Mirrorshades: Una antología cyberpunk (32 page)

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Authors: Bruce Sterling & Greg Bear & James Patrick Kelly & John Shirley & Lewis Shiner & Marc Laidlaw & Pat Cadigan & Paul di Filippo & Rudy Rucker & Tom Maddox & William Gibson & Mirrors

Tags: #Relato, Ciencia-Ficción

BOOK: Mirrorshades: Una antología cyberpunk
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El ruido aumenta, rivalizando con el hedor: desabridos gritos de pelea, voces llorosas de súplica.

—¡No me times, cabrón de mierda!

—Cariño, te trataré muy bien si me das un poco de eso.

Cerca de la puerta de Inmigración, una voz sintética recita las ofertas de trabajo del día, repitiendo sin descanso la lista de despreciables posibilidades.

—... para probar las nuevas toxinas del aerosol antipersonal. Contratos de 4M que proporcionarán a los supervivientes un rejuvenecimiento Citrine. MacDonnell Douglas necesita pioneros para órbitas altas. Deben estar dispuestos a ser marcados...

Nadie parecía ansioso por apresurarse a pedir semejantes trabajos. Ninguna voz suplica a los guardias para que le dejen entrar. Sólo aquellos que hubiesen contraído increíbles deudas o enemistades dentro de la Chapuza aceptarían tales oportunidades con la asignación 10 en la escala; las sobras podridas de Inmigración. Stone sabe con seguridad que no quiere aceptar esas proposiciones amañadas. Como los demás, está en Inmigración simplemente porque le proporciona un punto focal, un punto de reunión tan vital como el pozo de Serengueti, donde se pueden llevar a cabo las discusiones tortuosas y los burdos tratos, que pasan por ser los negocios en el ZLE del Bronx sur, también conocido como la Jungla del Bronx o la Chapuza.

El calor aplasta a la ruidosa multitud, haciéndola más irritable que de costumbre; una situación peligrosa. La hiperalerta se agarra a la garganta de Stone. Coge el usado recipiente de plástico rayado de su cadera, y traga algo de agua rancia. «Rancia pero segura», piensa, disfrutando del secreto que sólo él posee. Fue pura suerte que se topara con una lenta filtración en la tubería del inter-ZLE, allá abajo, en la valla del río que cerca la Chapuza. Olisqueó el agua limpia como un perro, a distancia, y pasando las manos por varios metros de helada tubería, encontró la gotera. Ahora conserva toda suerte de indicios memorizados para su exacta localización.

Pasando entre la multitud con sus descalzos y callosos pies (¡es sorprendente la información que se puede recoger gracias a las plantas de los pies para mantener cuerpo y alma intactas!).

Stone busca retazos de información que le permitan sobrevivir un día más en la Chapuza. La supervivencia es su mayor, su única preocupación. Si a Stone le queda algo de orgullo, después de soportar todo lo que ha soportado, es el orgullo de haber sobrevivido.

Una voz chillona afirma:

—Les pegué con ritmo, tío, y ése fue el final de
esa
pelea. Treinta segundos más tarde, los tres estaban muertos —un oyente silba con admiración. Stone imagina que es capaz de algo así como pegar con ritmo y que puede vender este talento con un enorme beneficio, el cual emplea para conseguir un sitio seco y seguro donde dormir, y aún le queda bastante como para llenar sus casi siempre vacías tripas. Pero no es ni remotamente posible, aunque es, sin embargo, un bello sueño.

Pensar en la comida hace que le crujan las tripas. Bajo el basto y acartonado trapo que le cubre el diafragma, descansa su mano derecha, donde siente una aguda punzada de dolor, que indica un corte infectado. Stone asume la infección. Aunque no hay forma de estar seguro hasta que comience a heder.

El avance de Stone entre la confusión de voces y la masa de cuerpos le ha llevado bastante cerca de la entrada de Inmigración. Advierte un espacio libre entre la masa y los guardias, un semicírculo de respeto y miedo con su lado recto en el muro del edificio. El respeto es generado por el estatus de empleado de los guardias, y el miedo, por sus armas. Alguien, un tipo con poca formación, que fue arrestado y trasladado, le describió a Stone las pistolas; largos y anchos tubos con una protuberancia en medio donde se encuentran los imanes móviles. Cargadores y culatas de plástico. Emiten chorros cargados de electrones energetizados a la velocidad de la relatividad. Si el doble chorro te toca, la energía cinética proyectada te revienta como una salchicha aplastada. Si, por casualidad, el chorro de partículas no te toca, el subsiguiente foco de rayos gamma te produce una enfermedad por radiación, mortal en pocas horas.

De aquella explicación, que Stone recuerda palabra por palabra, sólo entiende la descripción de una muerte horrible. Y eso le basta.

Stone se detiene un momento. Una voz familiar, la de Mary, una vendedora de ratas, está hablando con tono conspiratorio sobre el nuevo envío de ropas de caridad. Stone deduce que su posición ha de encontrarse en el corro más interior de la multitud. Ella baja la voz. Stone no puede entender sus palabras, que seguro merece la pena escuchar. Se dirige hacia allí, aunque con miedo a quedar atrapado dentro del montón de gente.

Un silencio de muerte. Nadie habla ni se mueve. Stone siente una corriente de aire saliendo de entre los guardias. Alguien ha aparecido en la puerta.

—Tú —dice una refinada voz de mujer—. El joven sin zapatos con... —su voz duda mientras intenta adivinar el color que se esconde bajo la suciedad— el mono rojo. Ven aquí, por favor. Quiero hablarte.

Stone no sabe si se refiere a él (¿rojo?) hasta que siente todos los ojos mirándole. De pronto salta, se desvía y amaga, pero es demasiado tarde. Docenas de ansiosas garras lo atrapan. Se agacha. Se rasga el tejido podrido, pero las manos lo agarran de nuevo, esta vez de la piel. Muerde, patalea, golpea, sin ningún efecto. Durante la pelea no hace ruido alguno. Finalmente es arrastrado hacia delante, luchando todavía, más allá de la invisible línea que marca otro mundo, al igual que lo señala la infranqueable valla entre la Chapuza y los otros veintidós ZLEs.

Un aroma a canela lo envuelve. Un guardia presiona con algo frío y metálico su nuca. De pronto, todas sus células parecen arder al mismo tiempo, se desvanece...

Stone, ya despierto, advierte la ubicación y el tamaño de tres personas gracias al aire que desplazan, a sus olores, a sus voces, y a un sutil componente que él siempre ha denominado el «sentido de vivir».

Tras él hay un hombre grueso que respira penosamente, sin duda por la peste de Stone. Ése ha de ser el guardia.

A su izquierda hay una persona más pequeña, ¿la mujer? Huele como a flores (una vez Stone olió una flor).

Delante de él, tras un escritorio, un hombre sentado. Stone no siente los efectos secundarios del dispositivo que usaron con él, a no ser la total desorientación que le embarga. No tiene ni idea de por qué ha sido secuestrado y sólo desea que lo devuelvan a los peligros conocidos de la Chapuza.

Pero sabe que no le van a dejar.

La mujer habla, su voz es la más dulce que Stone haya escuchado nunca.

—Este hombre te hará dos preguntas. Una vez que las hayas contestado, yo te haré otra. ¿De acuerdo?

Stone asiente, cree que es su única elección.

—¿Nombre? —pregunta el oficial de inmigración.

—Stone.

—¿Nada más?

—Es el único por el que me conocen —entonces recuerda el insoportable dolor, al rojo vivo, cuando le sacaron los ojos siendo un pilluelo porque los vio descuartizar un cadáver. Pero no gritó, ¡oh, no!, y de ahí «Stone».

—¿Lugar de nacimiento?

—Ese montón de mierda de ahí fuera.

—¿Padres?

—¿Qué es eso?

—¿Edad?

Un encogimiento de hombros.

—Eso puede arreglarse luego con un análisis celular. Supongo que tenemos suficiente para emitir tu tarjeta. Estáte quieto un momento.

Stone siente como si lápices calientes le recorrieran la cara; segundos después escucha un gruñido desde el escritorio.

—Esta es la certificación de tu ciudadanía y del acceso al sistema. No la pierdas.

Stone adelanta la mano en dirección a la voz y recibe un rectángulo de plástico. Va a meterlo en un bolsillo, pero todos están desgarrados por la pelea, así que continúa sosteniendo el plástico de forma extraña, como si fuera un lingote de oro a punto de pulverizarse.

—Ahora mi pregunta —la voz de la mujer es como el recuerdo distante que Stone tiene del amor—. ¿Quieres un trabajo?

El sensor de alarma de Stone se ha disparado. ¿Un trabajo que no pueden ni siquiera anunciar en público? Debe de ser tan rematadamente malo que estará fuera de la escala normal de las corporaciones.

—No, gracias, señorita. Mi vida no es gran cosa, pero es todo lo que tengo —y se gira para marcharse.

—Aunque no puedo darte detalles antes de que aceptes, ahora mismo te pondremos en un contrato que dice que es un trabajo clase uno.

Stone se para en seco. Tiene que ser una broma de mal gusto. Pero ¿y qué pasaría si es verdad?

—¿Un contrato?

—¡Oficial! —ordena la mujer.

Una tecla es pulsada y el escritorio recita un contrato. Para los desentrenados oídos de Stone suena como algo auténtico y sin trampas. Un trabajo clase uno por un período sin especificar, con la posibilidad de rescindirlo por ambas partes; la descripción del trabajo se añadirá más adelante.

Stone duda sólo unos segundos. Los recuerdos de todas las noches llenas de temor y los días llenos de dolor en la Chapuza pasan como en un enjambre por su cabeza, junto al evidente y básico placer de haber sobrevivido. Por un momento siente una irracional pena por dejar atrás el secreto de la fuga de agua que tan astutamente encontró, pero desaparece enseguida.

—Imagino que quiere el sí hoy mismo —dice Stone, ofreciendo su tarjeta recién adquirida.

—Creo que sí —dice riendo la mujer.

El silencioso coche insonorizado se mueve por las calles bulliciosas. A pesar de la falta de ruido del exterior, los comentarios del chófer sobre el tráfico y las frecuentes paradas son suficientes para transmitirle la sensación de la vitalidad de la ciudad en torno a ellos.

—¿Dónde estamos ahora? —pregunta Stone por décima vez. Además de querer informarse le encanta escuchar cómo habla la mujer. Su voz, piensa, es como una lluvia fresca cuando estás a salvo, guarecido.

—Madison Park ZLE, estamos cruzando la ciudad.

Stone asiente agradecido. Ella muy bien podría haber dicho: «En órbita, acelerando hacia la Luna», dada su confusa imagen mental.

Antes de dejar salir a Stone, en Inmigración le hicieron varias cosas: le depilaron todo el cuerpo, le fumigaron, le hicieron ducharse durante diez minutos con un jabón abrasivo medio, lo desinfectaron, le hicieron varias pruebas de resultado instantáneo, le pusieron seis jeringuillas, y le dieron ropa interior limpia, ropa de calle y zapatos (¡zapatos!).

Su nuevo olor corporal le resulta tan extraño que hace que el perfume de la mujer le parezca aún más atractivo. En los cercanos confines del asiento de atrás, Stone nada en él. Finalmente, no puede contenerse más.

—Eh, ese perfume, ¿qué marca es?

—Lirio del valle.

La meliflua frase hace que Stone se sienta como si viviera en otro siglo más amable. Se jura que siempre lo recordará. Y así será.

—¡Eh! —dice consternado—. Ni siquiera conozco tu nombre.

—June, June Tanhauser.

June Stone. June y Stone y los lirios del valle. June en junio con Stone en el valle de los lirios. Es como una canción en su cabeza que no se detiene.

—¿Adonde vamos? —pregunta por encima de la silenciosa canción en su cabeza.

—A ver al médico —dice June.

—Creí que ya se habían ocupado de eso.

—Este hombre es un especialista. Un especialista en ojos.

Este es el golpe final, más fuerte que la mayoría de los que ha recibido, el que incluso acaba con la alegre canción en su cabeza.

Se sienta tenso hasta el final del viaje, sin poder pensar...

—Este es un modelo a tamaño real de lo que vamos a implantarte —dice el doctor, poniendo una fría bola en la mano de Stone. Stone la aprieta con incredulidad—. El núcleo de este sistema es un DDC, un Dispositivo de Doble Carga. Cada fragmento de luz, o sea los fotones que lo alcanzan desencadenan a su vez electrones. Estos electrones se recogen en una señal continua que pasa desde un chip intérprete hasta tus nervios ópticos. El resultado: una vista perfecta.

Stone aprieta tan fuerte el modelo que la palma de su mano le duele.

—Estéticamente, es un poco extraño. En un hombre joven como usted, recomendaría implantes orgánicos. Sin embargo, tengo órdenes de la persona que paga la factura de que sean éstos. Y, por supuesto, tienen varias ventajas.

Como Stone no pregunta cuáles son, el doctor continúa sin más.

—Al pensar en varias claves memorizadas, usted programa el chip, y de este modo puede realizar una serie de funciones.

»Uno: se pueden almacenar copias digitalizadas de una escena concreta en la RAM del chip para verla luego. Cuando se reinvoca con una clave, parece como si se estuviera viendo de nuevo, directamente, no importa lo que de hecho se esté mirando en ese momento. La recurrencia en tiempo real es otra de sus claves.

»Dos: reduciendo el nivel de fotones a electrones se pueden hacer cosas como mirar directamente al sol o a una llama de soldadura sin daño alguno.

»Tres: subiendo el nivel, se puede conseguir un grado aceptable de visión normal en condiciones tales como una noche estrellada y sin luna.

»Cuatro: con el objeto de potenciar algunas características, se pueden generar imágenes con colores falsos. En la mente, el negro se vuelve blanco o tus viejas gafas se colorean de rosa, lo que sea.

»Y piense en el alcance de todo esto.

—¿Cuánto tiempo necesitará, doctor?

El doctor adopta un tono académico, claramente ansioso por mostrar su capacitación profesional.

—Un día para la operación en sí, dos días para una recuperación acelerada, una semana de entrenamiento y para las curas posteriores; digamos, dos semanas máximo.

—Muy bien —dice June. Stone siente cómo se levanta del sofá detrás de él, pero permanece sentado—. Stone —dice ella, poniendo una mano sobre su hombro—, hora de irse.

Pero Stone no consigue levantarse, porque no puede contener las lágrimas.

Los desfiladeros de metal y cristal de Nueva York, esa orgullosa y floreciente unión de las Zonas de Libre Empresa, muestran una docena de matices de frío azul perdiéndose hacia el norte. Las calles que corren con geométrica precisión, como ríos distantes en el fondo de los desfiladeros, se ven con el color rojo de una artería. De oeste a este, se ven pedazos del río Hudson y del río East, visibles como corrientes de color verde lima. Central Park es un muro de amarillo girasol en medio de la isla. Al norte del parque, la Chapuza es una tierra baldía y negra.

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