Cray, que siempre estaba al corriente de todas las facetas de la moda, asintió. Era joven, alta y esbelta, y siempre ofrecía una apariencia impecablemente elegante incluso cuando estaba en los laboratorios y las salas de conferencias del Instituto Magrody. «La rubia de las piernas interminables», pensó Leia acordándose de la descripción de Han, y durante un momento le envidió aquella soberbia estatura que le permitía llevar prendas que ella, casi veinte centímetros más baja, estaba obligada a descartar de entrada. Leia sólo la había visto sin maquillar y sin joyas cuando Cray estaba soportando los rigores del adiestramiento de la Academia Jedi en Yavin, y Leia volvió a sentir una punzada de envidia al acordarse de que incluso entonces se las había arreglado para tener un aspecto soberbio.
—¿Y qué dijo tu madre? —preguntó Luke en su tono suave y tranquilo de costumbre—. ¿Por qué no quería tu tía que hablara de eso?
Cray meneó la cabeza, y Luke se volvió hacia el androide dorado de protocolo que se había reunido con ellos en el comedor y que permanecía inmóvil con el rechoncho androide astromecánico junto a él.
—Bueno, Cetrespeó, ¿qué opinas de todo esto? ¿Has oído algo que haya hecho sonar algún timbre de alarma dentro de tu cerebro?
—Lamento tener que informarle de que no, señor —replicó el androide.
—Era una fortaleza.
Todos se volvieron hacia el hombre —o hacia la cosa que en tiempos había sido un hombre— inmóvil junto al asiento de Cray.
Las recepciones de la embajada habían terminado. Los recorridos ceremoniales de los distintos rebaños, los almuerzos, tés, giras de contemplación de flores y el descenso para dar un paseo por el suelo de la jungla ya habían sido llevados a cabo, aunque en grupos más numerosos y más fuertemente armados de lo que se había planeado en un principio. Cray y Nichos Marr, su prometido —dos de los nuevos estudiantes recién incorporados a la Academia Jedi que Luke había creado en Yavin, y que le habían acompañado hasta Ithor para poder hablar con Tomla El— habían accedido a la petición de que sirvieran como guardaespaldas, y habían desplegado sus sentidos agudizados por el entrenamiento Jedi a través de las afables multitudes envueltas en exóticos ropajes multicolores. Después de que la noche hubiera caído para ocultar las megalópolis flotantes bajo su discreto manto, los dos habían vuelto a la intimidad de las Casas de Invitados con el grupo presidencial, con lo que Leia había tenido su primera ocasión de hablar en privado con Cray Mingla sobre el asesinato de Stinna Draesinge Sha, esa teórica y programadora que nunca había destacado demasiado en su especialidad y que estudió con las personas que habían ayudado a diseñar la Estrella de la Muerte.
Cray había reaccionado a la noticia del asesinato con perplejidad y consternación, pero tenía muy poco que decirle sobre su antigua profesora. Draesinge, al igual que Nasdra Magrody, había sido casi completamente apolítica y siempre se había limitado a buscar el conocimiento por el conocimiento. Cuando Leia oyó aquellas palabras, pensó con amargura que debió de ser muy parecida a Qwi Xux, la brillante especialista en física teórica a la que Magrody había enseñado los principios de la inteligencia artificial en el centro orbital de aprendizaje acelerado que Moff Tarkin había creado en los cielos de Omwat, su planeta rehén.
Después le había preguntado si conocía a Drub McKumb.
La cálida noche de Ithor vibraba con retazos de música y temblaba con un sinfín de luces de colores más allá de los delicados encajes traslúcidos de los arcos y ventanales de la suite, acogiendo las fiestas y alegres celebraciones de la flotilla de los rebaños, clanes y familias que habían vuelto a reunirse. Cestas llenas de globos solares suspendidas de las complejas tallas y adornos del techo flotaban por encima de sus cabezas y derramaban su cálida luz sobre el pequeño grupo formado por Leia, que seguía llevando su traje ceremonial tejido con lianas de seda y adornado por delicados bordados verdes y dorados y su tabardo blanco, Han, con sus austeros pantalones militares —aunque lo primero que había hecho después de volver a la Casa de Invitados fue librarse de la chaqueta— y Luke, una sombra en su negra capa Jedi.
—Erredós ha llevado a cabo una búsqueda completa de las palabras «Pozo de Plett» y «Pozodeplett» en el banco de ordenadores primario de la nave
Árbol de Tarintha,
que acoge al rebaño más grande del planeta —les informó Cetrespeó, hablando con su educada pomposidad de costumbre—, y no ha encontrado ninguna referencia.
—Cuando era pequeño…
Nichos se interrumpió para poner algo de orden en sus pensamientos, una pequeña manía suya que en aquel momento llamó la atención de Luke, precisamente porque su estudiante ya casi parecía haberse librado de ella. Se dio cuenta de la mirada que Cray lanzó al hombre —o a lo que había sido un hombre— con el que seguía estando oficialmente prometida, y se fijó en cómo le observaba. Luke sabía que estaba tratando de percibir esos otros pequeños detalles que habían contribuido a formar la personalidad de Nichos, como la manera en que solía llevarse la mano a la frente cuando estaba pensando, y que buscaba infructuosamente los gestos humanos de fruncir el ceño o cerrar los ojos.
El rostro seguía siendo el del joven que se había presentado en Yavin hacía más de un año y que había pedido ser sometido a la prueba para averiguar si tenía alguna destreza en el manejo de la Fuerza. Los técnicos del instituto biomédico de Coruscant habían logrado salvar su rostro, y también habían duplicado sus manos. La mirada de Luke se posó en la pequeña cicatriz del dedo meñique de la mano derecha, el recuerdo casi imperceptible de la herida que Nichos se había hecho durante su primer intento de manejar un arma blanca mediante la Fuerza. El rostro y las manos encajaban a la perfección en el cuerpo androide que Cray había diseñado cuando a Nichos se le diagnosticaron los primeros indicios del Síndrome de Quannot, como si Nichos —el Nichos que Luke había conocido y al que había querido tanto— llevase una armadura de reluciente acero gris plateado tan exquisitamente articulada que se adaptaba al más pequeño rasgo de su cuerpo, y en la que cada articulación y cada punto de tensión hubieran sido rellenados con una masa de filamentos plastoides tan finos como las lianas de seda blanca, con el resultado final de que no había ni un solo remache, hilo o alambre visible para recordar a los ojos que estaban contemplando a un androide.
Pero el rostro no mostraba ninguna expresión, y estaba tan rígido e impasible como si fuese una máscara. Toda la musculatura había sido imitada con una precisión nunca alcanzada anteriormente por la ciencia protésica. Aunque intentaba recordarlo, sabiendo que su inexpresividad ponía bastante nerviosa a Cray, Nichos solía olvidarse de utilizarla. En aquel momento sus facciones estaban inmóviles y totalmente inexpresivas mientras su mente se sumergía en cada fragmento de memoria digitalizada a la búsqueda de una hebra olvidada.
—Yo he estado allí —dijo por fin—. Recuerdo haber corrido a lo largo de muchos pasillos, caminos y salas talladas en las rocas. Alguien había…. había levantado una barrera mental, una ilusión de miedo, para mantenernos fuera de allí. Había utilizado la Fuerza para hacerlo. Alguien dijo que los kretchs se nos comerían. Sí, los kretchs se nos comerían… Pero nos desafiamos los unos a los otros para ver si éramos capaces de ir. Los mayores, Lagan, Ismaren y Hoddas… ¿O se llamaba Hoddag? Sí, y también estaba Umgil… Creo que ésos eran sus nombres, sí. Bien, los mayores dijeron que estábamos buscando el Pozo de Plett.
—¿Qué eran los kretchs? —preguntó Cray, rompiendo el silencio que siguió a las palabras de Nichos.
—No lo sé —respondió Nichos, que cuando era un hombre podría haber acompañado su réplica con un encogimiento de hombros—. Supongo que eran unas cosas que se comían a los niños.
—¿Y alguien erigió una barrera mental mediante la Fuerza para manteneros alejados de túneles en los que se suponía que no debíais entrar?
Leia se había inclinado hacia adelante, y sus dedos seguían sujetando el pendiente.
—Sí, eso creo —respondió Nichos sin apresurarse—. O utilizó la Fuerza para…, para crear una aversión en nosotros. Por aquel entonces no me pareció que hubiese nada de raro en ello, pero cuando pienso en lo que ocurrió… Ahora creo que era el poder de la Fuerza.
—Tendrías que tratar de emplear ese truco con Jacen y Jaina —observó Han, y Chewbacca, que había permanecido en silencio junto a él hasta entonces, emitió un gruñido de asentimiento.
—¿Cuántos años tenías? —preguntó Luke—. ¿Recuerdas algún otro nombre?
Erredós zumbaba suavemente junto a él mientras iba registrando datos.
Los ojos azules de Nichos —artificiales, pero una copia exacta de los originales— se clavaron en el vacío durante unos momentos y lo contemplaron como si no vieran nada en él. Un hombre de carne y hueso probablemente los habría cerrado. Cray desvió la mirada.
—Brigantes —dijo Nichos después de unos momentos más de silencio—. Ustu. Era una Ho’Din. Medía casi dos metros de altura y tenía la piel del verde pálido más hermoso que he visto jamás… Una mujer llamada Margolis… Bueno, en realidad era una muchacha, y cuidaba de nosotros. Yo era extremadamente joven.
—Mi madre se llamaba Margolis —dijo Cray con un hilo de voz.
Hubo otro silencio.
—Los hijos de los Jedi —murmuró Luke.
—¿Una…? ¿Una colonia de Jedi? ¿Todo un grupo de ellos?
Leia se estremeció, y se preguntó por qué todo aquello le sonaba tan familiar.
—Mi madre… —Cray titubeó y se apartó un zarcillo de cabellos color marfil de la frente con una mano de largos dedos—. Mi tía abuela siempre estaba vigilando a mi madre, y no paraba de criticarla. Después me enteré de que la madre de mi madre había sido una Jedi, y comprendí que tía Sophra temía que mi madre o yo también mostráramos señales de sensibilidad a la Fuerza. En el caso de mi madre, nunca hubo ningún indicio. Ya te hablé de todo eso cuando Nichos me llevó a Yavin, Luke.
Luke asintió. Recordaba aquel primer encuentro y la deslumbrante sonrisa de Nichos. «La programadora de inteligencias artificiales más brillante de todo el Instituto Magrody…, y además tiene una gran capacidad para emplear la Fuerza.»
—Igual que el tío Owen… —dijo en voz baja y suave—. La peor reprimenda que me llevé en toda mi vida me la dio cuando… Bien, supongo que utilicé la Fuerza para encontrar algo que se había perdido. Sí, recuerdo que la tía Beru había perdido el pequeño destornillador que utilizaba para arreglar su tejedora. Yo cerré los ojos y dije que estaba debajo del diván. No tengo ni idea de cómo lo supe, claro… El tío Owen afirmó que me castigaba porque la única forma de que supiera dónde estaba era que yo lo hubiese metido allí debajo, pero ahora creo que mi tío supo que había usado la Fuerza y que por eso se enfadó tanto.
Luke se encogió de hombros.
—Debía de tener seis años de edad —siguió diciendo—. Estoy seguro de que nunca volví a hacerlo. Ni siquiera me acordé de ello hasta que conocí a Yoda en Dagobah.
—Sí —dijo Cray—. Tía Sophra se comportaba de la misma manera con mi madre. Y yo debí reaccionar a su miedo casi sin darme cuenta de ello, porque hasta que Nichos y yo hablamos de ello… Bueno, hasta ese momento ni siquiera se me había ocurrido pensar que yo pudiera tener alguna sensibilidad a la Fuerza.
Nichos se acordó de sonreír y le puso la mano en el hombro. Luke sabía que incluso habían conseguido duplicar la temperatura corporal, por lo menos en las manos y en el rostro.
—«Escondieron a los niños en el pozo» —murmuró Leia—. Puede que… Bueno, cuando Vader y el Emperador empezaron a perseguir y matar a los Jedi, puede que algunos Caballeros Jedi… No sé, puede que consiguieran llevar a sus esposas y sus hijos hasta algún lugar oculto donde estarían a salvo. ¿Llegaste a hablar de los Jedi o de la Fuerza con Drub, Han?
—No recuerdo gran cosa de la conversación —admitió Han—, especialmente de lo que dijimos después de que empezáramos a beber. Pero sí recuerdo que le hablé de Luke y del viejo Ben. Drub no permitía que sus sentimientos interfiriesen en los negocios, pero siempre quiso ver ganar a los rebeldes. —Han se encogió de hombros, como si se sintiera un poco avergonzado y les estuviera pidiendo disculpas por sentir esa emoción—. Era una especie de romántico, ¿sabéis?
Leia ocultó una sonrisa y lo que pensaba de los contrabandistas que permitían que la Rebelión interfiriese en sus negocios, y volvió la mirada hacia Luke.
—Podemos tener la seguridad de que acabaron viéndose obligados a dispersarse, desde luego —dijo—. Pero si un grupo de familias de los Caballeros Jedi llegó a esconderse en el Pozo de Plett, o en Pozodeplett… Bien, tal vez dejaran registros o datos sobre adonde fueron después y quiénes eran.
Volvió a coger el pendiente y lo hizo girar debajo de la luz.
—Has dicho que Yetoom se encuentra en los límites del Sector de Senex. Sullust está entre Yetoom y aquí. Casi todos los documentos de crédito son sullustanos… ¿Qué radio de alcance puede tener el
Santo Aromático?
—Es un carguero ligero, como el
Halcón
—dijo Han con voz pensativa mientras lanzaba una rápida mirada al wookie pidiéndole que confirmara sus palabras. Chewbacca asintió—. Puede viajar por el espacio profundo, desde luego, pero la inmensa mayoría de contrabandistas que trafican a pequeña escala nunca recorren más de veinte parsecs por salto. En esta zona no hay gran cosa ni por encima ni por debajo de la eclíptica, lo cual situaría su punto de origen en algún lugar del Sector de Senex o del de Juvex, o en el Noveno Cuadrante, digamos que en… Sí, entre los Noopiths y el Cúmulo Greeb-Streebling.
—Eso es un territorio muy grande —murmuró Leia en un tono de voz tan pensativo como el que había empleado Han—. Y además es una zona muy fragmentada y problemática, desde luego: hay montones de puestos imperiales y pequeñas confederaciones formadas por un par de planetas… El almirante Thrawn nunca tuvo mucho éxito en sus enfrentamientos con las Antiguas Casas que gobiernan en el Sector de Senex, pero nosotros tampoco hemos logrado hacer demasiados progresos. Sé que la Casa Vandron explota granjas de esclavos en Karfeddion, y que la Casa Garonnin obtiene la mayor parte de sus ingresos de operaciones mineras en asteroides llevadas a cabo en condiciones bastante horripilantes… Incluso en los viejos tiempos del Senado, siempre se estaban presentando mociones y preguntas para averiguar si los Derechos de la Consciencia eran realmente respetados y aplicados en esas áreas.