Los Reyes Sacerdotes de Gor (11 page)

BOOK: Los Reyes Sacerdotes de Gor
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Apenas lo tocó, se deslizó un panel y dos hombres muy apuestos, de formas absolutamente simétricas, con las cabezas afeitadas y vestidos con la túnica púrpura de los esclavos, entraron en la habitación y se postraron ante el estrado.

A una señal de Sarm, se incorporaron bruscamente y se dispusieron a los lados del estrado, las piernas abiertas, las cabezas levantadas, los brazos cruzados.

—Mira a esos dos —dijo Sarm.

Aparentemente, ninguno de los dos hombres que había entrado en el cuarto me había visto.

Ahora me acerqué a ellos.

—Yo soy Tarl Cabot, de Ko-ro-ba —les dije.

Les ofrecí mi mano.

Si la vieron, no hicieron el más mínimo esfuerzo para aceptarla.

Imaginé que debían ser gemelos idénticos. Tenían la cabeza bien formada, y el cuerpo fuerte y ancho así como una apostura que sugería serenidad y fuerza.

Ambos eran un poco más bajos que yo, pero quizás un poco más anchos.

—Podéis hablar —dijo Sarm.

—Yo soy Mul-Al-Ka —dijo uno—, digno esclavo de los gloriosos Reyes Sacerdotes.

—Yo soy Mul-Ba-Ta —dijo el otro—, digno esclavo de los Reyes Sacerdotes.

—En el Nido —explicó Misk—, la expresión “mul” se usa para designar a un esclavo humano.

Asentí. No necesitaba que me explicaran el resto. Las expresiones “Al-Ka” y “Ba-Ta” son las dos primeras letras del alfabeto goreano. De hecho, esos hombres no tenían nombre. Eran simplemente el esclavo A y el esclavo B.

—Entiendo —dije— que tienen más de veintiocho esclavos humanos. El alfabeto goreano tiene veintiocho caracteres.

Mi intención había sido herirlos con la observación, pero Sarm no se ofendió.

—Los restantes están numerados —dijo—. Cuando uno muere o lo destruimos, asignamos a otro su número.

—Alguno de los números bajos —afirmó Misk— fueron asignados millares de veces.

—¿Por qué estos esclavos no tienen número? —pregunté.

—Son especiales —dijo Misk.

Los examiné atentamente. Parecían ejemplares espléndidos de la humanidad. Quizá Misk había querido decir que eran representantes excelentes del tipo humano.

—¿Eres capaz de adivinar —preguntó Sarm— cuál fue sintetizado?

Casi me sobresaltó.

Las antenas de Sarm mostraron su regocijo.

—Sí —aclaró Sarm—. Uno fue sintetizado, a partir de la síntesis de las moléculas de proteína, y fue formado molécula por molécula. Es un ser humano artificial. No tiene mucho interés científico, pero sí un valor considerable como curiosidad. Lo fabricó durante un período de más de dos siglos nada menos que Kusk, el Rey Sacerdote, como distracción en sus horas de ocio, mientras descansaba de los trabajos más serios de investigación biológica.

Me estremecí.

—¿Y el otro? —pregunté.

—Tampoco él —dijo Sarm— carece de interés, y es otro fruto de los caprichos profesionales de Kusk, uno de los seres más grandes de nuestro Nido.

—¿También está sintetizado? —pregunté.

—No —explicó Sarm—, es el producto de la manipulación genética, el control artificial y la modificación de los elementos hereditarios de los gametos.

—Uno de los aspectos más interesantes del asunto —dijo Sarm— es la unión. Es la prueba de fuego de la habilidad del manipulador.

—Kusk —afirmó Misk— es uno de los seres más grandes del Nido.

—¿Cuál de estos esclavos —pregunté— fue sintetizado?

—¿No lo adivinas? —preguntó Sarm.

—No.

Las antenas de Sarm se estremecieron y se enroscaron. El cuerpo se le agitó, con los signos que, según sabía ahora, eran resultados de la diversión.

—No te lo diré —afirmó.

—Está haciéndose tarde —dijo Misk—, y es necesario procesar al matok si queremos que continúe en el Nido.

Me pregunté qué querría decir Misk con la palabra “procesar”, pero la actitud de Sarm me irritó, y lo mismo puedo decir de los dos individuos tan graves y apuestos, que se habían alineado delante del estrado.

—¿Por qué dice eso? —pregunté a Sarm.

—¿No es evidente? —contestó.

—No —dije.

—Están formados simétricamente —dijo Sarm—. Más aún, son inteligentes, fuertes, y gozan de buena salud. Y además viven de hongos y agua, y se lavan doce veces por día.

Me eché a reír. —¡Por los Reyes Sacerdotes! —rugí. Pero ninguna de las dos criaturas pareció conmovida por mi juramento, que habría arrancado lágrimas a los ojos de un miembro de la Casta de los Iniciados.

—¿Por qué enroscas tus antenas? —preguntó Sarm.

—¿Te parecen perfectos estos seres humanos? —pregunté, señalando a los dos esclavos.

—Por supuesto —afirmó Sarm.

—Por supuesto —dijo Misk.

—¡Perfectos esclavos! —afirmé.

—Naturalmente, el ser humano más perfecto es el esclavo más perfecto —argumentó Sarm.

—El ser humano más perfecto —dije— es libre.

Los dos esclavos me miraron asombrados.

—No desean ser libres —observó Misk. Se dirigió a los esclavos. —Muls, ¿cuál es la alegría más grande que habéis sentido? —preguntó.

—Ser esclavos de los Reyes Sacerdotes —dijeron.

—¿Ves? —preguntó Misk.

—Sí —dije—, ahora veo que no son hombres.

Las antenas de Sarm se movieron irritadas.

—¿Por qué —los desafié— no invitan a ese Kusk a sintetizar a un Rey Sacerdote?

Sarm pareció estremecerse de cólera. Pero Misk no se movió.

—Sería inmoral —dijo.

Sarm se volvió hacia Misk. —¿La Madre objetaría si quebrase los brazos y las piernas del matok?

—Sí —dijo Misk.

—¿La Madre objetaría si dañase sus órganos? —preguntó Sarm.

—Sin duda —respondió Misk.

—Pero es necesario castigarlo.

—Sí —convino Misk—, sin duda, habrá que disciplinarlo.

—Muy bien —dijo Sarm, y dirigió sus antenas hacía los dos esclavos de cabeza afeitada. —Castigad al matok —ordenó Sarm—, pero no le rompáis los huesos ni le hiráis los órganos.

Apenas pronunció esas palabras, los dos esclavos se arrojaron sobre mí para aferrarme.

Al instante salté hacia ellos, tomándolos por sorpresa y sumando mi impulso al que ellos ya traían. Con el brazo izquierdo aparté a uno y descargué el puño sobre el rostro del segundo. Se le dobló la cabeza y cayó de rodillas. Antes de que el primero pudiese recuperar el equilibrio, había saltado sobre él y aferrándolo lo alcé sobre la cabeza y le arrojé de espaldas al suelo de piedra de la espaciosa cámara. Si hubiese sido un combate a muerte, en ese mismo instante lo hubiese acabado saltando sobre él, hundiéndole los talones en el estómago para desgarrarle el diafragma. Pero no deseaba matarlo, y en realidad tampoco herirlo gravemente. Consiguió rodar sobre el estómago. Entonces habría podido romperle el cuello con el talón. Pensé que esos esclavos no estaban bien adiestrados para administrar disciplina. Aparentemente no sabían luchar. Ahora, el hombre estaba de rodillas, jadeante, sosteniéndose con la palma de la mano derecha apoyada en el suelo. Si era diestro, eso parecía absurdo; además no hacía nada para proteger su cuello.

Miré a Sarm y a Misk, que observaban con su calma habitual.

—No los lastimes más —dijo Misk.

—No lo haré.

—Quizá el matok esté en lo cierto —dijo Misk a Sarm—. Tal vez no son seres humanos perfectos.

—Tal vez —reconoció Sarm.

Entonces, el esclavo que había conservado la conciencia alzó una mano hacia los Reyes Sacerdotes. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Por favor —rogó—, vayamos a las cámaras de disección.

Yo escuchaba atónito.

El otro esclavo había recuperado el conocimiento, y de rodillas se unió a su compañero. —Por favor —exclamó—, vayamos a las cámaras de disección.

—Creen que han fallado a los Reyes Sacerdotes, y desean morir.

Sarm miró a los dos esclavos. —Soy bondadoso —dijo—, y se aproxima la Fiesta de Tola. Alzó la pata delantera con un movimiento suave y tolerante, casi como si impartiera una bendición. Podéis ir a las cámaras de disección.

Sorprendido, vi que la gratitud transfiguraba los rostros de los dos esclavos, y que ayudándose se disponían a salir de la habitación.

—¡Alto! —grité.

Los dos esclavos se detuvieron y me miraron.

—No pueden enviarlos a la muerte —dije a Sarm y a Misk.

Sarm pareció desconcertado. Las antenas de Misk se movieron inquietas.

Busqué una objeción plausible. —No dudo que Kusk se sentiría desagradado si destruyeran a sus criaturas —dije.

—El matok está en lo cierto —dijo Misk.

—Es verdad —dijo Sarm.

Sarm se volvió hacia los dos esclavos. —No podéis ir a las cámaras de disección —afirmó.

Ahora, los dos esclavos inclinaron la cabeza, en actitud de obediencia, y cruzaron los brazos. Ninguno mostró gratitud por haberse salvado, ni demostró resentimiento porque yo había impedido la ejecución.

—Debes entender, Tarl Cabot de Ko-ro-ba —dijo Misk, que aparentemente había percibido mi desconcierto—, que la mayor alegría de los muls es amar y servir a los Reyes Sacerdotes. Si un Rey Sacerdote desea que mueran, ellos mueren alegremente; si el Rey Sacerdote desea que vivan, eso los complace igualmente.

Advertí que ninguno de los dos esclavos parecía especialmente complacido.

—Mira —continuó Misk—, estos muls han sido creados para amar y servir a los Reyes Sacerdotes.

—Los crearon así —dije.

—Exactamente —confirmó Misk.

—Y sin embargo, ustedes dicen que son humanos.

—Por supuesto —intervino Sarm.

Y entonces, con gran sorpresa por mi parte, uno de los esclavos me miró y dijo:

—Somos humanos.

Me aproximé y le extendí mi mano. —Espero no haberte lastimado —dije.

Aceptó mi mano y la retuvo torpemente, porque en realidad no sabía cómo estrecharla.

—Yo también soy humano —dijo el otro, mirándome en los ojos.

Extendió la mano con el dorso hacia arriba. La tomé, lo obligué a girarla y la estreché.

—Tengo sentimientos —dijo el primer hombre.

—Yo también los tengo —dijo el segundo.

—Todos los tenemos —observé.

—Por supuesto —dijo el primer hombre——, porque somos humanos.

Los miré muy atentamente. —¿Cuál de ustedes —pregunté— ha sido sintetizado?

—No lo sabemos —dijo el primero.

—No —confirmó el segundo—. Nunca nos dijeron eso.

Los dos Reyes Sacerdotes habían contemplado interesados ese breve diálogo, pero ahora la voz de Sarm brotó por el traductor:

—Está haciéndose tarde —dijo—, que procesen al matok.

—Sígueme —dijo el primer hombre y se volvió; yo fui tras él, y el segundo hombre me siguió.

13. EL GUSANO DEL LODO

Caminé detrás de Mul-Al-Ka y Mul-Ba-Ta; atravesamos varias habitaciones y descendimos por un largo corredor.

—Este es el Salón de Procesamiento —dijo uno de ellos.

Pasamos frente a varios portales de acero altos, y en cada uno de ellos, a unos siete metros de altura, al nivel de las antenas de un Rey Sacerdote, había ciertos puntos, que según supe después eran puntos olorosos.

Uno podría suponer que un Rey Sacerdote rodeado por puntos olorosos se vería sometido a una cacofonía de estímulos, como podría ser el caso si nosotros nos viésemos rodeados por docenas de radios y televisores a todo volumen; pero parece que no ocurre así. La mejor analogía sería la de la experiencia que realizamos cuando atravesamos una ciudad o una calle tranquila rodeados por signos impresos, a los cuales no prestamos excesiva atención.

—Probablemente no le interesará mucho el procesamiento —dijo uno de mis guías.

—Pero le hará bien —agregó el otro.

—¿Por qué tienen que procesarme? —pregunté.

—Para proteger al Nido de la contaminación —dijo el primero.

Con el tiempo los olores se disipan, pero los productos sintéticos especialmente preparados de los Reyes Sacerdotes pueden durar miles de años, y a la larga seguramente sobreviven a la letra impresa de los libros humanos, al celuloide de nuestros filmes que se desintegra, y quizás, incluso, a las piedras talladas que sufren la acción del tiempo y que son los testigos de las glorias incomparables de nuestros reyes, conquistadores y potentados.

Digamos, de paso, que los puntos olorosos están distribuidos en hileras que forman un cuadrado geométrico, y se leen a partir de la hilera más alta, de izquierda a derecha, y después de derecha a izquierda, más tarde de izquierda a derecha y así sucesivamente.

Puedo señalar que el goreano es bastante parecido, y aunque lo hablo fluidamente tengo dificultades para escribirlo, sobre todo a causa de las líneas que deben escribirse en sentido retrógrado. Torm, mi amigo de la Casta de los Escribas, nunca me perdonó ese defecto, y es indudable que incluso hoy, si aún vive, me considera en parte analfabeto.

El silabario de los Reyes Sacerdotes, que no debe confundirse con el conjunto de setenta y tres “fonemas”, consiste en una suma de cuatrocientos once caracteres, a mi juicio engorroso, cada uno de los cuales representa un fonema o una combinación de fonemas. Ciertas yuxtaposiciones de estos fonemas y combinaciones, por supuesto, forman palabras. Con respecto al silabario bastante complejo, pensé al principio que nunca se había simplificado porque los Reyes Sacerdotes, con su inteligencia, podían absorber los cuatrocientos once caracteres del silabario más rápidamente que un niño humano su alfabeto de menos de treinta letras; por eso, para ellos la diferencia entre más de cuatrocientos once signos y menos de treinta debía ser despreciable.

Estas conjeturas que me formulaba no eran infundadas, pero había otras razones más hondas.

En primer lugar, en ese momento desconocía cómo aprendían los Reyes Sacerdotes. No lo hacen como lo hacemos nosotros. En segundo lugar, en muchos asuntos tienden a la complejidad, porque la consideran más elegante que la sencillez. En consecuencia, nunca se sintieron tentados de simplificar la realidad física, los procesos biológicos o el funcionamiento de la mente. Conciben la naturaleza como una serie de procesos continuos interrelacionados, y no como tiende a hacerlo un organismo orientado hacia la visión, es decir, como una red de objetos discretos que de un modo más o menos misterioso se relacionan entre sí. Digamos de pasada que su matemática básica comienza con los números ordinales y no con los cardinales, y la matemática de los números cardinales es a sus ojos un caso límite, impuesto a elementos ordinales intuitivamente más aceptables. Creo que lo más importante es que el silabario de los Reyes Sacerdotes continúa siendo complejo, y que nunca se realizaron experimentos con grafemas no olorosos, porque salvo ciertos agregados lexicográficos, desean mantener su lenguaje tal como era en la antigüedad. A pesar de su inteligencia, el Rey Sacerdote tiende a gustar de las formas establecidas, por lo menos en asuntos culturales esenciales como las costumbres y el lenguaje del Nido, y adhiere a todo esto, no por necesidad genética, sino más bien por cierta referencia basada genéticamente, sin duda, acerca de lo que es cómodo y conocido. Un poco como los hombres, el Rey Sacerdote puede cambiar sus costumbres, pero rara vez le agrada hacerlo.

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