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Authors: Jonathan Swift

Los viajes de Gulliver (35 page)

BOOK: Los viajes de Gulliver
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;; ; Mi amo me dio en pocas palabras una amable respuesta; me otorgó un plazo de dos meses para terminar el bote, y ordenó al potro alazán, mi compañero de servidumbre -a esta distancia puedo atreverme a llamarle así-, que siguiese mis instrucciones, pues dije a mi amo que su ayuda sería suficiente y, además, sabía que me tenía cariño.

;; ; Mi primer paso fue ir en su compañía a la parte de la costa donde mi tripulación rebelde me había obligado a desembarcar. Me subí a una altura y, mirando hacia el mar en todas direcciones, me pareció ver una pequeña isla al Nordeste; saqué mi anteojo y pude claramente distinguirla a distancia como de cinco leguas, según mi cálculo. Pero al potro alazán le parecía sólo una nube azul; pues, como no tenía idea de que hubiese país ninguno fuera del suyo, no estaba tan diestro en distinguir objetos remotos en el mar como yo, tan familiarizado con este elemento.

;; ; Una vez descubierta la isla, no pensé más, sino que resolví que ella fuese, de ser posible, el primer punto de mi destierro, abandonándome luego a la fortuna.

;; ; Volví a casa, y, previa consulta con el potro alazán, fuimos a un monte bajo situado a alguna distancia, donde yo, con mi cuchillo, y él, con su pedernal afilado, sujeto con gran arte, según el uso del país, a un mango de madera, cortamos numerosas varas de roble, del grueso aproximado de un bastón, y algunas ramas mayores. Pero no he de molestar al lector con la descripción detallada de mi obra. Bástele saber que en seis semanas, con la ayuda del potro alazán, que construyó las partes que requerían más trabajo, terminé una especie de canoa india, aunque mucho mayor, cubierta con pieles de yahoo, bien cosidas unas o otras con hilos de cáñamo que yo mismo hice. Me fabriqué la vela también con pieles del mismo animal, empleando las de ejemplares muy jóvenes en cuanto me fue posible, porque las de los viejos eran demasiado inflexibles y gruesas. Asimismo me proveí de cuatro remos. Hice acopio de carnes cocidas, de conejo y de ave, y me preparé dos vasijas, una llena de leche y otra de agua.

;; ; Probé mi canoa en un gran pantano, próximo a la casa de mi amo, y corregí los defectos que le encontré; tapé las rajas con sebo de yahoo, hasta que la dejé firme y en condiciones de resistirnos a mí y a mi carga. Y cuando estuvo tan acabada como era en mi mano hacerlo, la transportaron muy cuidadosamente a la orilla del mar en un carro tirado por yahoos, bajo la dirección del potro alazán y otro criado.

;; ; Todo listo, y llegado el día de mi partida, me despedí de mi amo y su señora y demás familia, con los ojos arrasados en lágrimas y el corazón destrozado por la pena. Pero su señoría, llevado de la curiosidad, y quizá -si puedo decirlo sin que se me tenga por vanidoso- por cortesía, quiso asistir a mi marcha en la canoa, e invitó a algunos vecinos a que le acompañasen. Tuve que esperar más de una hora a que subiese la marea, y luego, encontrando que el viento soplaba muy prósperamente hacia la isla a que pensaba dirigir el rumbo, me despedí por segunda vez de mi amo; por cierto que cuando iba a arrodillarme a besar su casco me hizo el honor de levantarlo suavemente hasta mi boca. No ignoro cuánto se me ha censurado al referir este último detalle, pues a mis detractores les cumple suponer improbable que persona tan ilustre descendiese a dar tan gran señal de deferencia a una criatura tan inferior como yo. Tampoco he olvidado la inclinación de algunos viajeros a alabarse de haber recibido extraordinarios favores. Pero si estos censores míos conociesen mejor la condición noble y cortés de los houyhnhnms cambiarían bien pronto de opinión.

;; ; Hice entonces presentes mis respetos a los demás houyhnhnms que acompañaban a su señoría, y entrándome en la canoa dejé la playa.

Capítulo onceno

Peligroso viaje del autor. -Llega a Nueva Holanda con la esperanza de establecerse allí. -Un indígena le hiere con una flecha. -Es apresado y conducido por fuerza a un barco portugués. -La gran cortesía del capitán. -El autor llega a Inglaterra.

;; ; Comencé esta desesperada travesía el 15 de febrero de 1714, a las nueve de la mañana. Aunque el viento era muy favorable, al principio empleé los remos solamente; pero considerando que me cansaría pronto y que era probable que se mudase el viento, me decidí a largar mi pequeña vela, y así, con la ayuda de la marea, anduve a razón de legua y media por hora según mi cálculo. Mi amo y sus amigos siguieron en la playa casi hasta perderme de vista, y yo oía con frecuencia al potro alazán, quien siempre sintió gran cariño por mí, que gritaba «Xnuy illa nyha majah yahoo» (¡Ten cuidado, buen yahoo!)

;; ; Mi designio era descubrir, si me fuera posible, alguna pequeña isla inhabitada, pero suficiente para proporcionarme con mi trabajo lo necesario para la vida. Esto lo habría tenido por mayor felicidad que ser primer ministro en la corte más civilizada de Europa: tan horrible era para mí la idea de volver a la vida de sociedad y bajo el gobierno de yahoos. Al menos, en la sociedad que anhelaba podría gozarme en mis propios pensamientos y reflexionar con delicia sobre las virtudes de aquellos inimitables houyhnhnms, sin ocasión de degenerar hasta los vicios y corrupciones de mi propia especie.

;; ; El lector recordará lo que dejé referido acerca de la conjura de mi tripulación y de mi encierro en mi camarote; cómo seguí en él varias semanas, sin saber qué rumbo llevábamos, y cómo los marinos, cuando me llevaron a la costa en la lancha, me afirmaron con juramentos, no sé si verdaderos o falsos, que no sabían en qué parte del mundo nos hallábamos. No obstante, yo juzgué entonces que estaríamos unos diez grados al sur del cabo de Buena Esperanza, o sea a unos 45 de latitud Sur, por lo que pude adivinar de algunas palabras sueltas que les entreoí; al Sudeste, suponía yo, en su proyectado viaje a Madagascar. Y aunque esto valía poco mas que una simple suposición, me resolví a tomar rumbo Este, con la esperanza de encontrar la costa sudoeste de Nueva Holanda y tal vez alguna isla como la que deseaba yo, situada a su Oeste. El viento soplaba de lleno por el Oeste, y hacia las seis de la tarde calculé que habría andado lo menos dieciocho leguas al Este; descubrí como a media legua de distancia una isla muy pequeña, que no tardé en alcanzar. Era sólo una roca con una caleta abierta, naturalmente, por la fuerza de las tempestades. En esta caleta metí la canoa, y trepando a la roca, descubrí con toda claridad tierra al Este, que se extendía de Sur a Norte. Pasé la noche en la canoa, y continuando mi viaje por la mañana temprano, en siete horas llegué a la parte sudoeste de Nueva Holanda. Esto me confirmó en la opinión, que vengo de antiguo sosteniendo, de que los mapas y cartas sitúan este país por lo menos tres grados más al Este de lo que realmente está; pensamiento que hace muchos años comuniqué a mi digno amigo míster Herman Moll, y cuyas razones le expuse, aunque él prefirió seguir a otros autores.

;; ; No vi habitantes en el sitio donde desembarqué, y, como iba desarmado, tuve miedo de internarme en el país. Encontré en la playa algunos mariscos, que comí crudos, pues temía que haciendo fuego me descubriesen los indígenas. Pasé tres días más alimentándome de ostras y lápades, a fin de ahorrarme víveres, y por ventura encontré un arroyo de agua excelente, la que me sirvió de gran alivio.

;; ; El cuarto día me aventuré por la mañana temprano un poco más al interior, y vi veinte o treinta indígenas en una loma, no más de quinientas yardas de mí. Estaban por completo desnudos, hombres, mujeres y chicos, alrededor de una hoguera, según pude conocer por el humo. Uno de ellos me advirtió y dio cuenta a los demás; avanzaron hacia mí cinco, dejando a las mujeres y los chicos junto al fuego. Corrí a la costa todo lo ligero que pude, y saltando a la canoa emprendí la retirada. Los salvajes, al ver mi huída, corrieron tras de mí, y sin darme tiempo a entrarme bastante en el mar, me dispararon una flecha que me produjo una profunda herida en la cara interna de la rodilla izquierda, de la que tendré cicatriz mientras viva. Temiendo que la flecha estuviese envenenada, una vez que a fuerza de remos -el día estaba en calma- me puse fuera del alcance de sus dardos, me hice la succión de la herida y me la curé como pude.

;; ; No sabía qué partido tomar, pues no me atrevía a volver al mismo desembarcadero, sino que me mantenía al Norte a fuerza de remo, porque el viento, aunque suave, me era contrario y me arrastraba al Noroeste. Buscaba con la vista un desembarcadero seguro, cuando vi una embarcación al Nornordeste, que se hacía más visible por minutos. Dudé si aguardarla o no; pero al fin pudo más mi aversión a la raza yahoo, y, volviendo la canoa, huí a vela y remo hacia el Sur y entré en la misma caleta de donde había partido por la mañana, más dispuesto a aventurarme entre aquellos bárbaros que a vivir entre yahoos europeos. Acerqué la canoa a la playa todo lo que pude y me escondí detrás de una piedra cerca del arroyuelo, que, como he dicho ya, era de agua riquísima.

;; ; El barco llegó a menos de media legua de esta ensenada y envió la lancha con vasijas para hacer aguada -pues, a lo que parece, el lugar era muy conocido-; pero yo no lo advertí hasta que casi estaba el bote en la playa y ya era demasiado tarde para buscar otro escondite. Los marinos, al saltar a tierra, vieron mi canoa, y después de registrarla minuciosamente coligieron que el propietario no debía de encontrarse lejos de allí. Cuatro de ellos, bien armados, buscaron por todas las grietas y rincones, hasta que por fin me encontraron acostado boca abajo detrás de la piedra. Contemplaron por buen espacio con admiración mi traje singular, mi chaqueta hecha de pieles, mis zapatos con piso de madera, mis medias forradas de piel, lo que por lo pronto les sirvió para conocer que yo no era natural de aquella tierra, en que todos van desnudos. Uno de los marinos me dijo en portugués que me levantase y me preguntó quién era. Yo sabía este idioma muy bien, y poniéndome en pie respondí que era pobre yahoo desterrado del país de los houyhnhnms, y suplicaba que me permitiesen partir. Se asombraron ellos de oírme hablar en su propia lengua, y por el color de mi piel pensaron que debía de ser europeo; pero no les era posible comprender lo que yo quería decir con mis yahoos y mis houyhnhnms, y al mismo tiempo les provocaba la risa el extraño tono de mi habla, que se parecía al relincho de un caballo. Temblaba yo, en tanto, de miedo y de odio, y de nuevo pedí licencia para partir y fui a acercarme poco a poco a la canoa; mas se apoderaron de mí con la pretensión de que les contestase quién era, de dónde venía y a muchas preguntas más. Les dije que había nacido en Inglaterra, de donde había salido hacía unos cinco años, época en que su país y el nuestro vivían en paz. Y esperaba, en consecuencia, que no me tratasen como enemigo, ya que no hacía daño ninguno, pues era un pobre yahoo que buscaba un lugar desolado donde pasar el resto de su infortunada vida.

;; ; Cuando empezaron a hablar me pareció no haber oído nunca cosa tan extraña. Se me antojó tan monstruoso como si hubiera roto a hablar en Inglaterra un perro o una vaca, o en Houyhnhnmlandia un yahoo. Los honrados portugueses se asombraban a su vez de mis extrañas vestiduras y del modo raro en que yo pronunciaba las palabras, que, no obstante, entendían muy bien. Me hablaban con toda humanidad, y me dijeron que estaban seguros de que su capitán me conduciría gratis a Lisboa, desde donde podría regresar a mi país; dos marinos volverían al barco, informarían al capitán de lo que habían visto y recibirían órdenes. En tanto, a menos que les hiciese solemne juramento de no escaparme, tendrían que sujetarme por la fuerza. Juzgué que lo mejor sería allanarme a su proposición. Mostraron gran curiosidad por saber mi historia, pero yo les di satisfacción muy escasa; por donde vinieron a pensar que las desventuras me habían vuelto el juicio. Al cabo de dos horas, el bote, que marchó cargado de vasijas de agua, volvió con orden del capitán de llevarme a bordo. Caí de rodillas implorando mi libertad; pero todo en vano; los hombres, después de amarrarme con cuerdas, me llevaron al bote, de éste al barco y luego al cuarto del capitán.

;; ; Llamábase éste Pedro de Méndez. Era hombre muy amable y generoso. Me rogó le dijese quién era y qué quería comer o beber; añadió que se me trataría como a él mismo, y tantas cortesías más, que me sorprendió recibir tales atenciones de un yahoo. No obstante, yo permanecía silencioso y taciturno; solamente el olor que exhalaban él y sus hombres me tenía a punto de desvanecerme. Por último, pedí que me llevasen de mi canoa algo que comer; pero el capitán hizo que me sirviesen un pollo y vino excelente, y mandó luego que me llevaran a acostar a un muy aseado camarote. No me desnudé, sino que me eché sobre las ropas de la cama, y a la media hora, cuando calculé que la tripulación estaba comiendo, me escabullí, corrí al costado del navío e iba a arrojarme al agua, más dispuesto a luchar con las olas que a seguir entre yahoos. Pero un marino me lo impidió, e informado el capitán, me encadenaron en el camarote.

;; ; Después de comer fue a verme don Pedro, y me pidió que le dijese la razón de tan desesperado intento. Me aseguró que su único propósito era prestarme servicio en todo aquello que pudiera, y habló, en suma, tan afectuosamente, que al fin descendí a tratarle como a un animal dotado de una pequeña dosis de razón. Le hice una corta relación de mi viaje, de la conjura de mi gente contra mí, del país en que me desembarcaron y de mi estancia allí durante tres años. Él consideró todo aquello un sueño o una alucinación, de lo que yo recibí gran ofensa, pues había olvidado completamente la facultad de mentir, tan peculiar en los yahoos en todos los países en que dominan, y la consiguiente predisposición a poner en duda las verdades de los de su misma especie. Le pregunté si en su país había la costumbre de decir la cosa que no era; le aseguré que casi había olvidado lo que él designaba con la palabra «falsedad», y que así hubiera vivido mil años en Houyhnhnmlandia no hubiese oído una mentira al criado más ruin; y añadí que me era por completo indiferente que me creyese o no, aunque, por corresponder a sus favores, estaba dispuesto a conceder a su naturaleza corrompida la indulgencia de contestar cualquier objeción que quisiera hacerme, y así, él mismo podría fácilmente descubrir la verdad.

;; ; El capitán, hombre de gran discreción, luego de intentar varias veces cogerme en renuncios sobre alguna parte de mi historia, empezó a concebir mejor opinión de mi veracidad. Pero me pidió, ya que profesaba a la verdad tan inviolable acatamiento, que le diese palabra de honor de acompañarle en el viaje sin atentar contra mi vida, pues de otro modo tendría que considerarme prisionero hasta que llegásemos a Lisboa. Le hice la promesa que me pedía, pero al mismo tiempo protesté que, antes de volver a vivir entre los yahoos, prefería sufrir las mayores penalidades.

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