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Authors: Leena Lehtolainen

Tags: #Intriga

Mi primer muerto

BOOK: Mi primer muerto
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En Villa Maisetta, la intimidante finca de los Peltonen, encuentran muerto de madrugada al hijo de la familia, Jukka, un rico seductor con mentalidad de adolescente. En la villa se alojan esos días siete compañeros del joven en la coral de estudiantes, todos ellos con motivos sobrados para matar a Jukka: por celos profesionales o sexuales, por interés monetario... La detective encargada del caso, Maria Kallio, joven, pelirroja y muy poco convencional, recién reincorporada a la policía tras una temporada apartada del cuerpo para estudiar Derecho, tendrá que emplearse a fondo para enfrentarse a un caso con más de una conexión con su pasado.

Leena Lehtolainen

Mi primer muerto

Maria Kallio, 1

ePUB v1.0

Mística
17.02.12

Título original:
Ensimmäinen murhani

Traducción: Dulce Fernández Anguita

La corriente al barco lleva, pero ¿dónde acaba el camino?

Golpean las olas el mástil y la quilla.

¿Qué es el hombre?

Fuego fatuo incansable, fuego fatuo incansable,

los pies enterrados en la arena que reluce.

Unos para el júbilo nacen y otros para la tristeza.

Y cada cual lleva un reloj en lo hondo del pecho

que, al pararse, a la muerte lo entrega.

La corriente lleva al barco, pero dónde acaba el camino,

de los hombres ninguno lo sabe,

porque mar, cielo y tierra, todo, todo se desvanecerá.

Ojalá el hombre su alma pudiera conservar.

Y en sueños es tan dulce pensar

que una vez más llegará la primavera con un nuevo renacer

y que los vientos darán mañana otra vez vida a los cerros.

¿O será mentira acaso?

La corriente al barco lleva.

Letra de Eino Leino, música de Toivo Kuula

Preludio

Jyri se despertó con unas ganas atroces de ir al baño. Notó en la boca el mal sabor habitual, una mezcla de whisky, cerveza, ajo y demasiados cigarrillos. Deseó que en la casa hubiese limonada de pomelo. Cada vez que tenía resaca, bebía limonada en cantidades industriales, aunque eso era solamente cuando la situación estaba bajo control y no había que echar mano de la cerveza.

La mañana era de una hermosura sobrenatural. Tuulia y Mirja se hallaban en la galería, ocupadas con su desayuno. Su charla sobre las características de los diferentes tipos de quesos le resultó graciosa a Jyri, más que nada porque sabía que no se soportaban la una a la otra. Pero como una era la mejor soprano de la ACUEF, la Asociación de Cantores Universitarios del Este de Finlandia, y la otra la mejor contralto, no tenían más remedio que soportarse. Mirja era la viva imagen de una contralto, morena, gruesa y de aspecto tenebroso, muy apropiada para hacer de vieja gitana —¿cómo se llamaba, por cierto...?— en
El trovador
de Verdi.

El reflejo del sol lo cegó de tal manera que la cabeza le retumbó. Por si acaso, Jyri se tomó dos Ultradol. Ya debía de ser inmune al ibuprofeno.

No había limonada ni zumo. El mundo le pareció de una exuberancia insoportable: el mar resplandeciente, las gaviotas que chillaban junto al embarcadero, el calor de la mañana, que ya se iba notando en el aire. Cantar a semejante temperatura no iba a resultar fácil.

—Qué, Jyri, tenemos resaca, ¿eh? —se cachondeó Tuulia. Ella también estaba pálida, todos debían de estarlo, porque habían dormido poco. Bueno,
who cares
... Hasta el día siguiente no había que ir a trabajar.

—Y los demás, ¿todavía están durmiendo?

—Piia iba a ir a nadar. De los demás, ni rastro. Ya se podrían ir levantando, a ver si conseguimos hacer algo. —La voz de Mirja sonaba amarga, no le gustaba que la gente se escaquease. En su opinión, si la mejor formación de doble cuarteto de la ACUEF se había reunido en la villa de los padres de Jukka, era esencialmente para ensayar y no para empinar el codo, ya que tenían a la vista una actuación importante. Así que venga, arriba, un café al coleto y a preparar todos esas voces.

Jyri se levantó. A lo mejor darse un baño era buena idea. El agua del mar estaba a veinte grados, en su punto. Se fue al embarcadero, arrastrando los pies. Piia estaba en la playa, junto a la sauna, con un biquini que dejaba muy poco que adivinar. Pero a Jyri no le apetecía ir tan lejos. Y al bañador, que le dieran, fuera ropa y de cabeza al mar.

También Jukka estaba bañándose, flotaba junto a las rocas de la orilla, donde el mar apenas cubría hasta media pierna. El tipo debía de tener un dolor de cabeza de cojones, a juzgar por la tremenda brecha que tenía en la cabeza... y tampoco parecía que estuviese muy espabilado... A Jyri le dio un vuelco el estómago y el vómito llegó hasta el cañaveral de la orilla.

Tardó un par de minutos en levantarse y llegar tambaleándose hasta el porche, donde ya había más gente. Su cristalina y envidiada voz de tenor no le sirvió en ese momento para poder articular palabra alguna.

—Pero, tío, ¿qué haces paseándote en bolas? —le soltó Tuulia.

—Jukka... ¡Ahí, en el embarcadero, joder...! ¡Creo que está muerto, que se ha ahogado!

—¿Qué demonios dices?

Antti echó a correr hacia la playa y Mirja se precipitó tras él. Pasado un momento, ésta regresó y se apresuró a llamar por teléfono. Los números de urgencias se encontraban pulcramente escritos junto al aparato. Los que estaban sentados en el porche se quedaron escuchando cómo Mirja, con su ahogada y grave voz de contralto, llamaba primero a la policía y luego a una ambulancia.

1

La corriente al barco lleva,

pero ¿dónde acaba el camino?

Cuando sonó el teléfono me encontraba en la ducha, enjuagándome el salitre. Oí mi propia voz en el contestador y a continuación la voz de uno de mis colegas, que me pedía que llamase lo antes posible. Mi domingo libre había durado mucho, sorprendentemente, pero ni siquiera en la playa había podido relajarme. Por algún motivo me había sentido obligada a pasar mi primer día libre —y caluroso— del verano adorando al sol, aunque por una cuestión de principios odio la ociosidad y la vida de playa. Durante todo el invierno había acudido regularmente a hacer pesas al gimnasio, así que mi cuerpo se hallaba en condiciones más que aceptables, al menos más que años atrás. Aunque, al ritmo en que le daba a la cerveza, librarme de los michelines iba a ser otro cantar.

Apagué el contestador y marqué el número de la comisaría. En centralita me pasaron con Rane.

—¡Qué hay, guapa! Dentro de un cuarto de hora me tienes delante de tu puerta. Ya hemos recogido todo. Tenemos un cuerpo en Vuosaari, los chicos de orden público llamaron hará una media hora. No necesitarás nada de tu despacho, ¿verdad? ¡Nos vemos!

«Otra vez a la carga», pensé mientras buscaba en el armario algo decente que ponerme. Me había dejado la falda del uniforme en Pasila, así que el mundo tendría que conformarse con verme en vaqueros, los mejores que tenía, eso sí. Mi pelo estaba mojado, pero con el secador sólo conseguiría que mi cabeza se convirtiese en un avispero al rojo, así que mejor no intentarlo. Tenía la cara enrojecida, por lo que me di unos brochazos de maquillaje y me contemplé en el espejo haciendo una mueca. Desde luego, parecía cualquier cosa menos una respetable subinspectora de policía: los ojos, de color verde y ámbar, podía muy bien habérmelos prestado un gato, y esos pelos... además de tenerlos como el esparto, no se me había ocurrido nada mejor que rojo... Pero el rasgo que menos respeto inspira de mi fisonomía es sin duda mi nariz respingona, ahora marcada a fuego por el sol y las pecas. Alguien me había dicho una vez que mi boca era «sensual», lo que en finés grueso quiere decir que tengo el labio inferior tal vez demasiado lleno.

¿Pretendía acaso yo —aquella especie de proyecto de mujer con pinta de niñata— presentarme en Vuosaari de aquella guisa para defender la ley y el orden?

La sirena del coche de Rane se oía ya a lo lejos. Le encantaba hacerla sonar. A él y a la mitad de los agentes de policía de Finlandia. Los muertos no se mueven del sitio, pero eso es algo que los ciudadanos no necesitan saber.

—Los chicos de la Científica ya van para allá —me dijo Rane en cuanto me senté a su lado en el Saab—. Bueno, tenemos un cadáver en Vuosaari, ahogado, aunque parece que hay algo que no cuadra. Unos treinta años, un tal Peltonen, creo. Por lo visto, formaba parte de un grupo de unas diez personas que estaban pasando el fin de semana en una villa de recreo; según he entendido todos son miembros de un coro y esta mañana se han encontrado a Peltonen flotando en el mar.

—¿Lo ha empujado alguien al agua?

—No se sabe. Los datos son aún escasos.

—¿Y qué es eso del coro?

—Pues que deben de ser cantantes, o algo así. —Rane se metió por la carretera de circunvalación este a tal velocidad que en uno de los bandazos fui a parar contra la portezuela del Saab y me hice daño en un codo. Suspirando resignada, me abroché el molesto cinturón de seguridad. Los muchachos los graduaban a su altura, por lo que yo siempre acababa con el cuello rozado.

—¿Dónde andan Kinnunen y los demás? ¿No librabas tú hoy también?

—Los chicos siguen liados con lo del apuñalamiento de ayer. A Kinnunen llevo media hora intentando pillarlo, pero ya sabes cómo son estos domingos... Seguro que está luchando contra el resacón en la terraza de algún bareto.

Rane suspiró con resignación. No quisimos darle más vueltas al asunto. El jefe de nuestra división, el comisario Kalevi Kinnunen, era alcohólico. Punto. Yo era la siguiente en la jerarquía, así que me tocaba cargar con el mochuelo de aquel caso, al menos hasta que Kinnunen se recuperase de su borrachera, o de la consiguiente resaca. Punto final.

—Oye, Rane, creo que al tipo que ha muerto lo conozco... o lo conocía, más bien... Es un asunto un poco estúpido...

—Mis vacaciones empiezan mañana y pienso tomármelas. Este caso es tuyo, vaya si lo es, te guste o no. En este curro no se hacen preguntas.

Con su tono de voz Rane me dio a entender que lo mejor para mí hubiera sido continuar estudiando cualquier cosa, aunque fuese derecho, porque al menos los abogados eligen sus casos. Rane siempre me había mirado con escepticismo, al igual que muchos otros en la comisaría. Yo era una mujer y, encima, joven, no permanente ni real, no una policía para toda la vida, como ellos, sino una sustituta a la que solamente le quedaban dos meses al servicio del cuerpo policial.

Después de la reválida de bachillerato, y para asombro de todo mi entorno, me presenté a las pruebas de acceso de la escuela de policía y aprobé. En el instituto yo había sido una especie de rebelde, la punk de chupa de cuero que se graduó con la nota más alta. Bueno, la otra punk de la clase, que además era la que hacía más pellas, terminó siendo profesora de primaria. Yo tenía la cabeza llena de ideales, deseaba luchar por una sociedad más justa. Soñaba que siendo policía podría ayudar tanto a los criminales como a sus víctimas. Que iba a cambiar el mundo. Quería especializarme en los problemas sociales.

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