Mal de altura (37 page)

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Authors: Jon Krakauer

Tags: #Aventuras, Biografía, Drama

BOOK: Mal de altura
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Un mes después de haber escalado el Everest con los indonesios, Boukreev intentó una travesía rápida del Lhotse y el Everest junto a un brillante alpinista italiano de treinta años llamado Simone Moro. Boukreev y Moro partieron hacia la cumbre del Lhotse el 26 de mayo, acompañando a ocho miembros de un equipo ruso independiente en el que estaba Vladimir Bashkirov (amigo de Boukreev que había ayudado a éste a guiar la anterior expedición). Los diez escaladores ganaron la cima sin oxígeno adicional, pero muchos de ellos no lo lograron hasta la tarde: eran las 16:00 cuando Moro y Boukreev finalmente consiguieron lograrlo.

Para entonces tanto Boukreev como Bashkirov sufrían de mal de altura. A media tarde Boukreev llamó por radio diciendo que Bashkirov se había desmayado y que necesitaba oxígeno con urgencia. Dos compañeros rusos partieron de inmediato de su campamento de altura con botellas de emergencia, pero fue demasiado tarde. Bashkirov murió en el tramo final del Lhotse.

Boukreev acababa de perder un nuevo amigo a causa de la altura, pero eso no lo disuadió de seguir intentando escalar todos los ochomiles. Seis semanas después de fallecer Bashkirov, el 7 de julio de 1997, Boukreev ascendió en solitario el Broad Peak paquistaní, y justo una semana más tarde completó una ascensión rápida del cercano Gasherbrum II. Para culminar su gesta, sólo le quedaban tres cimas: el Nanga Parbat, el Hidden Peak y el Annapurna.

Aquel mismo verano Boukreev invitó a Reinhold Messner a reunirse con él en el Tian Shan para una escalada recreativa. Durante la visita de Messner, Boukreev pidió consejo al legendario alpinista italiano acerca de su carrera profesional. Desde su primer viaje al Himalaya en 1989, Boukreev había acumulado un asombroso récord de ascensiones a los picos más altos. Sin embargo, en todas excepto en dos de ellas había seguido rutas tradicionales que presentaban pocos desafíos técnicos. Messner le dijo que si quería que se le incluyera entre los escaladores verdaderamente grandes, tendría que centrar sus esfuerzos en vías muy difíciles y no escaladas previamente.

Boukreev se lo tomó al pie de la letra. Decidió intentar el Annapurna por una ruta de su inmensa cara Sur, que muchos han intentado escalar sin conseguirlo. De pasada, haría un notable pico satélite, el Fang. Y para subir aún más el listón, decidió hacerlo en invierno. Sería una empresa increíblemente osada y peligrosa, tanto por la extremada pericia técnica necesaria cuanto por las condiciones inimaginables de viento y frío. La ascensión al Annapurna, cualquiera que sea la vía utilizada, está considerada una de las más peligrosas del mundo: de cada dos alpinistas que han alcanzado la cima, uno ha muerto. Si Boukreev salía airoso del intento, habría realizado una de las ascensiones más temerarias de toda la historia del alpinismo en el Himalaya. Como compañero de escalada reclutó a Simone Moro —el mismo italiano joven y fuerte que le había acompañado al Lhotse—, porque contaba con la experiencia técnica que a Boukreev le faltaba.

A fines de noviembre, reciente aún la publicación de
The Climb
, Boukreev y Moro viajaron a Nepal y se trasladaron en helicóptero al campamento base del Annapurna acompañados de Dimitri Sobolev, un cineasta de Kazajistán. El invierno se había adelantado, y encontraron grandes e inesperadas acumulaciones de nieve que dificultaron su ascensión con el riesgo añadido de un alud. De mala gana, decidieron abandonar el plan original y atacar el pico por una ruta mucho más fácil —pero igualmente peligrosa— en el límite de la cara Sur de la montaña.

Una vez montado el campamento I a 5.200 metros de altitud, al pie de la primera de las dificultades importantes, Boukreev, Moro y Sobolev salieron de su tienda al amanecer del día de Navidad, con la intención de instalar cuerdas fijas a lo largo de un barranco hasta una arista que se elevaba algo más de ochocientos metros por encima del campamento. A mediodía, Moro, que iba en cabeza, había llegado a unos sesenta metros de la cresta. A las 12:27, cuando se detuvo para sacar algo de la mochila, oyó un fuerte estruendo. Al levantar la vista vio venir hacia él un alud de enormes bloques de hielo. Moro consiguió gritar avisando a Boukreev y Sobolev, que subían por el barranco unos doscientos metros más abajo, justo antes de que el desprendimiento de nieve y hielo lo levantara en vilo y se lo llevara ladera abajo.

Moro hizo un intento de frenar su caída agarrándose a la cuerda fija, lo que le quemó las palmas y los dedos de las manos, pero fue en vano. Se precipitó ochocientos metros metido en la cascada de hielo y perdió el sentido, pero cuando aquélla se detuvo en una pequeña cuesta muy cerca del campamento I, Moro quedó casualmente en lo alto de la nieve desprendida. Al volver en sí buscó como un loco a sus compañeros, pero no vio rastro de ellos. Tampoco hubo suerte en los intentos de rescate realizados por tierra y aire durante la semana siguiente. Boukreev y Sobolev debían de haber muerto.

Las noticias sobre Boukreev fueron recibidas con asombro e incredulidad en varios continentes. Boukreev viajaba muchísimo y tenía amigos en todo el mundo. Un gran número de personas lloró su muerte, entre ellas la mujer con quien había compartido su vida, Linda Wylie, de Santa Fe (Nuevo México).

También a mí me afectó extraordinariamente la muerte de Boukreev, por un sinfín de razones. A raíz del accidente en el Annapurna, la polémica sobre lo que sucedió en el Everest en 1996 empezó a parecerme insignificante y fuera de lugar. Traté de entender por qué mi relación con aquel hombre se había deteriorado de semejante modo. Como ambos éramos tozudos y orgullosos y detestábamos renunciar a la pelea, nuestro desacuerdo había llegado a adquirir proporciones exageradas.

¿Significa esto que desearía haber pintado a Boukreev en mi libro de manera distinta? Creo que no. Nada de lo que he sabido desde la publicación de
Mal de altura
o
The Climb
me hace pensar que me equivoqué en mi interpretación. Lo que sí desearía, quizá, es haber sido algo menos escandaloso en el sonado intercambio epistolar habido entre Boukreev y yo que apareció en Internet poco después de la publicación de mi artículo sobre el Everest en septiembre de 1996. Aquella disputa online estableció un tono desafortunado que se intensificó en los meses siguientes y polarizó totalmente la discusión.

Aunque las críticas que dirigí a Boukreev en mi artículo para
Outside
y luego en
Mal de altura
son bastante comedidas —y compensadas por elogios sinceros—, Anatoli se sintió muy ultrajado por mis comentarios. Él y DeWalt reaccionaron poniendo en duda mi credibilidad y presentando una interpretación de los hechos realmente singular. Para defender mi honestidad, me vi obligado a revelar material que había guardado en el cajón para no herir innecesariamente a Boukreev. La respuesta de éste, DeWalt y St Martin's Press fue intensificar sus ataques personales, y de la noche a la mañana la polémica se convirtió en una desagradable guerra de palabras.

La disputa alcanzó su punto más bajo a primeros de noviembre de 1997 en la Feria del Libro de Banff Mountain. Boukreev participaba en un foro con otros alpinistas famosos. Yo había declinado una invitación a intervenir, pues temía que el debate terminara en una pelea a gritos, pero cometí el error de asistir como uno más entre el público. El caso es que en un momento dado mordí el anzuelo de Boukreev; lo que siguió fue un acalorado e imprudente intercambio de palabras en medio de una sala abarrotada.

Lamenté mi exabrupto de inmediato. Concluido el foro y con la sala vacía, corrí en busca de Anatoli y lo encontré en compañía de Linda Wylie cruzando el recinto del Banff Centre. Les dije que pensaba que debíamos hablar un rato en privado e intentar aclarar un poco las cosas. Al principio Anatoli se resistió, aduciendo que llegaba tarde a otro acto de la feria, pero ante mi insistencia, finalmente se avino a concederme unos minutos. Durante media hora él, Wylie y yo estuvimos allí de pie en la fría mañana canadiense hablando con sinceridad, pero con calma, de nuestras diferencias.

En un momento dado, Anatoli me puso la mano en el hombro y dijo: «No estoy enfadado contigo, Jon, pero es que tú no lo entiendes». Cuando terminamos de hablar y cada cual se fue por su lado, habíamos llegado a la conclusión de que tanto Anatoli como yo debíamos hacer un esfuerzo por moderar el tono del debate. Coincidimos en que no había ninguna necesidad de que el ambiente estuviera tan emocionalmente cargado entre los dos. Pactamos que no había acuerdo sobre ciertos puntos —sobre todo en lo tocante a la pertinencia de guiar sin oxígeno en el Everest y en lo que se dijeron Boukreev y Fischer durante aquella última conversación en lo alto del escalón Hillary—, pero ambos nos dimos cuenta de que en casi todo lo demás estábamos completamente de acuerdo.

Aunque el señor DeWalt continuó avivando a placer las llamas de la disputa, salí de mi encuentro con Anatoli en Banff con la esperanza de haber hecho las paces con él. Empezaba a ver un final a todo aquel embrollo. Pero siete semanas después, Anatoli perdió la vida en el Annapurna y yo comprendí que mis esfuerzos conciliatorios habían empezado demasiado tarde.

JON KRAKAUER

Boulder (Colorado), agosto de 1998

Notas a pie de página

[1]
No todos los que estaban en el Everest por esas fechas aparecen en la relación
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[2]
Así bautizado por George Leigh Mallory, el primer hombre que lo vio durante la expedición al Everest de 1921 desde el Lho La, un paso situado en la frontera entre Nepal y Tíbet. Cwm (pronúnciese «cum») es palabra galesa que significa «valle» o «circo». Se le conoce también como valle del Silencio.
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[3]
El láser y las trasmisiones vía satélite Doppler han permitido revisar las mediciones iniciales hasta situar la altitud en 8.848 metros.
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[4]
Koufax y Unitas fueron estrellas del béisbol y el fútbol americano, respectivamente, durante los años sesenta. (N. Del Tr).
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[5]
Los picos más altos de cada uno de los siete continentes son: Everest, 8.848 m (Asia); Aconcagua, 6.959 m (Suramérica); McKinley, 6.198 m (Norteamérica); Kilimanjaro, 5.895 m (África); Elbrus, 5.642 m (Europa); Monte Vinson, 5.140 m (Antártida); Kosciusko, 2.230 m (Oceanía). Después de que Bass escalara estos siete picos, un alpinista canadiense llamado Patrick Morrow argumentó que como el punto más alto de Oceanía no es el Kosciusko australiano sino la mucho más difícil cima del Carstensz (5.029 metros) en la provincia indonesia de Irian Barat, no era Bass sino él, Morrow, el primero en lograr la hazaña. El concepto mismo de las Siete Cimas ha sido objeto de críticas basándose en que sería mucho más meritorio escalar el segundo pico más alto de cada continente, que en varios casos son mucho más arriesgados.
<<

[6]
De 4.394 metros de altitud, está situado en el estado de Washington.
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[7]
Bass tardó cuatro años en conquistar las Siete Cimas.
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[8]
Monumento religioso, por lo general hecho de roca, donde suelen guardarse reliquias sagradas; llamado también stupa.
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[9]
Pequeñas rocas planas que han sido talladas meticulosamente con símbolos sánscritos que representan la invocación budista tibetana Om mani padme bum y que se encuentran amontonadas en medio de los senderos, formando largos muretes mani. El protocolo budista prescribe que los viajeros deben pasar siempre los muros mani por el lado izquierdo.
<<

[10]
Técnicamente hablando, la gran mayoría de yaks que se ven en el Himalaya son en realidad híbrido de yak y vaca. Por lo demás, la hembra de yak, cuando es de pura sangre, recibe el nombre de nak. Los occidentales, sin embargo, suelen tener grandes problemas para diferenciar a estos lanudos animales, y llaman «yak» a todos.
<<

[11]
A diferencia del tibetano, con el que está emparentado, el sherpa no es una lengua escrita, y los occidentales se ven obligados a recurrir a las traducciones fonéticas. Como consecuencia, existe poca uniformidad en la ortografía de las palabras o nombres sherpas; Tengboche, por ejemplo, aparece escrito como Tengpoche o Thyangboche.
<<

[12]
Aunque el nombre tibetano de la montaña es Yomolungma y el nepalí es Sagarmatha, muchos sherpas se refieren a ella como «Everest» en la conversación cotidiana, incluso hablando con otros sherpas.
<<

[13]
Ya desde los primeros intentos al Everest, las expediciones —comerciales y no comerciales por igual— han delegado en los sherpas la misión de transportar la mayoría del cargamento. Pero como clientes de una ascensión guiada, nosotros no llevábamos más peso que una pequeña cantidad de objetos personales y en este sentido nos diferenciábamos sustancialmente de las expediciones no comerciales de antaño.
<<

[14]
Aunque empleo la palabra «comercial» para toda expedición organizada como iniciativa de lucro, no todas las expediciones comerciales son guiadas. Por ejemplo, Mal Duff —que cobraba a sus clientes bastante menos que Hall y Fischer— proporcionaba la infraestructura esencial necesaria para escalar el Everest (comida, tiendas, botellas de oxígeno, cuerdas fijas, personal sherpa, etcétera), pero no contemplaba actuar como guía; se suponía que los alpinistas de su equipo tenían suficiente pericia para coronar solos la cima y volver a bajar sin problemas.
<<

[15]
Para anclar cuerdas y escalas a las pendientes nevadas se empleaban unas estacas de aluminio de noventa centímetros; cuando el terreno era de hielo duro, se recurría a pitones de rosca, unos tubos huecos de veinticinco centímetros de largo que se enroscaban al glaciar.
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[16]
Aunque los había usado antes en sus ascensiones al Aconcagua, al McKinley, el Elbrus y el Vinson, en ninguno de estos casos se trataba de auténtica escalada en hielo: el terreno consistía principalmente en pendientes relativamente suaves de nieve y/o pedregales así como de grava.
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[17]
Aunque la expedición constaba como aventura «en solitario», Neby había contratado a dieciocho sherpas para que le llevaran los fardos, fijaran cuerdas, montaran su campamento y le guiaran montaña arriba.
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