Los cuentos de Beedle el Bardo (3 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Los cuentos de Beedle el Bardo
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La Fuente de a la Buena Fortuna

En lo alto de una colina que se alzaba en un jardín encantado, rodeado por altos muros y protegido por poderosos hechizos, manaba la fuente de la buena fortuna.

El día más largo del año, durante las horas comprendidas entre el amanecer y el ocaso, se permitía que un solo desdichado intentara llegar hasta la fuente, bañarse en sus aguas y gozar de buena fortuna por siempre jamás.

El día señalado, antes del alba, centenares de personas venidas de todos los rincones del reino se congregaron ante los muros del jardín. Hombres y mujeres, ricos y pobres, jóvenes y ancianos, con poderes mágicos y sin ellos, se reunieron allí de madrugada, todos confiados en ser el afortunado que lograra entrar en el jardín.

Tres brujas, cada una con su carga de aflicción, se encontraron entre la multitud y se contaron sus penas mientras aguardaban el amanecer.

La primera, que se llamaba Asha, padecía una enfermedad que ningún sanador había logrado curar. Confiaba en que la fuente remediara su dolencia y le concediera una vida larga y feliz.

A la segunda, Altheda, un hechicero perverso le había robado la casa, el oro y la varita mágica. Confiaba en que la fuente reparara su impotencia y su pobreza.

La tercera, Amata, había sido abandonada por un joven del que estaba muy enamorada, y creía que su corazón nunca se repondría. Confiaba en que la fuente aliviara su dolor y su añoranza.

Tras compadecerse unas de otras por sus respectivos padecimientos, las tres mujeres decidieron que, si se presentaba la oportunidad, unirían sus esfuerzos y tratarían de llegar juntas a la fuente.

Cuando los primeros rayos de sol desgarraron el cielo, se abrió una grieta en el muro. La multitud se abalanzó hacia allí; todos reivindicaban a gritos su derecho a recibir la bendición de la fuente. Unas enredaderas que crecían en el jardín, al otro lado del muro, serpentearon entre la muchedumbre y se enroscaron alrededor de la primera bruja, Asha. Ésta agarró por la muñeca a la segunda bruja, Altheda, quien a su vez se aferró a la túnica de la tercera, Amata.

Y Amata se enganchó en la armadura de un caballero de semblante triste que estaba allí montado en un flaco rocín.

La enredadera tiró de las tres brujas y las hizo pasar por la grieta del muro, y el caballero cayó de su montura y se vio arrastrado también.

Los furiosos gritos de la defraudada muchedumbre inundaron la mañana, pero al cerrarse la grieta todos guardaron silencio.

Asha y Altheda se enfadaron con Amata, porque sin querer había arrastrado a aquel caballero.

—¡En la fuente sólo puede bañarse una persona! ¡Como si no fuera bastante difícil decidir cuál de las tres se bañará! ¡Sólo falta que añadamos uno más!

Sir Desventura, como era conocido el caballero en aquel reino, se percató de que las tres mujeres eran brujas. Por tanto, como él no sabía hacer magia ni tenía ninguna habilidad especial que lo hiciera destacar en las justas o los duelos con espada, ni nada por lo que pudieran distinguirse los hombres no mágicos, se convenció de que no conseguiría llegar antes que ellas a la fuente. Así pues, declaró sus intenciones de retirarse al otro lado del muro.

Al oír eso, Amata también se enfadó.

—¡Hombre de poca fe! —lo reprendió—. ¡Desenvaina tu espada, caballero, y ayúdanos a lograr nuestro objetivo!

Y así fue como las tres brujas y el taciturno caballero empezaron a adentrarse en el jardín encantado, donde, a ambos lados de los soleados senderos, crecían en abundancia extrañas hierbas, frutas y flores. No encontraron ningún obstáculo hasta que llegaron al pie de la colina en cuya cima se encontraba la fuente.

Pero allí, enroscado alrededor del pie de la colina, había un monstruoso gusano blanco, abotagado y ciego. Al acercarse las brujas y el caballero, el gusano volvió su asquerosa cara hacia ellos y pronunció estas palabras:

Entregadme la prueba de vuestro dolor.

Sir Desventura desenvainó la espada e intentó acabar con la bestia, pero la hoja se partió. Entonces Altheda le tiró piedras al gusano, mientras Asha y Amata le lanzaban todos los hechizos que conocían para inmovilizarlo o dormirlo, pero el poder de sus varitas mágicas no surtía más efecto que las piedras de su amiga o la espada del caballero, y el gusano no los dejaba pasar.

El sol estaba cada vez más alto y Asha, desesperada, rompió a llorar.

Entonces el enorme gusano acercó su cara a la de Asha y se bebió las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Cuando hubo saciado su sed, se apartó deslizándose suavemente y se escondió en un agujero del suelo.

Las tres brujas y el caballero, alegres porque el gusano había desaparecido, empezaron a escalar la colina, convencidos de que llegarían a la fuente antes del mediodía.

Pero cuando se encontraban hacia la mitad de la empinada ladera, vieron unas palabras escritas en el suelo:

Entregadme el fruto de vuestros esfuerzos.

Sir Desventura sacó la única moneda que tenía y la puso sobre la ladera, cubierta de hierba; pero la moneda echó a rodar y se perdió. Los cuatro siguieron ascendiendo, pero, aunque caminaron varias horas, no avanzaban ni un solo metro: la cumbre no estaba más cerca y seguían teniendo delante aquella inscripción en el suelo.

Estaban muy desanimados, porque el sol ya había pasado por encima de sus cabezas y empezaba a descender hacia el lejano horizonte. No obstante, Altheda andaba más deprisa y con paso más decidido que los demás, y los instó a que siguieran su ejemplo, aunque no parecía que con ello fueran a alcanzar la cumbre de la colina encantada.

—¡Ánimo, amigos! ¡No os rindáis! —los exhortó secándose el sudor de la frente.

Cuando las relucientes gotas de sudor cayeron al suelo, la inscripción que les cerraba el paso se esfumó y comprobaron que ya podían continuar subiendo.

Alentados por la superación de ese segundo obstáculo, siguieron hacia la cima tan deprisa como les era posible, hasta que por fin vislumbraron la fuente, que destellaba como un cristal en medio de una enramada de árboles y flores.

Sin embargo, antes de llegar encontraron un arroyo que discurría alrededor de la cumbre cerrándoles el paso. En el fondo del arroyo, de aguas transparentes, había una piedra lisa con esta inscripción:

Entregadme el tesoro de vuestro pasado.

Sir Desventura intentó cruzar el arroyo tumbado sobre su escudo, pero éste se hundió. Las tres brujas lo ayudaron a salir del agua y luego intentaron saltar a la otra orilla, pero el arroyo no se dejaba cruzar, y mientras tanto el sol seguía descendiendo más y más.

Así que se pusieron a reflexionar sobre el significado del mensaje escrito en la piedra, y Amata fue la primera en entenderlo. Agarró su varita, extrajo de su mente todos los recuerdos de momentos felices compartidos con el joven del que estaba enamorada y que la había abandonado, y los vertió en el agua. La corriente se llevó sus recuerdos y en el arroyo aparecieron unas piedras que formaban un sendero. De ese modo, las tres brujas y el caballero pudieron cruzar por fin al otro lado y alcanzar la cima de la colina.

La fuente brillaba ante ellos, entre hierbas y flores de una belleza y una rareza extraordinarias. El cielo se había teñido de rojo rubí. Había llegado el momento de decidir quién de ellos se bañaría en la fuente.

Pero, antes de que tomaran esa decisión, la frágil Asha cayó al suelo. Extenuada por la agotadora escalada, estaba a punto de morir.

Sus tres amigos la habrían conducido hasta la fuente, pero Asha, agonizante, les suplicó que no la tocaran.

Entonces Altheda se apresuró a recoger todas las hierbas que le parecieron útiles, las mezcló en la calabaza donde sir Desventura llevaba el agua y le dio a beber la poción a Asha.

Entonces Asha se incorporó y al cabo de un instante ya se tenía en pie. Más aún, todos los síntomas de su terrible enfermedad habían desaparecido.

—¡Estoy curada! —exclamó—. ¡Ya no necesito bañarme en la fuente! ¡Que se bañe Altheda!

Pero ésta se encontraba muy entretenida recogiendo más hierbas en su delantal.

—¡Si puedo curar esa enfermedad, ganaré muchísimo oro! —exclamó—. ¡Que se bañe Amata!

Sir Desventura hizo una reverencia invitando a Amata a acercarse a la fuente, pero ella negó con la cabeza. El arroyo había hecho desaparecer toda la añoranza que sentía por su amado, y de pronto comprendió que aquel joven había sido cruel y desleal y que en realidad debía alegrarse de haberse librado de él.

—Buen señor, sois vos quien debe bañarse, como recompensa por vuestra caballerosidad —dijo entonces.

Haciendo sonar su armadura, el caballero avanzó bajo los últimos rayos del sol poniente y se bañó en la fuente de la buena fortuna, asombrado de ser el elegido entre centenares de personas y sin dar crédito a su gran suerte.

Cuando el sol se ocultaba tras el horizonte, sir Desventura emergió de las aguas luciendo todo el esplendor de su triunfo y se arrojó con su herrumbrosa armadura a los pies de Amata, que era la mujer más buena y más hermosa que jamás había conocido. Exaltado por el éxito, le suplicó que le entregara su corazón, y Amata, tan embelesada como él, comprendió que por fin había encontrado a un hombre digno de ella.

Las tres brujas y el caballero bajaron juntos de la colina, agarrados del brazo, y los cuatro tuvieron una vida larga y feliz, y ninguno de ellos supo ni sospechó jamás que en las aguas de aquella fuente no había ningún sortilegio.


Notas de Albus Dumbledore sobre «La fuente de la buena fortuna»

«La fuente de la buena fortuna» es uno de los relatos preferidos de todos los tiempos, a tal punto que fue objeto del único intento de incluir una comedia musical en las celebraciones navideñas de Hogwarts.

Nuestro entonces maestro de Herbología, el profesor Herbert Beery,
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gran aficionado al teatro amateur, propuso deleitar a profesores y alumnos con una adaptación navideña de este cuento infantil tan entrañable. En aquella época yo era un joven maestro de Transformaciones, y Herbert me encargó los «efectos especiales», que incluían una fuente de la buena fortuna de la que manaría agua de verdad y una herbosa colina en miniatura por la que parecería que caminaran nuestros cuatro héroes, y que iría hundiéndose lentamente en el escenario hasta perderse de vista.

Creo poder afirmar, sin pecar de vanidoso, que tanto mi fuente como mi colina desempeñaron dignamente el papel asignado. Es una lástima que no se pudiera decir lo mismo del resto del elenco. Dejando aparte, de momento, las trastadas del gigantesco «gusano» que nos proporcionó el profesor Silvanus Kettleburn, maestro de Cuidado de Criaturas Mágicas, el elemento humano resultó desastroso para la obra. El profesor Beery, que dirigía la función, había cometido el error de ignorar los enredos emocionales que se desarrollaban ante sus propias narices. No sabía que los alumnos que interpretaban a Amata y el caballero habían sido novios hasta una hora antes de alzarse el telón, momento en el cual «sir Desventura» decidió declararle su afecto a «Asha».

Basta con decir que nuestros buscadores de buena fortuna nunca alcanzaron la cumbre de la colina. Nada más alzarse el telón, el «gusano» del profesor Kettleburn —que resultó ser una ashwinder
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a la que habían hecho un encantamiento aumentador— explotó con una lluvia de chispas y polvo y llenó el Gran Comedor de humo y fragmentos del escenario. Mientras los enormes y abrasadores huevos que la ashwinder había puesto al pie de mi colina prendían fuego a las tablas del suelo, «Amata» y «Asha» se volvieron una contra la otra y empezaron a batirse en duelo, con tal fiereza que el profesor Beery quedó atrapado en el fuego cruzado, y los maestros tuvieron que evacuar el Gran Comedor, pues el incendio declarado en el escenario amenazaba con extenderse y envolverlo todo en llamas. El espectáculo de esa noche terminó con una enfermería atestada de gente. Pasaron meses hasta que el Gran Comedor dejó de oler a humo, pero la cabeza del profesor Beery tardó aún más en recuperar sus proporciones normales, y al profesor Kettleburn lo relevaron del período de prueba.
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El director Armando Dippet prohibió cualquier tipo de comedia musical navideña, y hasta hoy Hogwarts siempre ha mantenido esa prohibición, que se ha convertido en toda una tradición.

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