Marcas de nacimiento (35 page)

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Authors: Nancy Huston

Tags: #Narrativa, #Drama

BOOK: Marcas de nacimiento
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Los sueños se desbordan filtrándose en la vigilia los días y las noches se invierten la gente y las estatuas se invierten el caos está por todas partes es el mes de marzo el frío atenaza el mundo el aullar de las sirenas es continuo el cielo está ensangrentado es el mes de abril vuelve a empezar la escuela los árboles del patio revientan en flores los pájaros cantan la ciudad es bombardeada una bomba cae justo en la plaza y cuando salimos al día siguiente el ayuntamiento y nuestra iglesia son ruinas humeantes, los postes del tiovivo despuntan en todas las direcciones y los caballitos yacen de costado o patas arriba con los cascos al aire, aún curvados en posición de galope, altos árboles escindidos por la mitad se inclinan peligrosamente como si quisieran prestar oídos a alguna verdad procedente de la tierra misma, las clases se interrumpen otra vez, la radio dice que Hitler ha muerto, es el mes de mayo las flores crecen exuberantes en los parques y el colegio termina y el patio se llena a rebosar de refugiados del Este, vienen en tropel a la ciudad, han caminado interminables kilómetros cargados con bolsas, bultos y niños, tienen la piel gris, están anonadados y muertos de hambre y nos acurrucamos en nuestras casas a la espera, un día oímos gritos en la calle y vamos a la ventana abierta para ver lo que ocurre, el bebé de una mujer está muerto pero ella se niega a separarse de él, coge una maleta de un montón de maletas, tira el contenido al suelo, mete a su bebé dentro y desaparece entre la muchedumbre con la maleta a cuestas, es el mes de junio y ahora, dice Johann, Alemania ha sido dividida en cuatro como una tarta y a cada uno de los vencedores le ha tocado un pedazo y nuestro pedazo pertenece a América.

Ha llegado el momento de pasar hambre y esperar, esperar, esperar a que papá regrese a casa, los rusos lo han hecho prisionero o murió en una batalla o viene de regreso a casa, nadie lo sabe, los días cálidos del verano ya están aquí y la ciudad es una masa hirviente de sufrimiento, la gente se arrebata el pan de la boca pero comparte generosamente sus enfermedades, no nos queda nada que comer así que Johann hace una lista de todo lo que hay de valor en casa, las joyas de la abuela y las tazas y platillos incólumes de Dresde y el piano, se adentra en el gentío, conoce gente y hace tratos con ellos, de alguna manera encuentra a alguien que compra el piano, viene una furgoneta para llevárselo y a cambio recibimos un saco grande de patatas, es un milagro, no un truco, el piano se ha convertido en patatas igual que el agua en vino y Johann es el héroe de la jornada. Escucha las conversaciones graves y morbosas en las calles, averigua de qué huyen estas gentes, qué han visto y perdido y soportado, qué han dejado atrás, y me lo cuenta.

—Dale la muñeca a Johann, Greta —dice mamá—. Es posible que consiga venderla, que nos consiga un poco de tocino o una hogaza de pan. —Pero Greta se niega a separarse de ella—. Entonces, roba, Johann —dice mamá en voz queda—. Roba lo que puedas o nos vamos a morir de hambre.

Johann roba, pero cuando mamá llora de vergüenza y agradecimiento al ver la comida que trae, él ni siquiera la mira.

• • •

Es un anochecer polvoriento y estamos encaramados a un pedazo de banco roto en un rincón del parque; refugiados andrajosos duermen amontonados en el suelo con los hatos de pertenencias por almohadas, cierro los ojos y escucho la extraña orquesta de criaturas que lloriquean, los viejos que suspiran, las viejas que rezan y nuestros estómagos que rugen, y entonces Johann dice en voz suave:

—Ha llegado el momento, falsa Kristina.

—¿Qué momento?

—Te dije que iba a irme en verano. ¿Vas a venir conmigo?

—¡Janek! Ahora no podemos irnos y abandonar a la familia…

—Ya es agosto. Pronto las noches serán muy frías para dormir al raso. ¿Vienes conmigo? —repite en polaco, y yo me echo a llorar.

Llorar es algo misterioso. El abuelo me decía que tenemos conductos lacrimales para mantener los globos oculares húmedos y proteger nuestros ojos, que son increíbles mecanismos frágiles, delicados, pero nadie puede explicar cómo es que cuando nos ponemos tristes los conductos lacrimales empiezan a funcionar por voluntad propia, es difícil ver qué conexión lógica puede haber entre la pena y el agua salada pero la hay, de pronto echo tremendamente de menos al abuelo y cuanto más lloro más lo echo de menos, cuando lloras una cosa lleva a la otra y todo aquello en lo que piensas se convierte en otra razón para llorar, echo de menos al abuelo echo de menos a papá echo de menos a Lothar quiero que la familia se reúna quiero que mamá sea feliz otra vez…

—Es sí o no, Krystynka mía.

Me abalanzo hacia Johann, que de pronto se ha convertido a mis ojos en todos los hombres del mundo y lloro sobre su pecho y él me rodea con un brazo e, incómodo, me da unas palmaditas en la cabeza, la gente que pasa nos mira de soslayo y sigue adelante, ya han visto demasiado, sus ciudades han ardido han visto gente carbonizada reducida a una tercera parte de su tamaño natural con llamas de fósforo aún danzando sobre sus espaldas, han visto monigotes morados y pardos congelados para toda la eternidad, han visto tranvías llenos de pasajeros asados, han visto manos de mujeres tiradas en el suelo, cabezas humanas calcinadas del tamaño de pelotas de tenis, gente reducida a montoncitos de cenizas, personas hervidas hasta los huesos tras la explosión de calderas de agua, ya no pueden preocuparse por minucias como niñas que lloran.

—Puedes decírmelo mañana. Mañana es mi cumpleaños, pequeña Krystynka. Cumpliré trece años y me iré a medianoche.

El abuelo solía decir que mañana no llega nunca y me contó el chiste del barbero que atraía clientela con un cartel que rezaba «Mañana se afeita gratis», entonces la gente regresaba al día siguiente y esperaba que el afeitado fuera gratuito pero el barbero se reía de ellos delante de todo el mundo y decía, señalando el cartel: «No; es mañana, ¿no sabe leer?», así que se afeitaban de todas maneras y pagaban, porque ya habían ido hasta allí, y con el tiempo, contaba el abuelo, ese hombre llegó a ser el barbero más rico de Dresde.

Mañana nunca llega pero sí llega el día siguiente

Al día siguiente estamos sentados a la mesa de la cocina tomando té y mordisqueando pieles de patata cuando suena el timbre y mamá se lleva un violento sobresalto, pensando que puede ser papá hasta que cae en la cuenta de que papá tiene llave y no llamaría al timbre de su propia casa, aunque también podría haber perdido la llave en el fragor de la batalla así que hay al menos una oportunidad, pero no, no es papá. Helga sale a la puerta y regresa con una señora.

La señora es tan elegante que parece una criatura de otro planeta, hace una eternidad que no veíamos alguien tan bien vestido, alimentado y acicalado, lleva el cabello castaño oscuro recogido en un moño impecable, viste uniforme y zapatos de cuero y lleva un maletín. Se presenta como la señorita Mulyk y se disculpa por interrumpir así nuestra comida y en cuanto abre la boca sabemos que es extranjera y mamá despacha a todos los niños de la cocina.

Aguardamos sentados en la sala. No hay nada que hacer así que no hacemos nada. El reloj ya no está para hacer tic y tac y decirnos que el tiempo está pasando pero el cielo cambia de color lentamente, así que está pasando de todas maneras. Me viene a la cabeza que es el cumpleaños de Janek pero me da la impresión de que es mal momento para recordárselo. Ahora las cuatro mujeres en la cocina hablan en voz alta, la voz de la abuela se ha vuelto estridente pero no alcanzamos a entender las palabras, sólo la melodía, una melodía de dolor. Al final Helga se asoma a la puerta de la sala y nos llama a Johann y a mí.

—Tú no, Greta —añade cuando Greta se levanta para venir con nosotros—, sólo Johann y Kristina.

Miro a Greta y ella me mira y en ese instante sabemos que hemos llegado al final de nuestra espinosa relación como hermanas.

La mesa de la cocina está cubierta de papeles y fotografías, Helga y la abuela están sentadas una a cada lado de mamá, veo sus seis pies alineados bajo la mesa pero no puedo levantar la mirada hacia sus caras porque sé que mamá tiene los ojos enrojecidos de llorar y no quiero vérselos.

Con voz titubeante, la desconocida le dice unas palabras en polaco a Johann.

—Tak —dice él, y mamá gime.

Entonces la señora se vuelve hacia mí. Espero que también me hable en polaco y estoy preparándome para explicar que tengo mi lengua materna olvidada por la falta de uso pero en vez de eso me tiende la mano y dice, en alemán:

—¿Te importaría acercarte, querida?

—¡No! —aúlla mamá con una voz que no le había oído nunca, una voz gutural, fértil en dolor oscuro como la marga—. ¡Kristina no!

La señora le dice a mamá que haga el favor de calmarse, por favor.

—Ya sé lo duro que debe de ser para usted —dice, y le pide a Helga que le traiga un vaso de agua pero Helga no se mueve.

La señora me tiende la mano otra vez y mamá se viene abajo llorando sobre la mesa.

Cruzo la cocina a paso lento y tomo la mano de la señorita Mulyk y digo con solemnidad, en polaco:

—Yo también soy polaca.

La señora arquea las cejas.

—No, querida, me parece que no —dice, y al decirlo me suelta la mano derecha y me coge la izquierda para darle suavemente la vuelta y antes de darme cuenta está mirándome la cara interna del brazo izquierdo. Es un día caluroso, llevo una blusa sin mangas así que le resulta fácil verme la marca de nacimiento y, tras haberla visto, añade—: De hecho, estoy casi segura de que eres ucraniana… y de que en realidad te llamas Klarysa.

Miro a Johann conmocionada, como si el suelo hubiera desaparecido bajo mis pies. Me mira a los ojos y los suyos están llenos de confusión. «¿Quién eres?», me están preguntando y no sé la respuesta. Todos estos meses he estado preparándome para la reunión con matka y ojciec en Polonia; si ellos no me están esperando, entonces ¿quién me espera? ¿Dónde está y qué es Ucrania? Se me hace un nudo en el estómago y temo que voy a vomitar como el día que averigüé que era adoptada. Pero entonces estaba sola, era antes de que Janek llegara a mi vida, me aferro a sus ojos y me están diciendo: «Da igual lo que ocurra, tú y yo siempre estaremos juntos».

• • •

Después de marcharse la señorita Mulyk, voy al cuarto de baño, que es el único sitio donde puedo cantar en la intimidad y abro los grifos al máximo para que nadie me oiga. ¿Puedo cantar otra vez en alemán si resulta que soy ucraniana aunque creía ser polaca? Muy suavemente, acariciándome la marca de nacimiento con el pulgar, canto la canción sobre el edelweiss, para agradecerle al abuelo todo lo que me enseñó en esta casa.

Esa noche Greta viene y se queda junto a mi cama en la oscuridad, tiene a
Annabella
en brazos y dice:

—Kristina, la señora americana te va a llevar consigo, ¿no?

—Me parece que sí —susurro.

—Va a enviarte de regreso con tus padres de verdad en Ucrania, ¿no?

—Supongo.

—Bueno, pues escucha. No hemos sido buenas amigas este último año, pero voy a echarte de menos, la casa estará muy vacía sin ti, y lo que es peor, no tendré una hermana pequeña con la que meterme. —Vacila y luego añade—: Esta noche voy a dormir con la muñeca y luego… cuando te vayas… puedes llevártela. Te servirá para… para recordar a esta familia.

Le echo los brazos al cuello y las dos nos abrazamos y resulta raro porque nunca nos habíamos abrazado y nunca volveremos a abrazarnos, y digo:

—Gracias, muchas, muchas gracias, Greta. Nunca lo olvidaré.

Helga pasa la mañana empaquetando nuestras cosas, hacia mediodía veo mi maleta abierta encima de la cama con todo lo que tengo en el mundo dentro, desde el cepillo de dientes hasta el osito de cuerda, pero lo mejor es la preciosa
Annabella
tendida encima con su vestido de terciopelo rojo desplegado a su alrededor. A primera hora de la tarde Janek y yo nos asomamos a la ventana y vemos llegar el coche de la señorita Mulyk, que aparca en la calle delante de nuestra casa. Vienen dos hombres con ella, uno de los cuales tiene la piel negra y Janek dice que eso significa que deben de ser todos americanos. Mamá lleva el día entero encerrada en su cuarto, no ha salido a comer con nosotros pero cuando suena el timbre sale con el pelo recién peinado y carmín en los labios, salta a la vista que está haciendo todo lo posible por mostrarse serena pero cuando ve a Helga y Johann bajando las maletas vuelve a derrumbarse y oigo el mismo sonido fértil como de marga de la víspera, un sonido aterrador como si su voz brotara de las entrañas de la tierra. Se precipita hacia mí, me coge en brazos y me aferra, gimiendo «Kristina, Kristina», y los hombres cogen las maletas y Johann los sigue hasta el coche sin decir palabra, sin dar las gracias ni despedirse de mamá, Greta, Helga o la abuela, entonces se acerca la señorita Mulyk y con una mezcla de tacto y firmeza convence a mamá de que me suelte, cosa que, he de reconocerlo, me supone un alivio porque estaba asfixiándome.

Después de que hayamos cerrado la puerta mamá lanza un largo grito desgarrador que resuena por el pasillo. Curiosos, los vecinos entreabren las puertas para mirarnos y la señora Webern, en vez de esconderse detrás de la puerta, está plantada delante, nos ve pasar con los brazos cruzados y los ojos cual antorchas ardientes, pero la señorita Mulyk mantiene la vista al frente como una bailarina y me dice en voz queda: «Valor, Klarysa».

Los dos hombres van delante y yo estoy aplastada entre Janek y la señora en el asiento de atrás, el trayecto parece interminable, es un caluroso día de agosto y sudo a raudales. El abuelo decía que sudar es el sistema de refrigeración automática del cuerpo, el sudor lo segregan conductos en la frente y las axilas y no sé dónde más, y cuando se evapora te refresca, pero hoy mi sudor no se evapora y no hace más que seguir brotando. Nadie dice nada pero veo que los músculos de las mandíbulas de Janek han empezado a movérsele otra vez. Cierro los ojos y finjo dormir. Un rato después miro a la señorita Mulyk entre las pestañas y, para mi sorpresa, se está enjugando una lágrima y me pregunto por qué llora ella, pero igual todo el mundo tiene alguna buena razón para llorar con los tiempos que corren, incluso los americanos. Por fin concilio el sueño con la cabeza en el hombro de Johann.

El coche me deja delante de una casa, voy hasta la puerta y pruebo la manilla; no está cerrada y entro con una tremenda ilusión, enfilo un largo pasillo y accedo a una amplia habitación resplandeciente con luz artificial, una mujer está de pie en el extremo opuesto de espaldas a mí y me digo: ¡Por fin! ¡Por fin! He encontrado a mi auténtica madre por fin… «¿Mama?», digo y ella no me contesta ni se vuelve así que me acerco y le toco la mano y repito: «¿Mamá?», pero está hecha de piedra.

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