Read Memoria del fuego II Online

Authors: Eduardo Galeano

Tags: #Histórico, Relato

Memoria del fuego II (4 page)

BOOK: Memoria del fuego II
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¿Qué busca ese viejo indio escarbando la sierra? Recorre el rastro por donde el enfermo anduvo. Sube, muy en silencio, por entre las rocas filosas, explorando los ramajes, hoja por hoja, y bajo las piedritas.
¿Dónde se cayó la vida? ¿Dónde quedó asustada?
Marcha lento y con los oídos muy abiertos, porque las almas perdidas lloran y a veces silban como brisa.

Cuando encuentra el alma errante, el sacerdote hechicero la levanta en la punta de una pluma, la envuelve en un minúsculo copo de algodón y dentro de una cañita hueca la lleva de vuelta a su dueño, que no morirá.

(124)

1726 - Bahía de Montevideo
Montevideo

Al oriente del arco del río Uruguay, las onduladas praderas paren más vacas que tréboles.
Los bandeirantes
del Brasil, tragadores de fronteras, codician esta vasta mina de carnes y cueros; y ya la bandera de Portugal flamea en la costa del río de la Plata, sobre la fortaleza de Colonia del Sacramento. Por parar la embestida, el rey de España manda fundar población en la bahía de Montevideo.

Al amparo del cañón y de la cruz, asoma la ciudad nueva. Brota en una punta de tierra y roca, que el viento golpea y los indios amenazan. Desde Buenos Aires llegan los primeros pobladores, quince jóvenes, diecinueve niños y unos cuantos esclavos que no figuran en la lista —manos negras para el hacha, la azada y la horca, pechos para dar leche, una voz para dar pregones.

Los fundadores, analfabetos casi todos, reciben del rey privilegios de hidalguía. Estrenan el derecho de llamarse don en ruedas de mate, ginebra y cigarros:

—A su salud, don.

—A la suya.

La pulpería huele a yerba y a tabaco. Es la primera casa con puerta de madera y pared de adobe entre las chozas de cuero desparramadas a la sombra del fortín. En la pulpería se sirve bebida, conversación y guitarra, y además se venden botones y sartenes, galletas y lo que sea.

De la pulpería nacerá el café. Montevideo será la ciudad de los cafés. Ninguna esquina será esquina sin un café cómplice para la confidencia o el estrépito, templitos donde toda soledad será refugiada y todo encuentro celebrado y donde el humo de los cigarrillos hará de incienso.

(278 y 315)

1733 - Ouro Preto
Fiestas

Arcos de flores cubren las calles de Ouro Preto, y a su sombra desfila el Santísimo Sacramento, entre paredes de sedas y damascos. Los Cuatro Vientos y los Siete Planetas van y vienen sobre caballos forrados de joyas y en altos tronos fulguran la Luna y las Ninfas y el Lucero del Alba, con sus cortejos de ángeles. Al cabo de una semana de fuegos de artificio y fiesta corrida, la procesión canta gratitudes al Oro, alabanzas al Diamante y devociones a Dios.

Los diamantes son una novedad en la región. Hasta hace poco se usaban para marcar puntos en las ruedas de naipes. Cuando se supo que eran diamantes esos cristalitos, el monarca de Portugal regaló los primeros a Dios y al papa y después compró al Vaticano el muy caro título de Rey Fidelísimo.

Las calles de Ouro Preto suben y bajan muy a pico, como hojas de cuchillo, y en cumbres y abismos se dividen sus gentes. Las fiestas de los de arriba son alardes de celebración obligatoria, pero las fiestas de los de abajo provocan sospecha y castigo. Las pieles oscuras esconden amenazas de hechicería y peligros de rebelión. Canto y viola de pobre son pecado, mulata que mucho ríe arriesga cárcel o destierro y en domingo de algarabía el esclavo negro puede perder la cabeza.

(209)

1736 - Saint John's
Las llamaradas

Sellaron su juramento bebiendo del mismo cuenco una mezcla de ron y mugre de sepulcro y sangre de gallo, y estalló un terremoto de tambores. Tenían lista la pólvora para volar al gobernador y a todos los señores principales de la isla británica de Antigua. Así lo contó el fiscal. Así lo creyeron los jueces.

Seis esclavos negros mueren de hambre, atados al patíbulo, y a otros cinco los rompen en pedazos. A setenta y siete los queman vivos. Otros dos se salvan contando mentiras que condenan a sus padres a la hoguera.

Los conspiradores son carbón o carne podrida, pero vagan por la playa al amanecer. Mientras la bajamar deja al descubierto maravillas en la arena, los pescadores se cruzan con los muertos, que andan buscando agua y comida para continuar su viaje hacia el más allá.

(78)

1738 Trelawny Town
Cudjoe

Transpiran a chorros las plantas y las gentes en las montañas peludas del oeste de Jamaica. Acude el sol a esconderse, cuando la larga queja del cuerno anuncia que el jefe enemigo ha llegado al desfiladero.

Esta vez, el coronel Guthrie no viene a pelear. Los esclavistas ingleses ofrecen la paz a los cimarrones. Prometen respetarles la libertad que han ganado en largos años de guerra y les reconocen la propiedad de las tierras donde viven. A cambio, los cimarrones se convierten en gendarmes de sus hermanos prisioneros: en lo sucesivo, ellos ayudarán a castigar las revueltas de esclavos en las plantaciones de azúcar y devolverán a los fugitivos que por aquí aparezcan pidiendo refugio.

El jefe Cudjoe sale al encuentro del coronel Guthrie. Cudjoe lleva sombrero sin ala y casaca que fue azul y tuvo mangas. El polvo rojo de Jamaica empareja los colores de las pieles y las ropas, pero al chaleco del coronel no le falta ni un botón y se puede todavía adivinar la blancura de su enrulado peluquín. Cudjoe se deja caer y le besa los zapatos.

(78, 86 y 264)

1739 - New Nanny Town
Nanny

Después de pactar con Cudjoe, jefe de los cimarrones de Sotavento, el coronel Guthrie marcha hacia el oriente de la isla. Alguna mano desliza en el ron un veneno fulminante y Guthrie cae como plomo del caballo.

Unos meses más tarde, al pie de muy alta montaña, el capitán Adair consigue la paz en oriente. Quao, jefe de los cimarrones de Barlovento, acepta las condiciones luciendo espadín y sombrero plateado.

Pero en los precipicios del oriente, más poder que Quao tiene Nanny. Las bandas dispersas de Barlovento obedecen a Nanny, como la obedecen los escuadrones de mosquitos. Nanny, gran hembra de barro encendido, amante de los dioses, viste no más que un collar de dientes de soldados ingleses.

Nadie la ve, todos la ven. Dicen que ha muerto, pero ella se arroja desnuda, negra ráfaga, al centro del tiroteo. Se agacha, de espaldas al enemigo, y su culo magnífico atrae las balas y las atrapa. A veces las devuelve, multiplicadas, y a veces las convierte en copos de algodón.

(78 y 264)

Peregrinación en Jamaica

Vienen de los huecos de los árboles, de los hoyos de la tierra, de las grietas de las rocas.

No los detienen las lluvias ni los ríos. Atraviesan ciénagas, abismos, bosques. No los despista la niebla ni los asustan los soles feroces. Bajan desde las montañas, lentos, implacables. Marchan de perfil, en línea recta, sin desvíos. Las corazas relumbran al sol. Los batallones de guerreros machos encabezan la peregrinación. Ante el peligro alzan sus armas, sus tenazas. Muchos mueren o pierden un brazo abriendo camino. Cruje la tierra de Jamaica, cubierta por el inmenso ejército de los cangrejos.

Es largo el viaje hacia la mar. A los dos o tres meses llegan, los que llegan, extenuados. Entonces las hembras se adelantan y se dejan cubrir por las olas y la mar les arranca las huevas.

Pocos vuelven. De los millones que han iniciado el viaje hacia la mar, pocos vuelven. Pero la mar incuba, bajo la arena, un nuevo pueblo de cangrejos. Y a poco andar el nuevo pueblo emprende la travesía hacia las montañas de donde sus madres han venido, y no hay quien lo pare.

Los cangrejos no tienen cabeza. Llegaron tarde al reparto de cabezas que allá en África hizo el dios rey, en su palacio de algodón y cobre. Los cangrejos no tienen cabeza, pero sueñan y saben.

(86)

1739 - New Nanny Town
Anson

Creen los chilenos que las olas de esta mar son caballos de espumosa boca que las brujas jinetean con riendas de sargazo. Las olas se lanzan al asalto de los peñones, que no creen en brujas, y los castillos de roca se dejan golpear con remoto desdén. Allá en lo alto, un macho cabrío de barba venerable contempla, digno como rey, el vaivén de la espuma.

Quedan pocas cabras en las islas de Juan Fernández. Hace años, los españoles trajeron desde Chile una jauría de perros para arrebatar a los piratas esta comida fácil. Los hombres del comandante Anson persiguen en vano las sombras de los cuernos por peñones y precipicios; y creen reconocer la marca de Alexander Selkirk en las orejas de alguna cabra que atrapan.

La bandera inglesa luce intacta en los mástiles. La flota de lord George Anson volverá a Londres arrasada por el hambre y el escorbuto, pero tan espléndido será el botín que no alcanzarán cuarenta carretas, tiradas por bueyes, para sacarlo del puerto. En nombre del perfeccionamiento de la Cartografía, la Geografía, la Astronomía, la Geometría y el Arte de la Navegación, el científico Anson ha cazado a cañonazos varias naves españolas y ha incendiado algunos pueblos, llevándose hasta las pelucas y los calzones bordados.

En estos años, el imperio británico está naciendo en el tránsito de la piratería al contrabando; pero Anson es un corsario al viejo estilo.

(10)

1753 - Río Sierra Leona
Cantemos alabanzas al Señor

La revelación de Dios ocurrió a la luz de los relámpagos. El capitán John Newton se convirtió al cristianismo una noche de blasfemias y borrachera, cuando una súbita tempestad estuvo a punto de echar su barco al fondo del océano.

Desde entonces, es un elegido del Señor. Cada atardecer, dicta un sermón. Reza plegarias antes de cada comida y comienza cada jornada cantando salmos que la marinería repite roncamente a coro. Al fin de cada viaje, paga en Liverpool una ceremonia especial de acción de gracias al Altísimo.

Mientras espera la llegada de un cargamento en la desembocadura del río Sierra Leona, el capitán Newton espanta miedos y mosquitos y ruega a Dios que proteja a la nave African y a todos sus tripulantes, y que llegue intacta a Jamaica la mercadería que se dispone a embarcar.

El capitán Newton y sus numerosos colegas practican el comercio triangular entre Inglaterra, África y las Antillas. Desde Liverpool embarcan telas, aguardiente, fusiles y cuchillos que cambian por hombres, mujeres y niños en la costa africana. Las naves ponen proa a las islas del Caribe, y allá cambian los esclavos por azúcar, melaza, algodón y tabaco que llevan a Liverpool para reiniciar el ciclo.

En sus horas de ocio, el capitán contribuye a la sagrada liturgia componiendo himnos. Esta noche, encerrado en su camarote, empieza a escribir un himno nuevo, mientras espera una caravana de esclavos demorada porque algunos quisieron matarse comiendo barro por el camino. Ya tiene el título. El himno se llamará
Cuán dulce suena el nombre de Jesús
. Los primeros versos nacen, y el capitán tararea posibles melodías bajo la lámpara cómplice que se balancea.

(193)

1758 - Cap Frangais
Macandal

Ante una gran asamblea de cimarrones, Frangois Macandal sacó un pañuelo amarillo de un vaso de agua:

—Primero, fueron los indios.

Y luego, un pañuelo blanco:

—Ahora, los blancos son los dueños.

Y entonces agitó un pañuelo negro ante_ los ojos de los cimarrones y anunció que era llegada la hora de los venidos del África. Agitó el pañuelo con su mano única, porque la otra se le había quedado entre los dientes de hierro del molino de cañas.

En las llanuras del norte de Haití, el manco Macandal era el amo del fuego y del veneno. Por señal suya ardían los cañaverales; y por sortilegio suyo se desplomaban, en plena cena, echando baba y sangre, los señores del azúcar.

Sabía convertirse en iguana, hormiga o mosca, vestido de agallas, antenas o alas; pero lo atraparon. Y lo condenaron. Y lo están quemando vivo.

La multitud vislumbra, entre las llamas, el cuerpo que se retuerce y se sacude, cuando de pronto un alarido raja la tierra, feroz grito de dolor y de júbilo, y Macandal se desprende del poste y se desata de la muerte: aullando, llameando, atraviesa la humareda y se pierde en el aire.

Para los esclavos, no es ningún asombro. Ellos sabían que iba a quedarse en Haití, en el color de toda sombra, el andador de la noche.

(63 y 115)

1761 - Cisteil
Canek

Los indios mayas proclaman la independencia de Yucatán y anuncian la próxima independencia de América.

—Puras penas nos ha traído el poder de España. No más que puras penas.

Jacinto Uc, el que acariciando hojas de árboles hace sonar trompetas, se hace rey. Canek, serpiente negra, es su nombre elegido. El rey de Yucatán se ata al cuello el manto de Nuestra Señora de la Concepción y arenga a los demás indios. Han rodado por el suelo los granos de maíz, han cantado guerra. Los profetas, los hombres de pecho caliente, los iluminados por los dioses, habían dicho que despertará quien muera peleando. Dice Canek que no es rey por amor al poder, que el poder quiere más y más poder y se derrama el agua cuando se llena la jícara. Dice que es rey contra el poder de los poderosos y anuncia el fin de la servidumbre y de los postes de flagelación y de los indios en fila besando la mano del amo.
No podrán atarnos: les faltara cordel.

En el pueblo de Cisteil y en otros pueblos se propagan los ecos, palabras que se hacen alaridos; y frailes y capitanes ruedan en sangre.

(67 y 144)

1761
-
Mérida
Pedazos

Después de mucha muerte, lo han apresado. San José ha sido el patrono de la victoria colonial.

Acusan a Canek de haber azotado a Cristo y de haber llenado de pasto la boca de Cristo.

Lo condenan. Van a romperlo vivo, a golpes de hierro, en la plaza mayor de Mérida.

Entra Canek en la plaza, a lomo de mula, casi escondida la cara bajo una enorme corona de papel. En la corona se lee su infamia:
Levantado contra Dios y contra el Rey.

Lo descuartizan poco a poco, sin regalarle el alivio de la muerte, peor que a bestia en el matadero; y van arrojando sus pedazos a la hoguera. Una larga ovación acompaña la ceremonia. Por debajo de la ovación, se murmura que los siervos echarán vidrio molido en el pan de los amos.

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