Misterio del collar desaparecido (11 page)

BOOK: Misterio del collar desaparecido
13.27Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Claro que no. Os he esperado —dijo Fatty sacando el cigarrillo en su bolsillo.

El cigarrillo era bastante grueso. Había tabaco en cada uno de sus extremos, pero cuando Fatty hubo sacado un poco de tabaco, descubrió que el centro del cigarrillo no contenía tabaco... ¡sino un rollo de papel!

—¡Oh! —exclamó Bets que estaba tan emocionada que apenas podía respirar—. ¡Un mensaje secreto! ¡Oh, Fatty!

Fatty desenrolló el papel alisándolo con la mano, y los cinco se inclinaron sobre él. «Buster» también quiso saber de qué se trataba, pero nadie le hizo el menor caso.

El mensaje resultó ser muy complicado y desconcertante. Todo lo que decía era:

«Uno bote de betún negro.

Una libra de arroz.

Una libra de té.

Dos libras de jarabe.

Un saquito de harina.»

—¡Vaya! ¡Sólo es una lista para una tienda! —exclamó Daisy—. Igual a la que nos da mamá a Larry y a mí cuando vamos a comprar. ¿Qué significa esto, Fatty?

—No lo sé —replicó Fatty—. Tiene que significar algo. Espero que no sea una clave secreta.

—¿Qué es una clave secreta? —preguntó Bets.

—¡Oh, pues un medio de escribir mensajes para que no los entienda nadie más que la persona que lo recibe! —repuso Fatty—. Pero no sé por qué, no creo que ésta sea una clave. Al fin y al cabo debía leerlo y entenderlo ese viejo y estoy seguro de que su inteligencia no llega para descifrar claves.

—¿No podría haber otro mensaje escrito con tinta secreta? —exclamó Pip de pronto—. Ya sabes que tú me enseñaste a escribir mensajes secretos entre las líneas de una carta ordinaria, ¿no es cierto, Fatty? Bueno, pues, ¿no podría haber un mensaje escrito entre estas líneas, con tinta invisible?

—Sí, es posible —replicó Fatty—. ¡Y eso es lo que creo que encontraremos! Bien, Pip. ¿Puedes darme un hierro caliente? Si lo pasamos sobre el papel aparecerá el mensaje.

Pip echó a correr. Precisamente Gladys estaba planchando en la cocina, y aunque se quedó muy sorprendida cuando Pip le pidió prestada la plancha caliente por unos minutos, se la dejó. Llegó corriendo a la glorieta con la plancha en la mano.

—¡Ya lo tengo! —exclamó—. Aquí tienes. Pon el papel bien plano sobre la mesa de madera. Eso es. Ahora yo pasaré la plancha por encima.

Pasó la plancha caliente por encima del pedazo de papel. Luego lo cogió para mirar el mensaje.

—¡Mirad... está apareciendo otro entre las líneas del anterior! —dijo Daisy, excitada—. ¡Plánchalo otra vez, Pip, deprisa! ¡Oh, esto es demasiado emocionante para hablar!

Pip volvió a planchar el papel... y esta vez apareció otro mensaje con toda claridad. Las palabras iban surgiendo en un extraño color gris-castaño, y comenzaron a desaparecer casi en cuanto los niños las hubieron leído.

«Dilo al Número 3. Exposición figuras de cera, martes nueve noche. — Número 5.»

—¡Cáscaras! —exclamó Pip—. ¡Mirad esto! Dile al Número 3. Ése debe ser un miembro de la banda. Y el número 5 otro.

—Exposición figuras de cera, martes, a las nueve noche —dijo Fatty, y sus ojos brillaron—. De manera que ése es uno de sus lugares de reunión. En la exposición de figuras de cera. ¡«Ahora» ya sabemos algo!

—Sí —dijo Bets—. ¿Para qué se reunirán, Fatty?

—No lo sé... pero he de descubrirlo —replicó Fatty—. ¡Porque yo estaré allí el martes por la noche!

CAPÍTULO XIII
EN LAS GARRAS DEL SEÑOR GOON

Los niños se excitaron mucho al oír las palabras de Fatty.

—¡Qué! ¡Ir a la exposición de figuras de cera y asistir a la reunión de la banda! —exclamó Larry—. ¡No te atreverías! ¡Te descubrirían por mucho que te escondieras!

—Es el único medio de descubrir quiénes son de la banda —repuso Fatty—. Yo les veré, les oiré hablar y trazar sus planes... ¡palabra que hemos tenido «suerte»!

—No es de extrañar que Goon quisiera apoderarse de ese cigarrillo —comentó Daisy—. ¡Hubiera dado cualquier cosa por conocer este mensaje!

—Se estará preguntando qué es lo que habrá hecho de él aquel pobre viejo —dijo Fatty sonriendo—. Le habrá registrado de la cabeza a los pies... ¡pero no habrá encontrado el cigarrillo!

Estuvieron hablando animadamente durante un rato y luego Fatty dijo que debía ir a su casa para quitarse aquellas ropas calurosas y malolientes. Los otros le acompañaron hasta la verja dejando a «Buster» atado en la glorieta.

Entretanto el señor Goon había sufrido una gran desilusión. No encontró ningún cigarrillo encima de aquel viejo, y estaba furioso e intrigado y gritaba al pobre anciano con el rostro cada vez más enrojecido.

—Te quedarás aquí hasta que me digas lo que has hecho de ese cigarrillo, ¿entiendes? —gritaba—. Te encerraré hasta que hables. Vamos... ¿me lo dices ahora?

El viejo se había sumido en un mutismo absoluto. No sabía nada de ningún cigarrillo, no había estado sentado en el banco, ni sabía tampoco de qué le hablaba aquel policía malhumorado. Así que enmudeció, lo cual puso a Goon más furioso que nunca.

—¡Bien! —exclamó Goon al fin poniéndose en pie—. Mañana, volveré a hablar contigo.

Y yendo a su casa se puso el uniforme, y luego decidió ir a ver a «ese niño Larry» y preguntarle si también él había observado cómo aquel hombre entregaba un cigarrillo al viejo aquella tarde. Al señor Goon no dejaron de intrigarle las enérgicas negativas del viejo respecto al cigarrillo, pero Larry podía haberle visto y servirle de testigo.

Pero Larry no estaba en su casa.

—Pregunte en casa Hilton —le dijo la madre de Larry—. ¡Oh!..., espero que los niños no se hayan portado mal, señor Goon.

—Er... no... por un milagro, esta vez no, señora —replicó Goon alejándose majestuosamente.

Llegó a casa de Pip en el momento en que los niños acompañaban a Fatty, aún disfrazado de viejo, hasta la puerta de la verja. Fatty miró a Goon, y Goon le miró a él sin poder dar crédito a sus ojos. ¡Vaya! ¿Acaso no acababa de encerrar a aquel hombre? ¡Y allí estaba otra vez, libre y paseando! El señor Goon comenzó a pensar que estaba viviendo una horrible pesadilla.

—Er... buenas tardes, señor Goon —le dijo Larry, pero el señor Goon no le hizo caso.

—¡Eh, tú! —dijo agarrando a Fatty de un brazo—. ¿Cómo has escapado? ¿Acaso no acabo de encerrarte? ¿A dónde vamos a ir a parar, eso es lo que quisiera saber! ¡Acabo de encerrarte y te encuentro paseando con la mayor frescura!

El señor Goon estaba tan sorprendido y extrañado que a Fatty le entraron unas ganas terribles de echar a reír. Estaba perdido y no sabía qué decir.

—«¿Quéeesto?» —dijo al fin llevándose la mano detrás de la oreja.

Aquello fue demasiado para el señor Goon, y cogiendo a Fatty por el cuello de su chaqueta le hizo avanzar rápidamente por el camino.

—¡Ya te has burlado bastante de mí! —dijo el contrariado Goon—. No sé cómo habrás salido... pero voy a encerrarte otra vez... ¡y esta vez yo mismo cerraré la puerta con llave! ¡Y allí te quedarás hasta que recuperes el sentido común, así tardes un mes!

A Fatty aquello no le gustó nada, y no sabía si descubrir o no a Goon el secreto de su disfraz, pero antes de que hubiera tomado una determinación ya estaban en la comisaría. El señor Goon abrió una puerta y Fatty fue introducido en una habitación estrecha y oscura.

¡Y allí estaba el verdadero viejo, que se quedó mirando a Fatty de hito en hito! El viejo dejó escapar un gemido. ¡Empezaba a creer que debía haberse vuelto loco! ¡Pues no estaba allí contemplándose a sí mismo! ¿Qué es lo que ocurría?

El señor Goon oyó el gemido y miró dentro de la habitación... ¡y entonces vio a los «dos» hombres! Exactamente iguales como dos guisantes de la misma vaina. El señor Goon dejóse caer pesadamente en una silla enjugándose la frente con un enorme pañuelo. Estaba aturdido. Cigarrillos que desaparecían, hombres que encerraba y hombres que se escapaban... ahora dos viejos exactamente iguales... bueno, el señor Goon comenzó a creer que estaba dormido y soñando en su propia cama y en su propia casa, y deseó ardientemente poder despertar pronto.

—¡Sáqueme de aquí! —exclamaba el auténtico anciano, y quiso pasar por delante de Goon, pero éste le sujetó. No iba a consentir que hubiera más desapariciones. Pensaba llegar a «la raíz de la cuestión».

Fatty, viendo que las cosas habían llegado ya bastante lejos, y no deseando que sus padres se enterasen de que había estado encerrado en la comisaría, habló al señor Goon con su voz natural, dando al pobre hombre otro susto de muerte.

—¡Señor Goon! ¡Yo no soy un viejo de verdad, sino Federico Trotteville!

El señor Goon se quedó boquiabierto, y tragó saliva un par de veces mirando fijamente a Fatty como si no pudiera dar crédito a sus ojos. Fatty se arrancó la barba, y el señor Goon pudo ver que en efecto era Fatty. Arrastró al niño fuera de aquella oscura habitación, cerró la puerta de golpe, echó la llave y llevó a Fatty a su despacho.

—¡Ahora me explicarás el significado de todo esto! —le dijo.

—Bueno— dijo Fatty—, es una larga historia, pero se lo contaré todo, señor Goon —y se puso a contarle todo lo que los Cinco Pesquisidores habían hecho, y de cómo se había disfrazado de viejo para sentarse en el banco y conseguir el mensaje de la banda.

—¿Qué hay de ese cigarrillo? —preguntó el señor Goon cuando hubo recuperado un poco de aliento—. ¡Eso es lo más importante!

—¿De veras? —dijo Fatty simulando sorprenderse—. Pues, naturalmente, lo deshicimos, señor Goon, y dentro encontramos una nota sin importancia... tan sólo una lista para un colmado. Sufrimos una terrible desilusión; ya puede figurárselo.

Fatty no pensaba decir al señor Goon que él y los otros habían descubierto el verdadero mensaje... las líneas escritas con tinta invisible. No, eso lo guardaría para sí, iría para ver que lograba averiguar en la reunión del martes noche. Deseaba descubrir el misterio, él, Fatty, el jefe de los Pesquisidores, sin detenerse a pensar si era o no peligroso.

El señor Goon cogió el mensaje, lo extendió, y frunció el ceño. Lo estuvo leyendo varias veces.

—Debe ser una clave —dijo—. Miraré mi libro de claves. Déjame este papel.

—Er... bueno... voy a irme ya —dijo Fatty tras haber contemplado durante varios minutos cómo Goon estudiaba la lista de ultramarinos con el ceño fruncido.

—Si no me hubieras dado este pedazo de papel te hubiese encerrado —dijo el señor Goon—. Siempre entorpeciendo el trabajo de la Ley. Eso es lo que hacéis vosotros cinco. ¡Oh!..., ya sé que crees que tienes un buen amigo en el inspector Jenks, pero uno de estos días descubriréis que está harto de vosotros, ¿entiendes? ¡Y cuando yo consiga mi ascenso, ya os podéis preparar!

—¡Oh, me «prepararé»! —dijo Fatty con vehemencia—. Gracias por prevenirme, señor Goon. Er... ¿y qué hará con ese individuo? ¿Piensa conservarlo encerrado?

—Sí —replicó el señor Goon—. Y tu propio sentido común te dirá por qué... eso suponiendo que tengas algo, lo cual dudo mucho. No quiero que avise a la banda de que estoy sobre su pista. Si está aquí, ante mis narices no podrá advertirles.

—Creo que tiene usted razón, señor Goon —dijo Fatty en tono solemne—. No puedo estar más de acuerdo con usted. Yo creo.

—Estoy harto de ti —le atajó Goon—. Lárgate antes de que cambie de opinión y te encierre. Estoy verdaderamente harto de ti. Estorbando, entrometiéndote... disfrazándote. ¡Bah!

Fatty se fue a su casa, donde rápidamente se cambió sus ropas de viejo mendigo, y luego salió disparado hacia la casa de Pip para contarles todo lo ocurrido.

—Tuve que darle el mensaje del cigarrillo, mala suerte —dijo—. Era la única manera de apaciguarle. Pero no creo que le saque pies ni cabeza, y apuesto a que no busca un mensaje secreto como nosotros. ¡Debierais haber visto su cara cuando me metió en la misma habitación que el viejo auténtico y nos vio a los dos juntos! ¡Creí que se desvanecería convirtiéndose en humo!

Los otros rieron. Estaban muy contentos al ver a Fatty de vuelta sano y salvo. Bets le había imaginado preso en una celda horrible comiendo sólo pan y agua.

—Piensa tener al viejo bajo su vigilancia durante unos días —explicó Fatty—, por si acaso diera el soplo y avisara a los miembros de la banda. Me alegro de que lo haga. Supongo que en la reunión se preguntarán por qué no aparece el número 3. ¡Bueno, que se lo pregunten!

—Yo creo que es muy peligroso que vayas el martes a la exposición de figuras de cera —exclamó Daisy—. Yo creo que debieras decírselo al inspector, Fatty.

—No, no —respondió Fatty—. Quiero resolver este misterio antes de volver a ver al inspector. No me ocurrirá nada.

—No sé cómo puedes estar tan seguro —dijo Larry, quien estaba de acuerdo con Daisy en que podía resultar peligroso—. Esos hombres no serán tan tontos como para celebrar su reunión sin asegurarse de que nadie les espía.

—¡No me descubrirán! —exclamó Fatty—. ¡Iré disfrazado!

—No creo que eso te sirva de nada —replicó Larry—. Aunque vayas disfrazado serás un extraño para ellos, y querrán saber quién eres.

—No seré un extraño para ellos —dijo Fatty, exasperado—. Ni tampoco para vosotros.

Los otros le miraron.

—¿Qué quieres decir? —le preguntó Pip al fin—. ¿Qué te propones?

—Seré alguien a quien la banda estén acostumbrados a ver, si es que han celebrado antes otras reuniones en la exposición de figuras de cera. ¡Me conocerán tan bien que ni siquiera se molestarán en mirarme!

—¿Qué quieres decir? —exclamó Daisy que empezaba a irritarse—. No empieces con acertijos tontos.

—Bien —dijo Fatty bajando su voz hasta convertirla en un susurro misterioso—, pues... ¡me disfrazaré de una de las figuras de cera, tonta! ¡Creo que de Napoleón, porque soy bastante gordo, como él!

Hubo un silencio absoluto mientras todos los Pesquisidores miraban a Fatty con la mayor admiración. ¡Qué idea! ¡Ningún miembro de la banda sospecharía de las figuras de cera! Bets se imaginó a Fatty tieso y erguido como el Napoleón de cera mirando fijamente ante sí... sin ver ni oír nada.

—¡Qué idea más maravillosa! —exclamó Larry al fin—. ¡Oh... Fatty!..., a mí no se me hubiera ocurrido nunca aunque hubiese estado pensado un mes. Estarás en la guarida del león... ¡y ni siquiera te «olfatearán»!

—«Es» una idea bastante buena, ¿no? —dijo Fatty pavoneándose un poco—. Eso es lo que me pasa... que siempre tengo ideas buenas. El profesor de mi clase del curso pasado dijo que mi imaginación era...

Other books

The Vampire Diaries: The Salvation: Unseen by L. J. Smith, Aubrey Clark
I Don't Want to Be Crazy by Samantha Schutz
The Midnight Man by Paul Doherty
The Book of Duels by Garriga, Michael