Read Misterio del collar desaparecido Online
Authors: Enid Blyton
Fatty se puso en pie de un salto.
—Bets, tienes razón. Yo tenía esa misma idea en mi cerebro, y ahora que tú la has expuesto en voz alta estoy seguro de que aciertas. ¡Apuesto a que el collar está allí! ¡Qué lista eres, Bets!
Todos corrieron hacia la majestuosa figura de cera de la reina Isabel cuyo cuello estaba adornado con collares de todas clases. Entre ellos había uno de doble vuelta de hermosas perlas y con el cierre de diamantes... por lo menos los niños creían que eran diamantes. Fatty alzó el collar con sumo cuidado, y se lo quitó a la figura de cera, después de abrir el broche.
Las perlas brillaban suavemente. Incluso los ojos de los niños vieron claramente que no eran baratas, compradas en un almacén. Eran verdaderamente preciosas.
—¡Éstas deben de ser las perlas desaparecidas! —exclamó Fatty triunfante—. ¡Tienen que serlo! Cielos, y nosotros las hemos encontrado! ¡Hemos resuelto el misterio! ¿Qué dirá el inspector? Vamos a telefonearle enseguida.
Y saliendo por la ventana montaron corriendo en sus bicicletas. Fatty llevaba el precioso collar en su bolsillo. Apenas podía creer que lo hubiesen encontrado realmente... ¡y en semejante sitio! Tan «sencillo».
—Pero muy bien ideado —dijo Fatty—. Pensar que hoy ha estado a la vista de todo el mundo... ¡y nadie lo ha adivinado! ¡Estaba más seguro en el cuello de la reina Isabel, que en cualquier otra parte!
—¡Mirad... ahí está Goon! —exclamó Larry.
—¡Y el inspector Jenks viene con él! —dijo Bets, encantada—. ¿Se lo decimos?
—Dejadme a mí —ordenó Fatty—. Buenas tardes, inspector. ¿También usted ha venido a buscar el collar?
—Federico —repuso el inspector—. Tengo entendido que esta tarde estuviste persiguiendo en bicicleta a un miembro de la banda al que llaman el Número Tres, ¿es cierto eso?
—Sí, inspector —replicó Fatty—. Con el señor Goon.
—Bien, pues desgraciadamente logró despistar al señor Goon —dijo el inspector—. El señor Goon me telefoneó y he venido, porque es necesario que yo no pierda de vista al Número Tres, puesto que sabemos que conoce el escondite de las perlas. ¿Por casualidad no has vuelto a ver a ese hombre, después de tener el pinchazo?
—No, señor —contestó Fatty—. No he vuelto a verle.
El inspector lanzó una exclamación de contrariedad.
—«Hemos» de encontrar al Número Tres. Hemos descubierto que él es el cabecilla, el hombre que más buscamos. Y si ahora coge esas perlas, estén donde estén, y escapa, más pronto o más tarde volverán a empezar los robos. No le costará organizar una nueva banda.
El señor Goon parecía muy abatido además de sudoroso y cansado.
—Es un individuo muy inteligente, inspector —dijo—. Muy inteligente. No comprendo cómo pudo despistarme.
—No importa, señor Goon —le dijo Fatty para consolarle—. «Yo» puedo decir al inspector dónde están las perlas y cómo podrá usted detener al Número Tres si lo desea.
El señor Goon miraba a Fatty sin dar crédito a sus oídos.
—¡Bah! —exclamó—. Me tenéis harto. Siempre diciendo tonterías. ¡No creo ni una palabra!
—¿Qué quieres decir, Federico? —dijo el inspector, sobresaltado.
Fatty sacó el collar de perlas de su bolsillo, y el señor Goon, tragando saliva, abrió los ojos más que nunca. El inspector también estaba sorprendido mientras tomaba las perlas de manos de Fatty. Todos los niños los rodearon excitados.
—¡Federico! ¡Éstas «son» las perlas desaparecidas! Una doble hilera de las mejores perlas. Mi querido amigo... ¿y dónde las encontraste?
—¡Oh...! Estuvimos jugando un poco a «¿Dónde está el dedal?» con la pequeña Bets... y ella nos dijo dónde estaban —dijo Fatty, y el señor Goon lanzó un gruñido, incrédulo—. Estaban alrededor del cuello de la reina Isabel en la exposición de figuras de cera, inspector... un lugar muy apropiado. ¡Y Bets lo adivinó!
—Desde luego que es un lugar estratégico —replicó el inspector—, y una ocurrencia muy buena la tuya, pequeña Bets —dijo volviéndose a la niña que estaba encantada—. Hoy deben haber estado brillando ante los ojos de cientos de personas... ¡y nadie ha sabido adivinarlo! Pero ahora, dime, Federico..., ¿cómo supones tú que podemos echar el guante al Número Tres?
—Pues, verá, inspector... él sabe que las perlas están escondidas en la exposición de figuras de cera —dijo Fatty—. Y puede que también sepa que estaban alrededor del cuello de la reina Isabel... de manera que volverá a buscarlas cuando todos se hayan marchado y la exposición esté vacía y a oscuras. ¡Oh!, Inspector..., ¿podría ir esta noche a esconderme a la exposición cuando ustedes vayan a detenerle?
—No —repuso el inspector—. Me temo que no. Tendré tres hombres apostados allí. Cuide de eso enseguida, Goon. Y, estoy seguro de que podemos felicitar a los Pesquisidores por resolvernos nuestros problemas de una manera que merecen grandes elogios..., ¿no opina usted lo mismo, Goon?
Goon murmuró algo que sonó así como:
—¡Bah!
—¿Qué ha dicho usted, Goon? —dijo el inspector—. Supongo que estará de acuerdo conmigo, ¿no?
—Er..., sí..., inspector —se apresuró a responder Goon adquiriendo su característico color púrpura—. Ahora iré a buscar a los hombres.
Salió corriendo, y los niños vieron que incluso el cogote lo tenía enrojecido. El inspector se guardó las perlas en el bolsillo y los miró sonriente.
—Bueno, una vez más lo habéis hecho estupendamente bien —les dijo—, aunque debo confesar que estaba un poco enojado contigo, Federico, por arriesgarte sin necesidad. Sin embargo, como de costumbre, habéis utilizado vuestros cerebros y nos habéis ayudado mucho. Especialmente la pequeña Bets, si es que verdaderamente adivinó dónde podía estar el collar.
—¡Oh, claro que sí! —dijeron todos, incluso Pip. Y Bets se puso como un tomate de satisfacción. ¡Era la más joven de los Pesquisidores... pero tan buena como cualquiera de ellos!
—Ahora, puedo confiar en que respetaréis mis deseos y no os acercaréis a la exposición de figuras de cera esta noche —dijo el inspector enarcando las cejas, y todos asintieron vigorosamente,
—Puede usted confiar en nosotros, inspector. Pero mañana por la mañana díganos si han cogido al Número Tres, ¿quiere? —le dijo Fatty.
A la mañana siguiente los Pesquisidores supieron lo que había ocurrido. El Número Tres se había presentado en la exposición a medianoche. Se acercó a la reina Isabel, y estuvo buscando entre los collares que pendían de su cuello... ¡y mientras buscaba salieron tres hombres robustos y le capturaron!
—Ahora está en una celda reflexionando tristemente sobre sus delitos —les dijo el inspector por teléfono—. Tenemos a toda la banda... y también el collar. ¡Buen trabajo! Desde luego que no hubiésemos podido hacerlo sin los Pesquisidores. ¿Qué os parece si ingresarais en el cuerpo de policía? ¡Trabajaríamos juntos!
—¡Oh, cómo me gustaría si pudiéramos! —exclamó Bets después—. Supongo que no lo habrá dicho en serio, ¿verdad, inspector?
—¡Y ahora pensar que tenemos que ayudar a hacer las maletas para volver al colegio! —dijo Pip con disgusto—. Después de nuestro magnífico trabajo detectivesco, hemos de ir a aprender los principales ríos del mundo, la fecha en que la reina Isabel subió al trono, cuánto trigo crece en el Canadá y...
—No importa... las próximas vacaciones tendremos otros misterios que resolver —replicó Bets, feliz—. ¿No es verdad, Fatty? Fatty sonrió.
—Eso espero, pequeña Bets —le dijo—. ¡Eso espero!
Y yo también. ¡Tendría una «gran» desilusión si no fuese así!
F I N