Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (102 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Una vez más León se convirtió en el pimpampum de sus vecinos. Portugal, que nunca faltaba a la cita, invadió Galicia porTuy y llegó hasta Pontevedra, con la connivencia de una facción de la propia nobleza gallega. Por su lado, Castilla atacó por Benavente y después por Astorga; Al fonsoVIII llegó en su campaña a las mismas puertas de León.A todo esto, el papa Celestino, enterado de lo que estaba pasando, se tiraba de los pelos: él había pretendido llamar al orden al Reino de León para que abandonara toda tregua con los musulmanes y lo que había conseguido era que los reinos cristianos volvieran a pelearse entre sí. Decidido a acabar de una vez con el problema, Celestino III envía a España a su sobrino, el cardenal Gregorio de Santángelo, en calidad de legado. El cardenal viene con una misión diplomática muy clara: lograrla paz entre los reinos cristianos, volver a la unidad de acción y reemprender la guerra contra los musulmanes. No le resultará nada fácil conseguirlo.

León recuperará pronto los territorios perdidos. La diplomacia vaticana logrará sus objetivos. Pero el paisaje que acabamos de dibujar es elocuente: hondas grietas rompían a la cristiandad española.Y esas grietas, sólo aparentemente suturadas, iban a terminar conduciendo a un desastre sin paliativos.

El camino hacia Alarcos

Mientras en el norte los reinos cristianos se peleaban entre sí, en el surYusuf II hacía lo que tenía que hacer: construir un Estado, algo que los almohades apenas habían conseguido todavía en Al-Ándalus. Uno de los principales escollos deYusuf en Al-Ándalus eran los malikíes, es decir, los doctores de la ley islámica. Había una oposición doctrinal de fondo entre los almohades, que no aceptaban la interpretación única del islam, y los malikíes, que estaban en la postura contraria. Aquí Yusuf, cuya devoción nadie discutía, optó por una solución de compromiso: para asegurar la obediencia de Al-Ándalus, cedió a la presión de los malikíes. La operación se saldó, entre otras cosas, con el destierro de varios sabios del círculo del califa almohade, y especialmente Averroes, que se veía así exiliado por segunda vez. A cambio,Yusuf consiguió que nadie discutiera su derecho a exigir los impuestos que necesitaba para mantener a su costoso ejército.

Los embajadores de los reinos cristianos llevan años cruzando el Estrecho para negociar paces con los almohades. El califa almohade, por su parte, usa los tratados con unos y con otros como instrumento para guerrear mejor con los otros y los unos. Hoy tendemos a imaginar las treguas y paces de antaño con criterios contemporáneos. Grave error. En esta época toda paz es una preparación para la guerra inminente, lo mismo en el mundo musulmán que en el cristiano. Los almohades no han renunciado a extender su poder hasta las viejas fronteras del Tajo; los cristianos, por su parte, siguen peleándose por ver qué trozo del territorio moro reconquistarán.Y por eso toda la actividad diplomática que leoneses y castellanos despliegan ahora ante la corte deYusuf es en realidad una maniobra agresiva: se trata de tomar posiciones ventajosas para el próximo e inevitable conflicto.

Pese a la apariencia de paz en la frontera, la tensión aumenta sin tregua.A la altura de 1193 se llega a un punto sin retorno. En Marrakech, el califa almohade expulsa a los embajadores castellanos. ¿Por qué? Aparentemente, porque las reclamaciones de Castilla eran abusivas. Pero por debajo se están moviendo otras cosas: los llamamientos del papa a la unidad de los cristianos están ya dando sus frutos.Y así, mientras Castilla y los almohades rompen relaciones en Marruecos, en España los castellanos y los leoneses empiezan a ponerse de acuerdo después de largos años de conflicto.

¿Qué estaba haciendo exactamente el papa? ¿Cuál era la política pontificia en toda esta historia? La política de Roma se basaba en realidad en un programa muy simple: evitar todo conflicto entre cristianos y reforzar la lucha contra la expansión musulmana. Eso era así tanto en el este, en el escenario de las cruzadas de Tierra Santa, como en el oeste, en esta otra cruzada que era la Reconquista española. Para aplicar ese programa, Roma tenía que depender, en principio, de los poderes políticos, pues el papado carecía de potencia militar propia. Pero el papa tenía otras armas.Y no era sólo la autoridad espiritual que emanaba de Roma, sino también un instrumento propiamente bélico: las órdenes militares, cuyo carácter religioso era tan acentuado como su perfil guerrero.Y a las órdenes recurrirá Roma para aportar un plus de determinación cuando los reyes cristianos flaqueen.

Las órdenes militares debían obediencia al rey a los respectivos reyes de cada territorio—, pero su papel era propiamente supranacional, por así decirlo: siendo instituciones religiosas, sus funciones y competencias estaban por encima de cada reino y, de hecho, con frecuencia las veremos aparecer como garantes —armadas— de los tratados de paz entre los monarcas. A quien realmente debían obediencia las órdenes militares, por encima de los reyes, era al papa, y éste no dejará de utilizar esa posición de superioridad para apuntalar su propia estrategia. Así, en el año 1193, Celestino III pide a las órdenes militares españolas que continúen la lucha contra los musulmanes, lo cual da lugar a una ambigua situación en los reinos cristianos: mientras los monarcas tratan de pactar paces con el moro para pelear entre sí, en el sur, en la frontera, las órdenes militares guerrean contra los musulmanes. Evidentemente, esa situación no podía durar mucho.

Por otro lado, hay que decir que, en este caso, la perspectiva del papa era bastante más realista que la de los monarcas españoles. Porque mientras nuestros reyes andaban a la gresca por cuestiones fronterizas, el Imperio almohade hacía funcionar a pleno rendimiento su maquinaria militar. La amenaza en el sur era inminente.Y así, poco a poco, las hostilidades entre los reinos cristianos se enfrían. Los aragoneses han ocupado Ariza y los leoneses se han hecho fuertes en Salamanca y Ciudad Rodrigo, pero los movimientos bélicos se estancan muy pronto. ¿Por qué? Porque ya todo el mundo está mirando lo que pasa en el sur.

Comienza el año 1194. El papa consigue por fin la victoria diplomática que anhelaba: los reyes de Castilla y de León se han reunido en Tordehumos, Valladolid, y bajo la inspiración del legado papal, el cardenal Gregorio, han firmado una alianza que va mucho más allá de una simple tregua. El rey de Castilla, Alfonso VIII, devolverá al rey de León,Alfonso IX, los castillos ocupados en las guerras anteriores: Portilla, Alba, Luna… Así mismo, el castellano se compromete a que después de su muerte sean devueltas a León el resto de plazas ocupadas:Valderas, Bolaños de Campos, Villafrechós, Villarmenteros, Siero de Riaño y Siero de Asturias. Por su lado, el cardenal Gregorio concedía a León la propiedad de los castillos que entraron en el reino como dote de Teresa de Portugal, aunque el matrimonio de ésta con el rey de León había sido anulado.

¿Sólo ganaba León en este acuerdo? No: en Tordehumos se acordó también que si Alfonso IX moría sin descendencia, el rey de Castilla heredaría León, lo cual venía a ser tanto como reconocer a Castilla un estatuto de superioridad sobre el reino leonés. Por último, y para garantizar que todo esto se cumpliría, el acuerdo se puso bajo la vigilancia, una vez más, de las órdenes militares: León designaba al maestre de la Orden del Temple y Castilla al de la Orden de Calatrava, ambos con la misión expresa de guarnecer los castillos entregados como prenda de paz y obligar a los monarcas firmantes a respetar lo pactado en Tordehumos.

El pacto llega en el momento oportuno, porque la tensa paz de la frontera está a punto de estallar. Alfonso VIII de Castilla, que lo sabe, acaba de comunicar a los habitantes de las áreas fronterizas que deben prepararse para la guerra. En un lugar de Ciudad Real, sobre cierto cerro a cuyos pies corre el Guadiana, el rey ha empezado a construir la plaza fuerte de Alarcos.Y como la mejor defensa es un buen ataque, las huestes de Castilla penetran en tierras de Jaén y Córdoba y baten el valle del Guadalquivir hasta las mismas puertas de Sevilla. Al frente de estas tropas no iba el rey, sino el arzobispo de Toledo: don Martín López de Pisuerga.

El paisaje en el norte se pacifica. La alianza entre León y Castilla, principal baza de la estrategia papal, ha cambiado de golpe el panorama. Alfonso II de Aragón, que no tiene aspiraciones territoriales, detiene a sus tropas en el sur. En Pamplona, mientras tanto, ha muerto el rey de Navarra Sancho VI y le sucede su hijo Sancho VII, que de momento no tiene interés alguno en verse envuelto en problemas por el sur y, al contrario, mira con más interés el afianzamiento de la posición navarra en el norte, al otro lado del Pirineo. Como la coalición anticastellana se ha deshecho, también los portugueses se ven fortalecidos: ya no están solos en su pugna fronteriza con el islam.Y así la paz del norte trae consigo el anuncio de una guerra inminente en el sur.

El sur: ¿y qué pasaba en el sur? Pues pasaba que los gobernadores de Al-Ándalus cruzaban el mar, llegaban a Marrakech e informaban al califa almohade de todo lo que estaba sucediendo: el pacto entre los reyes cristianos, la frontera en estado de alerta, la campaña castellana por el Guadalquivir… Yusuf II vio con claridad que una enorme amenaza se cernía sobre sus fronteras: si todos los reinos cristianos actuaban a la vez, no habría ejército capaz de defender las tierras de Al-Ándalus.YYusuf II, estadista de talento, maniobró con rapidez. El caudillo almohade tenía en ese momento un fuerte ejército movilizado en dirección a Ifriquiya,Túnez, para castigar a los rebeldes de esa región. Sobre la marcha, la misión de ese ejército cambió: después de golpear en Ifriquiya, se dirigiría contra España.Terminaba el año 1194 y empezaba a dibujarse el escenario de la gran tragedia.

La batalla que nunca debió librarse

Los musulmanes pasan a la ofensiva. Acaba de empezar el mes de junio del año 1195. Los ejércitos del califa almohade embarcan en Alcazarsegur, no lejos de Ceuta. Su destino es el otro lado del Estrecho. Poco a poco las huestes almohades cruzan el mar y van desembarcando en Tarifa. Cuando el ejército está de nuevo reunido, marcha en una dirección concreta: Sevilla, la capital almohade en Al-Ándalus. Ésa será la base de la ofensiva. Lentamente las huestes de Yusuf caminan hacia la ciudad del Guadalquivir. Son decenas de miles. Pronto serán más.

Los almohades, ya lo hemos dicho, hacían las cosas a lo grande: combatían con ejércitos inmensos que buscaban en la superioridad numérica la clave de la victoria. Lo queYusuf II reunió en Sevilla era una auténtica muchedumbre: en torno a trescientos mil hombres entre jinetes y tropas de a pie. ¿Quiénes integraban ese inmenso contingente? Todo tipo de fuerzas: las tropas personales del califa, guerreros reclutados en las tribus bereberes, huestes regulares de las provincias de Al-Ándalus, mercenarios venidos de todas partes, voluntarios enrolados para morir en la «guerra santa»…

Al frente de este ejército inmenso, el califa parte de Sevilla y se dirige hacia el norte. La línea es la de siempre: Sevilla, Córdoba,Toledo… el viejo camino de guerra de los musulmanes. No cuesta imaginar el efecto que esta ingente muchedumbre de trescientos mil hombres debía de despertar entre los pobladores del valle del Guadalquivir. Así Yusuf II llega hasta Córdoba. Es el 30 de junio. La vieja capital del califato ya no es el ombligo de A1-Ándalus, pero sigue siendo una plaza de primera importancia.Y quien recibe a Yusuf en Córdoba no es un gobernador moro, sino un cristiano: Pedro Fernández de Castro, señor de Castro y del infantado de León, que añade sus propias huestes al ejército del califaYusuf. Pero ¿qué hacía un Castro en Córdoba?

¿Se acuerda usted de los Castro? Habían sido un linaje determinante en Castilla. Enfrentados a los Lara durante la minoría de edad de Alfonso VIII, habían terminado pasando al bando de León. Uno de ellos, Fernando Rodríguez de Castro, llamado en León «el castellano» y en Castilla «el leonés», había sido una personalidad decisiva en los tiempos de Fernando II: mayordomo mayor de León, señor de Trujillo, pieza clave de los acuerdos de León con los almohades, había terminado construyendo un amplio señorío personal entre el Tajo y el Guadiana. Más tarde, las posesiones de los Castro entre el Tajo y el Guadiana pasaron a Castilla y quedaron bajo el control de las órdenes militares.Y después del Tratado de Tordehumos, el hijo de este Fernando, Pedro Fernández de Castro, viendo que ya no le quedaba nada que rascar, se puso al servicio de los almohades. Por eso ahora Pedro Fernández de Castro estaba en Córdoba.Y al lado de los moros.

Las huestes del de Castro se disuelven en el ejército almohade como una gota en el mar. Las tropas de Yusuf abandonan Córdoba el 4 de julio y siguen su previsible camino hacia el norte. El paso de Despeñaperros espera a la muchedumbre sarracena. Los moros salvan la muralla natural con la seguridad de una fuerza imparable. Enseguida aparece anteYusuf la gran llanura manchega, el campo de Salvatierra. Desde allí, pocos días de marcha separan a los musulmanes de Toledo, la capital castellana. Pero en medio hay un obstáculo: la plaza fuerte de Alarcos.

Los cristianos saben queYusuf II avanza hacia el norte, pero conocen pocos más datos sobre el calibre de la ofensiva. ¿Cuántos son los moros? ¿Hacia dónde se dirigen? Los caballeros de Calatrava, guardianes de la frontera, salen a buscar información.Varios destacamentos de la caballería cristiana recorren las fronteras de La Mancha. Uno de esos destacamentos de calatravos se topa con la muchedumbre sarracena.Ven dónde están los moros, cuántos son, cuál es su camino… Pero ellos también han sido vistos por el enemigo. Dispuestos a vender caras sus vidas, los calatravos tratan de hacer frente a la ola musulmana. Serán anegados por ella: morirán aniquilados. Sin embargo, consiguen su propósito: Toledo recibe noticias precisas sobre la ofensiva almohade.Y esas noticias son terribles.

Alfonso VIII recibe con extrema alarma las informaciones que vienen de la frontera. Las defensas de Castilla en La Mancha no son lo bastante numerosas para hacer frente a la oleada y, además, están dispersas en los distintos castillos y plazas de la gran llanura. Si no se cierra cuanto antes el paso a los almohades, nada impedirá que la ola musulmana se derrame sobre el valle del Tajo. No es sólo Castilla, sino toda la cristiandad la que está en peligro. El rey se apresura a reunir en Toledo cuantas fuerzas puede. Además, y después de los últimos pactos, Alfonso sabe que cuenta con el apoyo militar de León, Navarra y Aragón. El objetivo estra tégico ahora sólo puede ser uno: presentar batalla y detener el avance almohade.Y el escenario también puede ser sólo uno: la plaza de Alarcos, el punto más meridional de la frontera castellana, la llave del valle del Tajo. La fortaleza de Alarcos estaba todavía en construcción, pero allí un ejército numeroso bien podría hacerse fuerte y contener la ofensiva enemiga… antes de que el enemigo haga acto de presencia.

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