Misterio En El Caribe (24 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: Misterio En El Caribe
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—¿Habla usted a solas? —inquirió mister Rafiel.

Miss Marple se sobresaltó. No se había dado cuenta de que aquél se le estuviera acercando. Apoyado en Esther Walters, el viejo se encaminaba lentamente a la terraza del hotel.

—No le había visto, mister Rafiel.

—Observé que sus labios se movían... ¿En qué ha quedado aquella prisa de que hacía gala?

—La urgencia subsiste. Lo que pasa es que no sé cómo...

—Supongo que su desorientación será pasajera. Bueno, ya sabe que si precisa de alguna ayuda puede contar conmigo.

Mister Rafiel volvió la cabeza. Jackson se aproximaba al grupo.

—Por fin aparece usted, Jackson. ¿Dónde diablos se mete que jamás logramos encontrarle a usted cuando nos es más necesario?

—Lamento lo ocurrido, mister Rafiel.

Moviéndose con destreza, el joven sustituyó a Esther Walters.

Mister Rafiel se sintió, a partir de aquel momento, más seguro.

—¿Desea ir a la terraza, señor?

—Lléveme al bar. Ya puede usted marcharse, Esther. ¿No quería cambiarse de ropa? Búsqueme en la terraza dentro de media hora.

Jackson y mister Rafiel se marcharon. La señora Walters se dejó caer en la silla que había junto a miss Marple, frotándose varias veces el brazo en que había estado apoyado el anciano.

—Mister Rafiel parece pesar poco, pero la verdad es que tengo este brazo entumecido. No la he visto en toda la tarde, miss Marple.

—He estado haciendo compañía a Molly Kendal —explicó miss Marple—. Da la impresión de encontrarse muchísimo mejor.

—Si quiere usted saber mi opinión, le diré que no creo que le pasara nada grave —declaró Esther Walters.

Miss Marple enarcó las cejas. Esther había hablado en un tono decididamente seco.

—Pero entonces... Usted piensa que su intento de suicidio...

—Yo no creo que hubiese ningún intento de suicidio, sencillamente —repuso Esther Walters—. No he creído ni por un momento que ingiriese una dosis excesiva de somnífero y estimo que el doctor Graham piensa igual que yo.

—Esa afirmación suya despierta mi interés. ¿En qué basa sus manifestaciones?

—Estoy convencida de que no me equivoco. ¡Oh! Se trata de algo que sucede muy a menudo. Es un procedimiento tan eficaz como cualquier otro de llamar la atención.

—«¿Estarás pesaroso cuando yo haya muerto?» —citó miss Marple.

—Una cosa por el estilo —replicó Esther Walters inmediatamente—. Sin embargo, me inclino a pensar que en este caso particular se trataba de algo distinto. Lo que ha insinuado usted es lo que sucede en un matrimonio cuando el marido es ligero de cascos y la esposa está muy enamorada de él.

—¿Es que no cree usted que Molly esté enamorada de Tim?

—¿Usted sí? —inquirió Esther Walters.

Miss Marple consideró detenidamente aquellas dos palabras y el tono con que había sido formulada la pregunta.

—Yo me había figurado que sí, quizás erróneamente —contestó.

Esther esbozó una sonrisita irónica.

—Sepa que me he enterado de algunas cosas respecto a su persona... —dijo.

—¿Gracias a la señorita Prescott?

—¡Oh!, llegaron a mi conocimiento por muy diversos conductos. Hay un hombre por en medio... Alguien a quien Molly quiso mucho, pero que se vio rechazado por sus familiares.

—Sí. Estoy enterada de eso.

—Más tarde, Molly contrajo matrimonio con Tim. Tal vez sintiese por él gran afecto en cierto modo. Pero el «otro» no renunció. En más de una ocasión me he preguntado: ¿Habrá sido capaz de seguirla hasta aquí?

—Es posible. Y..., ¿quién, quién es ese hombre?

—No tengo la menor idea sobre su identidad —manifestó Esther—. Me imagino que esa pareja debe haber adoptado algunas precauciones...

—¿Cree usted que Molly aún quiere a ese hombre?

Esther se encogió de hombros.

—Yo aseguraría que el individuo en cuestión es una «mala pieza» —declaró—. Ahora bien, así suelen ser muchísimas veces los sujetos que saben lo que hay que hacer para conquistar la voluntad de una mujer.

—¿Nunca le facilitaron particularidades sobre ese misterioso personaje?

Esther movió la cabeza.

—No. Nunca. Hay quien ha aventurado algunas suposiciones, pero no se puede sacar nada en limpio de ellas... Es posible que nuestro hombre fuese casado. Puede que se viese rechazado por tal circunstancia, o por llevar una vida irregular, o por haberse entregado a la bebida, o por ser un delincuente... ¡Vaya usted a saber! Una cosa debo advertirle, sin embargo: Molly se siente interesada todavía por él. He aquí un detalle del que estoy segura.

—¿Qué ha visto usted? ¿Qué ha oído? —se aventuró a preguntar miss Marple.

—Sé muy bien lo que me digo —repuso Esther.

Habíase expresado con sequedad, dando a sus palabras una entonación nada cordial.

—Esos crímenes... —empezó a decir miss Marple.

—¿No puede usted olvidarse de ellos un momento? —preguntó Esther Walters—. Ha conseguido interesar en los mismos al propio mister Rafiel. Vamos, olvídelos... De todas maneras no logrará averiguar nada más. ¡Oh! También de esto último estoy segura.

—Usted cree estar al cabo de la calle sobre todo esto, ¿eh? —inquirió hablando muy despacio.

—Ciertamente.

—¿Y no piensa que sería conveniente que dijese cuanto sabe? Habría que hacer algo...

—¿Por qué he de hablar? ¿Qué lograría con ello? No me sería posible probar nada. ¿Qué podría suceder de todas maneras? Además, actualmente, las personas que cometen algún delito recuperan la libertad sin muchas dificultades. No sé... Se habla de «responsabilidad disminuida» y de otras lindezas por el estilo. Unos cuantos años en prisión, muy pocos, y después a la calle, como si nada.

—Supóngase usted que por guardar silencio alguien más muere asesinado...

Esther hizo un gesto, denegando, un gesto que delataba una confianza absoluta en sí misma.

—Eso no sucederá, miss Marple.

—He aquí algo acerca de lo cual no puede usted abrigar la menor seguridad.

—Se equivoca. Y, sea como sea, no puedo comprender quién... —la señora Walters frunció el ceño—. Tal vez eso —añadió, inconsecuentemente, al parecer—sea considerado también un caso de «responsabilidad disminuida». Quizá no se puede evitar... Sí, claro, por el hecho de tratarse de una criatura mentalmente desequilibrada. ¡Oh! No sé a qué atenerme... Lo mejor sería que ella se marchase con quien fuera... Los demás nos esforzaríamos luego por olvidar ciertas cosas.

Esther consultó su reloj de pulsera, reprimiendo una exclamación de asombro. Púsose en pie.

—Tengo que ir a cambiarme de ropa todavía.

Y se dirigió hacia la casa.

Miss Marple fijó pensativa la mirada en su figura mientras se alejaba. Sus palabras se le habían antojado bastante enigmáticas... ¿Atribuía aquélla acaso la responsabilidad de la muerte del comandante Palgrave y de Victoria Johnson a una mujer? De sus palabras parecía deducirse eso. Miss Marple continuó reflexionando...

—¡Hombre! Aquí tenemos a miss Marple, sentada tranquilamente, sola... y sin hacer su habitual labor de aguja.

El doctor Graham, a quien había estado buscando infructuosamente largo rato, acababa de expresarse en aquellos términos. Espontáneamente, se disponía a sentarse frente a ella, seguro que con el propósito de hacerle compañía unos minutos. Miss Marple se dijo que su charla sería breve, ya que él tendría que ir a su «bungalow» para cambiarse de traje, con vistas a la cena, y solía ser de los huéspedes que se presentaban a primera hora en el comedor. Comenzó explicándole que se había pasado la tarde junto al lecho de Molly Kendal.

—Me extraña muchísimo que haya podido recuperarse tan rápidamente —declaró luego.

—Bueno... No hay por qué sorprenderse. En realidad, ¿sabe, usted?, no ingirió una dosis exagerada de somnífero.

—¿Cómo es eso? Yo tenía entendido que se había tomado medio frasco de píldoras.

En el rostro del doctor Graham apareció una sonrisa de indulgencia.

—Yo no pienso que tomara tantas. Me atrevería a decir que en un principio, probablemente, eso fue lo que se propuso. Después, sin duda, desistió de ello, deshaciéndose de la mayor parte. Los presuntos suicidas no son tan decididos como pudiera suponerse. Se resisten interiormente a afrontar el fin. En ocasiones como ésta la dosis calculada queda por debajo de la prevista. No es que se engañen deliberadamente, no. Es que el subconsciente vela por su integridad física...

—¡Oh! ¿No podría ser una cosa proyectada con un objetivo determinado? Quizás ella quisiera haber dado la impresión de que...

Miss Marple guardó silencio de pronto.

—Es posible —confirmó el doctor Graham.

—Tal vez ella y Tim hubiesen reñido y...

—Tim y Molly no discuten nunca. Parecen quererse mucho. Naturalmente, en alguna ocasión aislada puede ser que surjan puntos de vista distintos entre ellos. No hay una sola pareja humana que no pase por eso. ¡ Ah! Me resisto a creer ahora que Molly se encuentre tan mal que no pueda levantarse e ir de un lado para otro, como de costumbre. Esto, ya lo sé, no es conveniente, sin embargo. Sí. Vale más que permanezca acostada un día o dos, descansando...

El doctor Graham se puso en pie, saludó a miss Marple con una leve reverencia y echó a andar hacia el hotel. Ella continuó sentada durante unos minutos más en el mismo sitio.

Cruzaron varias ideas por su cabeza... Pensó en el libro que había hallado bajo el colchón del lecho de Molly; en el momento en que ésta fingiera estar durmiendo... Recordó las cosas que le había dicho Joan Prescott y, más adelante, Esther Walters...

Trasladóse luego mentalmente al principio de todo, evocando la figura del comandante Palgrave.

Algo impreciso forcejeaba en su cerebro, pugnando por abrirse paso. Y tratábase de
algo
relativo al comandante Palgrave...

Si lograra al menos llegar a recordarlo...

Capítulo XXIII
 
-
El Último Día

«
Y la mañana y la noche fueron las del último día
», se dijo miss Marple. Luego, ligeramente confusa, se irguió en su silla. Había estado dormitando, algo increíble, pues la orquesta del hotel no había dejado de tocar un momento y la persona capaz de tal hazaña... Bien. Esto demostraba que miss Marple se iba acostumbrando a aquel lugar. ¿Qué era lo que había estado diciéndose? Probablemente se trataba de una cita que no recordaba al pie de la letra. ¿El último día? El
primer
día. No... no era aquél el primer día... Y posiblemente tampoco el último.

Irguióse un poco más. La verdad era que se sentía extraordinariamente fatigada. Se dedicó a analizar aquella ansiedad que sentía, la impresión que experimentara de notarse desplazada en algún sentido... Recordó, molesta, una vez más, aquella mirada que sorprendiera en los ojos de Molly, entreabiertos. ¿Qué era lo que había pasado por la cabeza de aquella chica? Miss Marple pensó: «¡Qué distinto le había parecido todo al principio!» Tim Kendal y Molly se le habían antojado dos felices jóvenes, que formaban una pareja perfecta. Y en los Hillingdon había visto unas personas sumamente agradables, bien educadas... ¿Y qué decir del alegre Greg Dyson y de la risueña Lucky, que hablaban por los codos, que parecían encantados de ser como eran, que parecían hallarse a gusto dentro del mundo en que les había tocado vivir...? El cuarteto se llevaba a las mil maravillas. Sí. Esto había pensado nada más conocerles. El canónigo Prescott... ¡Qué hombre tan cortés! Su hermana, Joan, resultaba algo agria en ocasiones, pero en fin de cuentas se le figuró una buena mujer, y son muchas las buenas mujeres que cifran todas sus distracciones en las chismorrerías. Han de saber qué es lo que sucede a su alrededor, y cuándo dos y dos son cuatro, y si es posible estirar este resultado hasta cinco. Tales personas no suelen hacer daño a nadie nunca: Sus lenguas no descansan normalmente, pero son piadosas para el caído en desgracia. De mister Rafiel cabía asegurar que era un hombre de carácter, un hombre al que se podía olvidar difícilmente una vez se le conocía. Sin embargo, a miss Marple se le ocurrió pensar ahora que en realidad sabía muy pocas cosas con respecto a él.

Tiempo atrás los médicos habían abrigado escasas esperanzas acerca de su restablecimiento. Ahora eran ya más exactos en sus predicciones. Mister Rafiel sabía que sus días estaban contados.

En virtud de tal certeza, ¿habría decidido el anciano emprender ciertas acciones cuyo alcance escapaba a miss Marple?

Ésta consideró detenidamente la pregunta que acababa de formularse.

Quizá la respuesta correspondiente revistiese una gran importancia. ¿Qué era concretamente lo que él le había dicho? Recordaba haberle oído levantar la voz. Había hablado muy seguro de sí. En lo tocante a las entonaciones miss Marple era una criatura auténticamente experta. Se había pasado muchísimas horas a lo largo de su vida escuchando...

Mister Rafiel le había dicho algo que no era verdad.

Miss Marple miró a su alrededor. La suave brisa nocturna inundó sus pulmones, refrescándolos. Percibió el perfume entremezclado de las flores. Contempló las mesitas, con las luces. Estudió las figuras de las mujeres, cubiertas con sus lindos vestidos de noche. El de Evelyn, muy ajustado a su cuerpo, era oscuro. Lucky vestía de blanco; sus dorados cabellos brillaban. Todo el mundo parecía contento y lleno de vida. Hasta Tim Kendal sonreía cuando se acercó a su mesa para decirle:

—No sé cómo agradecerle cuanto ha hecho por nosotros. Molly vuelve a ser prácticamente la de antes. El doctor ha dicho que mañana podrá levantarse ya.

Miss Marple correspondió a las anteriores palabras con una sonrisa, manifestando que la alegraban mucho aquellas noticias. No obstante, le costó trabajo hacer aquel gesto. Decididamente, estaba muy fatigada...

Se levantó, encaminándose lentamente a su «bungalow». Le habría gustado continuar reflexionando, hacer cabalas, insistir en sus esfuerzos por recordar, probar a conjuntar determinados hechos, palabras y miradas. Pero no se sentía capaz de tal hazaña. Su cansada mente se le rebelaba. Ésta le ordenaba escuetamente: «¡A dormir! ¡Tienes que dormir!»

Miss Marple se desnudó, tendiéndose en su lecho. Luego tomó el «Kempis», que se encontraba sobre su mesita de noche, leyendo unos cuantos versículos del mismo. Seguidamente apagó la luz. Sumida en la oscuridad de la habitación musitó una plegaria. Ella sola no podía hacerlo todo. Andaba precisada de ayuda.

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