Los gritos del pasado (24 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

BOOK: Los gritos del pasado
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Jacob jamás llegó a entender por qué Ephraim se reía de un modo tan extraño cuando hablaba de aquella época. A Johannes debió de causarle un sufrimiento terrible y el
Predicador
, como hombre de Dios, debería haberlo comprendido. Sin embargo, Jacob amaba a su abuelo y no cuestionaba nunca ni lo que decía ni la manera en que lo decía. A sus ojos, era infalible, claro, puesto que le había salvado la vida, no milagrosamente mediante la imposición de manos, pero sí donándole parte de su cuerpo para infundirle nueva vida. Y por eso lo idolatraba.

Claro que lo mejor de todo era el modo en que Ephraim acababa sus relatos. Solía guardar un silencio denso y trágico, miraba a su nieto fijamente a los ojos y le decía:

—Y tú, Jacob, tú también tienes dentro el don. En algún lugar, en lo más hondo de ti, aguarda a que alguien o algo lo despierte.

Jacob adoraba aquellas palabras.

Jamás consiguió activar tal don, pero a él le bastaba saber que su abuelo pensaba que, en su interior, latía aquella fuerza. Durante el tiempo que estuvo enfermo, intentó muchas veces cerrar los ojos y hacerlo surgir para curarse a sí mismo, pero así, con los ojos cerrados, lo único que veía era oscuridad, las mismas tinieblas que ahora lo atenazaban con mano de hierro.

Tal vez habría encontrado el camino si el abuelo hubiese vivido más tiempo. El abuelo le había enseñado a Gabriel y a Johannes, así que ¿por qué no iba a poder enseñarle a él?

El sonoro graznido de un pájaro lo arrancó de su cavilar. Las tinieblas que llevaba en su interior volvieron a aprisionarle el corazón con tal fuerza que se preguntó si no serían capaces de detener sus latidos. Últimamente, la oscuridad se hacía presente más a menudo y era más densa que nunca.

Puso los pies en el sillón y se encogió, abrazado a sus piernas. Si Ephraim estuviese allí, habría podido ayudarle a encontrar la luz sanadora.


L
legados a este punto, partimos de la base de que Jenny Möller no se ha ausentado voluntariamente. Queremos poder contar con la ayuda de la gente y dirigimos nuestra petición en ese sentido a todos aquellos que la hayan visto, en especial a quienes la hayan visto cerca de algún coche. Según la información que tenemos, pensaba hacer autoestop hasta Fjällbacka, de modo que cualquier dato relacionado con ese hecho resultará del máximo interés.

Patrik miraba con gravedad y uno por uno a los periodistas congregados en la conferencia de prensa. Al mismo tiempo, Annika iba distribuyendo la fotografía de Jenny Möller, con el fin de que todos los diarios tuviesen una copia para su publicación. No siempre lo hacían así, pero en este caso la prensa podía serles de utilidad.

Para sorpresa de Patrik, fue Mellberg quien le propuso que dirigiese la precipitada conferencia de prensa, mientras él se quedaba apartado en la pequeña sala de reuniones de la comisaría, observándolo.

Varios de los asistentes tenían la mano levantada para pedir turno de palabra.

—¿Existe alguna relación entre el asesinato de Tanja Schmidt y la desaparición de Jenny? ¿Han encontrado algo que establezca una conexión entre ese asesinato y los esqueletos de Mona Thernblad y Siv Lantin?

Patrik se aclaró la garganta.

—En primer lugar, aún no tenemos la identificación definitiva de Siv, así que os rogaría que no escribieseis nada al respecto. Por lo demás, no quiero hacer comentarios sobre nuestras conclusiones, con el fin de no entorpecer la investigación técnica.

Se oyó suspirar a los periodistas, pues siempre se encontraban con la misma excusa de «la investigación técnica», aunque eso no les impidió seguir incansables con las manos en alto.

—Los turistas han empezado a marcharse de Fjällbacka. ¿Tienen motivos para estar preocupados por su seguridad?

—No hay motivo alguno de preocupación. Estamos trabajando muy duro por resolver este caso, pero en estos momentos debemos centrarnos en encontrar a Jenny Möller. Es cuanto puedo decir. Gracias.

Salió de la sala en medio de las protestas de los periodistas, pero vio por el rabillo del ojo que Mellberg se quedaba rezagado. ¡Ojalá no dijera ninguna imbecilidad!

Patrik fue al despacho de Martin y se sentó en el borde de su escritorio.

—Que me aspen si lo de las conferencias de prensa no es como meter la mano en un avispero voluntariamente.

—Sí, aunque ahora puede sernos útil.

—Claro, alguien tiene que haber visto a Jenny subir al coche, si es que hizo autoestop como dice el chico. Con el tráfico tan intenso que suele haber en Grebbestadsvägen, sería un milagro que nadie hubiera visto nada.

—Cosas más raras ocurren —dijo Martin con un suspiro.

—¿Aún no has localizado al padre de Tanja?

—No he vuelto a intentarlo. Pensaba esperar hasta esta tarde. Lo más probable es que durante el día esté en el trabajo.

—Sí, claro, tienes razón. ¿Sabes si Gösta ha comprobado los registros de prisiones?

—Pues mira, por increíble que parezca, lo ha hecho. Pero nada, no hay nadie que haya estado encerrado todo este tiempo hasta ahora. Como era de esperar. Quiero decir que aquí uno puede matar al rey y salir al cabo de un par de años por buena conducta y la condicional la tienes en un par de semanas —aseguró al tiempo que arrojaba el bolígrafo sobre la mesa, visiblemente irritado.

—Venga, hombre, no seas tan cínico, eres demasiado joven. Dentro de diez años en la profesión puedes empezar a amargarte, pero hasta entonces has de seguir siendo ingenuo y depositar tu confianza en el sistema.

—Sí, viejo lobo —respondió Martin cuadrándose medio en broma, a lo que Patrik se levantó riéndose.

—Por cierto —recordó Patrik—, no podemos dar por hecho que la desaparición de Jenny guarde relación con los asesinatos de Fjällbacka, así que, por si acaso, pídele a Gösta que verifique si tenemos a alguien conocido por violación o similar que se haya librado de la cárcel otra vez. Pídele que compruebe a todos los que hayan estado en chirona por violación, agresión contra mujeres o algo así y que sepamos que suelen trabajar por la zona.

—Bien pensado, pero también puede ser alguien de fuera que esté aquí de turismo.

—Cierto, pero por algún sitio tenemos que empezar y ese es tan bueno como cualquier otro.

En ese momento, Annika asomó la cabeza.

—Disculpen los señores si los molesto, pero tienes al teléfono al forense, Patrik. ¿Te lo paso aquí o lo coges en tu despacho?

—Pásamelo a mi despacho, por favor. Dame medio minuto.

Ya en el despacho, se sentó a esperar a que sonase el teléfono. Notó que se le aceleraba el corazón, pues tener noticias del Instituto Forense era como esperar a Papá Noel. Uno nunca sabía qué sorpresas contendría el paquete.

Diez minutos después, ya estaba de vuelta en el despacho de Martin, pero se quedó en el umbral.

—Nos han confirmado que el segundo esqueleto pertenece a Siv Lantin, tal y como sospechábamos. Y el análisis de la tierra también está listo. Puede que ahí tengamos algo contundente.

Martin se inclinó hacia delante, con las manos cruzadas y lleno de expectación.

—Bueno, no me tengas en ascuas. ¿Qué han encontrado?

—Para empezar, el tipo de tierra que hallaron en el cadáver de Tanja, el que había en la manta y los restos hallados en los dos esqueletos son el mismo, lo que demuestra que, al menos en algún momento, las tres han estado en el mismo lugar. Además, el Laboratorio Nacional de Investigaciones Criminológicas ha detectado en la tierra un tipo de abono que sólo se usa en las granjas; incluso lograron determinar la marca y el nombre del fabricante. Lo mejor de todo es que no se vende en comercios, sino que se compra directamente del fabricante y, por si fuera poco, se trata de una de las marcas de uso más habitual. Así que, ya puestos, si pudieras llamar y pedirle una lista de los clientes que han comprado ese abono en concreto, tal vez podamos conseguir algo por fin. Aquí tienes una nota con el nombre del abono y el del fabricante. El número estará en las páginas amarillas.

—Yo me encargo. Te avisaré en cuanto tenga la lista —aseguró Martin, indicándole con un gesto de la mano que podía estar tranquilo.

—Perfecto —respondió Patrik con el pulgar en alto, al tiempo que tamborileaba ligeramente contra el quicio de la puerta.

—Oye, por cierto…

Patrik ya iba camino del pasillo, pero se dio la vuelta al oír la voz de Martin.

—¿Sí?

—¿Han dicho algo del ADN que encontraron?

—Seguían trabajando en ello. Esos análisis también son cosa del Laboratorio Nacional y parece que tienen una buena cola para ese tipo de pruebas. Hay muchas violaciones en esta época del año, ya sabes…

Martin asintió sombrío. Sí, lo sabía perfectamente. Era una de las grandes ventajas del otoño y el invierno. Gran parte de los violadores pensaba que hacía mucho frío para bajarse los pantalones. En verano, en cambio, el frío no era un inconveniente…

Patrik se encaminó a su despacho tarareando una cancioncilla. Por fin empezaban a ver la luz. Aunque lo que tenían no fuese gran cosa, era, al menos, algo concreto sobre lo que trabajar.

E
rnst decidió permitirse el lujo de tomarse un perrito con puré en la plaza de Fjällbacka. Se sentó en uno de los bancos que daban al mar mientras, lleno de desconfianza, vigilaba a las gaviotas que lo sobrevolaban describiendo círculos en el aire. Si se les presentaba la oportunidad, las aves le robarían el perrito, de modo que no las perdía de vista ni un segundo. ¡Malditos pajarracos! Cuando era niño, se divertía amarrando un pez al extremo de una cuerda, que sujetaba por el otro. Así, cuando la gaviota, ignorante del peligro que la acechaba, se tragaba el pez, el pequeño Ernst se hacía de una cometa viviente que, indefensa, aleteaba en el aire presa del pánico. Otra diversión que le gustaba era robarle a su padre un poco de aguardiente y mojar en él migas de pan que luego les ofrecía a las gaviotas. Verlas volar y tambalearse sin ton ni son lo hacía carcajearse hasta el punto de tener que tumbarse en el suelo muerto de risa. Ya no se atrevía a cometer ese tipo de gamberradas, pero no por falta de ganas. Buitres asquerosos, eso es lo que eran las gaviotas.

Por el rabillo del ojo atisbó un rostro que le resultaba familiar. Gabriel Hult se detuvo con su BMW junto a la acera, delante del Centrumkiosken. Ernst se irguió en el banco. Se había mantenido al tanto de la investigación de asesinato de las chicas, de pura rabia al verse excluido, por lo que conocía bien el testimonio de Gabriel contra su hermano. Quizá, sólo quizá, se dijo Ernst, podría sacársele algo más a aquel engreído. La sola idea de la finca y los terrenos que poseía Gabriel Hult le hacía la boca agua de envidia y el hecho de poder apretarle un poco las tuercas lo reconfortaba. Y si existía la posibilidad, por pequeña que fuese, de averiguar algo nuevo para la investigación y restregárselo al cerdo de Hedström no estaría mal de propina.

Arrojó el resto del perrito y del puré en la papelera más próxima y echó a andar indolente en dirección al coche de Gabriel. El color plateado del BMW relucía al sol y Ernst no pudo resistir la tentación de pasarle la mano por el techo con expresión soñadora. ¡Joder, si yo tuviera uno así! Pero retiró la mano rápidamente cuando vio salir del quiosco a Gabriel con un periódico en la mano. El propietario miró suspicaz a Ernst, que se apoyaba tan tranquilo en la puerta del acompañante.

—Perdone, pero el coche en el que se está apoyando es mío.

—No me diga —respondió con todo el descaro de que fue capaz, antes de presentarse para ganar el respeto que merecía su cargo—. Ernst Lundgren, de la comisaría de Tanumshede.

Gabriel lanzó un suspiro.

—¿Qué pasa ahora? ¿Johan y Robert han vuelto a hacer de las suyas?

Ernst sonrió socarrón.

—Si no conozco mal a esas dos manzanas podridas, es lo más probable, aunque no estoy al corriente de nada. No, lo que yo quiero es hacer algunas preguntas sobre las mujeres que encontramos en Kungsklyftan —dijo, señalando con la cabeza la desvencijada escalera de madera que, encaramada a la loma, conducía hasta allí.

Gabriel se cruzó de brazos sujetando el periódico.

—¿Y qué se supone que podría saber yo de ese asunto? ¿No será una vez más la vieja historia de mi hermano, verdad? Ya he respondido a cuantas preguntas quisieron hacer sus colegas sobre ese asunto. Por un lado, fue hace muchísimos años y, teniendo en cuenta los sucesos de los últimos días, debería estar claro que Johannes no tuvo nada que ver con aquello. ¡Mire!

Desplegó el periódico y lo sostuvo ante Ernst. En la portada dominaba una fotografía de Jenny Möller junto a una borrosa instantánea de Tanja Schmidt. El titular, como era de esperar, resultaba de lo más llamativo.

—¿No querrá decir que mi hermano se ha levantado de la tumba para hacer esto, no? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Cuánto tiempo piensan perder en remover en las entrañas de mi familia, mientras que el verdadero asesino anda suelto? Lo único que tienen contra nosotros es el testimonio que di hace más de veinte años y, desde luego, entonces estaba seguro, pero, qué coño, tampoco había amanecido del todo aún, yo venía de pasar la noche despierto junto al lecho de muerte de mi hijo y seguramente me confundí.

Con ademán indignado, se dio la vuelta, rodeó el coche a buen paso en dirección a la puerta del conductor y presionó el botón del mando para desbloquear el cierre centralizado. Antes de entrar en el coche, disparó contra Ernst una última invectiva:

—Si siguen así, recurriré a nuestros abogados. Estoy harto; desde que encontraron a las chicas, la gente me mira que parece que van a perder los ojos, y no tengo la menor intención de permitir que mantengan con vida los rumores sobre mi familia sólo porque no tengan nada mejor que hacer.

Gabriel cerró de un portazo y salió derrapando, Galärbacken arriba, a una velocidad que hizo apartarse a los viandantes.

Ernst se carcajeó para sí. Gabriel Hult tendría dinero, pero él, como policía, gozaba, del poder de alterar su pequeño mundo privilegiado. Ahora, de repente, la vida tenía otro color.


N
os hallamos ante una crisis que afectará a todo el municipio —auguró Stig Thulin, el hombre clave del ayuntamiento, con los ojos fijos en Mellberg, que no parecía muy impresionado.

—Bueno, como ya te he dicho a ti y a todos los demás que han llamado, trabajamos a toda máquina con esta investigación.

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