Los mundos perdidos (49 page)

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Authors: Clark Ashton Smith

BOOK: Los mundos perdidos
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—Me temo que no he estado muy al día de los últimos descubrimientos —dijo Rupert Balcoth, el escultor e invitado del doctor Manners, de una manera un tanto apologética—. Por supuesto, todo el mundo ha oído hablar de la selenina. Y, recientemente, he oído mencionar con frecuencia un agua mineral de Ganimedes cuyos efectos son como los de la mítica fuente de la juventud.

—Te refieres al clithni, como llaman los ganimédeos a la sustancia. Es un líquido claro, de color esmeralda, que se levanta en elevados géiseres desde los cráteres de volcanes apagados. Los científicos creen que beber clithni es el secreto de la longevidad fabulosa de los ganimédeos; y creen que puede resultar un elixir semejante para la humanidad.

—Algunas de estas drogas extraplanetarias no han sido tan beneficiosas para la humanidad, ¿no? —preguntó Balcoth—. Creo haber oído hablar de un veneno marciano que ha facilitado mucho el amable arte del asesinato. Y tengo entendido que mnophka, el narcótico venusino, es bastante peor, en sus efectos para el organismo humano, que cualquier alcaloide terrestre.

—Naturalmente —comentó el doctor con calma filosófica—, muchos de estos nuevos agentes químicos son susceptibles de terribles abusos. Comparten ese riesgo con bastantes de nuestras drogas nativas. El hombre, como siempre, tiene la elección para el bien y el mal... Creo que el veneno es el jugo de una hierba común, amarilla bermejo en su color, que crece en los oasis de Marte. El jugo no tiene ni sabor, ni color ni olor. Mata instantáneamente sin dejar rastro e imita los síntomas de una enfermedad cardiaca. Indudablemente, mucha gente ha sido quitada de en medio mediante el uso de una gota a escondidas de akpaloli en su comida o en su medicina. Pero incluso el akpaloli, utilizado en dosis infinitesimales, es un estimulante muy poderoso, útil en casos de síncope, y sirve con cierta frecuencia para resucitar a las víctimas de una parálisis de una manera casi milagrosa.

—Por supuesto —continuó—, que aún queda una infinidad de cosas que aprender sobre muchas de estas sustancias ultraterrenas. Sus virtudes han sido descubiertas muchas veces por accidente..., y, en algunos casos, sus virtudes están aún por descubrir Por ejemplo, toma el mnophka que mencionaste hace un momento. Aunque emparentado en cierto modo con algunos narcóticos mundanos, como el opio y el hachís, es de escasa utilidad para fines narcóticos o como calmante. Su principal efecto es una extraordinaria aceleración del sentido temporal, y un aumento y acercamiento de todas las sensaciones, tanto agradables como dolorosas. El usuario parece moverse y vivir a un ritmo furioso, como un torbellino..., aunque en realidad pueda estar tumbado sobre un sofá. Él existe en un torrente impetuoso de sensaciones de los sentidos y parece, en unos pocos minutos, vivir la experiencia de años. El resultado físico es lamentable, un profundo agotamiento, y un verdadero envejecimiento de los tejidos, tal y como correspondería al período de tiempo real que el adicto ha “vivido” solamente a través de sus ilusiones. Hay algunas otras drogas, comparativamente poco conocidas, cuyos efectos, si tal cosa es posible, son aún más curiosos que el mnophka. No creo que hayáis oído hablar del plutónium.

—No —admitió Balcoth—; háblame de ello.

—Puedo hacer algo incluso mejor..., puedo mostrarte algo de la sustancia, aunque no es mucho a lo que mirar..., solamente un fino polvo blanco.

El doctor Manners se levantó de su sillón de almohadones neumáticos, en el que había estado sentado frente a su invitado, y se dirigió a un gran armario de ébano sintético, cuyos estantes estaban abarrotados con frascos, botellas, tubos y cartones de variados tamaños y formas.

Al volver, le entregó a Balcoth un pequeño frasco cuadrado, lleno en dos tercios de una sustancia amilácea.

—Plutónium —explicó Manners—, como su nombre indica, viene del distante y congelado Plutón, que hasta el momento sólo ha visitado una expedición terrestre..., la expedición conducida por los hermanos Cornell, John y Augustine, que partió en 1.990 y no regresó a la Tierra hasta 1.996, cuando ya casi se la daba por perdida en todo el mundo. John, como quizá hayas oído, murió durante el viaje de regreso a la Tierra, junto con la mitad del personal de la expedición; y los otros alcanzaron la Tierra quedándoles sólo un tanque de reserva de oxígeno. Este frasco contiene una décima parte, aproximadamente, del suministro existente de plutónium. Augustine Cornell, que es un viejo amigo mío del colegio, me lo dio hace tres años, justo antes de embarcarse con la gente de Allan Farquar. Me considero afortunado por poseer algo tan raro... Los geólogos del grupo encontraron la sustancia cuando empezaron a espiar debajo del cristal solidificado que cubre la superficie de aquel mundo apagado, iluminado por las estrellas, en un esfuerzo para aprender un poco sobre su composición y su historia. No podían hacer mucho, considerando las circunstancias, con tiempo y equipos limitados; pero hicieron algunos descubrimientos curiosos..., entre los cuales el plutónium está lejos de ser el menor. Como la selenina, la sustancia es un producto colateral de la fosilización vegetal. Sin duda tiene muchos billones de años de antigüedad y procede de un tiempo en que Plutón tenía suficiente calor interno como para hacer posible el desarrollo de ciertos tipos de plantas rudimentarias sobre su ciega superficie. Debió haber tenido entonces una atmósfera; aunque no se encontraron pruebas de una vida animal anterior por los Cornell. El plutónium, junto al carbono, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno, contiene cantidades diminutas de elementos inclasificables. Fue descubierto en una condición cristalina, pero se convirtió inmediatamente en el fino polvo que ves, tan pronto como fue expuesto al aire en la nave espacial. Se disuelve fácilmente en el agua, formando un coloide permanente, sin la menor señal de depósitos, sin importar el tiempo que permanezca en suspensión.

—¿Dices que es una droga? —preguntó Balcoth—. ¿Qué te hace?

—En un minuto me referiré a ello..., aunque el efecto resulta un poco difícil de describir. Las propiedades de la sustancia fueron descubiertas sólo por casualidad: durante el viaje de regreso desde Plutón, un miembro de la tripulación, que estaba medio delirante a causa de la fiebre del espacio, agarró el frasco sin marcar que lo contenía y se tomó una dosis pequeña, imaginándose que era bromuro de potasio. Sirvió para complicar su delirio durante un rato, ya que le dio ideas nuevas sobre el tiempo y el espacio. Otras personas han experimentado con él desde entonces. Su influencia es muy breve..., sus efectos nunca duran más de media hora..., y varían considerablemente según el individuo. No tiene consecuencias negativas posteriores, ni neurológicas, ni mentales ni físicas, hasta el punto que nadie ha sido capaz de determinar. Yo la he tomado un par de veces y puedo dar testimonio de ello. Qué es lo que le hace exactamente a uno, no lo sé con seguridad. Quizá simplemente produce una alteración, o metamorfosis, de las sensaciones, como el hachís. O quizá sirve para estimular algún órgano rudimentario o sentido dormido en el cerebro humano. En cualquier caso, hay, es lo más claro que puedo decirlo, una alteración en la percepción del tiempo..., de la verdadera duración..., en una especie de percepción espacial. Uno ve el pasado y además el futuro, en relación con el ser físico de uno, como un paisaje que se extendiese a cada lado. La verdad es que no se ve a mucha distancia..., solamente los acontecimientos de unas pocas horas en ambas direcciones; pero es una experiencia muy curiosa; y ayuda a dar una nueva perspectiva del misterio del tiempo y del espacio. Es por completo diferente a las ilusiones del mnophka.

—Parece muy interesante —admitió Balcoth—. Sin embargo, yo mismo no he andado mucho con narcóticos; aunque experimenté un par de veces, durante mi juventud romántica, con el Cannabis indica. Había estado leyendo a Gautier y a Baudelaire, supongo. De todos modos, el resultado fue bastante desilusionante.

—No la tomaste lo bastante como para que tu organismo absorbiese un residuo de la droga, supongo —dijo Manners—; por eso, los resultados fueron insignificantes desde el punto de vista de las visiones. Pero el plutónium es completamente diferente...,tienes el resultado máximo desde la primera dosis. Creo que te interesaría mucho, Balcoth, ya que eres un escultor de profesión: captarías algunas imágenes plásticas inusuales, difíciles de expresar con planos y ángulos euclidianos. Ahora te daré una pizca, si te apetece probarla.

—Eres bastante generoso, teniendo en cuenta que es una sustancia tan rara.

—No me estoy mostrando en absoluto generoso. Durante años, he estado planeando escribir una monografía sobre narcóticos extraterrestres y puede que tú me proporciones algunos datos valiosos. Con tu tipo de cerebro y tu sensibilidad artística altamente desarrollada, las visiones del plutónium deberían ser más claras y significativas de lo normal. Lo único que te pido es que me las describas tan claramente como te sea posible después.

—Muy bien —admitió Balcoth—; estoy dispuesto a probarlo todo una vez.

Se había despertado su curiosidad, su imaginación había sido seducida, por la narración de Manners de los efectos de la extraordinaria droga.

Manners trajo un antiguo vaso de güisqui, que llenó hasta el borde con el líquido rojo dorado. Abriendo el frasco de plutónium, añadió a este líquido un pellizco del fino polvo blanco, que se disolvió inmediatamente sin efervescencia.

—El líquido es un vino de un tubérculo marciano, conocido como ovvra —explicó—; es ligero e inofensivo, y contrarrestará el sabor amargo del plutónium. Bébetelo rápidamente y reclínate contra tu sillón.

Balcoth dudó, mirando el fluido rojo dorado.

—¿Estás completamente seguro de que los efectos se pasarán tan rápidamente como dices? —preguntó—; son las nueve y cuarto ahora, y tendré que marcharme a las diez para llegar a una cita con uno de mis patronos en el club Belvedere. Se trata del billonario Claud Wishhaven, que quiere que haga para él un bajorrelieve en pseudo-jade y neo-jaspe para el salón de su mansión campestre. Quiere algo realmente avanzado y futurista. Tenemos que hablar de ello esta noche..., decidir cuáles serán los temas, etc.

—Eso te da cuarenta y cinco minutos... —le aseguró el doctor—, y en treinta, como mucho, tu cerebro y tus sentidos volverán a ser completamente normales. Nunca he visto que no fuese así. Te quedarán quince minutos para describirme cuáles fueron tus sensaciones.

Balcoth apuró el pequeño vaso antiguo de un trago y se recostó, como Manners le había indicado que hiciese, en los acolchados almohadones neumáticos del sillón. Le pareció estar cayendo con facilidad pero infinitamente por una niebla que se había formado en el cuarto con inexplicable rapidez; y, a través de esta niebla, era vagamente consciente de que Manners había tomado el vaso vacío de entre sus dedos relajados. Vio el rostro de Manners sobre él, pequeño y borroso, como desde la tremenda perspectiva de una altura alpina; y la sencilla acción del doctor parecía estar teniendo lugar en otro mundo.

Continuó cayendo y flotando por esa niebla eterna, en la que todas las cosas estaban disueltas como en las nebulosas del caos primordial. Después de un intervalo intemporal, la niebla, que en un principio había sido uniformemente gris e incolora, adquirió una iridiscencia fluida que nunca era la misma en dos momentos sucesivos; y la sensación de delicada caída se convirtió en un giro mareante, como si estuviese atrapado en un remolino en aceleración continua.

Coincidiendo con sus movimientos en este remolino de esplendor primordial, le pareció experimentar una indescriptible mutación de los sentidos. El remolino de colores, mediante gradaciones incesantes y sutiles, se transformó en formas reconocibles sólidas. Emergiendo, como por un acto de creación, a través del caos infinito, aparecieron tomando su lugar en una perspectiva igualmente infinita. La sensación de movimiento, a través de espirales decrecientes, se transformó en absoluta inmovilidad. Balcoth ya no era consciente de sí mismo como un cuerpo viviente orgánico: era un ojo abstracto, un centro incorpóreo de consciencia visual, estacionado en el espacio, y sin embargo poseedor de una íntima relación con la perspectiva congelada que contemplaba desde una altura inefable.

Sin sorpresa, descubrió que estaba mirando simultáneamente en dos direcciones, a cada lado, por una distancia extensa que estaba privada por completo de una perspectiva normal, un raro y peculiar paisaje se extendía en la distancia, atravesado por un friso ininterrumpido de figuras humanas congeladas que se extendían como un rígido muro sin desviaciones.

Durante un rato, el friso le resultó incomprensible a Balcoth, y no podía sacar nada en claro de las fluidas siluetas glaciales, con sus fondos de repetidas masas y complicados ángulos y secciones de frisos humanos que se aproximaban o se alejaban de una manera muy abrupta, desde un mundo invisible más allá. Entonces, la visión pareció enfocarse y clarificarse, y él comenzó a comprender.

El bajorrelieve, vio, estaba compuesto enteramente por repeticiones de su propia figura, claramente distinta como las ondas separadas de una corriente, y poseyendo una unidad como la de un río. Inmediatamente ante él, y por alguna distancia a cada lado, la figura aparecía sentada en un sillón..., estando el propio sillón sujeto a una idéntica repetición ondulada. El fondo estaba compuesto por la figura reduplicada del doctor Manners, en otro sillón; y, detrás de él, la imagen múltiple del armario de las medicinas y un trozo del panel de la pared.

Siguiendo la perspectiva de lo que, a falta de un término mejor, podría llamarse la mano izquierda, Balcoth se vio a sí mismo en el acto de vaciar el antiguo vaso, con Manners de pie ante él. Entonces, todavía más lejos, se vio a sí mismo antes de esto, con un fondo en que Manners le ofrecía el vaso, estaba preparando la dosis, estaba dirigiéndose al armario a por el frasco, estaba levantándose del asiento neumático. Cada movimiento, cada actitud del propio doctor, y de él mismo durante su anterior conversación, era visible en una especie de orden reverso, alejándose tan inalterable como un muro de esculturas de piedra, en el extraño paisaje eterno. No había interrupciones en la continuidad de su propia figura; pero Manners parecía desaparecer a ratos, como en una cuarta dimensión. Esas ocasiones, recordó más tarde, eran las veces en las que el doctor no había estado dentro de su campo de visión. La percepción era por completo visual; y, aunque Balcoth veía sus propios labios y los de Manners abrirse con los gestos del habla, no podía escuchar palabras ni tampoco ningún otro sonido.

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