—No suena como un sitio en el que vaya a resultar fácil encontrar algún rastro de esos Jedi —dijo Cray.
—Eso no resultaría fácil en ningún sitio —observó Leia—. Podemos saltar desde un punto del hiperespacio a otro, y eso hace que olvidemos las enormes distancias que se interponen entre un sistema habitado y el más próximo. Nunca nos acordamos de los miles de años luz que recorremos por el hiperespacio… Las personas pueden esconderse en cualquier lugar, o ser escondidas en cualquier lugar. Lo único que se necesita para conseguirlo es que una línea que consiste en una sucesión de puntitos fosforescentes sea eliminada de un ordenador en algún sitio…. y esas personas han desaparecido por completo y para siempre. ¿Cómo vas a encontrarlas? No, por mucho que busques te aseguro que es imposible volver a dar con ellas.
—Pero seguramente habrá copias de seguridad o archivos duplicados en algún sitio, ¿no?
La idea de que existieran tantas posibilidades de crear incógnitas y cabos sueltos parecía inquietar considerablemente a Cray. Leia supuso que las enseñanzas de Luke habían hecho que Cray ya no estuviera tan segura como antes de la inconmovible solidez del principio de que todas las cosas eran controlables en última instancia por la inteligencia, pero estaba claro que aún le quedaba mucho camino por recorrer.
—¿Has intentado entrar en la mente de McKumb? —preguntó volviéndose hacia Luke.
Luke asintió, y el recordarlo bastó para que torciese el gesto. No sabía si era debido a la roca mental o a las lesiones cerebrales o si había alguna otra causa que desconocía, pero no se había encontrado con ninguna de las habituales barreras humanas contra la invasión telepática, y sin embargo en la mente del viejo contrabandista tampoco había nada que ofreciese alguna clase de conexión a sus pensamientos durante la búsqueda. No había nada que ver y no había nada que sugiriese ni una sola pregunta, únicamente un caos insoportable de dolor y confusión del que surgían formas horribles que se lanzaban sobre él: monstruosidades dispuestas a desgarrarlo todo, ríos de ácido, ruido que palpitaba en sus oídos con un martilleo ensordecedor, fuego que le impedía respirar. Luke había emergido de él para descubrir que todo su cuerpo estaba temblando y que Tomla El le sostenía para que no perdiese el equilibrio mientras le contemplaba con profunda preocupación, y después se había enterado de que sólo habían transcurrido meras fracciones de segundo desde su fallido intento de entrar en la mente de McKumb.
—¿Podrías entrar en la mía? —preguntó Nichos—. Sólo recuerdo lo que es normal que viera un niño, pero al menos así podrías estrechar el campo de investigaciones. Por aquel entonces era humano —añadió, y volvió a acordarse de sonreír— y podía establecer contacto con la Fuerza.
Sólo Cray y Leia acompañaron a Luke y Nichos en su descenso por los angostos tramos de peldaños de la escalera de caracol y a través del pequeño jardín posterior hasta la suite que compartían Cray y Nichos. A esas alturas Han y Luke ya estaban prácticamente seguros de que Drub McKumb pretendía advertir y no cometer un asesinato, pero Han no estaba dispuesto a suponer que sabían todo lo que había estado intentando decirles. Él y Chewbacca decidieron permanecer en la Casa de Invitados Presidencial para estar más cerca de los niños, con Erredós conectado a una impresora de la que brotaba un torrente de cartas estelares y cálculos concernientes al Sector de Senex, mientras que Cetrespeó se mostraba encantado ante la posibilidad de poder quedarse en la balconada para comparar la realidad de los complejos ceremoniales de los rebaños ithorianos que se estaban desarrollando en la plaza con sus registros internos de como se suponía que eran.
—Sabíamos que perdería su capacidad de usar la Fuerza cuando fuese… transferido, por lo menos de manera temporal.
Cray habló muy deprisa y con la voz un poco temblorosa y a punto de quebrarse, como si el admitir que una contingencia era esperada pudiera proporcionarle algún poder sobre ella. Sus ojos se posaron en Nichos y Luke, que la precedían caminando el uno al lado del otro. La silueta plateada del antiguo estudiante era tan alta que la esbelta forma de Luke, envuelta en la negrura de su capa, parecía quedar extrañamente empequeñecida. La terraza que se abría delante de los Aposentos de los Invitados se extendía en dirección opuesta a las danzas de la plaza, y los ecos de sus pasos resonaban estrepitosamente sobre el complicado mapa estelar dibujado con las losetas azul y oro del pavimento.
—Ya sé que Luke y Kyp Durron y algunos de los que han estudiado el Holocrón piensan que la Fuerza es una función única y exclusiva de la vida orgánica, pero no comprendo por qué ha de ser así. Nichos está tan vivo como tú o como yo. No estamos hablando de un artefacto, como en el caso de Cetrespeó o Erredós…
Cray mantenía la cabeza alta y su voz sonaba firme y segura de sí misma, pero la luz de los globos solares medio escondidos entre las ramas de sus árboles padres permitió que Leia percibiera el delator brillo plateado de las lágrimas reprimidas a duras penas en los ojos de la joven.
—En estos momentos estoy trabajando en la decodificación y cubicación de micros hiper-pequeños para duplicar todo lo que sea posible reconstruir a partir de las radiografías cerebrales de los otros estudiantes de la Academia. La gran ventaja de lo que hemos hecho con Nichos es que la información puede ser transferida a procesadores mucho más eficientes a medida que voy mejorando y retocando el diseño.
Cray volvió a pasarse una mano por los cabellos para disimular con ese gesto el rápido deslizar de un dedo por las comisuras de sus párpados maquillados con una delicada aplicación de colores. Su perfección era del tipo que no podía admitir la duda o la pena.
—Sólo lleva en ese cuerpo… ¿Cuánto tiempo ha transcurrido, unos seis meses? —Leia se odió a sí misma por estar ofreciendo un consuelo que en lo más profundo de su corazón sospechaba era falso—. Es un milagro que siga vivo —añadió, y esta vez sus palabras no podían ser más sinceras.
Cray inclinó la cabeza en un asentimiento tan veloz que apenas resultó perceptible, negándose a aceptar el mérito de que Nichos siguiera con vida mientras atravesaban un vestíbulo de paredes de aire tan delicadas como encajes y estalactitas que hacía pensar en una caverna submarina festoneada de flores.
—Y no lo estaría si no fuese por algunas de las investigaciones sobre restos de naves y equipos ssi-ruuk que llevó a cabo Stinna Draesinge Sha. Me refiero a la transferencia de la…. de la verdadera personalidad, no de una mera copia de datos a…. a un artefacto. Había concebido grandes esperanzas acerca de sus trabajos con Nichos, y fue de una gran ayuda. Solía decir que el proceso de tecnificación de los ssi-ruuk habría fascinado a Magrody, que había sido su maestro, y que estaba casi segura de que él habría sabido encontrar mejores respuestas que ella a los enigmas que plantea la relación entre las inteligencias orgánicas y las artificiales, pero Magrody ya no… Bien, ya no se podía contar con él. Sha…
Cray meneó la cabeza.
—Oh, no puedo concebir que alguien quisiera hacerle daño —murmuró después.
Cray volvió a quedarse callada en cuanto entraron en la agradable cámara central de su suite, que parecía una gran gruta. Nichos se sentó a la mesa y Luke se sentó delante de él bajo la tenue claridad rosada de los globos solares incrustados en la tracería translúcida del techo, que era un poco más bajo en aquella estancia. Un sinuoso diván cuya forma se adaptaba a los contornos humanos ocupaba una pequeña alcoba. Leia y Cray se instalaron en él, y Leia alzó la mano para apartar la cubierta de otro globo solar, con lo que derramó su delicada luz rosada alrededor de ellas.
Cray siguió hablando, pero lo hizo en un tono lo bastante bajo para que sus palabras no pudieran ser oídas desde la mesa.
—Cuando Nichos… Bueno, cuando le diagnosticaron… —Su expresión indicó lo dolorosos que le resultaban aquellos recuerdos, y trató de evitar cualquier mención a ellos—. Me alegré mucho de poder mantenerle con vida, y de que estuviera lo suficientemente adiestrado en el uso de la Fuerza para poder…, poder separarse de su…, su cuerpo orgánico. Además, llevar a cabo el tipo de análisis e investigaciones que nos permitirán transmitir las capacidades de la Fuerza a una consciencia inorgánica es una mera cuestión de tiempo. Algunas de las investigaciones de Magrody ya apuntaban en esa dirección antes de que…
Cray volvió a callarse de repente cuando estaba a punto de terminar la frase con la palabra «desapareciese», y Leia comprendió que la joven también había oído las historias, los susurros y los rumores de que ella, Leia Organa Solo, había utilizado a sus «amigos contrabandistas» para vengarse del hombre que había enseñado cuanto sabían a Qwi Xux, Ohran Keldor, Bevel Lemelisk y el resto de diseñadores de la Estrella de la Muerte.
Entrar en la mente de Nichos fue una de las experiencias más extrañas de toda la existencia de Luke. Cuando utilizaba la Fuerza para sondear los pensamientos o los sueños de alguien, lo habitual era que acudieran a él bajo la forma de imágenes, como si estuviera recordando o convirtiendo en un sueño algo que él mismo había visto hacía mucho tiempo. A veces las imágenes cobraban la forma de sonidos —voces—, y muy de vez en cuando percibía una sensación de calor o de frío. Luke cerró los ojos y se sumió en el trance superficial de la escucha y la búsqueda. Era consciente de la presencia de la mente de Nichos, abierta y receptiva a la suya tal como enseñaban las meditaciones de los Jedi; y también era consciente de la personalidad del muchacho que había acudido a él, aquel joven llamado Nichos que poseía tanta capacidad para usar la Fuerza y estaba sincera y enérgicamente decidido a emplearla de manera responsable y correcta.
Luke había tenido estudiantes mucho más poderosos, pero rara vez se había encontrado con uno que tuviera más facilidades para aprender a pesar de que Nichos era bastante mayor que él.
Podía sentir el calor de las manos de Nichos bajo sus dedos. Al igual que la prótesis de Luke, las manos de Nichos eran calentadas por diminutos circuitos subcutáneos que duplicaban con increíble exactitud la temperatura corporal, evitando que quienes las tocaran pudieran sentirse desconcertados ante la ausencia de calor. Luke también era consciente de que Leia y Cray se habían callado, así como de su propia respiración y del débil y maravilloso susurro formado por todas las canciones que flotaban en el aire nocturno y que surgían del millar de fiestas y bailes que se estaban celebrando en la ciudad.
Se hundió un poco más en el trance de sondeo, y fue consciente durante un fugaz momento de que Nichos no respiraba.
Mientras cruzaban la plaza, Luke se había preguntado si sería capaz de hacerlo y, de hecho, incluso había llegado a preguntarse si Nichos era el hombre que había conocido, el hombre que había ido a Yavin para presentarse ante él y decirle que creía poseer los poderes que Luke buscaba con tanto empeño.
Pese a toda su relativa juventud, Cray Mingla ya era uno de los mayores talentos de la programación de inteligencias artificiales de la galaxia. Además, también estaba aprendiendo a ser una Jedi y era consciente de la interacción existente entre la Fuerza, el cuerpo, la mente y toda la vida del entorno. Había seguido las enseñanzas de Nasdra Magrody, y había intentado eliminar el abismo que seguía existiendo entre la inteligencia construida de manera artificial y el funcionamiento del cerebro orgánico. Incluso había estudiado todo lo que se podía llegar a saber sobre la tecnología prohibida de los ssi-ruuk, y había tratado de averiguar en qué consistía la verdadera esencia de la personalidad y la energía humanas.
Pero Luke seguía sin saber si la criatura que tenía delante era realmente Nichos Marr o sólo un androide cuya mente artificial había sido programada con todos los conocimientos de aquel hombre.
El recuerdo estaba allí. Era un recuerdo infantil, tal como le había explicado Nichos: túneles oscuros que serpenteaban a través de las rocas, y un asfixiante calor húmedo que era sustituido repentinamente en algunos lugares por un frío terrible. Había tempestades de nieve que aullaban a través de eriales de hielo y roca negra, y cavernas de hielo bajo las que se ocultaban calderas de barro que burbujeaban en un incesante y hosco humear. Luke vio acantilados cristalinos que resplandecían con destellos azules bajo el oscuro crepúsculo de un sol que apenas daba calor, junglas casi impenetrables, macizos de helechos que le llegaban hasta los hombros esparcidos alrededor de arroyos y lagunas que lanzaban hilillos de vapor en el silencio y la inmovilidad de aquella atmósfera extrañamente acre.
Y de repente oyó cantar a una mujer.
Niños que juegan en el campo lleno de flores, La reina va de camino a las tres torres del rey…
Luke se acordaba de aquella canción, y el recuerdo era tan viejo y profundo que ni siquiera podía acordarse de a qué voz se la había oído cantar.
Pero su percepción de aquellos recuerdos era vagamente tenue y lejana, como si fueran lecturas en vez de realidades. «Tempestades de nieve que aullaban a través de eriales de hielo» era una serie de palabras que flotaban en su mente y que no guardaban ninguna relación con la mordedura del viento helado que recordaba de su estancia en Hoth, y Luke sabía que los arroyos habían humeado en los alrededores de los glaciares sin ver ni el agua ni el hielo.
Todas las palabras de la vieja canción estaban allí —al igual que la melodía, presente en lo que Luke supuso era la transcripción de las notas musicales—, pero el recuerdo de la voz que la había cantado estaba tan ausente de la memoria de Nichos como lo había estado siempre de la de Luke.
Sólo había negrura, extraña y desoladoramente vacía.
La reina tenía un halcón y la reina tenía una alondra, la reina tenía un ruiseñor que cantaba en la oscuridad. Y el rey le dijo: Del gran árbol negro te colgaré, si tus pájaros no me traen tres deseos…
Todo ocurrió de repente y sin ningún aviso previo. Una sensación de horror helado y de aguijonazos que casi llegaban a ser sonidos atravesó su cerebro, desgarrándolo con el veloz y aterrador impacto de una astilla de acero congelado. Durante un momento fugaz vio cómo los gigantescos acantilados de hielo relucían igual que cristales volcánicos en un crepúsculo de hierro, y vio la superficie facetada de una cúpula antigravitatoria ocupando todo el valle que se extendía debajo de ellos. Había tenues luces apenas visibles por entre las neblinas, árboles cargados de flores y frutos, jardines como navíos encantados suspendidos en el aire…