Pese a nuestro fracaso teatral, probablemente «La fuente de la buena fortuna» sea el cuento de Beedle más famoso, si bien tiene sus detractores, al igual que «El mago y el cazo saltarín». Más de un padre ha exigido que se retire ese cuento en particular de la biblioteca de Hogwarts, entre ellos —¡qué coincidencia!— un descendiente de Brutus Malfoy y en su día miembro del Consejo Escolar de Hogwarts, el señor Lucius Malfoy. Éste me propuso la proscripción de la historia en una misiva que rezaba:
Toda obra de ficción o de no-ficción que mencione el cruce entre magos y muggles debería ser retirada de las estanterías de Hogwarts. No quiero que mi hijo reciba influencias que puedan llevarlo a mancillar la pureza de su linaje, y por ese motivo impediré que lea historias que fomenten los matrimonios entre magos y muggles.
Mi negativa a retirar el libro de la biblioteca fue respaldada por la mayoría del Consejo Escolar. Escribí al señor Malfoy explicándole los motivos de mi decisión:
Las llamadas familias «de sangre limpia» mantienen su presunta pureza repudiando, desterrando o mintiendo acerca de los muggles y los hijos de muggles que aparecen en sus árboles genealógicos. Y después pretenden endilgarnos su hipocresía a los demás, pidiéndonos que proscribamos obras que tratan de las verdades que ellos niegan. No existen un solo mago ni una sola bruja cuya sangre no esté mezclada con la de los muggles, y por tanto considero ilógico e inmoral retirar del acervo de conocimiento de nuestros alumnos obras que versan sobre ese asunto.
7
Este intercambio marcó el inicio de la larga campaña del señor Malfoy para que me apartaran del cargo de director de Hogwarts, y el de la mía para apartarlo a él de su posición de Mortífago Favorito de lord Voldemort.
Érase una vez un joven brujo atractivo, rico y con talento que observó cómo sus amigos se comportaban como idiotas cuando se enamoraban: retozaban como críos, se acicalaban y perdían el apetito y la dignidad. Así pues, decidió no caer nunca en esa debilidad y empleó las artes oscuras para evitarlo.
La familia del brujo, que ignoraba su secreto, se sonreía al verlo tan frío y distante.
—Todo cambiará el día que quede prendado de una doncella —profetizaban.
Pero el joven brujo no quedaba prendado de nadie. Pese a que más de una doncella sentía intriga por su altivo semblante y utilizaba sus encantos más sutiles para complacerlo, ninguna consiguió cautivar su corazón. El brujo se vanagloriaba de su propia indiferencia y de la sagacidad que la había producido.
Transcurridos los primeros años de la juventud, los amigos del brujo empezaron a casarse y, más adelante, a tener hijos.
«Sus corazones deben de estar resecos como cáscaras por culpa de los lloriqueos de esos crios», se burlaba el brujo para sus adentros mientras observaba las payasadas de aquellos jóvenes padres.
Y, una vez más, se felicitaba por la sabia decisión que tomara en su día.
A su debido tiempo, los ancianos padres del brujo fallecieron. Pero éste no lloró su muerte; al contrario, se alegró de ella, porque ahora reinaría solo en el castillo. Había guardado su mayor tesoro en la mazmorra más recóndita, y así pudo entregarse a una vida de lujo y desahogo, en la que su comodidad era el único objetivo de los numerosos sirvientes que lo rodeaban.
El brujo estaba seguro de que provocaba una inmensa envidia a todos cuantos contemplaban su espléndida y apacible soledad; por eso sintió una ira y un disgusto tremendos cuando, un día, oyó a dos de sus lacayos hablando de su amo.
El primer criado expresó la pena que sentía por él, pues pese a toda su riqueza y poder seguía sin tener a nadie que lo amara.
Pero su compañero, riendo con burla, le preguntó por qué creía que un hombre con tanto oro y dueño de tan grandioso castillo no había conseguido una esposa.
Esas palabras asestaron un duro golpe al orgullo del brujo.
Así pues, decidió esposarse de inmediato con una mujer que fuera superior a todas las demás. Tenía que poseer una belleza deslumbrante, para despertar la envidia y el deseo de todo hombre que la contemplara; descender de un linaje mágico, para que sus hijos heredaran dones extraordinarios; y poseer una riqueza como mínimo equiparable a la suya, para así continuar con su cómoda existencia pese al aumento de los gastos domésticos.
El brujo podría haber tardado cincuenta años en encontrar a una mujer así, pero resultó que el día después de tomar la decisión de buscarla, una doncella que cumplía todos los requisitos llegó a la región para visitar a unos parientes.
Era una bruja de una habilidad prodigiosa y poseía una gran fortuna en oro. Su belleza era tal que cautivaba el corazón de todos los hombres que la miraban; es decir, de todos los hombres excepto uno: el corazón del brujo no sentía absolutamente nada. Aun así, ella era el premio que él buscaba, de modo que empezó a cortejarla.
Quienes se percataron de su cambio de actitud se asombraron, y le dijeron a la doncella que había logrado aquello en lo que centenares de mujeres habían fracasado.
La joven también se sentía fascinada y, al mismo tiempo, repelida por las atenciones que le dedicaba el brujo. Jamás había conocido a un hombre tan raro y distante, y percibía la frialdad que yacía bajo la ternura de sus lisonjas. Sin embargo, sus parientes opinaban que esa unión era muy conveniente y, deseosos de fomentarla, aceptaron la invitación del brujo al gran banquete que organizó en honor de la doncella.
La mesa, repleta de plata y oro, fue servida con los mejores vinos y los manjares más deliciosos. Unos trovadores tocaban laúdes con cordaje de seda y cantaban canciones sobre un amor que su amo nunca había sentido. La doncella estaba sentada en un trono junto al brujo, quien, en voz baja, le dedicaba tiernas palabras que había escamoteado a los poetas sin tener la menor idea de su verdadero significado.
La doncella escuchaba desconcertada, y al final replicó:
—Hablas muy bien, Brujo, y me encantarían tus halagos si pensara que tienes corazón.
El anfitrión sonrió y le aseguró que no debía preocuparse por eso. Le pidió que lo acompañara. Ambos salieron del salón donde se celebraba el banquete y él la condujo hasta la mazmorra donde guardaba su mayor tesoro.
Allí, en un cofre encantado de cristal, reposaba el corazón del brujo. Como llevaba mucho tiempo desconectado de los ojos, los oídos y los dedos, nunca lo había estremecido la belleza, una voz cantarina o el tacto de una piel tersa. Al verlo, la doncella se horrorizó, pues el corazón estaba marchito y cubierto de largo pelo negro.
—Pero ¿qué has hecho? —se lamentó—. ¡Devuélvelo a su sitio, te lo suplico!
El brujo comprendió que debía complacer a la joven. Así que sacó su varita mágica, abrió el cofre de cristal, se hizo un tajo en el pecho y devolvió el peludo corazón a la vacía cavidad original.
—¡Ya estás curado y ahora conocerás el amor verdadero! —exclamó la doncella, radiante, y lo abrazó.
La caricia de sus suaves y blancos brazos, el susurro de su aliento y la fragancia de su espesa cabellera rubia traspasaron como lanzas el corazón recién despertado del brujo. Pero en la oscuridad del largo exilio a que lo habían condenado se había vuelto extraño, ciego y salvaje, y le surgieron unos apetitos poderosos y perversos.
Los invitados al banquete se habían percatado de la ausencia de su anfitrión y la doncella. Al principio no se preocuparon, pero al pasar las horas empezaron a inquietarse, y al final decidieron ir en su busca.
Recorrieron todo el castillo y encontraron la mazmorra, donde los aguardaba una escena espantosa.
La doncella yacía muerta en el suelo, con el pecho abierto; agachado a su lado estaba el brujo, desquiciado y sosteniendo en una mano un gran corazón rojo, reluciente, liso y ensangrentado. Lamía y acariciaba ese corazón mientras juraba que lo cambiaría por el suyo.
En la otra mano sostenía su varita mágica, con la que intentaba extraerse el corazón marchito y peludo. Pero el corazón peludo era más fuerte que el brujo, y se negaba a desconectarse de sus sentidos y volver al cofre donde había pasado tanto tiempo encerrado.
Ante las horrorizadas miradas de sus invitados, el brujo dejó la varita y asió una daga de plata. Y tras jurar que nunca se dejaría gobernar por su corazón, se lo sacó del pecho a cuchilladas.
Entonces se quedó un momento arrodillado, triunfante, con un corazón en cada mano, y a continuación se desplomó sobre el cadáver de la doncella y murió.
Como ya hemos visto, los dos primeros cuentos de Beedle recibieron críticas por tratar de la generosidad, la tolerancia y el amor. En cambio, «El corazón peludo del brujo» no parece haber sido modificado ni objeto de muchas críticas desde su primera publicación, hace centenares de años; la historia que yo leí en las runas originales era casi exacta a la que me había contado mi madre. Dicho esto, «El corazón peludo del brujo» es, con diferencia, el relato más truculento de Beedle, y muchos padres no lo comparten con sus hijos hasta que creen que éstos son lo bastante mayores para no tener pesadillas.
8
¿A qué se debe, pues, que este espeluznante cuento se haya conservado? Podríamos argumentar que ha sobrevivido intacto a lo largo de los siglos porque habla de lo más oscuro que todos albergamos en lo más profundo de nuestro ser. Trata de una de las mayores y menos reconocidas tentaciones de la magia: la búsqueda de la invulnerabilidad.