Read Los niños del agua Online
Authors: Charles Kingsley
—Te llevaré a la escalera secreta, pero primero tengo que vendarte los ojos, pues nunca dejo que nadie la vea.
—Le aseguro, señora, que, si me lo pide, no voy a hablar a nadie sobre ella.
—¡Aja! Eso es lo que crees, ¿eh, chiquitín? Sin embargo, pronto olvidarías tu promesa si volvieras al mundo de la tierra. Pues si la gente descubriera que has estado en mi escalera secreta, tendrías a todas las damas bellas arrodillándose ante ti, a los hombres ricos vaciando sus bolsillos ante ti, a los hombres de Estado ofreciéndote poder y un cargo, y a jóvenes y viejos, ricos y pobres, gritando: «Únicamente dinos dónde está el escondite de la escalera secreta y seremos tus esclavos, te haremos señor, rey, emperador, obispo, arzobispo o papa si quieres. Lo único que tienes que hacer es decirnos dónde está el escondite de la escalera secreta. Durante miles de años hemos estado pagando, mimando, obedeciendo y rindiendo culto a los charlatanes que nos decían que tenían la llave de la escalera secreta y que podían llevarnos hasta ella a hurtadillas. Aunque nos llevemos una decepción, te honraremos, te glorificaremos, te adoraremos, te beatificaremos, te trasladaremos de sede y te exaltaremos, porque tendremos la esperanza de que sepas algo sobre la escalera secreta, de modo que quizá podamos ir hasta ella en peregrinación. Y, aunque no podamos subirla, nos quedaremos a sus pies y gritaremos: ¡Oh, escaleras secretas, escaleras secretas preciosas, escaleras secretas inapreciables, escaleras secretas requeridas, escaleras secretas necesarias, escaleras secretas bondadosas, escaleras secretas cosmopolitas, escaleras secretas comprensivas, escaleras secretas complacientes, escaleras secretas distinguidas, escaleras secretas comerciales, escaleras secretas económicas, escaleras secretas prácticas, escaleras secretas lógicas, escaleras secretas deductivas, escaleras secretas cómodas, escaleras secretas humanas, escaleras secretas razonables, escaleras secretas ansiadas, escaleras secretas codiciadas, escaleras secretas aristocráticas, escaleras secretas respetables, escaleras secretas propias de un caballero, escaleras secretas propias de una dama, escaleras secretas ortodoxas, escaleras secretas posibles, escaleras secretas creíbles, escaleras secretas demostrables, escaleras secretas irrefutables, escaleras secretas poderosas, escaleras secretas casi-casi-omnipotentes, etcétera, salvadnos de las consecuencias de nuestras acciones y de la cruel hada, la señora Hagancontigocomohiciste!». Si te dijeran esto, ¿no crees que estarías bastante tentado a contar todo lo que sabes, chiquitín?
Ciertamente, Tom pensaba lo mismo. «Pero, ¿por qué quieren saber eso acerca de las escaleras secretas?», preguntó, un poco asustado por las largas palabras, sin entenderlas en lo más mínimo. De hecho, no estaba preparado para ello, ni tú tampoco.
—Eso no te lo voy a decir. Nunca meto cosas en la cabeza de los chiquillos que es del todo probable que lleguen a averiguar solos. Venga, ven, ahora tengo que vendarte los ojos.
Le puso un vendaje en los ojos con una mano y con la otra se lo quitó.
—Bueno —le anunció—, ya has subido la escalera y estás a buen recaudo.
Tom abrió mucho los ojos y también la boca, pues creía que no había dado ni un solo paso. Sin embargo, cuando miró a su alrededor no le cupo duda de que estaba a buen recaudo al final de la escalera, sea como sea, lo cual nadie va a contarte por la sencilla razón de que nadie lo sabe.
Lo primero que Tom divisó fueron los cedros negros, altos y afilados ante el amanecer rosáceo, y la isla de San Brandán reflejada en el sosegado, amplio y plateado mar. El viento cantaba suavemente entre los cedros y el agua cantaba en la orilla; los pájaros de mar cantaban mientras avanzaban hacia el océano y los pájaros de la tierra, mientras construían sus nidos entre las ramas. El aire estaba tan lleno de canto que despertó a San Brandán y a sus ermitaños, que dormían en la sombra. Movieron sus labios y cantaron su himno matinal entre sueños. Sin embargo, de entre todas las canciones había una que traspasaba el agua con más dulzura y transparencia que las demás, pues provenía de la voz de una joven.
¿Y qué canción cantaba? Ay, pequeño, yo soy demasiado viejo para cantarla y tú demasiado joven para entenderla. Pero ten paciencia, sé justo cuando mires, sé honrado y algún día aprenderás a cantarla solo, sin que haga falta que nadie te la enseñe.
Cuando Tom se acercó a la isla, en la roca descubrió a la criatura más encantadora que se haya visto jamás, con la mirada baja, la barbilla apoyada en la mano y chapoteando con los pies en el agua. Entonces levantó la vista y, mira por dónde, era Ellie.
—¡Oh, señorita Ellie —exclamó él—, cómo has crecido!
—¡Oh, Tom —respondió ella—, y tú también, cómo has crecido!
No te extrañe, los dos habían crecido mucho: él ya era un hombre alto y ella, una hermosa mujer.
—Puede que haya crecido —dijo ella—. He tenido suficiente tiempo, pues he estado aquí sentada, esperándote, durante muchos cientos de años hasta que pensé que no ibas a volver.
«¿Muchos cientos de años?» —se preguntó Tom. Había visto tantas cosas en sus viajes que había dejado de asombrarse y la verdad es que sólo podía pensar en Ellie. Se puso de pie y la miró, y Ellie lo miró a él. Les gustó tanto pasar así el tiempo que se quedaron mirándose durante siete años, sin moverse ni decir una palabra.
Finalmente, oyeron al hada hablar: «Atención, niños. ¿Es que no vais a volver a mirarme?».
—La hemos estado mirando durante todo este tiempo —le contestaron. Y así lo creían.
—Entonces, miradme una vez más —ordenó ella.
La miraron y los dos gritaron a la vez: «Oh, pero entonces, ¿tú quién eres?».
—Eres nuestra querida señora Hazcomoquisierasquetehicieranati.
—No, eres la buena de la señora Hagancontigocomohiciste, ¡pero ahora te has vuelto muy bonita!
—Gracias a vosotros —explicó el hada—.Pero mirad otra vez.
—Eres la Madre Carey —explicó Tom, con una voz muy bajita y solemne, pues había descubierto algo que lo había hecho muy feliz y, sin embargo, lo asustaba más que todo lo que había visto.
—Pero ahora eres muy joven.
—Gracias a vosotros —afirmó el hada—. Mirad otra vez.
—¡Eres la mujer irlandesa que estuvo conmigo el día que fui a Harthover!
Y cuando volvieron a mirar, no era ninguna de ellas y, sin embargo, era todas a la vez.
—Tengo mi nombre escrito en los ojos, si tenéis ojos para verlo.
Entonces miraron dentro de sus ojos grandes, profundos y suaves, que reflejaron una y otra vez todos los colores, como los cambios de la luz en un diamante.
—Ahora, leed mi nombre —pidió ella finalmente.
Sus ojos centellearon durante un instante, con una luz clara, blanca y resplandeciente.
Sin embargo, los niños no pudieron leer su nombre, pues estaban deslumhrados y escondieron la cara debajo de sus manos.
—Todavía no, jovencitos, todavía no —dijo ella, con una sonrisa.
Entonces se dirigió a Ellie:
—Ahora ya puedes llevarlo contigo a casa los domingos, Ellie. Ya ha demostrado su valía en la gran batalla y está en condiciones de ir contigo y ser un hombre, porque ha hecho lo que no le apetecía.
Así pues, Tom fue a casa con Ellie los domingos y a veces también los días de cada día.
Ahora es un gran hombre de ciencia y sabe diseñar líneas de tren, máquinas de vapor, telégrafos eléctricos, armas estriadas, etc., y sabe cualquier cosa sobre cualquier cosa, salvo la razón de que un huevo de gallina no se convierta en un cocodrilo y dos o tres cositas más que nadie averiguará hasta que lleguen las Cocqcigrues.
Todo esto lo sabe porque lo aprendió cuando era un niño del agua en las profundidades del mar.
—Y Tom se casó con Ellie, claro, ¿no?
Hijo mío, ¡que idea más tonta! ¿No sabes que en un cuento de hadas nadie se casa salvo que tenga el rango de príncipe o princesa?
—¿Y el perro de Tom?
Ah, lo puedes ver cualquier noche clara de julio, pues en estos últimos tres veranos tan calurosos la vieja Canícula ha quedado tan desgastada que, desde entonces, no ha habido días de canícula. Así que tuvieron que sacarla y sustituirla por el perro de Tom. Por lo tanto, como escoba nueva barre bien, este año se espera que haga un tiempo caluroso. Y aquí termina mi cuento.
Y ahora, chiquitín, ¿qué hay que aprender de esta parábola?
Hay que aprender treinta y siete o treinta y nueve cosas, no estoy totalmente seguro. Sin embargo, hay al menos una que sí debemos aprender, y es la siguiente: cuando veamos tritones en el estanque, no hay que tirarles nunca piedras, ni cogerlos con alfileres torcidos, ni ponerlos dentro de viveros con peces espinosos para que éstos puedan darles un mordisco en su pobre y pequeño estómago y los hagan saltar fuera del cristal y meterse en la caja de herramientas de alguien, porque puede acabar mal. Estos tritones son sólo niños del agua estúpidos y sucios. Por lo tanto (como te dirán los anatomistas comparativos dentro de cincuenta años, aunque ahora no sean lo suficientemente eruditos para decírtelo), se les achata la calavera, la mandíbula les crece hacia fuera, el cerebro se les empequeñece, la cola se les alarga, pierden todas las costillas (lo cual estoy seguro que no te gustaría), la piel se les ensucia y les salen manchas, y nunca están en los ríos transparentes, menos aún en el gran y amplio mar, sino que se quedan en los estanques sucios, viven en el lodo y comen gusanos, tal como se merecen.
Sin embargo, eso no es razón para que los maltrates; lo que deberías hacer es compadecerlos, ser amable con ellos y esperar que algún día se despierten, se avergüencen de su fea, sucia, perezosa y estúpida vida e intenten arreglarla y volver a ser alguien mejor. Ya que, si lo hacen, al cabo de trescientos setenta y nueve mil cuatrocientos veintitrés años, nueve meses, trece días, dos horas y veintiún minutos (por mucho que parezca lo contrario), si se pasan el tiempo trabajando y lavándose a conciencia, puede que les crezca el cerebro, se les empequeñezcan las mandíbulas, les salgan de nuevo las costillas, se les acorte la cola y vuelvan a ser niños del agua; y, quizá, después niños de tierra; y más adelante, puede que hombres mayores.
¿Sabes que no será así? Muy bien, diría que nadie sabe tanto como tú. Pero, verás, hay quien tiene una gran debilidad por esos pobrecillos tritones. Nunca han hecho ningún daño a nadie y, si lo han intentado, no han podido; su única culpa es que no hacen ningún bien (igual que unos cuantos miles de seres superiores a ellos). Y los patos, ¿qué? ¿Y los lucios, los peces espinosos, los escarabajos acuáticos y los niños traviesos? Son tan limitados que es un milagro que puedan vivir. Hay quien coincide con el bueno del obispo Butler y no puede evitar tener la esperanza de que algún día disfrutará de otra oportunidad para hacer que las cosas sean justas y equitativas en algún sitio, en algún momento y de algún modo.
Mientras tanto, aprende las lecciones y da gracias a Dios porque tienes toda el agua fría que quieras para lavarte; y lávate con ella, como un verdadero inglés. Entonces, aunque mi cuento todavía no diga la verdad, seguro que te parecerá mejor y, si no estoy en lo cierto, tú sí que lo estarás, siempre y cuando te mantengas fiel al esfuerzo y al agua fría.
Pero recuerda siempre, como te he dicho al principio, que todo esto es un cuento de hadas: sólo es para divertirse y fingir y, por lo tanto, no debes creer ni una palabra de lo que dice, ni siquiera si es verdad.