Los hornos de Hitler (26 page)

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Authors: Olga Lengyel

Tags: #Bélico, #Biografía

BOOK: Los hornos de Hitler
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Estaba dispuesto que los fugitivos devueltos al campo de concentración debían sufrir un castigo ejemplar en presencia de todos los prisioneros. En primer lugar, se les obligó a recorrer el campo llevando un cartel en que se consignaba el crimen por el que habían sido sentenciados. Luego se los ahorcaba en medio del campo o se los mandaba a la cámara de gas.

El trabajador polaco y su compañera dieron muestras de gran valor. ¡Delante de la muchedumbre de los presos, la muchacha se negó terminantemente a llevar el cartel!

Los alemanes reaccionaron como centellas. Un guardián de las
SS
la golpeó brutalmente. Luego ocurrió algo verdaderamente increíble. Aquella muchacha puso a contribución todas las fuerzas que tenía… ¡y sacudió un puñetazo en plena cara a su verdugo!

Un murmullo de asombro corrió por el gentío de prisioneros. ¡Había alguien que se atrevía a contestar a los golpes con golpes! Ciegos de rabia, los alemanes se lanzaron contra la muchacha. Un diluvio de palos y puntapiés se abatió sobre ella. Quedó con la cara ensangrentada y con las extremidades rotas.

En un gesto triunfal, el jefe de las
SS
izó sobre su cuerpo el rótulo que se había negado a portar. Apareció en seguida un camión para llevársela. La tiraron dentro como si fuese un saco de harina. Pero todavía aquella muchacha medio muerta, con un ojo aplastado y la cara hinchada, se incorporó y gritó:

—¡Valor, amigos! ¡Ya las pagarán éstos! ¡La hora de la libertad está cerca!

Dos alemanes saltaron al vehículo, pisoteándola. Consiguieron el silencio que deseaban, pero todavía seguían dándole de puntapiés cuando arrancó el camión.

Poco tiempo después, estaba yo haciendo una inspección de la enfermería durante la hora de descanso. Con gran sorpresa mía, vi que entró Tadek, el joven polaco de ojos azules a que me he referido anteriormente. Pero ya no era el mismo Tadek que me había hecho proposiciones en los lavabos tres meses antes. Se había convertido en una criatura derrotada, flaca, enclenque y débil.

Sin saludarme, se sentó. De repente me dijo:

—Estoy planeando fugarme mañana. Todo está listo ya. No he pensado en otra cosa durante todos estos años. A lo mejor salgo con bien, pero es más probable que me agarren y me maten a tiros. La verdad, no me importa. Ya no puedo aguantar más.

Hizo una pausa.

—Antes de marcharme —continuó—, quiero decirle que cuando me insinué a usted, no estaba enfermo. Antes de la guerra, era profesor de la universidad de Varsovia. Si sale usted alguna vez de este campo de concentración, búsqueme allí y yo la buscaré en Transilvania.

Hablaba pronunciando clara y precisamente cada palabra, y añadió:

—Bueno, de todos modos, no es posible que me odie usted más de lo que yo mismo me aborrezco y detesto.

Se dirigió a la puerta, pero de repente se volvió. Sorprendí en sus ojos la misma expresión de humanidad que me pareció haber observado en su voz hacía tanto tiempo. Unos días después, los compañeros de Tadek que estaban trabajando en nuestro campo me dijeron que se había fugado con su hermano más joven. Lograron burlar a todos los guardianes y habían llegado hasta «la tierra de nadie», a cerca de dos kilómetros de las líneas rusas. Estaban sufriendo terriblemente por la sed, puesto que no habían tomado un sorbo de agua en cuarenta y ocho horas. Cuando pasaron junto a una fuente Tadek se detuvo. Su hermano siguió adelante.

Estaba Tadek aplacando su sed cuando lo divisó una patrulla alemana. Fue detenido. Al caer en la cuenta de que todo estaba perdido para él, evitó la dirección en que se había ido su hermano por temor de que los descubriesen. El hermano logró ponerse a salvo, pero Tadek fue devuelto al campo y encerrado en un calabozo en forma de fosa.

Estas fosas eran celdas de castigo hundidas en la tierra. No tenían aire libre ni luz, y eran tan angostas que los prisioneros tenían que quedarse de pie toda la noche. Durante el día, eran sacados para destinarlos a las más repugnantes faenas, a base de reducción de raciones. En tres días, no comió más que seis onzas y media de pan; eso fue todo. Al cabo de tres o cuatro días, los hombres más vigorosos se entregaban. Tadek aguantó aquel trato muchas semanas. Cuando por fin lo sentenciaron a muerte, ya no quedaba nada de aquel ser humano a quien conociera yo en otros tiempos.

Según iban replegándose las fronteras del
Gran Reich
bajo los golpes de los Aliados, los alemanes re-evacuaban los campos de concentración amenazados por aquellos avances. Por este motivo, los ocupantes de numerosos campos eran trasladados a Auschwitz. Cuando a éste le llegara su turno, sería evacuado y llevado al interior del
Reich
.

Los internados del campo polaco de Brassov fueron los primeros en ser trasladados a Auschwitz. Los recién llegados quedaron asignados al B-2, o sea al antiguo campo checo. Perdieron gran parte de sus compañeros durante el viaje. Muchas mujeres «voluntarias» habían sido confinadas en Brassov. Algunas se ganaban bastante bien la vida y utilizaban a sus compañeras de cautiverio para que les lavasen la ropa, cosiesen sus prendas e hiciesen la limpieza de sus cosas.

Con las escasas monedas que recibían de las «voluntarias», las internas compraban en la cantina alimentos suplementarios para mejorar un poco su suerte. No es que hubiese allí maravillas que adquirir, pero aquel pequeño mercado era muy apreciado. Además, Brassov había sido un campo de trabajo dedicado a producir tejidos e hilados, y no un campo de exterminación. Aquellas prisioneras no sabían nada de los crematorios. Allí los alemanes utilizaban sus ametralladoras para ejecutar en masa a los rusos, polacos y franceses en los bosques vecinos.

La evacuación de Brassov se llevó a cabo precipitadamente. Se llamó a revista en medio del día. Las cautivas fueron trasladadas a los vagones del ferrocarril, donde se las apilaba como si fuesen animales. Las que habían estado trabajando fuera del campo se vieron favorecidas por la fortuna. Al volver aquella tarde, fueron recibidas amablemente por las tropas soviéticas que acababan de ocupar la comarca.

Entre las evacuadas a Auschwitz a causa de las operaciones militares, había un gran contingente de judías procedentes del
gueto
de Lodz. Gracias a una doctora polaca, puede formarme una idea exacta de la vida en aquella ciudad durante su ocupación. El
gueto
estaba rodeado de una gran trinchera llena de agua, del otro lado de la cual montaban guardia los soldados alemanes con ametralladoras. Dentro del terreno cercado, las judías podían circular libremente a determinadas horas, pero la mayor parte del tiempo tenían que trabajar para la
Wehrmacht
. Confeccionaban uniformes de las
SS
y les bordaban los cuellos con la famosa calavera. Sus enfermas eran atendidas por sus propias médicas. La comida era abominable en el
gueto
, y el índice de mortalidad considerablemente elevado.

La evacuación de este
gueto
fue realizado también por sorpresa. Una vez más los alemanes apelaron a sus métodos hipócritas para ahorrar energía humana. Agarraron a un gran número de hombres y se los llevaron a la estación. Cuando las madres y esposas en su desesperación quisieron enterarse de qué había sido de ellos, se les dijo que se habían ido a trabajar en Alemania, y que las mujeres podían acompañarlos. No hace falta describir una vez más cómo las mujeres judías de Lodz y sus hijos se abalanzaron a la estación, llevándose cuanto tenían de precioso. Los alemanes filmaron aquella escena para contradecir en los noticiarios de cine los rumores de que coaccionaban a la gente. Los hombres, mujeres y niños del
gueto
de Lodz estaban ahora en campos de liquidación, principalmente en Birkenau. Tuve que curar a muchos de aquellos seres humanos en la enfermería. Estaban en lamentables condiciones físicas, y su espíritu y moral había quedado por los suelos. De todas las enfermas puedo decir que eran las más delicadas y menos capaces de resistir el dolor; luego venían las griegas, las italianas, las yugoslavas, las holandesas, las húngaras y las rumanas. Las más estoicas eran, por lo menos según pude apreciar yo, las francesas y las rusas.

No sólo llegaban prisioneros del Este. También recibíamos grandes contingentes de elementos de la resistencia, valientes que habían aguantado hasta el último momento y otros «indeseables» del Oeste. En septiembre de 1944, llegaron muchos belgas antes de que se liberasen los Países Bajos. También hubo judíos procedentes de Teresienstadt. En los trenes diarios de deportación llegaban griegos e italianos. Los últimos habían pasado algún tiempo en las cárceles de la península; pero, a medida que avanzaban los Aliados las prisiones eran vaciadas y sus ocupantes mandados a Birkenau. Tenían ya la moral por los suelos, y la mayor parte eran viejos que no lograban adaptarse a las condiciones del campo de concentración. Abundaban entre ellos los suicidas.

La llegada de aquellos contingentes produjo cambios dentro del campo. Más que nunca, Birkenau se convirtió en una Torre de Babel, en la que se hablaba toda índole de idiomas y se practicaban las costumbres más diferentes. El único elemento «estable» eran los antiguos "

Schutzhaftling
, o sea, los empleados del campo, que oprimían cruelmente a los recién llegados. Eran verdaderamente los criados dóciles del Estado Alemán.

Birkenau recibió también prisioneros de los cercanos campos de trabajo, que ya no servían para la máquina de guerra alemana. De Auschwitz-Birkenau solían mandarse los presos más robustos a la región de Ravensbruck, donde había muchas fábricas de armamentos. Los que caían enfermos eran devueltos so pretexto de que necesitaban atención médica. Pero, en realidad, se los debilitaba y desalentaba, hasta el extremo de que ya no tenían deseos de vivir.

Los cadáveres de los ejecutados en los campos de concentración vecinos eran también mandados a Birkenau. Los hornos de nuestros crematorios estaban atendiendo indudablemente a una vasta región. La preferencia que sentían los alemanes por la incineración no se debía, ni mucho menos, a consideraciones higiénicas; les ahorraba los entierros y les permitía llevar a cabo mucho mejor la recuperación de materiales valiosos.

¡Había trenes que llegaban a Birkenau… procedentes de Birkenau! Un día se anunció que iba a formarse un tren de presos con destino a Alemania para trabajar en fábricas. Todo ello se llevó a cabo como si fuese un acontecimiento de cada día. Los deportados abordaron los camiones sin que se les hostigase ni molestase demasiado. El tren empezó a moverse, ejecutó unas cuantas maniobras, partió de la estación y se perdió a lo lejos con destino desconocido. Al cabo de unas horas, regresaba el mismo tren con los mismos pasajeros a Birkenau, y los deportados fueron llevados directamente al crematorio.

¿A qué se debía el que los alemanes apelasen a maniobras tan complicadas? ¿Se efectuó aquella operación de acuerdo con un plan, o fue más bien resultado de una confusión administrativa? Sea de ello lo que fuere, el caso es que lo que he referido es rigurosamente cierto en todos sus detalles.

Otro día, arrancó también un tren de deportados «para trabajar en una fábrica alemana». Días después, el servicio de desinfección del campo entregó una cantidad considerable de ropa, que no era sino las pertenencias de nuestros desaparecidos compañeros. Habían salido no para Alemania, sino para el otro mundo. Nadie supo dónde ni en qué circunstancias fueron ejecutados aquellos pobres prisioneros.

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