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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Verde (49 page)

BOOK: Marte Verde
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—¡Ya lo sé!

Ya era pleno día y detuvo el rover en una hendidura entre dos de las antiquísimas colinas; oscurecieron las ventanas y se tendieron en los estrechos camastros.

—¿Cuántos grupos de la resistencia hay? —preguntó Art.

—Nadie lo sabe —contestó Coyote.

—Bromeas.

Nirgal habló antes de que Coyote replicara.

—Hay unos cuarenta en el hemisferio sur. Y algunas disensiones entre ellos que vienen de antiguo se están volviendo agrias. Hay grupos de la línea dura ahí fuera. Rojos radicales, grupos de seguidores de Schnelling escindidos, distintos grupos fundamentalistas... Están causando problemas.

—¿Pero acaso no trabajan todos por una causa común?

—No lo sé. —Nirgal recordó discusiones en Sabishii, algunas violentas, que se prolongaban toda la noche, entre estudiantes que en realidad eran amigos.— Quizá no.

—¿Pero es que todavía no lo han hablado?

—Formalmente no.

Art parecía sorprendido.

—Pues deberían hacerlo —dijo.

—¿Hacer qué? —preguntó Nirgal.

—Deberían convocar una reunión de todos los grupos de la resistencia y ver si pueden ponerse de acuerdo en lo que tratan de hacer. Intentar limar las diferencias.

Aparte de un bufido escéptico de Coyote, no hubo respuesta. Después de un largo silencio, Nirgal dijo:

—Tengo la impresión de que algunos de esos grupos desconfían de Gameto por los Primeros Cien que viven allí. Nadie quiere renunciar a su autonomía frente al que ya perciben como el refugio más poderoso.

—Pero eso podría discutirse en la reunión —dijo Art—. Entre otras cosas. Necesitan trabajar unidos, sobre todo si la policía transnac empieza a actuar después de lo que han averiguado por Sax.

Sax asintió. Los demás lo consideraron en silencio. Más tarde Art empezó a roncar, pero Nirgal estuvo despierto durante horas, pensando.

Llegaron a las cercanías de Senzeni Na algo apurados. Los alimentos serían suficientes si los racionaban, y el agua y los gases se reciclaban con tanta eficacia que apenas se perdía nada. Pero se les estaba acabando el combustible para el coche.

—Necesitamos unos cincuenta kilos de peróxido de hidrógeno —dijo Coyote.

Condujo hasta el borde del cañón más grande de Thaumasia; y allí, en la pared opuesta, estaba Senzeni Na, tras unas grandes láminas de cristal, las arcadas pobladas de altos árboles. El suelo del cañón frente a la ciudad estaba cubierto de tubos peatonales, pequeñas tiendas, la gran fábrica del agujero de transición, el propio agujero, que era un gigantesco hoyo negro en el extremo sur del complejo, y el cordón de residuos, que corría por el cañón y se perdía en el norte. Ese agujero era el más profundo de Marte, tan profundo que la roca empezaba a ser un poco plástica en el fondo; «se está reblandeciendo», decía Coyote. Dieciocho kilómetros de profundidad, y la litosfera en esa zona tenía veinticinco.

La explotación del agujero estaba automatizada casi por competo, y la gran mayoría de la población de la ciudad nunca se acercaba a él. Muchos de los camiones robóticos que transportaban la roca extraída utilizaban peróxido de hidrógeno como combustible, de modo que en los almacenes cercanos al agujero encontrarían lo que necesitaban. Y la seguridad allí databa de antes de la revolución, había sido concebida en parte por John Boone, así que era lamentablemente inadecuada para enfrentarse a los métodos de Coyote, sobre todo porque tenía todos los viejos programas de John en su IA.

El cañón era excepcionalmente largo, y el mejor itinerario de Coyote para llegar al suelo desde el borde era un sendero de escalada unos diez kilómetros cañón abajo del agujero.

—No hay problema —dijo Nirgal—. Lo traeré a pie.

—¿Cincuenta kilos? —objetó Coyote.

—Yo lo acompañaré —dijo Art—. Quizá no pueda hacer levitación mística, pero puedo correr.

Coyote reflexionó, y luego asintió.

—Yo los guiaré por el acantilado.

Y en el lapso marciano Nirgal y Art se pusieron en camino con unas mochilas vacías sobre los tanques de aire, y corrieron con facilidad por el liso suelo del cañón, por la zona norte de Senzeni Na. A Nirgal le parecía cosa fácil. Llegaron al complejo del agujero de transición sin contratiempos; a la luz de las estrellas se añadía ahora la difusa luz de la ciudad, que brillaba a través del cristal y se reflejaba en el muro opuesto. El programa de Coyote les permitió franquear la antecámara de un garaje y entrar en un almacén tan deprisa como si tuviesen derecho a estar allí, sin señales de que hubiesen tropezado con ninguna alarma. Pero mientras cargaban los pequeños contenedores de peróxido de hidrógeno en las mochilas todas las luces se apagaron y las puertas de emergencia se cerraron.

Art corrió hacia la pared opuesta a la puerta, colocó una carga y se apartó. La carga explotó con un sonoro estampido y abrió un respetable boquete en la fina pared del almacén. Los dos hombres saltaron fuera y echaron a correr entre las dragas gigantescas del muro perimétrico. Unas figuras con traje se precipitaron por el tubo peatonal que venía de la ciudad, y los dos intrusos tuvieron que esconderse detrás de una de las dragas, una estructura tan descomunal que ellos podían estar de pie en las rendijas de las cintas de tracción. Nirgal sintió los latidos de su corazón contra el metal. Las figuras entraron en el almacén y Art corrió y colocó otra carga; el fogonazo deslumbró a Nirgal, que se escurrió por la abertura en el muro y corrió sin sentir los treinta kilos de combustible rebotándole sobre la espalda y aplastando los tanques de aire tras la columna. Art corría delante, desmayado por la gravedad marciana, pero con sus sorprendentes zancadas. Nirgal casi rió mientras se esforzaba por alcanzarlo; regularizó el ritmo y cuando llegó a la altura de Art trató de enseñarle con su ejemplo a usar los brazos apropiadamente, como si nadara en el espacio, en vez de moverlos frenéticamente y desequilibrarse con tanta frecuencia. A pesar de la oscuridad y de la velocidad, a Nirgal le pareció que Art movía los brazos con más suavidad.

Nirgal tomó la delantera y trató de seguir la ruta más despejada por el suelo del cañón, la que tuviese menos rocas. La luz de las estrellas bastaba para iluminarles el camino. Art seguía rebotando a su derecha, apremiándole. Se convirtió casi en una carrera, y Nirgal avanzó mucho más deprisa que en otras circunstancias. El secreto estaba en el ritmo, la respiración y la distribución del calor. Era sorprendente ver lo bien que se las arreglaba Art para sostener su paso sin la ventaja de ninguna disciplina. Era un animal poderoso.

De pronto apareció Coyote y el susto casi los derribó. Subieron gateando por el sendero rocoso del acantilado y llegaron al borde, otra vez bajo la bóveda de estrellas y con Senzeni Na como una nave espacial reluciente sumergida en el acantilado opuesto.

En el rover-roca, Art, aún jadeando, dijo:

—Vas a tener que... enseñarme ese
lunggom
. Por Dios que corres rápido.

—Vaya, tú también. No sé cómo lo haces.

—Miedo. —Meneó la cabeza, aspiró aire.— Estas cosas son peligrosas —se quejó a Coyote.

—No tengo la culpa —saltó Coyote—. Si esos desgraciados no hubiesen robado mis suministros, no nos habríamos visto obligados a hacerlo.

—Sí, pero tú haces cosas como ésta todo el tiempo, ¿no es así? Y es peligroso. Quiero decir que necesitan hacer algo más que sabotaje en estas tierras desoladas. Algo sistémico.

Descubrieron que cincuenta kilos era el mínimo imprescindible para llegar a casa, de manera que marcharon hacia el sur con todos los sistemas no críticos apagados, el interior del rover a oscuras y bastante frío. También hacía frío fuera; en las noches cada vez más largas de los inicios del invierno meridional empezaron a encontrar escarcha y montículos de nieve. Los cristales de la cima de los montículos servían de núcleo de láminas de hielo que crecían hasta formar flores de hielo. Rodaron por esos campos cristalinos, que resplandecían débilmente a la luz de las estrellas, hasta que todo se fundió en un gran manto blanco de nieve, hielo, escarcha y flores de hielo. Condujeron despacio y una noche se les acabó el peróxido de hidrógeno.

—Teníamos que haber conseguido más —dijo Art.

—Cállate —replicó Coyote.

Siguieron con las balerías, que no durarían mucho. En la oscuridad absoluta del coche, la luz proyectada por el mundo blanco del exterior era fantasmal. Ninguno hablaba, excepto para discutir los aspectos esenciales de la marcha. Coyote confiaba en que la distancia que recorrerían con las baterías bastaría para dejarlos a la vista del hogar, pero si algo fallaba, si una rueda encallaba... Tendrían que intentarlo a pie, pensó Nirgal. Correrían. Pero Spencer y Sax no llegarían muy lejos corriendo.

En la sexta noche después de la incursión en Senzeni Na, casi al final del lapso marciano, vieron delante de ellos una línea de blanco inmaculado que al principio engrosaba el horizonte y luego se separó de él: los acantilados blancos del casquete polar sur.

—Parece un pastel de bodas —dijo Art, sonriendo.

La batería estaba casi agotada y el coche avanzaba cada vez más despacio. Pero Gameto estaba a unos pocos kilómetros rodeando el casquete polar en el sentido de las agujas del reloj. Y así, justo después del alba, Coyote guió el coche a paso de tortuga hasta el garaje exterior del complejo del borde de Nadia. Recorrieron a pie el último tramo, a la cruda luz de la mañana, la escarcha nueva crujiendo bajo sus pies, entre sombras alargadas y bajo el gran saliente blanco de hielo seco.

Gameto le provocó la misma sensación de siempre, como si intentara ponerse unas ropas viejas que le quedaban demasiado pequeñas. Pero esta vez lo acompañaba Art, y la visita tenía el interés de mostrarle a un nuevo amigo el viejo hogar. Cada día Nirgal lo llevaba a dar una vuelta, le explicaba peculiaridades del lugar y le presentaba a la gente. Al observar la gama de expresiones de la cara de Art, desde la sorpresa a la incredulidad, Gameto empezó a perfilarse ante sus ojos como una empresa verdaderamente insólita. La blanca cúpula de hielo, los vientos, brumas y pájaros, el lago, la aldea, siempre helada y extrañamente sin sombras, los edificios blancos y azules dominados por la medialuna de casas de bambú. Era un lugar extraño. Y los issei le parecían asombrosos a Art. Les estrechaba la mano y decía:

—Le he visto en los vídeos, encantado de conocerle.

Después de que le presentaran a Vlad, Ursula, Marina e Iwao, le confesó a Nirgal en un murmullo:

—Esto parece un museo de cera.

Nirgal lo llevó a conocer a Hiroko, y ella se mostró benigna y distante como siempre, tratando a Art casi con la misma amabilidad reservada que dispensaba a Nirgal. La diosa madre del mundo... Estaban en los laboratorios de Hiroko, y oscuramente molesto con ella Nirgal llevó a Art hasta los tanques ectógenos, y le explicó lo que eran. Los ojos de Art se abrían mucho cuando algo lo sorprendía, y en ese momento eran relucientes globos de azul y blanco.

—Parecen frigoríficos —comentó, y miró detenidamente a Nirgal—.

¿Te sentiste solo?

Nirgal se encogió de hombros y miró las pequeñas portillas transparentes. Una vez él había flotado ahí dentro, soñando y dando patadas... Era difícil imaginar el pasado, creer en él. Durante millones de años él no había existido, y entonces, un día, dentro de esa pequeña caja negra, una aparición súbita, verde en el blanco, blanco en el verde.

—Hace mucho frío aquí —observó Art cuando salieron. Llevaba un abultado abrigo de fibra que le habían prestado, con la capucha echada sobre la cabeza.

—Tenemos que mantener una capa de hielo de agua recubriendo el hielo seco para que el aire sea respirable. Por eso estamos siempre un poco por debajo del punto de congelación. A mí me gusta. Me parece la temperatura ideal.

—Infancia.

—Sí.

Visitaban a Sax cada día, y el graznaba un «hola» o un «adiós» como saludo y hacía lo que podía para conversar. Michel pasaba varias horas al día trabajando con él.

—Definitivamente, es afasia —les dijo—. Vlad y Ursula le hicieron un scanner y localizaron la lesión en el centro del habla anterior izquierdo. Afasia no fluida, a veces llamada afasia de Broca. Tiene dificultades para encontrar la palabra, y a veces cree que la tiene, pero lo que dice es un sinónimo, o un antónimo, o una palabra soez. Es frustrante para él, pero la recuperación en este tipo de lesión es generalmente buena, aunque lenta. En esencia, otras zonas del cerebro tienen que aprender a realizar las funciones de la zona dañada. En fin, estamos en ello. Es muy gratificante cuando hay progresos. Y podría ser peor.

Sax, que los había estado mirando mientras Michel hablaba, asintió con una expresión curiosa.

—Quiero enseñar. No,
hablar
—dijo.

De toda la gente de Gameto que Nirgal le presentó a Art, quien mejor le cayó fue Nadia. Se sintieron atraídos mutuamente en seguida, para sorpresa de Nirgal. Pero le alegró, y observó a la antigua profesora con afecto mientras hacía su confesión particular en respuesta a la andanada de preguntas de Art; el rostro de Nadia parecía muy viejo, salvo por los ojos marrón claro moteados de verde alrededor de la pupila, asombrosamente vivos; irradiaban interés, bondad e inteligencia, y que miraban aturdidos mientras Art la interrogaba.

Los tres acabaron pasando muchas horas juntos en la habitación de Nirgal, charlando, contemplando la aldea, o por la otra ventana el lago. Art se paseaba por el pequeño cilindro de bambú de la ventana a la puerta y de la puerta a la ventana, palpando las muescas en la lustrosa madera verde.

—¿Llaman a esto madera? —preguntó, mirando el bambú. Nadia rió.

—Yo lo llamo madera —dijo—. Estas viviendas fueron idea de Hiroko y una buena idea, por cierto, excelente aislamiento increíblemente fuerte, no necesita carpintería más que en las puertas y las ventanas.

—Supongo que te habría gustado tener este bambú en la Colina Subterránea, ¿no?

—El espacio del que disponíamos era muy reducido. Quizás en las arcadas. De todas maneras, esta especie es muy reciente.

Ella volvió el interrogatorio hacia él y le hizo cientos de preguntas sobre la Tierra. ¿Qué materiales de construcción empleaban ahora? ¿Iban a comercializar la energía de fusión? ¿Estaban las Naciones Unidas irremediablemente acabadas después de la guerra del 61? ¿Estaban intentando construir un ascensor espacial para la Tierra? ¿Que porcentaje de la población había recibido el tratamiento gerontológico? ¿Cuáles eran las transnac más poderosas? ¿Luchaban entre ellas para conseguir la supremacía?

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