro atraviesan una dificil situación: rodeados de enemigos, en cualquier momento pueden convertirse en blanco de los arqueros moros. Entonces Alfonso VIII decide intervenir personalmente para dirigir la última carga. Son célebres sus palabras al arzobispo de Toledo, Jiménez de Rada: «Arzobispo, vos y yo aquí muramos».

Ése era el movimiento que Alfonso VIII se tenía guardado: una nueva masa compacta de caballería, salpicada de infantes y con el propio rey al frente, arrolla la línea de combate, disgrega la resistencia mora y se planta ante la última línea de defensa del Miramamolín, el palenque. Allí se encuentran con algo que a nosotros hoy nos sorprenderá, pero que ellos ya conocían: una gruesa empalizada fuertemente amarrada con cadenas y protegida por una línea de guerreros enterrados hasta la rodillas. Eran los imesebelen, que quiere decir los «desposados». No se trataba de esclavos, como dicen muchas fuentes, sino de voluntarios fanáticos que habían jurado dar su vida en defensa del islam y que se hacían enterrar así, hasta las rodillas, para evitar la tentación de huir y asegurarse el sacrificio luchando hasta la muerte. Murieron, claro.

Todo el éxito de la táctica mora dependía de una sola cosa: que la fuerza cristiana que llegara al palenque no fuera demasiado numerosa y, por tanto, no pudiera perforar la defensa. Para eso deberían haber bastado las reservas de veteranos almohades movilizadas por el Miramamolín. Pero Alfonso VIII había calculado muy bien los tiempos: ordenó su última carga cuando a los moros les quedaba ya muy poca fuerza por movilizar, de manera que las tropas cristianas que llegaron hasta el palenque, protegido por la empalizada y aquellos imesebelen, fueron muy numerosas. Los cristianos perforaron las defensas. La tradición dice que fue Sancho VII de Navarra el primero en romper aquellas cadenas, y aquí respetaremos la tradición. Una vez dentro, los moros ya no tenían nada que hacer: los arqueros y los honderos no tenían espacio fisico para usar sus armas, y nada podía oponerse entonces a una carga de caballería pesada. La escabechina debió de ser terrible. El Miramamolín, derrotado, huyó a toda prisa a lomos de lo primero que encontró: un burro. El arzobispo de Toledo y los demás clérigos presentes en el campo de batalla entonaron el Te Deum Laudamus.

La batalla de Las Navas de Tolosa fue fundamental en la historia de España y de Europa. Cualquier intento musulmán por recuperar el terreno perdido quedaba definitivamente desarbolado. Los pasos de Castilla hacia Andalucía quedaban en manos cristianas. Las querellas entre los reyes cristianos se resolvieron en la euforia del triunfo. Vencidos los almohades, Europa neutralizaba el peligro musulmán en Occidente. Por eso 1212 es una fecha decisiva en la historia de Europa y de España, un hito clave en la gesta nacional española.

Por cierto que no lejos de aquellos campos de Jaén, seiscientos años después, brotará otro de esos hitos: la batalla de Bailén.

Y esta historia se acabó (de momento)

La batalla de Las Navas de Tolosa hizo que la cristiandad occidental contuviera el aliento. La victoria de las armas cristianas suscitó un inmenso alivio en todo Occidente.Y sobre todo alivió a los reinos cristianos de España, que vieron desvanecerse de un plumazo la amenaza almohade. En buena medida, la larga marcha de la Reconquista acabó aquí, en Las Navas de Tolosa: los musulmanes seguían ocupando Al-Ándalus, pero perdieron toda capacidad para lanzar nuevas ofensivas. Esta vez el peligro de islamización de la Península quedaba definitivamente neutralizado.

Para los almohades fue un golpe definitivo por razones sobre todo de política interior. Nada hubiera impedido al Miramamolín formar un nuevo ejército con los voluntarios de las cábilas bereberes, pero esta vez el tropiezo había sido demasiado fuerte. En Al-Ándalus, las elites locales aprovecharon para manifestar su malestar con la prepotencia de los gobernantes bereberes. En África, mientras tanto, la derrota surtía el efecto letal de una maldición sobre la persona del propio califa. Todo había terminado para Muhammad al-Nasir.

Volvamos al escenario de la batalla, a Las Navas de Tolosa. Con el ejército almohade vencido y en fuga —y ya hemos contado aquí el formidable caos que eran las retiradas almohades, con sus ingobernables muchedumbres—, todo el campo quedó expedito para las armas cristianas. Alfonso VIII no levanta el pie del acelerador; con el botín tomado al enemigo aprovisiona a su ejército y en un solo día lanza a sus huestes contra varios objetivos simultáneamente:Vilches, Ferral, Baños, Tolosa… Inmediatamente después la coalición cristiana llega ante Baeza y Úbeda, que son arrasadas. Detrás, en los castillos capturados, quedan guarniciones estables que se ocuparán de mantener firme la frontera. Una frontera que ya ha descendido definitivamente hasta la línea de Sierra Morena.

La proyección cristiana hacia el sur habría sido seguramente más intensa si en aquellos años no se hubiera desatado algo imprevisible: una feroz hambruna acentuada por una epidemia de peste. Consta que la epidemia apareció en el mismo verano de 1212. Pocos meses después se intensificaba. El invierno de 1213 a 1214 padeció severas heladas.Y la primavera posterior, de marzo a junio de 1214, conoció una extrema sequía que arruinó las cosechas. Avituallar a las guarniciones avanzadas fue tarea dificilísima. ¿Quién organizó aquella misión imposible? El arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada. El caso es que, en aquellas condiciones, a nadie le convenía proseguir la guerra. Ni a los moros ni a los cristianos.

Los principales protagonistas de aquel gran episodio iban a durar muy poco. El primero en caer fue precisamente el gran perdedor: Muhammad al-Nasir, el Miramamolín, el emperador almohade. Derrotado en Las Navas, sin capacidad de reacción, regresó a Marruecos en cuanto pudo. Según parece, cuando llegó a Rabat preparó las cosas para abdicar de la corona y ceder el testigo a sus hijos. En todo caso, murió inmediatamente después; se dice que envenenado. El Imperio almohade recaía ahora en los hombros de un mozalbete de dieciséis años: su hijo AbuYakub II al-Mustansir.

Pedro II de Aragón también murió al año siguiente, en septiembre de 1213, envuelto en el problema cátaro: cayó en combate cuando el asedio de la ciudad de Muret, frente a las huestes de Simón de Monfort. El rey Pedro tenía sólo treinta y cinco años. Le sucederá en el trono su hijo Jaime, de apenas cinco años en aquel momento, y que será educado por los templarios mientras llega a la mayoría de edad. Con Jaime 1, Aragón vivirá momentos de enorme gloria.

Alfonso VIII de Castilla falleció un año después que Pedro, en octubre de 1214. Jiménez de Rada, que lo dejó escrito todo, también nos contó la muerte del rey Alfonso:

Habiendo cumplido cincuenta y tres años en el Reino el noble Rey Alfonso, llamó al Rey de Portugal su yerno para verse con él; y habiendo empezado su camino dirigido a Plasencia, última ciudad de su dominio, empezó a enfermar gravemente en cierta aldea de Arévalo que se llama Gutierre Muñoz, donde últimamente, agravado de una fiebre, terminó la vida y sepultó consigo la gloria de Castilla, habiéndose confesado antes con el Arzobispo Rodrigo, y recibido el sumo Sacramento delViático, asistiéndole Tello, obispo de Palencia, y Domingo, de Plasencia.

La muerte de Alfonso VIII dejaba una situación sucesoria muy dificil en Castilla. Su primogénito Fernando, aquel que escribió al papa para exponerle su voluntad de combatir al moro, había muerto antes de la cruzada de Las Navas, en Madrid, a los veintitrés años, víctima de una enfermedad desconocida. Muerto Fernando, la corona debía pasar al otro hijo varón de Alfonso, Enrique, que en 1214 tenía sólo diez años. Inmediatamente se hizo cargo de la regencia su madre, la reina Leonor de Plantagenet, pero ésta apenas sobrevivió unas semanas a la muerte de su marido. Y muerta también Leonor, la regencia debía pasar a la hermana mayor del rey niño Enrique.Ahora bien, resulta que la hermana mayor del rey era… Berenguela, la que fue reina de León.Y el problema estalló.

Recordemos: Alfonso IX de León se había casado con Berenguela, hija de Alfonso VIII de Castilla. En su momento fue una forma rápida y eficaz de aplacar las hostilidades entre Castilla y León. Pero Berenguela y el rey leonés eran primos, de manera que el matrimonio fue declarado nulo.Tuvieron un hijo: Fernando.Y Berenguela volvió entonces a la corte castellana. Ahora, 1214, se convertía de repente en regente de Castilla.

Como es fácil imaginar, para una buena parte de la nobleza castellana no era fácil aceptar como regente a una mujer que tenía un hijo con el rey de León. ¿Qué parte de la nobleza? Los terribles Lara, por supuesto, que maniobrarán una vez más para quedarse con la regencia de Castilla. Pero esto, a su vez, desatará los ánimos de otra parte de la nobleza, que no quería ver a los Lara ni en pintura. Castilla vivirá años turbios de pactos y contrapactos. Entre ellos, los Lara intentarán por dos veces casar al niño rey Enrique. El destino, sin embargo, jugará a todos una mala pasada.

Enrique era un niño: se comportaba como un niño y jugaba como un niño. Un día de junio de 1217, el muchacho, que contaba entonces trece años, peleaba con otros mozos en el palacio episcopal de Palencia.Y entonces ocurrió una desgracia como otras muchas que todos conocemos: un mozalbete lanzó una piedra, la piedra fue a estrellarse en la cabeza de Enrique y el niño, herido, falleció inmediatamente después. Un accidente; una tragedia familiar. Pero, además, un drama político, porque ahora Castilla se quedaba sin heredero.Y la corona, por ley, sólo podía pasar a una persona: Berenguela, la hermana mayor, la madre del niño Fernando de León.

Berenguela no quiso ser reina: expresamente renunció a la corona en favor de su hijo Fernando. Era una apuesta de enorme alcance: ese muchacho, que ya tenía entonces dieciséis años, podía ceñir sobre sus sienes las coronas de Castilla y de León a la vez. De momento, y como primera providencia, Berenguela se ocupará de preparar para su hijo un matrimonio de altura: el que contrajo con la princesa alemana Beatriz de Suabia, nieta de dos emperadores, Federico Barbarroja e Isaac II de Bizancio. Mucho más que una reina madre, doña Berenguela.

Y a todo esto, ¿qué pensaban en León de la marcha de las cosas? Alfonso IX, después de la batalla de Las Navas de Tolosa, se había dedicado sobre todo a resolver sus interminables problemas con los portugueses y a reconquistar cuanto pudiera en el área de Extremadura. En el momento de nuestro relato era aún un hombre joven —poco más de cuarenta años—, pero carecía de otros herederos varones que no fueran aquel Fernando, hijo de Berenguela, convertido ya en rey de Castilla. ¿Iba a legar Alfonso IX el Reino de León a un rey de Castilla? Alfonso intentó otra salida: legar la corona a sus hijas Sancha y Dulce poniendo a la Orden de Santiago como garante de la herencia. Pero era una solución extremadamente complicada. Cuando muera Alfonso IX, en 1230, a Fernando III le costará muy poco hacerse con el Reino de León.Y así Castilla y León formarán de nuevo un solo reino. Será ya para siempre.

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