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Authors: Cesar Antonio Molina

Tags: #Relato, Viajes

Lugares donde se calma el dolor (67 page)

BOOK: Lugares donde se calma el dolor
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¿De qué se libera o emancipa el jainista? De la condición de alienación y contingencia de ser humano. Tanto el jainista como el hindú aspira a trascender la condición humana, a desembarazarse del lenguaje, a rebasar la condición de atadura a este mundo, y renacer en otra vida. El jainista, el hinduista y el budista creen que nuestra existencia no es sino una más dentro de una cadena infinita de renacimientos. La nueva existencia vendrá fuertemente determinada por el mérito o demérito moral de las acciones de vidas anteriores. No hay deterninismo sino libre albedrío, de ahí que la senda de progresión espiritual cobre mucha importancia. Esta práctica elimina la necesidad de cualquier intervención divina. ¿Quién o qué transmigra? El jainismo aquí piensa distinto del budismo y se acerca a ciertos sabios brahmánicos. El jainismo se refiere a «todos» los seres vivos, desde las más ínfimas bacterias hasta los hombres y mujeres. «Aunque esencialmente el espíritu es conciencia pura, dicha infinita y energía sin igual, está atrapado en la prisión de la materia debido a las acciones cometidas. Y puesto que el agente actúa apegado a lo mundanal, empezando por el cuerpo que su propio karma le ha construido, el estado de atadura no es otro que la conexión entre el espíritu y la materia. A lo que aspira el jainismo es a liberar el espíritu del ciclo de muertes y renacimientos en el mundo de la materia. El jainista quiere liberarse del samsara condicionado por sus propios actos; quiere liberarse de la prisión de la eternidad corporizada. Para lograrlo, purificará el espíritu de todo lo que es extraño a su naturaleza esencial. El liberado será aquel que coincida con sí mismo: la conciencia no contaminada por el egoísmo, la pasión, el lenguaje y la ignorancia. Al ser puro conocimiento y visión infinita, las acciones dejan de estar enraizadas en la ignorancia y el apego, por lo que son, kármicamente hablando, inocuas, neutras. Esa realización es el nirvana; literalmente, «dejar de soplar, apagarse, extinguirse. ¿Qué es lo que se extingue? La llama del karma, el motor de la rueda de transmigraciones. Sin karma que lo ate, el liberador se sale del cielo de muertes y renacimientos, por lo que también es legítimo decir que la liberación es emancipación de la muerte. Y es que ¿cómo va a morir aquel que se ha desprendido de la artificialidad de un ego? Abolida cualquier identificación con el ego —apegos, pensamientos, emociones— no existe ni yo ni muerte, sólo la conciencia de ser». Este fragmento tan esclarecedor es de Agustín Pániker autor de El jainismo, uno de los libros más esenciales sobre este movimiento religioso-filosófico de cuantos he leído. A Agustín me lo encontré —antes de conocer lo mucho que sabía sobre la India de parte de sus ancestros— en Bombay, bajo ese terrible monzón. Un joven risueño, encantador y, en apariencia, un tanto tímido. Parecía más el ejecutivo de una gran empresa multinacional que un extraordinario especialista en las religiones indias.

Las vías para llegar a la cima jainista son múltiples, aunque la más rápida y recta es el ascetismo: ir prescindiendo de todo lo que nos ata a la tierra. Hay que detener el influjo de más karma y quemar o eliminar el karma ya acumulado y adherido al espíritu. El eje de esta maestría espiritual, nos recuerda Pániker, es la no violencia hacia cualquier forma de vida, la austeridad, el desapego y la concentración mental, controlar las pasiones hasta el punto de lograr la «desidentificación» de toda acción. Quienes se entregan de lleno al jainismo siguiendo la vía ascética alcanzan la meta en esta vida, mientras que los seglares no esperan alcanzar la meta de la liberación durante esta vida. En la mente jainista no hay un dios creador del universo, éste existe por su propia naturaleza, sin soporte, suspendido en el espacio, increado, ingobernado. La historia no es ningún drama producido por Dios, sino el resultado del karma colectivo de los seres. «Si aún así concedemos la idea de un Creador corporeizado, gobernante y destructor del mundo, hay que postular inevitablemente que Dios es un producto, ya que su actividad no puede tener lugar sin cambios en sí mismo, lo que obliga a encontrar una causa de Dios y así
ad infinitum
. Posturas similares sostenía Kumarila (siglos VII-VIII), principal filósofo del sistema Mimamsa, para quien la idea de Dios no sólo era repulsiva sino ontológicamente irrelevante», comenta de nuevo Pániker. Los jainistas acusan a los teístas de ególatras y de ser ellos mismos los creadores de esa imagen de Dios a su «imagen» y semejanza. El ateísmo hindú no identifica a ningún dios como creador y gobernador del universo, pero tampoco toma como esencial de su doctrina el combatirlo. El jainismo tampoco nunca negó la existencia de ciertos seres sobrenaturales, benéficos o no, aunque sin darles demasiada relevancia. La literatura jainista está repleta de cielos y edades: La Edad Extremadamente Maravillosa (donde dominaba la felicidad máxima), la Edad Maravillosa (menos feliz), la Edad Tristemente Maravillosa (llena de conflictos y cuando comienzan a darse renacimientos humanos o animales), la Edad Maravillosamente Triste, la Edad Triste (el período actual, lleno de sufrimientos) y la Edad Tristemente Triste (en que desembocará la anterior). Luego volverá a iniciarse un ciclo ascendente.

El jainismo tiene una serie de santos y escritos a seguir. Son los veinticuatro
tirthankaras o
jinas modélicos. Uno de ellos es Bahubali, que permaneció inmóvil de pie y en ayuno permanente durante un año. Pero Mahavira fue el principal propagador de estas ideas. Un maestro es a la vez santo y sabio. El budismo también tiene veinticinco
buddhas
modélicos. Si los seres humanos pueden renacer, también los animales y otros objetos inorgánicos como las piedras, las llamas, el agua, etc. Este animismo jainista podría coincidir con el hilozoísmo, es decir, una presencia espiritual en todo lo creado. Por supuesto también se incluye aquí el mundo vegetal.

Por los caminos de la India me encontré con grupos de jainistas ascetas completamente desnudos,
digambaras
. Ni siquiera llevaban harapos, tan sólo una escobilla para apartar diminutas vidas a su paso y un cuenco de agua. No poseen nada y han renunciado a cualquier contacto con el mundo. Su nomadismo los lleva de un lugar para otro sin fin. Hay otro tipo de ascetas más liberales a quienes se les permite cubrirse mínimamente, llevar gafas y reloj para controlar las horas de sus rezos, rosarios y poseer algún libro religioso. En las peores épocas climáticas encuentran refugio en pequeñas comunidades y templos. Pero la pureza jainista no rechaza las castas ni las eliminan. Al igual que los budistas, los jainistas niegan que el nacimiento tenga que ver con el rango, pero en cambio nunca negaron las clases sociales, o mejor dicho, aceptaron la realidad social de los miles de castas. De hecho existen castas jainistas que regulan la vida cotidiana

La comunidad jainista actual es pequeña. Unos cinco millones de practicantes fundamentalmente en la India. También hay pequeñas comunidades en África, Europa y América. En la India los jainistas laicos son banqueros, comerciantes, empresarios, joyeros o funcionarios destacados. No ejercen el proselitismo y conviven muy bien con las otras religiones, especialmente con el budismo y el hinduismo, su religión hermana. Suketu Mehta en su magnífico libro sobre Bombay nos cuenta una historia real, de hoy en día, referente a una familia jainista del siglo XXI. El escritor nos confiesa que creció entre gentes de esta religión y que muchos de sus mejores amigos, tanto en la India como en Estados Unidos, lo eran. Vivió encima de un templo jainista viendo cómo, cada día en su vestíbulo, monjes sentados se examinaban el pelo y se lo iban arrancando, uno a uno, por la raíz. «En una ocasión pagaron a los vendedores de pájaros que había fuera del templo para que los soltaran; cada alma liberada quedó registrada en el libro de cuentas de su salvación personal. Los pequeños pájaros salieron de las jaulas y se posaron en los tejados de la ciudad, para ser devorados por cuervos, cometas y águilas. Y el vendedor de pájaros volvió al bosque y atrapó más pájaros para llevarlos el año siguiente a la ciudad», escribe Mehta. Confiesa el autor que su familia nunca vio a los jainistas como miembros de una religión aparte, los consideraban hindúes ortodoxos. El patriarca de una familia jainista actual se llama Sevantibhai Ladhani. El narrador lo describe como moreno, esbelto y de unos cuarenta años. Llevaba en cada una de sus orejas sendos diamantes, así como en sus dedos. Pertenecía a un gran clan familiar dedicado a la joyería. Él, su mujer y sus tres hijos iban a dejar todas sus propiedades para dedicarse únicamente a sus creencias, «pasarán el resto de sus vidas vagando por los caminos rurales del país, los hombres separados de las mujeres, sin volver a formar nunca más una familia». Los hijos peregrinarán sin destino con el padre, y la mujer con su hija. Ya no serán hijos sino discípulos. A partir de este momento los hombres y las mujeres no volverán a verse nunca más, excepto si se cruzan casualmente por alguna carretera. Ladhani se fue convirtiendo, poco a poco, al darse cuenta de la violencia que el ser humano ejerce sobre su entorno para sobrevivir. Por ejemplo, un día renunció a su coche y a conducir, por los grandes pecados que se cometen durante la extracción de combustibles fósiles y los perjuicios resultantes de su utilización. La velocidad de los automóviles no sólo mata a personas sino también a bichos y animales. En la calle esta familia separada, pero según parece feliz, vivirá y comerá de la caridad y se cuidará de conservar los cinco votos: no violencia, no mentir, no robar, no sexo, no poseer nada. Llevarán sólo ropa blanca sin costuras, cada seis meses se arrancarán el pelo, no utilizarán zapatos, ni vehículos, ni teléfono, ni nada que tenga que ver con la electricidad. El día que reciban el
diksha
se bañarán, y ése será el último baño de su vida. La dispersión familiar y la ruptura de los vínculos entre ellos les ayuda a desprenderse del afecto, del apego. Mehta cuenta la ceremonia pública de renuncia en medio de familias ricas de joyeros, que observan esta transformación entre la admiración y el temor. Todos los asistentes critican la deshumanizada vida de la ciudad y echan de menos la de los pueblos, de donde muchos de ellos proceden: «En el pueblo, su abuelo sabía dónde moriría, el cementerio en el que lo incinerarían, el río sobre el que esparcirían sus cenizas; sabía que los amigos y los primos con los que había crecido estarían cerca de él hasta que se muriera. El urbanita no tiene tal confianza en la durabilidad de las relaciones». Los renunciantes
diksharthis
son felicitados por la acaudalada comunidad. Los presentes tienen distintas opiniones sobre el rumbo de esta familia. Dudan que los hijos tan jóvenes estén preparados para semejante cambio. Pero respetan la decisión. Cada año, algunas familias hacen lo mismo. Y muchos piensan que: «Todos tendremos que hacerlo tarde o temprano, si no en esta vida, entonces en la tercera o quinta reencarnación a partir de ésta». En todos los discursos se alaba la decisión del padre de familia y los hijos, pero nadie cita a la mujer y a la hija, «hay poca gloria para ella, para Karishma». Es una chica de Bombay que nunca más irá al cine, ni se maquillará, ni saldrá con chicos ni irá a la universidad. Nunca volverá a la ciudad donde creció. Sevantibhai ha dado de comer durante siete días a quienes lo despiden. Una comida totalmente jainista: es decir, todo natural y hecho a mano. Al festín acudieron casi cuarenta mil personas. La comida que, a partir de ahora, lleve a cabo esta familia nómada, no podrá ser placentera. Sevantibhai distribuye el resto de sus bienes entre los parientes. Todos recibirán algo junto con el perdón que ellos le otorgarán a sus errores. Cada renunciante se pone un nuevo nombre y va abandonando la casa de sus antepasados sin volver la vista atrás, después de despedirse del clan familiar. La familia Ladhani, habiendo renunciado a todo, no ha renunciado a una póliza de seguro por si el camino hacia la
moksa
se vuelve demasiado escarpado, como ocurrió con otros renunciantes. El que quiera volver tendrá su vida anterior asegurada. Pero según parece esta familia no dará marcha atrás. Mehta los visitó meses después y comprobó que todos estaban felices a pesar de lo duro de sus vidas: «No hay tensión. No me preocupa qué haré mañana. No tengo nada, luego no puedo perder nada», le respondió Sevantibhai. A san Agustín algo de estas doctrinas orientales le debían sonar, pues en el libro cuarto de
La ciudad de Dios
hace el siguiente comentario criticando el maniqueísmo y la doctrina estoica del alma del mundo: «Si Dios es el alma del mundo y el mundo es como un cuerpo para esta alma, de manera que sea un solo ser animado compuesto de cuerpo y alma, y ese Dios es el que contiene en sí mismo todas las cosas como en una especie de seno de la naturaleza, de forma que de su propia alma, por la que toda esta mole se vivifica, emanan las vidas y las almas de todos los seres vivos según les toque en suerte a cada uno en su nacimiento, ¿no queda nada en absoluto que no sea parte de Dios? Y si esto es así, ¿quién no habría de ver en qué extremo de impiedad e irreverencia se incurre en la creencia de que al pisarse algo se está pisando una parte de Dios y que al matar a cualquier ser vivo se acaba con una parte de Dios? No quiero decir todo lo que se les puede llegar a ocurrir a los que así piensan, y no se puede decir sin sonrojo».

Si en Bombay, como en toda la India, hay muchas religiones, no menos idiomas se hablan en sus calles. Hasta doscientas lenguas se tienen contabilizadas. La más hablada es el maratí, utilizado por más de un 43 por ciento de la población local. Un 19 por ciento se expresa en guyaratí, la lengua propia del vecino estado de Gujarat. El urdu abarca a un 10 por ciento de la población, formada fundamentalmente por musulmanes. Se escribe como el persa. El hindi —la lengua oficial de la India— en Bombay sólo la hablan el 8 por ciento y es la cuarta lengua utilizada allí. El hindi es la lengua principal de todo el norte de la India, lengua nacional de comunicación y del cine. El inglés ocupa la duodécima posición, sólo lo conocen el 1 por ciento de los habitantes de la ciudad, que lo emplean como lengua materna.

Continúo paseando por el barrio del Fuerte de Bombay y empieza a entrar agua hasta en el mismo coche por el cristal delantero. El conductor lo tapa con un trapo que se va empapando a cada poco. En Hutatma Chowk confluyen cinco calles. La Fuente de Flora estaba en el centro. Este nombre lo ostentaba la propia plaza. Era el de la diosa romana Flora. La plaza fue levantada en el año 1869, en honor del gobernador británico Barde Frere (1815-1884). Actualmente está dedicada a los mártires nacionalistas indios. La Catedral de Santo Tomás (1718) es de estilo clásico y gótico a la vez, está cerca de Horniman Circle, antiguamente conocida como Elphinstone Circle. El nombre de ahora se corresponde con el de un editor de periódicos que luchó por la independencia. La antigua universidad es también neogótica, semejante a los edificios de Oxford.

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