Los Reyes Sacerdotes de Gor (29 page)

BOOK: Los Reyes Sacerdotes de Gor
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Me pregunté si los vellos del Escarabajo de Oro, cargados con su secreción narcótica, eran adecuada recompensa para un Rey Sacerdote, para los milenios de ascetismo durante los cuales desvelaban los misterios de la ciencia. Si constituían una culminación aceptable para una de esas vidas prolongadas que dedicaban al Nido, a sus leyes, al deber, y a la búsqueda y la manipulación del poder.

Comprendí que los Reyes Sacerdotes tenían pocos placeres, y ahora pensé que el principal podía ser la muerte. Por una vez, como fruto de un esfuerzo supremo de la voluntad, Sarm, que era un gran Rey Sacerdote, apartó la cabeza de los vellos dorados y me miró.

—Cabot —dijo su traductor.

—Muere, Rey Sacerdote —dije en voz baja.

El último sonido que brotó del traductor de Sarm fue:

—... el placer.

Después, con el último latido espasmódico de la muerte, el cuerpo de Sarm se desprendió de las mandíbulas del Escarabajo de Oro y de nuevo se irguió en toda su gloria, con sus seis o siete metros de cuerpo dorado.

Permaneció así un momento a un paso de la cima de la gran cúpula azul que ardía y silbaba con la fuente de energía de los Reyes Sacerdotes.

Por última vez miró alrededor, y sus antenas registraron la grandeza del Nido, y después cayó a un costado y se deslizó por la superficie del globo y se hundió en la masa hirviente que estaba debajo.

El Escarabajo, letárgico e hinchado se volvió lentamente para enfrentarme.

Con un golpe de la espada le abrí la cabeza.

Permanecí allí, cerca de la cima del globo, y miré el Nido que se derrumbaba.

Abajo, cerca de la puerta de la cámara, vi las figuras doradas de los Reyes Sacerdotes, entre ellos Misk.

Me volví y comencé a descender lentamente.

32. HACIA LA SUPERFICIE

—Es el fin —dijo Misk—, el fin. Ajustó frenético los controles de un gran panel, las antenas tensas a causa de la concentración, mientras trataba de interpretar los datos de los indicadores.

Al lado, otros Reyes Sacerdotes trabajaban intensamente.

Contemplé el cuerpo de Sarm, dorado y destrozado, tendido entre los escombros del suelo, manchado por el polvo que formaba una niebla en la sala.

Oí cerca la tos ahogada de una joven, y pasé el brazo sobre los hombros de Vika de Treve.

—Nos llevó bastante tiempo llegar aquí —dijo Misk—. Ahora es demasiado tarde.

—¿El planeta? —pregunté.

—El Nido... el mundo —afirmó Misk.

Ahora, la masa hirviente contenida en el globo púrpura comenzó a quemar las paredes que la contenían, y se oían crujidos y aparecían arroyuelos de una sustancia espesa, como lava azul, que presionaba constantemente pugnando por salir del globo.

—Debemos salir de la cámara —dijo Misk—, porque el globo no resistirá.

Señaló una aguja que se movía desordenadamente.

—Salgan —dijo el traductor de Misk.

Alcé en brazos a Vika y la retiré de la cámara, y detrás venían los Reyes Sacerdotes y los humanos que los habían acompañado.

Me volví a tiempo para ver a Misk que se apartaba del panel y corría hacia el cuerpo de Sarm, tendido entre los escombros. Se oyó un silbido y todo el costado del globo se resquebrajó y comenzó a derramarse una avalancha de espeso fluido que inundó la habitación.

Misk continuaba tirando del cuerpo destrozado de Sarm, entre los escombros.

—¡Deprisa! —le grité.

Pero el Rey Sacerdote no me prestó atención, y quería mover un gran bloque de piedra que había caído sobre uno de los apéndices del cadáver de Sarm.

Empujé hacia delante a Vika, y corrí donde estaba Misk.

—¡Vamos! —grité, descargando el puño sobre su tórax—. ¡Deprisa!

—No.

—Está muerto —dije—. ¡Déjalo!

—Es un Rey Sacerdote —afirmó Misk.

Misk y yo unimos nuestras fuerzas, mientras la masa de lava avanzaba implacable hacía nosotros, y conseguirnos apartar el gran bloque de piedra; Misk recogió tiernamente el cuerpo deshecho de Sarm y ambos corrimos hacia la salida, mientras el río de lava fundida ocupaba el lugar donde habíamos estado un instante antes.

Misk, que llevaba el cuerpo de Sarm, y los restantes Reyes Sacerdotes y humanos, incluso Vika y yo, salimos de la Planta de Energía, y regresamos al complejo que había sido el centro del territorio de Sarm.

—¿Por qué? —pregunté a Misk.

—Porque es un Rey Sacerdote —contestó.

—Fue un traidor —dije—, y traicionó al Nido, y ahora ha destruido no sólo al Nido sino al mundo.

—Pero fue un Rey Sacerdote —insistió Misk, y tocó suavemente con sus antenas la figura maltrecha de Sarm. Y fue el Primogénito —agregó Misk—. Y el bienamado de la Madre.

Detrás sobrevino una terrible explosión, comprendí que el globo ahora había explotado, y que la cámara que lo albergaba estaba totalmente destruida.

El túnel por el cual avanzábamos tembló y se estremeció bajo nuestros pies. Llegamos al conducto que Misk, sus Reyes Sacerdotes y los humanos habían practicado a través de los escombros, y así llegamos nuevamente a uno de los complejos principales.

Hacía frío, y los humanos, e incluso yo, temblábamos con nuestras vestimentas tan simples.

—¡Miren! —exclamó Vika, señalando hacia arriba.

Y todos miramos, y vimos, quizá a más de un kilómetro de altura, el cielo azul de Gor. En el techo del complejo del Nido se había abierto una ancha grieta y así alcanzábamos a divisar el bello y sereno cielo del mundo superior.

Los Reyes Sacerdotes trataron de proteger sus antenas de la radiación del cielo bañado en luz de sol.

De pronto comprendí por qué necesitaban de los hombres y cómo dependían de nosotros.

¡Los Reyes Sacerdotes no podían soportar el sol!

—¡Qué bello es! —gritó Vika.

—Sí —dije—, es muy bello.

En ese momento, planeando sobre las construcciones del complejo, a pocos metros de los techos, apareció una de las naves de Misk, pilotada por Al-Ka, a quien acompañaba su mujer.

Descendió cerca de nuestro grupo. Un momento después otra nave pilotada por Ba-Ta, apareció y fue a posarse cerca de la primera. También él traía consigo a su mujer.

—Ahora ha llegado el momento de elegir —dijo Misk— dónde deseamos morir.

Por supuesto, los Reyes Sacerdotes no querían abandonar el Nido, y comprobé sorprendido que muchos humanos, que habían nacido allí, y que consideraban su hogar al Nido, insistían también en permanecer en el complejo.

Pero otros abordaron entusiasmados las naves que debían llevarlos a la superficie.

—Hicimos muchos viajes —dijo Al-Ka—, y lo mismo ocurrió con otras naves, porque el Nido se abrió en una docena de lugares.

—¿Dónde quieres morir? —pregunté a Vika de Treve.

—A tu lado —se limitó a decir.

Al-Ka y Ba-Ta entregaron sus naves a otros, porque ellos preferían permanecer en el Nido. También sus mujeres eligieron libremente continuar con ellos, pese a que eran los hombres que habían oprimido collares dorados alrededor de sus cuellos.

Kusk estaba a cierta distancia, y tanto Al-Ka como Ba-Ta, seguidos por sus mujeres, comenzaron a acercarse al anciano Rey Sacerdote. Se encontraron a unos cien metros de donde yo estaba, y vi que el Rey Sacerdote apoyaba una pata delantera en el hombro de cada uno, y que juntos permanecían inmóviles, esperando el derrumbe final del Nido.

—Arriba no hay seguridad —afirmó Misk.

—Tampoco aquí —contesté.

—Es cierto —confirmó Misk.

En la distancia se oyeron explosiones sordas, y el estrépito de las rocas que caían.

—Todo el Nido está derrumbándose —dijo Misk.

—¿No es posible hacer nada? —pregunté.

—Nada —contestó Misk.

Vika me miró. —Cabot, ¿dónde prefieres morir? —preguntó.

La última nave se preparaba para volar pasando por la grieta abierta en el techo del complejo. Me habría agradado ver de nuevo la superficie del mundo, el cielo azul, los campos verdes, allende las Montañas Sardar, pero dije:

—Me quedaré aquí con Misk, que es mi amigo.

—Muy bien —observó Vika—. También yo permaneceré aquí.

Así, vimos elevarse la nave, que poco a poco se empequeñeció hasta convertirse en un punto blanco que desapareció en la distancia azul.

Kusk, Al-Ka y Ba-Ta y sus mujeres se acercaron lentamente a nuestro grupo.

Las piedras continuaban cayendo alrededor, y las nubes de polvo eran cada vez más espesas. El cuerpo de Misk estaba revestido de polvo, y yo lo sentía en los cabellos, los ojos y la garganta.

Sonreí para mí, porque ahora Misk estaba muy atareado tratando de limpiarse. Su mundo podía derrumbarse, pero él no descuidaba acicalarse. Imaginé que la suciedad que se adhería a su tórax, al abdomen y a los vellos sensoriales de los apéndices, le inquietaba todavía más que el temor de morir aplastado por uno de los grandes bloques de piedra que de tanto en tanto llovían sobre nosotros.

—Es lamentable —me dijo Al-Ka— que la planta auxiliar de energía no esté terminada.

Misk dejó de acicalarse, y también Kusk miró a Al-Ka.

—¿Qué planta auxiliar? —pregunté.

—La planta de los muls —dijo Al-Ka—, la que estuvimos preparando durante quinientos años, según el plan de rebelión contra los Reyes Sacerdotes.

—Sí —confirmó Ba-Ta—, construida por ingenieros muls adiestrados por los Reyes Sacerdotes, con piezas robadas en el curso de siglos, y escondidas en el sector abandonado del Antiguo Nido.

—No sabía una palabra —dijo Misk.

—Los Reyes Sacerdotes a menudo subestiman a los muls —dijo Al-Ka.

—Estoy orgulloso de mis hijos —dijo Kusk.

—No somos ingenieros —explicó Al-Ka.

—No —dijo Kusk—, pero son humanos.

—En realidad —explicó Ba-Ta—, a lo sumo unos pocos muls sabían de la existencia de esa planta. Nosotros mismos nos enteramos cuando algunos técnicos se unieron a nuestro grupo, durante la Guerra del Nido.

—¿Dónde están ahora esos técnicos? —pregunté.

—Trabajando —contestó Al-Ka.

—¿Es posible que la planta funcione?

—No —contestó Al-Ka.

—Entonces, ¿por qué trabajan? —preguntó Misk.

—Es humano —dijo Ba-Ta.

—Absurdo —dijo Misk.

—Pero humano —dijo Ba-Ta.

—Sí, absurdo —dijo Misk, y sus antenas se enroscaron un poco, pero después rozó suavemente los hombros de Ba-Ta, para indicarle que no quería ofenderlo.

—¿Qué se necesita? —pregunté.

—No soy ingeniero —explicó Al-Ka—, no lo sé. Pero tiene que ver con la fuerza Ur.

—Ese secreto —agregó Ba-Ta— ha sido bien preservado por los Reyes Sacerdotes.

Misk alzó reflexivamente las antenas. —Está el destructor Ur que fabriqué durante la guerra —dijo su traductor.

Él y Kusk se tocaron las antenas, y después se separaron. —Los componentes del destructor pueden reorganizarse —continuó Misk—, pero es poco probable que el vacío de poder pueda cerrarse satisfactoriamente.

—¿Por qué? —pregunté.

—Por una parte —dijo Misk—, la planta construida por los muls probablemente no sirva; por otra parte, está construida con piezas robadas en el curso de siglos, y no creo que pueda lograrse una satisfactoria integración de componentes con los elementos del destructor Ur.

—Sí —dijo Kusk, desconsolado—, las probabilidades no nos favorecen.

—¿Hay alguna posibilidad? —pregunté a Misk.

—No sé —contestó—, pues no he visto la planta que ellos construyeron.

—Pero lo más probable —intervino Kusk— es que no haya ninguna posibilidad.

—Una posibilidad muy pequeña, aunque quizá definida —conjeturó Misk.

—Eso mismo —reconoció Kusk.

—¡Si hay una sola posibilidad —grité a Misk—, deben intentarlo!

Misk me miró, y sus antenas parecieron alzarse sorprendidas.

—Soy un Rey Sacerdote —dijo—. La probabilidad no es tan importante como para que un Rey Sacerdote, que una criatura racional, pueda actuar sobre esa base.

—¡Tienen que hacerlo! —grité.

—Deseo morir dignamente —dijo Misk, y continuó su tarea de acicalarse. —No es justo que un Rey Sacerdote se agite como un humano... se mueva de aquí para allá cuando no hay probabilidades de éxito.

—Si no por ti —dije—, hazlo por el bien de los humanos... los que están en el Nido y los que viven fuera... eres su única esperanza.

Misk dejó de acicalarse y me miró.

—Tarl Cabot, ¿tú lo deseas? —preguntó.

—Sí.

Y Kusk miró a Al-Ka y a Ba-Ta.

—¿También ustedes lo desean? —preguntó.

—Sí —contestaron ambos.

En ese momento detrás de una gran piedra emergió el cuerpo grueso y redondeado de un Escarabajo de Oro.

—Somos afortunados —dijo la voz que venía del traductor de Kusk.

—Sí —dijo Misk—, ahora no será necesario buscar a uno de los Escarabajos de Oro.

—¡No deben entregarse al Escarabajo de Oro! —grité.

—Voy a morir —dijo Misk—. No me prives de este placer.

Kusk avanzó un paso hacia el escarabajo.

—Es el fin —dijo el traductor de Misk—. Intenté todo lo que era posible. Y ahora estoy fatigado. Perdóname, Tarl Cabot.

—¿Así prefiere morir nuestro padre? —preguntó Al-Ka a Kusk.

—Hijos míos, ustedes no entienden —dijo Kusk— lo que el Escarabajo de Oro significa para un Rey Sacerdote.

—Creo que entiendo —exclamé—, pero ustedes tienen que resistir.

—No es la costumbre de los Reyes Sacerdotes —afirmó Misk.

—¡Pues que lo sea desde ahora en adelante! —grité.

Me pareció que Misk se erguía, y que sus antenas se agitaban desordenadamente, mientras todas las fibras del cuerpo le temblaban.

Contempló a los humanos reunidos alrededor, y el pesado hemisferio del escarabajo que se aproximaba.

—Échenlo —dijo el traductor de Misk.

Con un grito de alegría, corrí hacia el escarabajo. Vika y Al-Ka y Ba-Ta y sus mujeres se unieron a mí, y evitando las mandíbulas tubulares y arrojando piedras y amenazándolo con varas obligamos a huir a la repugnante bestia.

Volvimos donde estaban Misk y Kusk, que se habían reunido y se tocaban las antenas.

—Llévennos a la planta de los muls —dijo Misk.

—Los guiaré —exclamó Al-Ka.

Misk se volvió hacia mí. —Te deseo bien, Tarl Cabot, humano —dijo.

—Espera —dije—, iré contigo.

—No puedes ayudarnos —contestó. Las antenas de Misk se inclinaron hacia mí. —Ve a la superficie. Recibe la caricia del viento, y contempla de nuevo el cielo y el sol.

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