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Authors: John Gardner

Tags: #Aventuras, #Policíaco

Misión de honor (19 page)

BOOK: Misión de honor
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—Vaya; el profesor viene hacia aquí, James. Por lo que parece, con órdenes para ti.

St. John-Finnes se inclinó hacia ellos.

—James —empezó en tono tranquilo y firme, como si se dirigiera a un niño díscolo—, ¿podría concederme un par de horas?

Contenido apenas el impulso de replicarle con una inconveniencia, Bond asintió, se puso en pie, dirigió un guiño a Simon y salió detrás del Amo de Endor —que era como llamaba ya para sus adentros a Holy—, consciente, mientras abandonaban el salón, de las miradas de Rahani y de Zwingli, fijas en su espalda.

Un joven guardián custodiaba la escalera de acceso al laboratorio. Ni siquiera dio muestras de haberles visto: miraba, de forma casi ostentosa, hacia el otro lado.

—He pensado que podría darle la oportunidad de perder conmigo una partida a la Revolución Americana —declaró Jay Autem conforme iniciaban el descenso—. En su fase actual, el simulacro no presenta grandes dificultades, de modo que, si le parece, mientras jugamos podemos discutir sus planes.

—Como usted guste.

Aunque hablaba en tono de indiferencia, Bond estaba repasando mentalmente su estrategia para hacerse con la frecuencia COPE.

No vio ni a Cindy ni a Peter en el laboratorio, donde por cierto se habían producido cambios notables. Su zona más espaciosa aparecía llena de sillas plegables, de madera, dispuestas en fila, como para una asamblea de estudiantes. En la pared opuesta, de cara a las sillas, se veía una gran pantalla de televisión, y encima de una mesa portátil, el equipo del Terror Doce, en la versión de Holy.

Cerca del mismo vio Bond también dos modernas sillas giratorias y otras tantas sólidas palancas para el manejo de ordenadores. Estaba claro que se había celebrado allí una sesión de entrenamiento el mismo día. ¿Del juego del Globo? Casi con toda certeza.

Siguieron hacia la amplia estancia donde se encontraba el mapa de la costa oriental de los Estados Unidos según sus características del siglo dieciocho, con la ciudad de Boston, el Bunker's Hill y el Breed's Hill al norte, las colinas de Dorchester alrededor del puerto y las localidades de Lexington y Concord tierra adentro. El mapa tenía aplicado el rectángulo desplazable destinado a encuadrar sus distintas zonas, y en los lugares reservados a los jugadores se encontraban todos los accesorios pertinentes. Jay Autem Holy estaba mirando sonriente el tablero.

Bond reparó tanto en la sonrisa como en la mirada, y en ese instante se le ofrecieron a la vista las grietas que, pese a todo su esplendor, presentaba la fachada de Jay Autem Holy: su interés por las cuestiones de táctica y estrategia había llegado a convertirse en una obsesión; una obsesión que se concretaba en la necesidad de ganar. Sólo ganar le interesaba. Perder hubiera sido el colmo del fracaso. Al igual que un niño malcriado, necesitaba salirse con la suya a todo trance, y sin eso no se sabría aceptar a sí mismo. Se preguntó Bond qué batalla interior habría perdido Holy en el Pentágono aquella lejana noche en que decidió desaparecer.

El fanático virtuoso de los juegos electrónicos pasó a exponer rápidamente las reglas que regían aquél. Bond se disponía a ganar la Revolución Americana y, con ello, a situar a Jay Autem Holy en un terreno de desventaja psicológica.

El reglamento era bastante sencillo. Los jugadores intervenían por turnos que constaban de cuatro operaciones: órdenes, movimiento, desafío y materialización. Parte de esas operaciones podían ser secretas, consignando la situación de tropas o de material bélico en mapas reducidos de la zona de batalla, que cada uno de los jugadores tenía en cantidad suficiente a su disposición.

—Cuando traslademos el juego al ordenador —explicó Jay Autem con el orgullo de un chiquillo que exhibe su colección de soldados de juguete—, se presentará una forma más ingeniosa de registrar las jugadas secretas.

El campo de batalla, correspondiente a la superficie del amplio mapa, se encontraba dividido en centenares de casillas hexagonales. Cada uno de los jugadores recibía fichas que representaban el número, la importancia y la clase de sus efectivos; las negras correspondían a cañones, con los caballos encargados de su transporte y los artilleros necesarios; las verdes valían cinco soldados; las azules, diez; las rojas, veinte, etcétera. Existían asimismo fichas que mostraban el perfil de un caballo y equivalían a unidades montadas, y otras fichas, especiales, que representaban depósitos de armas y a jefes militares enemigos.

En condiciones de tiempo favorables, la infantería podía avanzar cinco hexágonos, la caballería siete y los cañones sólo dos. La meteorología adversa, los bosques y las montañas limitaban esos avances.

Una vez anotadas las órdenes, el jugador avanzaba para pasar luego al desafío, ya fuese situándose a dos hexágonos de una ficha enemiga, o declarando que disponía de visión sobre cinco de ellos, con lo cual revelaba jugadas secretas anteriores. Al desafío seguía la materialización, en la que se tomaban en cuenta diversos factores, como los de tiempo, fatiga y fuerzas numéricas, anotándose el resultado del desafío, en el cual uno de ambos jugadores perdía soldados, material o bien el combate mismo.

Como en la fase inicial cada jugada representaba un día, y el conjunto del episodio se prolongaba desde septiembre de 1774 hasta junio de 1775, Bond se dio cuenta de que la partida podía llevarles muchas horas.

—Como es natural, una vez pasado el juego al ordenador, la cosa será más rápida —comentó Holy mientras atacaban la fase de las órdenes.

Bond, que defendía los colores británicos, recordó lo que le había dicho Peter: que su oponente daba casi por hecho que un británico repetiría los movimientos —y los errores— que protagonizaron sus compatriotas en aquel momento histórico.

Según recordaba Bond, el comandante de la guarnición británica se había visto paralizado por la tardanza con que le llegaron las órdenes de Inglaterra. Si hubiese emprendido una acción decisiva en las semanas y meses iniciales, aquella primera etapa podría haberse saldado de forma muy diferente. Aunque el resultado habría sido casi sin duda la Independencia, se hubieran salvado muchas vidas, y con ellas el prestigio nacional.

La jugada de apertura de Bond fue un despliegue descubierto de tropas que salían de Boston para batir los campos circundantes. Pero también destacó en secreto avanzadas con que dominar desde buen principio las elevaciones de Bunker's y Breed's Hills, así como las colinas de Dorchester.

Le sorprendió comprobar que el juego se desarrollaba mucho más de prisa de lo que había imaginado.

—Lo que me fascina de esto —observó Holy al tomarle Bond dos depósitos de armas y una veintena de revolucionarios en la carretera de Lexington— es la forma en que yuxtapone realidad y ficción. De todos modos, en su anterior trabajo eso debía de ser un fenómeno cotidiano…

Bond desplazó secretamente otros tres cañones hacia Breed's Hill, y una sección de treinta hombres a las colinas de Dorchester en un movimiento final, mientras que, a juego abierto, situaba nuevas patrullas en la línea Boston-Concorde. «Sé veraz», se recomendó a sí mismo, y repuso:

—Así es: la mía ha sido una vida de ficción dentro de la realidad. En el caso de los agentes especiales, eso es el pan nuestro de cada día.

—Espero, amigo Bond, que ahora viva en la realidad. Le digo eso porque lo que se está planeando en esta casa, también puede cambiar el curso de la historia.

Holy sacó a la carretera dos numerosos cuerpos de Milicia Nacional. Su ataque a las patrullas británicas fue tan encarnizado, que Bond perdió cerca de veinte hombres y se vio en la necesidad de replegarse y concentrar fuerzas. Eso no impidió que, a escondidas, volcase tropas y armas en el terreno dominante. La batalla de Bunker's Hill —en el supuesto de que llegara a producirse— se desarrollaría totalmente a la inversa: con las tropas británicas en posición de fuerza, y no ya a la defensiva, sino al ataque, respondiendo al nutrido fuego de la Milicia atrincherada.

—Confía uno —comentó Bond después de un silencio— en que todos los cambios sean para bien, y en no poner en peligro vidas humanas.

—Las vidas humanas siempre están en peligro.

El Amo de Endor había perdido cuatro depósitos de armas y municiones, además de una granja, al otro extremo de Lexington. Cayó en la cuenta de que también Bond estaba desplazando sus fuerzas hacia Concord. Encogiéndose de hombros, añadió:

—Sin embargo, sé que en su caso no tiene sentido amenazarle con una muerte súbita. Las amenazas a su integridad física no pueden tener gran importancia.

—Yo no diría tanto —replicó Bond con una sonrisa que le sorprendió a él mismo—. A todos nos gusta la vida. El defenderla es un estímulo en sí mismo.

El calendario del juego indicaba los últimos días de diciembre, con tiempo adverso para ambos bandos. Lo único que podían hacer en tales circunstancias era consolidar las respectivas defensas, ya fuese a juego abierto o sirviéndose de la opción del secreto. Bond optó por dividir sus efectivos y rodear la carretera Lexington-Concord, mientras que con las fuerzas restantes seguía asegurando el terreno elevado y las colinas. Holy, que por lo visto prefería un juego más tortuoso, lanzaba francotiradores sobre las patrullas británicas, al tiempo que —así lo sospechaba Bond— enviaba fuerzas hacia las elevaciones ocupadas ya por los británicos.

Las jugadas se sucedían en condiciones meteorológicas crecientemente desfavorables, que limitaban de continuo el avance. A lo largo de toda esa fase, el Amo de Endor condujo la conversación por derroteros que no parecían guardar mucha relación con la partida.

—El papel de usted en nuestra misión… —le cobró cinco hombres a Bond— …es de excepcional importancia, y sin duda tendrá que emplear mucha imaginación para desempeñarlo.

—En efecto. Le he estado dando muchas vueltas.

—¿Ha reparado en cómo desorientan los gobiernos a sus ciudadanos más crédulos?

—¿En qué sentido?

Bond había concentrado ya efectivos muy considerables en los tres sectores con dominio sobre Boston.

—Como más evidente, yo resaltaría lo que se ha dado en llamar el equilibrio de poder. Los Estados Unidos ocultan el hecho de que los rusos tienen situados en el espacio satélites que superan numéricamente a los suyos…; eso por no hablar de cosas tales como el sistema fraccionado de bombardeo orbital, en el que los soviéticos mantienen una supremacía de diecisiete a cero.

—Hay cifras al respecto; cualquiera puede consultarlas.

A no tardar, Bond tendría que lanzar una ofensiva importante desde el terreno elevado, pues, pese a las limitaciones impuestas por el tiempo y la ascensión, las fuerzas coloniales avanzaban en número creciente.

—Sí, de acuerdo, pero esas cifras no las ventila demasiado ninguna de ambas partes —Holy escudriñó el tablero, fruncido el ceño—. Salvo cuando la Unión Soviética pone el grito en el cielo por el despliegue de los Cruise y los Pershing en Europa. Pese a que está en condiciones de igualarlos más que cumplidamente. Pero digo yo, James, ¿dónde está en todo eso la verdadera conspiración? El gobierno británico destina numerosos policías a controlar las manifestaciones antinucleares, pero nadie dice a las bienintencionadas personas que participan en ellas: «Hermanos nuestros, si ocurre una catástrofe nuclear, no la desencadenará el gran estallido en que todos pensáis. Los Cruise y los Pershing son pura intimidación. La amenaza real es mil veces peor». Eso se lo callan a los nobles manifestantes de Greenham Common y a los que participan en Londres en marchas de protesta.

—También se lo callan a los norteamericanos.

Atento al despliegue de nuevos efectivos coloniales hacia las baterías británicas que esperaban su llegada, Bond puso en marcha una pequeña escaramuza en el campo de batalla permanente de los campos comprendidos entre Boston y Concord.

—Pero si esa hora llegase, James, ¿qué ocurriría en realidad?

—Yo mismo me lo pregunto… Desde luego, no sería el gran estampido y el hongo atómico… Es más probable que viésemos un intenso resplandor, seguido de una nube química de lo más feo.

—Sin duda… Le desafío desde esta casilla —Holy señaló un hexágono situado entre Concord y Lexington, donde había menguado mucho la concentración de tropas británicas—. Está claro que serán neutrones y sustancias químicas. Mucha muerte pero poca destrucción. Y después de eso, un choque en el espacio entre americanos y soviéticos, donde el garrote gordo lo tendrán estos últimos.

—A menos que los Estados Unidos y la OTAN hayan hecho algo para igualar la situación. Que es lo que está ocurriendo, ¿no?

«¿A qué viene todo esto? —se preguntó Bond—. ¿Por qué me habla del equilibrio de poder y del lugar que las armas nucleares ocupan en ese equilibrio?».

Y entonces recordó lo que siempre se aconsejaba en las clases sobre interrogatorio: «Escuchen las palabras y pasen por alto la orquestación de que se rodean a fin de que parezcan más inteligentes; el acompañamiento de los violines que, creando un clima emocional, tratan de sustraer a su atención el verdadero alcance de las ideas».

En la partida corría ya el mes de enero, y en respuesta a un desafío, Bond tuvo que declarar los efectivos británicos que rodeaban el extremo opuesto de Concord. Holy empezó a abrirse paso entre ellos a fuerza de fusilería en medio del paisaje invernal. El agente especial se daba cuenta de lo intoxicador que podía resultar aquel ejercicio, donde llegaba uno casi a sentir el frío y la fatiga que estragaban la fuerza y la combatividad de los hombres, a oír los disparos de los mosquetes, y a ver la sangre que manchaba la nieve sucia en los campos de una granja…

El profesor Holy no hablaba en realidad del desequilibrio en la relación de fuerzas. Se refería a la necesidad de terminar con todo el sistema que regía ese equilibrio.

—¿No sería el mundo un lugar mejor y más seguro si se suprimiese la amenaza nuclear? —preguntó mientras emprendía una nueva incursión a través de los descoloridos campos invernales de Massachusetts—. Si a las superpotencias se les quitara el aguijón que llevan en la cola…

—Si eso fuera posible, sí —convino Bond—. El mundo sería mejor, aunque dudo que más seguro: siempre ha sido un lugar peligroso.

Una jugada más y se vería obligado a declarar su presencia en las elevaciones.

Holy se retrepó en la silla e interrumpió momentáneamente el juego.

—Nuestro propósito es impedir el holocausto, ya sea nuclear, neutrónico o químico. La tarea que se le ha encomendado a usted es conseguir esa frecuencia COPE. Y bien, ¿ha encontrado la manera de hacerlo?

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