Read Marte Verde Online

Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Verde (50 page)

BOOK: Marte Verde
13.4Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Art contestaba con tanto detalle como podía, y aunque sacudía la cabeza por la imprecisión de las respuestas, Nirgal y Nadia se enteraron de muchas cosas. Y además se rieron mucho.

Cuando Art le preguntaba a Nadia, las contestaciones de ella eran amables, pero variaban mucho en extensión. Si hablaba de proyectos actuales, contestaba con profusión de detalles, contenta de describir las docenas de obras en las que estaba trabajando en el hemisferio sur. Pero cuando él preguntaba sobre los primeros años en la Colina Subterránea, Nadia se encogía de hombros, incluso si se trataba de algo sobre la construcción.

—La verdad es que no lo recuerdo demasiado bien —decía.

—Oh, vamos.

—No, de veras. Es un problema serio. ¿Qué edad tienes?

—Cincuenta. O cincuenta y uno, supongo. Le he perdido la pista a la fecha.

—Pues yo tengo ciento veinte. ¡No sé por qué te sorprendes! Con el tratamiento no son tantos, ¡ya lo verás! Hace un par de años repetí el tratamiento, y aunque no soy una adolescente precisamente, me siento bastante bien. Muy bien, en verdad. Pero creo que la memoria es el punto débil. Tal vez sea que el cerebro no puede almacenar tantas cosas. O quizá yo no me esfuerzo. Pero no soy la única con este problema. Maya está aún peor. Y todos los de mi edad se quejan de lo mismo. Vlad y Ursula empiezan a preocuparse. Me sorprende que no pensaran en esto cuando desarrollaron el tratamiento.

—Tal vez lo hicieron y luego lo olvidaron.

Su propia risa pareció tomar a Nadia por sorpresa.

Durante la cena, después de hablar sobre sus proyectos de construcción otra vez, Art le dijo:

—Deberían tratar de convocar una reunión de todos los grupos de la resistencia.

Maya estaba sentada a la mesa con ellos, y miró a Art con tanta sospecha como en Echus Chasma.

—No es posible —declaró. Tenía mejor aspecto que cuando se separaron, pensó Nirgal: relajada, alta y esbelta, hermosa, encantadora. Parecía haberse desprendido de la culpa por el asesinato como si fuese un abrigo que no le gustaba.

—¿Por qué no? —le preguntó Art—. Les iría mucho mejor si pudiesen vivir en la superficie.

—Eso es evidente. Y podríamos trasladarnos al demimonde, si fuese tan sencillo. Pero hay una amplia fuerza policial desplegada en la superficie y en órbita, y la última vez que nos echaron la vista encima trataron de liquidarnos tan deprisa como podían. Y por la manera en que han tratado a Sax no me parece que las cosas hayan cambiado.

—Yo no digo que hayan cambiado. Pero pienso que hay cosas que ustedes podrían hacer para oponerse a ellos de manera más efectiva. Por ejemplo unirse y trazar un plan. Contactar con organizaciones de la superficie que los ayudarían. Ese tipo de cosas.

—Ya tenemos esos contactos —dijo Maya con frialdad.

Pero Nadia asentía. Y en la mente de Nirgal bullían las imágenes de sus años en Sabishii. Una reunión de la resistencia.

—Los sabishianos vendrían —dijo—. Ellos siempre han propuesto iniciativas como ésa. En verdad, eso es el demimonde.

—Deberían pensar en contactar con Praxis también —dijo Art—. Mi ex jefe, William Fort, estaría interesado en asistir a una reunión así. Y todo el equipo de Praxis está embarcado en innovaciones que a ustedes les interesarían.

—¿Tu ex jefe? —dijo Maya.

—Claro —dijo Art con una sonrisa tranquila—. Ahora soy mi propio jefe.

—Querrás decir que eres nuestro prisionero —precisó Maya—. Cuando uno es prisionero de unos anarquistas es lo mismo.

Nadia y Nirgal rieron, pero Maya frunció el ceño y se alejó.

—Creo que una reunión sería una buena idea —dijo Nadia—. Hemos permitido que Coyote dirija la red durante demasiado tiempo.

—¡Lo he oído! —gritó Coyote desde la mesa contigua.

—¿No te gusta la idea? —le preguntó Nadia. Coyote se encogió de hombros.

—Tenemos que hacer algo, de eso no hay duda. Ahora ya saben que estamos aquí.

Esta observación provocó un silencio meditabundo.

—Salgo para el norte la semana que viene —le dijo Nadia a Art—, puedes acompañarme si quieres, y tú también Nirgal. Voy a visitar muchos refugios y podemos plantearles el tema de la reunión.

—Claro —dijo Art, complacido.

Y la mente de Nirgal seguía bullendo, pensando en las posibilidades. Estar de nuevo en Gameto había despertado algunas partes de su mente hasta entonces aletargadas, y vio con claridad los dos mundos en uno, el blanco y el verde, en dimensiones diferentes, replegados uno sobre otro, como la resistencia y el mundo de la superficie, unidos torpemente en el demimonde, un mundo desenfocado...

La semana siguiente, Art y Nirgal se unieron a Nadia y partieron hacia el norte. Debido a la captura de Sax, Nadia no quería arriesgarse a permanecer en ninguna de las ciudades al descubierto a lo largo del camino, y hasta parecía desconfiar de los refugios ocultos. Ella era una de las más conservadoras en materia de clandestinidad. Durante los años de ocultación, Nadia, igual que Coyote, había organizado un sistema de pequeños escondrijos, y ahora viajaban de uno a otro y pasaban los cortos días durmiendo con relativa comodidad. Incluso en invierno no podían viajar durante el día, porque de unos años a esa parte el manto de niebla había estado adelgazándose, y ese año en particular a menudo no era sino una bruma ligera o unas nubes bajas hechas jirones que remolinaban sobre el suelo accidentado y pedregoso. Cierta mañana, después del amanecer, a las 10 am, bajaban por una pendiente pronunciada, cubierta de niebla, y Nadia explicaba que Ann había identificado ese escarpe como un vestigio de un Chasma Australe anterior («Ella afirma que hay literalmente docenas de Chasma Australes fósiles por esta zona, cortados en diferentes ángulos durante estadios anteriores del ciclo de precesión»), cuando la niebla se levantó y de pronto pudieron ver a muchos kilómetros de distancia, todo el camino hasta las inmensas murallas de hielo en la cabecera del Chasma Australe, que resplandecían en lontananza. Habían quedado al descubierto. Y entonces las nubes se cerraron sobre ellos otra vez, velozmente, envolviéndolos en un blanco grisáceo fluido, como si estuvieran viajando en medio de una tormenta de nieve en la que los copos eran tan menudos que desafiaban la gravedad y revoloteaban.

Nadia odiaba esa clase de exposición, por breve que fuese, y por eso insistió en que pasaran las horas de claridad a cubierto. A través de las pequeñas ventanas de los refugios contemplaban las nubes que se arremolinaban fuera, que a veces capturaban la
luz
en arcos centelleantes, tan brillantes que les dolían los ojos al mirarlos. Los rayos de sol se abrían paso a través de los claros entre las nubes y golpeaban las largas crestas y escarpes enceguecedoramente blancos. Una vez hasta experimentaron una blancura total en la que todo desapareció, incluso las sombras: un mundo blanco inmaculado en el que ni siquiera se podía distinguir el horizonte.

Otros días los arco iris de hielo proyectaban curvas de pálidos colores pastel sobre los blancos intensos. Cierta vez, el sol al levantarse apareció orlado por un halo tan brillante como él mismo, y el paisaje blanco mostró charcos luminosos en constante movimiento. Art reía al ver estas cosas, y nunca dejaban de sorprenderlo las flores de hielo, ahora tan grandes como arbustos y tachonadas de espinas y encajes; crecían con los bordes superpuestos, de tal forma que en muchos lugares el suelo desaparecía por completo y ellos avanzaban sobre una crepitante superficie de capullos de hielo. Las largas noches oscuras eran casi un alivio.

Pasaban los días y Nirgal descubrió que era muy agradable viajar con Art y Nadia; ambos tenían un temperamento estable, tranquilo, divertido. Art tenía cincuenta y un años, Nadia ciento veinte y Nirgal sólo doce, que equivalían a unos veinticinco años terranos; pero a pesar de la diferencia de edad se relacionaban como iguales. Nirgal podía exponer sus ideas y ellos nunca se reían o las menospreciaban, ni siquiera cuando descubrían errores y los señalaban. Y en verdad las ideas de ellos solían concordar con las suyas. En términos marcianos, eran verdes asimilacionistas moderados. Booneanos, decía Nadia. Y esa similitud de temperamentos era algo que no se había producido nunca en la vida de Nirgal, ni siquiera con su familia en Gameto o sus amigos.

Entre charla y charla, noche tras noche, visitaban brevemente algunos de los grandes refugios del sur, presentando a Art a sus habitantes y sacando a colación la propuesta de una reunión o congreso. Lo llevaron a Bogdanov Vishniac, y lo sorprendieron con el gigantesco complejo construido en lo profundo del agujero de transición, mucho más grande que cualquier otro refugio. La expresión de Art era tan elocuente como si hablara, y le devolvió a Nirgal con extraordinaria intensidad la sensación experimentada la primera vez que había estado allí, con Coyote.Los bogdanovistas se mostraron muy interesados en la reunión, pero Mijail Yangel, el único asociado de Arkadi que había sobrevivido al 61, le preguntó a Art cuál sería el propósito a largo plazo que justificara esa reunión.

—Reconquistar la superficie.

—¡Ya veo! —Mijail parecía sorprendido.— ¡Bien, estoy seguro de que tendrías nuestro apoyo! Durante mucho tiempo la gente ha temido incluso plantear el tema.

—Muy bien —le dijo Nadia a Art mientras continuaban viajando hacia el norte—. Si los bogdanovistas apoyan la reunión, es muy probable que se celebre. Muchos de los refugios ocultos son bogdanovistas o están muy influidos por ellos.

Después de Vishniac visitaron los refugios que rodeaban el Cráter Holmes, conocido como el «corazón industrial» de la resistencia. Esas colonias también eran bogdanovistas en su mayoría, con pequeñas variaciones sociales entre ellas, y estaban fuertemente influenciadas por los primeros filósofos sociales marcianos, como Schnelling, Hiroko, Marina o John Boone. Los utópicos francófonos de Prometheus, por otra parte, habían estructurado sus asentamientos según ideas tomadas de fuentes que incluían de Rousseau y Fourier hasta Foucault y Nemy, sutilezas que le habían pasado inadvertidas a Nirgal en la primera visita. Actualmente estaban muy influidos por los polinesios, que habían llegado a Marte hacía poco, y las grandes salas lucían palmeras y estanques poco profundos. Art declaró que aquel lugar se parecía mas a Tahití que a París.

En Prometheus encontraron a Jackie Boone; unos amigos la habían dejado allí. Ella quería regresar directamente a Gameto, pero prefería viajar con Nadia a esperar más tiempo, y Nadia estaba deseosa de llevarla. Así que cuando partieron de nuevo, Jackie los acompañaba.

La tranquila camaradería de la primera parte del viaje se desvaneció. Jackie y Nirgal se habían separado en Sabishii con la relación en el estado indefinido e incierto de costumbre, y Nirgal se sentía molesto por aquella interrupción en el desarrollo de su nueva amistad. Art parecía muy consciente de la presencia física de la muchacha: Jackie era más alta que él y más corpulenta que Nirgal, y Art la miraba de una manera que él creía disimulada, pero que todos advertían, incluida Jackie. Esto molestaba a Nadia, y ella y Jackie reñían por tonterías, como hermanas. Cierta vez, después de una de estas peleas en uno de los pequeños refugios de Nadia, aprovechando que Jackie y Nadia estaban en otra habitación, Art le susurró a Nirgal:

—¡Es igualita a Maya! ¿No te la recuerda? La voz, las maneras... Nirgal rió.

—Dile eso y serás hombre muerto.

—Ah —dijo Art. Miró a Nirgal de reojo—. ¿Vosotros dos todavía sois...?

Nirgal se encogió de hombros. Era una situación interesante: Nirgal le había contado a Art lo suficiente para que el hombre supiese que había algo fundamental entre Jackie y él. Ahora Jackie estaba casi segura de tener a Art en el saco, de que pronto lo añadiría a su lista de siervos como hacía rutinariamente con los hombres que le gustaban o le parecían importantes. Por el momento aún no había averiguado lo importante que era Art, pero cuando lo supiese actuaría como de costumbre, y entonces ¿qué haría Art?

Por eso el viaje ya no fue lo mismo: Jackie imponía su ritmo a todo. Discutía con Nadia y Nirgal; rozaba a Art como al desgaire, hechizándolo al mismo tiempo que lo evaluaba. Se quitaba la camisa delante de él para lavarse con una esponja en los refugios de Nadia, o le ponía una mano sobre el brazo cuando le preguntaba sobre la Tierra. Pero en otras ocasiones lo ignoraba por completo, perdida en sus mundos propios. Era como vivir con un gran felino en el rover, una pantera que lo mismo ronroneaba en el regazo de uno que lo derribaba al suelo, pero en cualquiera de los casos se movía con una gracia nerviosa y exquisita.

Ah, pero ésa era Jackie. Y estaba su risa, resonando en el coche por cosas que Art o Nadia habían dicho; y su belleza; y su intenso entusiasmo por discutir la situación marciana; cuando descubrió cuál era el propósito del viaje, se adhirió de inmediato. La vida era más intensa con ella cerca. Y aunque la observase embobado mientras se bañaba, Nirgal sospechaba que había algo malicioso en la sonrisa de Art mientras disfrutaba de las atenciones hipnóticas de ella. En cierta ocasión Nirgal lo sorprendió intercambiando una mirada divertida con Nadia. Por tanto, aunque le gustaba mucho y le gustaba mirarla, no estaba perdidamente subyugado. Tal vez se debiera a su amistad con Nirgal; Nirgal no estaba seguro, pero le gustó pensar que así era, porque nunca antes había sentido nada parecido, ni en Zigoto ni en Sabishii.

Por su parte, Jackie no consideraba a Art como un factor a tener en cuenta en la organización de una reunión general, como si ella misma pensara hacerse cargo de la tarea. Entonces visitaron un pequeño refugio neomarxista en las Montañas de Mitchel (que no eran más montañosas que el resto de las tierras altas del sur; el nombre era una reliquia de la era de los telescopios), y esos neo-marxistas resultaron estar en comunicación con la ciudad italiana de Bolonia y con la provincia india de Kerala. Y con las oficinas de Praxis en ambos lugares. Tuvieron mucho de qué hablar con Art, y evidentemente disfrutaron de la charla. Al final de la visita, uno de ellos le dijo:

—Es extraordinario lo que está haciendo, es usted como John Boone. Jackie dio un respingo y se volvió para mirar a Art, que rechazaba con timidez tal honor.

—No, no lo es —dijo ella.

Sin embargo, a partir de entonces lo trató con más seriedad. Nirgal no podía hacer otra cosa que reír. El nombre de John Boone era como un conjuro mágico para Jackie. Cuando ella y Nadia discutían las teorías de John, él podía entender un poco por qué Jackie se sentía así: mucho de lo que Boone había querido para Marte era sensato, y a Nirgal le parecía que Sabishii en particular era una suerte de espacio booneano. Pero para Jackie era algo más que una respuesta racional: tenía relación con Kasei y Esther, con Hiroko e incluso con Peter, con un complejo de emociones que la afectaban a un nivel más profundo que cualquier otra cosa.

BOOK: Marte Verde
13.4Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Figaro Murders by Laura Lebow
Playbook 2012 by Mike Allen
Empties by Zebrowski, George
Silver Eyes by Nicole Luiken
When Love Comes by Leigh Greenwood
Curse of the Kings by Victoria Holt
Juego mortal by David Walton
The Spanish Outlaw by Higgins, Marie