Los clanes de la tierra helada (35 page)

BOOK: Los clanes de la tierra helada
5.65Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Los otros hombres miraron a Thrain, maravillados por el valor que demostraba y que nunca habían sospechado en él. Hablaba con audacia al hombre más peligroso que conocían.

Arnkel permaneció callado un momento y después dejó caer el hacha al suelo.

—¿Es esta la voluntad de mis clientes, pues? ¿Que procure la paz con Thorbrand y con mi padre, y que me enfrente a Snorri por el bosque?

Los clientes expresaron a gritos su conformidad, levantando las lanzas al aire. Arnkel se adelantó, sonriente, y caminó entre ellos con los brazos extendidos.

—Yo siempre escucharé la voluntad de mis clientes —anunció en voz alta.

Después los invitó a entrar en la sala, donde pidió cerveza y carne, y los hombres se quedaron allí casi el resto de la mañana.

Thrain fue el último en marcharse. Pasó un rato charlando en voz baja con el
gothi
. Cuando los otros se hubieron ido, levantó la mano a la vez que el
gothi
, y selló con él un
handsal.

Después se alejó cabalgando por la pendiente, con una ansiosa sonrisa en la cara.

—¿Es de fiar? —preguntó dubitativo Hafildi, mientras desaparecía por la cresta.

—En el engaño no hay confianza, si no es por codicia. Él se encargará de cortar leña en el Crowness por mí, y su tarifa será la mitad de la leña cortada, hasta un máximo de veinte árboles.

—Muy generoso por tu parte —señaló Hafildi—. Me refería a si se puede fiar uno de que mantenga la boca callada…

—Ha sido por su boca abierta por lo que le he pagado, cliente.

Una semana después, Thrain fallecía a manos del espectro de Thorolf. Sus primos lo encontraron en el bosque, destrozado por salvajes hachazos junto a un árbol recién abatido, y dedujeron que Thorolf lo había atacado para proteger su bosque. Tres de ellos volvieron a Bolstathr y recibieron expresiones de condolencia del
gothi.

En ese momento, Arnkel aprovechó para pedirles un servicio.

Thorleif había pasado la mañana esquilando ovejas con Illugi y Thorfinn delante de la casa, mientras sentado junto a la pared al sol, Thorbrand señalaba las que convenía coger a continuación.

Tenía la espalda molida de tanto permanecer encorvado y le dolía la mano derecha de accionar las tijeras, cuyo filo parecía cada vez más embotado. Una variedad de sus ovejas perdían por sí solas el vellón, pero la otra, que componía la mitad del rebaño, exigía la dura labor del esquileo.

Se enderezó, frotando con la piedra de afilar el borde de las tijeras, mientras daba tregua a la espalda.

—Debe de haber un metal mejor para elaborar estas herramientas —se quejó—. Paso más tiempo afilando que esquilando.

—¿Otra vez le echas la culpa a las herramientas, hijo? —dijo Thorbrand.

Illugi soltó una sonora ventosidad y los hermanos se echaron a reír, incluido Thorfinn, aunque él volvió la cabeza para no ver el reprensor semblante del viejo.

—Jinetes —anunció Illugi, señalando con la mano.

Cuatro hombres llegaban cabalgando desde Ulfarsfell, despacio, a la vista de todos. Los hermanos corrieron a buscar las lanzas y escudos, e Illugi su arco. Los tenían apoyados en la pared, según la costumbre que habían adoptado desde el inicio del conflicto. Thorleif lanzó un grito y Freystein asomó a la puerta de la casa, lanzando un juramento. En cuestión de minutos, el resto de los hermanos y todos los esclavos habían acudido. Eran diez hombres en total, listos para luchar, dispuestos en hilera. Illugi permanecía detrás, cerca de Thorbrand, que le llamaba la atención con un siseo cada vez que tensaba la cuerda del arco.

Era Hafildi, acompañado de tres clientes del
gothi
Arnkel. Se detuvieron junto a la pared de piedra, pero sin desmontar. Thorleif guardó silencio, a la expectativa. Los tres clientes observaban con inquietud a Illugi, que contraía las manos en el arco.

—Venimos a transmitir un mensaje para los hijos de Thorbrand, de parte de Arnkel hijo de Thorolf,
gothi
del fiordo de Swan —anunció Hafildi.

Thorodd, que había salido de la casa armado con lanza y escudo, y Freystein, que empuñaba un gran garrote, torcieron el gesto con amenazadora actitud, lo cual incrementó el nerviosismo de los hombres de Arnkel.

—Transmite el mensaje —lo invitó Thorleif, al tiempo que efectuaba un gesto para indicar a sus hermanos y a Freystein que retrocedieran.

—El
gothi
Arnkel solicita la presencia de los hijos de Thorbrand para el antiguo y sagrado deber de enterrar a su padre Thorolf —declamó Hafildi con solemnidad—. Su espíritu oprime este valle. El
gothi
pide que os reunáis con él mañana en Ulfarsfell, de suerte que podamos llevar juntos a su padre a su nueva sepultura y apaciguar así su alma.

Los hermanos permanecieron callados, estupefactos. Thorleif observó ceñudo a Hafildi en busca de algún indicio, pero este mantuvo un semblante pétreo e inexpresivo.

—El
gothi
no nos necesita —declaró en voz bien alta Thorodd—. Si quiere sacar de su tumba a Thorolf y volver a enterrarlo, puede hacerlo él solo.

—Thorodd —lo llamó Thorbrand con aspereza, antes de dirigirse a Hafildi—. Permíteme un momento,
bondi
, mientras hablo con mis hijos.

Los atrajo hacia la puerta de la casa para conversar en voz baja con ellos.

—¿Qué es esta argucia? —musitó Thorodd—. ¿Qué trama ahora ese bellaco?

—Os pide ayuda con el entierro de su padre —dijo Thorbrand—. Sea cual sea el motivo por lo que os la pide, nuestra decisión no puede variar. Debemos aceptar.

—Maldito sea. Yo no pienso ir —declaró Thorodd colérico. Illugi manifestó su acuerdo con un gruñido—. Es solo una estratagema para atraernos y matarnos.

Freystein los fue mirando a unos y a otros hasta posar la vista en Thorleif.

—Es un antiguo deber, tal como ha mencionado Hafildi —confirmó Thorfinn
el Sagrado
, adoptando el aire algo pomposo que solía usar para referirse a las cuestiones sobrenaturales—. Negándonos, nos exponemos a atraer la ira de los espíritus de la tierra, del espectro de Thorolf y hasta de los elfos. Debemos ayudarlo.

Los otros hermanos sacudieron la cabeza y expresaron con vehemencia su disconformidad. Desde el día en que eliminaron a los Hermanos Pescadores les había resultado más fácil expresar abiertamente lo que sentían delante de Thorbrand. Solo Freystein lanzaba inquietas miradas a su amo, previendo una colérica reacción ante la díscola actitud de sus hijos.

—Iré yo —anunció Thorleif.

Se quedaron mirándolo sorprendidos, todos menos Thorbrand, que asintió con satisfacción.

—Freystein me acompañará para guardarme la espalda. Padre tiene razón: debemos aceptar para no perder el favor de los dioses. Además, los otros no verían con buenos ojos nuestra negativa y tampoco considerarían correcta nuestra posición en el conflicto.

Se acercó a Hafildi para darle la respuesta. Acudiría al encuentro del
gothi
al día siguiente, en Ulfarsfell.

A la mañana siguiente, Thorbrand caminó con Thorleif y Freystein hasta el establo, apoyado en su bastón y también en el hombro de Thorleif. Sorprendido por aquel contacto, Thorleif esbozó una sonrisa. Era raro que Thorbrand se permitiera alguna muestra de cariño.

—¿Comprendes lo que hay en juego en esto, Thorleif? —le preguntó en voz baja, mientras ensillaban los caballos—. ¿Crees que esto es una simple demanda de ayuda para un entierro?

—No. Creo que es posible que el
gothi
quiera hacer las paces. La enemistad ha sido más dura de sobrellevar para ellos que para nosotros, por lo que he oído.

El anciano sonrió y después dio una afectuosa palmada a la cabeza de Freystein, como si se tratara de su perro preferido.

—Está bien que te lo lleves contigo —comentó—. Sí, lo has entendido. Cuando la savia deje de circular en los árboles, el
gothi
Snorri volverá a cortar árboles en el Crowness. Debe hacerlo. Hay demasiada riqueza allí para dejarla parada. Dentro de un mes, a lo sumo, irá al bosque.

Thorleif comprendió entonces, con claridad, la situación.

—A Arnkel no le conviene enfrentarse con varios enemigos a un tiempo, ¿eh? —dijo.

—Así es —confirmó Thorbrand—. Escucha estas palabras: estamos en una posición ventajosa. Al
gothi
Snorri no le agradará que hagamos las paces con Arnkel, pero lo que es mejor para el
gothi
Snorri no lo es necesariamente para nosotros, tal como te vengo diciendo. Me parece que ya empiezas a entenderlo. Llevamos dos estaciones librando sin ayuda ni beneficio esta batalla. Dejemos que él cargue con ese peso durante un tiempo. —Thorbrand inclinó la cabeza—. Sigue siendo nuestro aliado más poderoso, y en quien se cifran aún nuestras esperanzas. Negocia bien; sácale todo lo que puedas a Arnkel. Cederá bastante con tal de tener paz con nosotros. Pero no abandones al
gothi
Snorri. No formules ningún juramento de alianza.

Era una mañana luminosa, y pronto el sol despejó el frío de la noche, calentándolos, de tal modo que cuando llegaron a Ulfarsfell ya se habían quitado las capas y abrigos de lana. Thorfinn había decidido acompañarlos, lo cual resultaba oportuno. Thorleif sospechaba que Arnkel aprobaría la presencia de su hermano, que con su familiaridad con los asuntos sobrenaturales aportaría al entierro una aureola sagrada de la que careció el anterior.

Arnkel aguardaba en la granja. Al ver que estaba acompañado de diez hombres, Thorleif titubeó. Se necesitaban dos para conducir la yunta de bueyes con el trineo, porque los animales estaban especialmente díscolos e irritables esa mañana, pero aun así le pareció que había demasiada gente.

Llegaron a paso lento hasta la pared del campo, donde se detuvieron.

—Hemos venido tal como solicitaste, Arnkel, para el entierro de tu padre —declaró Thorleif con ceremonioso tono.

El
gothi
Arnkel asintió. Después dirigió una señal a los suyos, volvió grupas y se pusieron en marcha. Thorleif advirtió que Thorgils cabalgaba casi al final de la comitiva, cuando antes siempre había ido al lado del
gothi
, ocupando el puesto de honor, y que no hablaba con nadie. Se rumoreaba que él y Auln se habían amancebado. Consideraba que no hacían mala pareja. Él mismo se había planteado tomar a Auln por mujer, pero tenía demasiado carácter para su gusto. Sabía, no obstante, que pronto tendría que buscar una esposa, tal como habían hecho Thorodd y Thorfinn. Sentía el apremio en lo más hondo de sí. Se situó junto a Thorgils, que lo saludó con un ademán.

—Auln estará contenta de que trasladen a Thorolf —comentó en voz baja Thorleif—. Oí hablar de la visita que le hizo.

—Pues no creo que le gustara mi flecha, porque después de eso no volvió más.

Thorleif siguió cabalgando en silencio un rato, rumiando la cuestión.

¿Eran los muertos tan parecidos a los vivos?, se preguntaba. ¿Acaso sentían el dolor y el miedo? Solo el pensarlo resultaba terrorífico.

Aunque nadie dijo nada durante la subida hacia la granja de Hvammr, desde el primer momento resultó evidente que tenían ante sí un complicado trayecto. Los bueyes mostraban una constante renuencia. A consecuencia de su resistencia, el trineo iba dando bandazos; en una ocasión chocó contra una roca y todos tuvieron que intervenir para ponerlo en marcha de nuevo. En la bajada sujetaron el trineo a dos jinetes, y las cuerdas permanecían tensas con la dificultad para controlarlo. Thorleif iba al final del grupo, con Freystein y Thorfinn, y ninguno de los hombres de Bolstathr les dirigió la palabra, pero a medida que avanzaba el día fue disipándose su prevención frente a una posible traición. Habían cargado lanzas y escudos, y Freystein llevaba encajado su recio garrote en el cinturón. Cuatro de los hombres del
gothi
empuñaban lanzas, pero parecían componer más bien una guardia de honor, cabalgando en vanguardia de la procesión, mientras los demás los seguían, sombríos, con las manos vacías o sacos de comida y rollos de cuerda. Armado solo con su espada, el
gothi
iba ensimismado y cabizbajo detrás del trineo.

Dejaron descansar los bueyes en Hvammr. Viendo que uno de ellos había comenzado a poner los ojos en blanco, los hombres manifestaron con murmullos su descontento, pues lo interpretaron como un mal augurio, comparado con lo ocurrido con el anterior par de animales que habían acarreado el cuerpo de Thorolf.

El tramo hacia Thorswater cansó enseguida a las bestias. Se habían puesto enfermas las dos. Expulsaban unas verduzcas heces líquidas y tenían la respiración jadeante. El
gothi
dispuso varias pausas de descanso, pero fueron breves. Los bueyes ya no oponían resistencia. Estaban demasiado extenuados para ello y solo daban tristes mugidos cada vez que los aguijoneaban para que reanudaran la marcha.

Finalmente llegaron al valle de Thorswater. La comitiva se vio obligada a avanzar en fila, constreñida por los grandes cantos rodados y las aceradas rocas que plagaban el suelo más allá del sendero. Freystein señaló la casa de Agalla Astuta.

—Parece que no hay nadie —comentó.

Las puertas del pequeño establo estaban abiertas y no se veía ningún animal por los alrededores. La nieve que quedaba no presentaba marcas de pisadas, ni siquiera cerca de la puerta de la casa.

Tras un último esfuerzo llegaron a la quebrada. Los hombres del
gothi
crisparon con nerviosismo las manos en torno a las lanzas al penetrar en el pasillo de roca. Los oscuros orificios de las cuevas abiertas semejaban manchas de carne lacerada. Del plomizo cielo descendió un manto de niebla que el viento se encargó de desgajar en zarcillos que comenzaron a ejecutar una furiosa danza confinados en el reducido espacio.

Después de ordenar que trasladaran manualmente el trineo, Arnkel hizo girar la yunta de bueyes, colocándolos de espadas a la abertura. Thorleif, Thorfinn y Freystein los ayudaron, ya que el trineo pesaba mucho. Después hicieron retroceder a los bueyes, mientras ellos cargaban con el trineo, hasta que los animales se negaron a dar un paso más encima de las afiladas rocas.

Arnkel los condujo hasta doblar la curva que daba acceso a las cuevas más grandes. Caminaban despacio, pues concentrada en aquella angostura por acción del viento la nieve les llegaba hasta la rodilla, convertida además en dura arena de hielo a causa del deshielo.

Uno de los clientes de Arnkel señaló, atemorizado, el suelo. Había huellas humanas. Eran pisadas de unos mismos pies, grandes. Con los bordes gastados y raídos por el deshielo, componían varios rastros de entrada y salida a la quebrada.

BOOK: Los clanes de la tierra helada
5.65Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Wildwood Arrow by Paula Harrison
Revelation by West, Kyle
Resurrecting Harry by Phillips, Constance
Dead Souls by Nikolai Gogol
House of Spells by Robert Pepper-Smith