—Pues yo recibo a diario decenas de llamadas de empresarios preocupados y comprendo su preocupación. ¿Has visto cómo están los campings y los amarraderos de por aquí? Y esto no sólo afecta a los comerciantes de Fjällbacka, que ya es malo. A raíz de la desaparición de la última chica, los turistas huyen también de las localidades vecinas: Grebbestad, Harmburgsund, Kämpersvik e incluso las de más al norte, como Strömstad, empiezan a notarlo. Quiero saber cuáles son las medidas concretas que estáis adoptando para resolver esta situación.
El rostro de Stig Thulin, que por lo general exhibía siempre una sonrisa de anuncio de dentífrico, ostentaba ahora unas profundas arrugas en su noble frente. Había sido el principal representante del municipio durante más de un decenio y tenía cierta fama de semental en la región. Mellberg se vio obligado a reconocer que comprendía lo irresistible que el encanto de Thulin resultaba para las mujeres de la zona. No porque Mellberg cojease de ese pie, observó enseguida para sí mismo, pero ni siquiera un hombre podía dejar de notar que Stig Thulin estaba en perfecta forma física para sus cincuenta años, además del atractivo que las sienes encanecidas adquirían en combinación con el azul inocente de sus ojos.
Mellberg sonrió con ánimo de tranquilizarlo.
—Sabes tan bien como yo, Stig, que no puedo entrar en detalles sobre nuestro modo de llevar la investigación, pero tienes que creer en mi palabra cuando te digo que estamos aplicando todos los recursos a nuestro alcance para encontrar a la joven Möller y a quien haya cometido estos crímenes tan horribles.
—¿Crees de verdad que tenéis capacidad para sacar adelante una investigación tan compleja? ¿No deberíais solicitar ayuda de…, yo qué sé, de Gotemburgo, por ejemplo?
Las grises sienes de Stig se llenaban de sudor, tal era la excitación que sentía. Su plataforma política descansaba fundamentalmente en el grado de satisfacción que los empresarios del municipio experimentasen con su actuación y la indignación que habían demostrado los últimos días no auguraba nada bueno para las próximas elecciones. Él se encontraba más que a gusto en las esferas del poder y comprendía que su estatus político contribuía además, de forma nada despreciable, a sus éxitos en la cama.
En ese punto, en la no tan noble frente de Mellberg también empezó a formarse una arruga como señal de irritación.
—No necesitamos ayuda ninguna para esta investigación, te lo aseguro. Y tengo que decir que no aprecio en absoluto la desconfianza que demuestras tener en nuestra competencia al formular semejante pregunta. Hasta ahora, jamás hemos recibido quejas de nuestro modo de trabajar y no veo motivo para que se nos critique sin fundamento en esta ocasión.
Gracias a su profundo conocimiento del género humano, que le había sido de gran utilidad en el mundo de la política, Stig Thulin sabía cuándo llegaba el momento de retirarse. Respiró hondo y se recordó a sí mismo que de nada serviría a sus intereses indisponerse con la policía local.
—Sí, bueno, quizá me haya precipitado al hacer la pregunta. Por supuesto que gozáis de nuestra plena confianza. Sin embargo, quisiera subrayar la importancia de que el caso se resuelva lo antes posible.
Mellberg asintió sin más y, tras las consabidas frases de despedida, arrastró al principal del ayuntamiento fuera de la comisaría.
S
e escrutó con mirada crítica ante el gran espejo que se había pasado semanas pidiendo que le pusieran en la caravana. No estaba tan mal, aunque un par de kilos menos no le harían ningún daño. Melanie se estiró la piel de la barriga y la metió para dentro, por probar. Así, mucho mejor. No quería que se le viese ni un gramo de grasa, de modo que decidió que, en las próximas semanas, sólo almorzaría una manzana. Su madre podía decir lo que quisiera, Melanie daría cualquier cosa por no ponerse tan gorda y repugnante como ella.
Después de colocarse bien la parte de arriba del bikini una vez más, tomó el bolso y la toalla y ya estaba a punto de salir para bajar a la playa cuando la interrumpieron unos toquecitos en la puerta. Seguro que era alguno de los colegas que iba a bañarse y pasaba a preguntarle si se apuntaba. Abrió la puerta. Un segundo después, estaba volando por los aires y fue a estrellarse de espaldas contra la pequeña mesa de comedor. El dolor casi la hizo desmayarse y el golpe le había sacado todo el aire de los pulmones y le impedía emitir un solo sonido. Un hombre entró en la caravana. Ella rebuscaba en su memoria para averiguar si lo había visto con anterioridad. Le resultaba un tanto familiar, pero la conmoción y el dolor le impedían centrar sus pensamientos. De repente le vino a la mente una idea: la desaparición de Jenny. El pánico le hizo perder la poca conciencia que le quedaba y se desvaneció en el suelo, indefensa.
No protestó cuando él la levantó agarrándola de un brazo y la obligó a meterse en la cama, pero cuando empezó a desatarle el bikini que tenía anudado a la espalda, el miedo le infundió fuerzas e intentó asestarle una patada en la entrepierna. Falló el golpe y le dio en el muslo. La respuesta fue inmediata. Un puño bien cerrado se estrelló contra su espalda, exactamente en el mismo lugar en que se había golpeado con la mesa. El aire volvió a abandonar sus pulmones.
Se desplomó en la cama, rendida. La fuerza del golpe que le había asestado el hombre la hizo sentirse insignificante e indefensa y la única idea que tenía presente era la de la supervivencia. Se preparó para morir, pues ahora estaba segura de que Jenny también estaba muerta.
Un ruido obligó al hombre a darse la vuelta justo cuando acababa de bajarle a Melanie las bragas del bikini hasta las rodillas. Antes de que lograse reaccionar, un objeto hizo impacto en la cabeza del hombre que, emitiendo un sonido gutural, cayó de rodillas. Detrás de él, Melanie vio a Per, el pardillo, con un bate de béisbol sueco en la mano. «El bate más delgado», acertó a pensar antes de que la engullese la oscuridad.
—
M
ierda, debería haberlo reconocido.
Martin pateaba el suelo de pura frustración, gesticulando hacia el hombre que, esposado, llevaban en el asiento trasero del coche policial.
—¿Y cómo demonios ibas a hacerlo? En la cárcel se ha echado por lo menos veinte kilos encima y, además, se ha teñido el pelo de rubio. No lo habría reconocido ni su madre. Y por si fuera poco, sólo lo habías visto en una foto.
Patrik intentaba consolar a Martin en la medida de lo posible, pero sospechaba que su colega hacía oídos sordos. Estaban en el camping de Grebbestad, junto a la caravana en la que vivían Melanie y sus padres, y un nutrido grupo de curiosos se había congregado a su alrededor para enterarse de lo sucedido. Melanie ya había sido trasladada en ambulancia al hospital de Uddevalla. Sus padres estaban de compras en el centro comercial de Svinesund cuando Patrik los localizó en el móvil y, conmocionados, se fueron derechos al hospital.
—Lo miré directamente a los ojos, Patrik. Creo que incluso lo saludé al pasar. El tipo debió de reírse de lo lindo cuando nos fuimos. Además, su tienda estaba justo al lado de la de Tanja y Liese. Mierda, ¿cómo se puede ser tan imbécil?
Se dio un amago de puñetazo en la frente, para subrayar lo que acababa de decir, mientras sentía en el pecho un nudo de angustia. El diabólico juego de las condicionales con «si» se había puesto en marcha en su mente. Si hubiera reconocido a Mårten Frisk, Jenny estaría ahora con sus padres, si…, si…, si…
Patrik sabía perfectamente lo que en aquellos momentos sucedía en el cerebro de Martin, pero ignoraba qué podría decirle para aliviar su tormento. Lo más probable es que en su caso él mismo se hubiese sentido igual, por más que la autocrítica, le recordaba la experiencia, no tuviese ningún sentido. Habría sido prácticamente imposible reconocer al violador al que habían detenido hacía cinco veranos. Entonces, Mårten Frisk sólo contaba diecisiete años y era un jovenzuelo delgaducho y de cabello oscuro que se servía de una navaja para obligar a sus víctimas a obedecer. Ahora era una musculosa montaña rubia que, a todas luces, no creía tener que confiar más que en su propia fuerza para convertirse en el dueño de la situación. Asimismo, Patrik sospechaba que los esteroides, relativamente fáciles de conseguir en los centros penitenciarios del país, habían desempeñado un papel importante en la transformación física de Mårten, lo que no atenuaba precisamente su agresividad natural, sino que más bien transformaba las humeantes ascuas en un infierno arrasador.
Martin señaló al joven que, un tanto atribulado y mordiéndose las uñas, aguardaba apartado del escenario de los acontecimientos. Del bate de béisbol sueco ya se había encargado la policía y el joven daba muestras evidentes del mayor nerviosismo. Lo más probable es que no supiese a ciencia cierta si el largo brazo de la ley lo consideraría un héroe o un criminal. Patrik le hizo una seña a Martin de que lo acompañase, y ambos se dirigieron al joven, que no cesaba de dar pisotones nerviosos en el suelo.
—Me dijiste que tu nombre era Per Thorsson, ¿no es así?
El chico asintió.
Patrik le explicó a Martin:
—Es amigo de Jenny Möller. Fue él quien me contó que Jenny pensaba hacer autoestop hasta Fjällbacka.
Patrik volvió a dirigirse a Per.
—Lo tuyo de hoy ha sido una buena intervención. ¿Cómo sabías que estaban intentando violar a Melanie?
Per bajó la vista al suelo.
—Me gusta observar a la gente. En ese me fijé enseguida, en cuanto levantó su tienda aquí el otro día. Había algo curioso en su forma de sacar pecho ante las niñas del camping; se creía muy chulo con esos brazos de gorila que tiene. Y también me di cuenta de cómo miraba a las mujeres en general, sobre todo si no llevaban mucha ropa encima.
—Y lo de hoy, ¿cómo ha sido? —Martin estaba impaciente e intentaba animarlo a seguir.
Aún con la vista en el suelo, el chico prosiguió:
—Vi que el tipo se había dado cuenta de que los padres de Melanie se marchaban y luego esperó un rato.
—¿Como cuánto? —preguntó Patrik.
Per hizo memoria.
—Unos cinco minutos, más o menos. Después se encaminó resuelto a la caravana de Melanie y pensé que tal vez iba a hablar con ella o algo así, pero cuando Melanie abrió la puerta, él se metió dentro de golpe y entonces pensé «vaya mierda, ese tuvo que ser el que se llevó a Jenny», y sin pensarlo dos veces me hice con el bate con el que habían estado jugando los niños, me fui a la caravana y le di en la cabeza.
El joven tuvo que hacer aquí un alto para respirar y, por primera vez, alzó la vista y miró cara a cara a Patrik y a Martin, que vieron cómo le temblaba el labio inferior.
—¿Me acarreará problemas este asunto? Quiero decir, por haberlo golpeado en la cabeza…
Patrik le puso la mano en el hombro, para tranquilizarlo.
—Creo que puedo prometerte que tu actuación no tendrá consecuencias de ningún tipo. No es que nosotros animemos a la gente a comportarse de ese modo, no me malinterpretes, pero lo cierto es que, de no ser por tu mediación, ese tipo habría violado a Melanie.
La sensación de alivio lo hizo literalmente venirse abajo, pero se repuso enseguida, antes de preguntar:
—¿Puede haber sido el que…? Bueno, lo de Jenny…
El joven no se atrevía ni a pronunciar las palabras, pero sobre aquel punto no tenía Patrik ninguna palabra tranquilizadora que ofrecerle. Más aún, la pregunta de Per expresaba sus propias cavilaciones.
—No lo sé. ¿Lo viste mirar a Jenny del mismo modo en alguna ocasión?
Per se esforzaba por hacer memoria, pero al final negó con la cabeza.
—No recuerdo. Quiero decir que seguramente lo hizo, porque miraba a todas las chicas que pasaban, pero no puedo asegurar que a ella la mirase con especial interés.
Dieron las gracias a Per y lo dejaron con sus padres, que estaban muy preocupados. Después subieron al coche y pusieron rumbo a la comisaría. Allí, y ya a buen recaudo, se encontraba tal vez el tipo al que con tanto afán habían estado buscando. Cada uno por su cuenta, ambos cruzaron los dedos para que aquel fuese, en verdad, su hombre.
E
n la sala de interrogatorios reinaba un ambiente tenso. Todos estaban estresados pensando en Jenny Möller y en su deseo de sacarle la verdad a Mårten Frisk, pero había cosas que no podían forzarse y ellos lo sabían. Patrik dirigía el interrogatorio y a nadie le sorprendió que le hubiese pedido a Martin que lo acompañase. Una vez concluido el obligatorio proceso de registro de nombres, fecha y hora en la grabadora, comenzaron su trabajo.
—Estás detenido por el intento de violación de Melanie Johansson, ¿tienes algo que decir al respecto?
—Desde luego que sí, puedes creerlo.
Mårten presentaba una actitud indolente, retrepado en la silla y con uno de sus enormes bíceps descansando en el respaldo. Llevaba ropa veraniega, una camiseta escotada y pantalones cortos, el mínimo de tela para exponer el máximo de músculos. Tenía el rubio cabello teñido y demasiado largo, y el flequillo le caía constantemente sobre los ojos.
—No hice nada que ella no consintiese, y si dice lo contrario, miente. Habíamos quedado en vernos cuando sus padres se marchasen y acabábamos de empezar a pasarlo bien cuando aquel imbécil entró como una tromba con el bate de béisbol. Por cierto, quiero poner una denuncia por agresión, así que anotadlo en vuestros blocs —dijo, con una sonrisa sardónica, señalando las libretas que Patrik y Martin tenían delante.
—De eso ya hablaremos más tarde, ahora vamos a abordar las acusaciones que hay contra ti.
El tono brusco de Patrik contenía todo el desprecio que aquel sujeto le inspiraba. Para él, los hombretones que se obsesionaban por jovencitas quedaban clasificados en el más bajo nivel imaginable.
Mårten se encogió de hombros, como si le fuese indiferente. Los años pasados en la cárcel habían constituido una buena escuela. La última vez que estuvo sentado frente a Patrik era un adolescente delgaducho e inseguro que soltó la confesión de las cuatro violaciones nada más sentarse en la sala de interrogatorios. Ahora, en cambio, había aprendido de los grandes y su transformación física se correspondía bien con la mental. Lo que seguía imperturbable, eso sí, era su odio y su deseo de agredir a las mujeres. Por lo que ellos sabían, ese deseo sólo había desembocado hasta el momento en violaciones, nunca en asesinato, pero a Patrik le preocupaba que los años vividos en la cárcel hubiesen causado más daño del que ellos sospechaban. ¿Habría involucionado Mårten Frisk de violador a asesino? De ser así, ¿dónde estaba Jenny Möller y cuál era la relación que su caso guardaba con las muertes de Mona y de Siv? Cuando ellas fueron asesinadas, ¡Mårten Frisk ni siquiera había nacido!