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Authors: José María Gironella

Tags: #Histórico, #Relato

Los cipreses creen en Dios (100 page)

BOOK: Los cipreses creen en Dios
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Entre los dirigentes de Barcelona había dos o tres bajitos, directamente surgidos del pueblo, de boca esquinada. Llevaban gorro de ferroviario y ello causó entre el pueblo la mejor impresión. Casal, David y Olga ocupaban las sillas extremas de la izquierda. A Olga los reflectores la favorecían mucho. Estaba hermosa.

Terminada
La Internacional
, Vasiliev tomó asiento. Todo el mundo le imitó. Se hizo el silencio; y al instante Cosme Vila declaró abierta la sesión.

Habló un camarada de Barcelona. Felicitó al camarada Cosme Vila por haber conseguido levantar en una ciudad retrógrada y eclesiástica como Gerona la bandera revolucionaria. Ya las fuerzas burguesas de la ciudad y provincia debían de sentir en sus carteras —que llevaban en el sitio del corazón— y en sus trabucos —que guardaban en las sacristías— el avance implacable de la nueva fuerza, del Partido Comunista.

El orador aseguró a los gerundenses que no estaban solos en la lucha. En toda España, grupos de proletarios se unían en sus centros, en otros teatros. En todo el Mediterráneo, y en Extremadura, Asturias y Galicia. En Madrid, centro del territorio, y en Zaragoza, en muchos pueblos casi desconocidos, células comunistas extendían su red, para dar fin al imperio de aquellas carteras y de aquellos trabucos.

—No estáis solos, camaradas gerundenses. Los dirigentes catalanes y nacionales del Partido, están pidiendo en estos momentos la nacionalización democrática de la Banca, de la industria pesada, de los ferrocarriles. Se pide la substitución de la fuerza pública, que prácticamente tiene bloqueadas las calles, y que representa una carga insoportable para el Estado, por una milicia popular, por una fuerza proletaria armada que, al ejemplo de las milicias bolcheviques en Rusia, garanticen el…

Una ensordecedora ovación acogió estas palabras. Cosme Vila miraba hacia las butacas y los palcos como buscando a alguien. Su suegro, situado en el gallinero, estiraba el cuello convencido de que le buscaba a él. Cosme Vila estaba satisfecho porque había reconocido en uno de los pasillos laterales a los estudiantes de matemáticas y, cerca de la entrada, al profesor del Instituto.

También el porcentaje de mujeres le satisfacía. Sabía que éstas constituían una fuerza. Sin embargo, consideraba que la valenciana había cometido un error gravísimo poniéndose aquel vestido espectacular.

Todos los oradores de Barcelona siguieron la misma línea, reservando visiblemente para Cosme Vila el honor de presentar las bases locales. Ridiculizaron a Gil Robles y a Calvo Sotelo. Atacaron a Mussolini y a Hitler, y durísimamente, a Oliveira Salazar, «uno de los obstáculos que había de vencer el proletario para conseguir la unión ibérica». Atacaron a Azaña y a Casares Quiroga, «burgueses disfrazados, que se hacen los sordos cuando se les habla de que se prepara un levantamiento militar». Atacaron a Prieto y se mostraron más bien amables con Largo Caballero. Ensalzaron a los héroes del Partido, especialmente a Dolores Ibarruri, la Pasionaria.

Uno de los oradores era un hombre extraño, de aspecto místico. A los pocos momentos de iniciado su discurso, la multitud advirtió que le faltaba un brazo. La manga flotante se convirtió en obsesión para todos. El hombre explicó que el brazo lo había perdido en la revolución de octubre. Aquello dio a todas sus palabras un tono de predestinación. Cuando explicó que estudiaba ruso desde muchos años antes, que pensaba hacer un viaje a Moscú, invitado por el camarada Vasiliev, que tal vez podría incluso, con la mano que le quedaba, estrechar la diestra del propio camarada Stalin, parecían surgir auténticas llamas de las hileras de butacas.

—Si consigo ver al camarada Stalin —dijo el orador—, le contaré de viva voz el agradecimiento del pueblo español por su ayuda. Le contaré cómo hemos vivido hasta ahora, cómo han vivido nuestros pueblos, nuestros padres, cómo vivirían nuestros hijos si el pueblo ruso no se hubiera puesto en marcha. Continuaríamos humillados y explotados por caciques como Calvo Sotelo, que aun ayer en el Parlamento aseguraba que el Ejército es la columna vertebral de la Patria. ¡Nosotros sólo tenemos una Patria, la de todos, la del proletariado universal, Rusia…!

—……!!

—Camaradas de Gerona… yo aprovecho esta ocasión para proponeros el envío al camarada Stalin de un telegrama de adhesión. Estad seguros de que llegará a sus manos, pues para él…

Le fue imposible continuar. A nadie se le había ocurrido la posibilidad de comunicar directamente con Stalin. La sola idea enardeció de tal modo a todos, que muchas mujeres tenían los ojos llenos de lágrimas. Personalmente, Teo sintió que a gusto hubiera salido en el acto con su carro, camino de Moscú. El orador de aspecto místico se retiró a su silla en medio del más frenético entusiasmo.

Fue entonces cuando se levantó Cosme Vila. Y en el acto, la gente se sintió transportada a la realidad. Del viaje a Moscú y por las altas esferas, a la vista del jefe local, los asistentes regresaron a la ciudad, a Gerona, a las bases.

Cosme Vila no era orador enfático. Al contrario, era eficaz, por realista. Desde la primera palabra electrizó el ambiente, porque operó por sorpresa. En vez de confirmar lo de sus predecesores y decir que todo iba bien, empezó afirmando que todo iba mal.

—Nuestro camarada de Barcelona ha hecho muy bien proponiendo mandar un telegrama al camarada Stalin. Todos estamos de acuerdo. Sin embargo, he de poner un reparo. Ahora, en estos momentos, no podemos hacerlo. No por falta de ganas, sino porque no somos dignos de hacerlo. ¿Por qué…? Porque no estamos limpios, porque entre nosotros hay un traidor.

Todo el mundo quedó inmovilizado en su puesto.

—Para mandar un telegrama al camarada Stalin es preciso que todos los firmantes estemos limpios, hayamos cumplido con las reglas del Partido, con la disciplina, el esfuerzo, y sobre todo, con la honradez. Explotar el Partido o beneficiarse de él es ponerse al nivel de los burgueses. Entre nosotros hay alguien que no está limpio, y considero que mientras este alguien no haya recibido la lección que merece, no podemos honradamente rendir homenaje al camarada Stalin, ni presentamos con la cabeza alta ante su representante entre nosotros, el camarada Vasiliev.

Cosme Vila continuó:

—Todos vosotros habéis oído hablar de esa bomba que todos llamamos la número cuatro. Pues bien. Yo ordené su colocación. Lo admito y lo afirmo, y aun digo que lo haría mil veces. Estimo que hasta que en todos los Museos de esta índole no se haya hecho otro tanto, no tendremos verdaderamente posibilidad de avanzar. Ahora bien, a consecuencia de este acto de servicio, un miembro del Partido se ha procurado una retribución económica.

Murillo se puso rígido. Tan rígido que el cuerpo no obedeció su intención de abrirse paso entre los dirigentes de Barcelona y huir. Por lo demás, no le hubiera dado tiempo. Cosme Vila le señalaba con el índice, en medio de un silencio impresionante, se acercaba a él con lentitud, de un tirón le arrancaba las insignias del Partido y pedía a la Asamblea autorización para expulsarle del Partido y del local.

Hileras de puños en alto manifestaron al acusado el sentimiento que la denuncia formal del jefe había despertado en ellos. Dos o tres muchachos jóvenes iniciaron un movimiento como para irrumpir en el escenario; Cosme Vila los detuvo con un ademán, y continuó mirando fijamente al ex decorador del taller Bernat, que, pálido de rabia, se dirigió retadoramente al jefe, luego a la sala y bruscamente, dando media vuelta, se abrió paso, tropezando con la valenciana, y desapareció.

Una ensordecedora ovación premió la energía demostrada por Cosme Vila. A partir de aquel momento su mongólica cabeza mantuvo hipnotizados a todos.

Cosme Vila se sacó del bolsillo unos papeles, que extendió sobre la mesa, y sin pérdida de tiempo hizo públicas las bases que el Comité Ejecutivo había redactado.

—En caso de ser aceptadas, podremos declarar que nuestra obra ha sido eficaz. En caso negativo, nos veremos obligados a decretar la huelga general, de duración ilimitada.

El Partido Comunista se apoyaba en los nueve puntos que en su día Cosme Vila había leído en la barbería. En el plano social exigía la inmediata implantación de la jornada de seis horas, el control obligatorio en las empresas y la participación obrera en los beneficios. Las Bases del Responsable, poco más o menos.

En el plano político, se pedía la inmediata destitución de todas las autoridades —Comisario, jefe de Policía, etc…— y la convocatoria de elecciones populares para proveer dichos cargos, elecciones en las que sólo podría votar quien presentara carnet de trabajador.

En el plano económico, se exigía la creación de tres Cooperativas Obreras: patatas, pan y aceite, y la municipalización de los servicios públicos. Toda familia provista de carnet del Partido Comunista o de un Sindicato obrero —Socialista o CNT—, disfrutaría de ellos gratis.

Al llegar al apartado de la enseñanza, Cosme Vila informó que en este aspecto el Partido Comunista depositaba un crecido margen de confianza en los camaradas David y Olga, presentes.

Cosme Vila se refirió entonces al problema religioso. El anuncio de este tenia despertó inusitado interés. El jefe dijo que razones psicológicas que no podían ser desestimadas, impedían llegar en este aspecto, de un solo golpe, al ideal, que sería la completa exterminación de la fábrica de embustes que era la Iglesia Católica. Ello no se había conseguido ni siquiera en la Unión Soviética. Ahora bien, se pedía la inmediata prohibición del uso de la sotana a los sacerdotes y la clausura de todos los conventos que no se dedicaran a obras benéficas. Los locales sobrantes, lo mismo que el de la CEDA, el de la Liga Catalana y demás partidos fascistas, servirían para la instalación de las Organizaciones Obreras.

Cosme Vila había leído todo aquello con voz pausada. Dejó el papel y prosiguió:

—Faltan muchas cosas aún. Todos vosotros sabéis que se han encontrado armas en casa de unos ciento cincuenta fascistas, de los cuales sólo unos diez están en la cárcel. ¿Qué significa esto? Que los registros se han efectuado a la ligera, y que no se les castiga. Todos sabemos que no hay un solo derechista que no posea armas. Así pues, estimamos que no podemos dejarnos sorprender. El camarada Hernández, de Barcelona, ha aludido a la Milicia Popular Armada. ¡Exigimos la creación de esta Milicia en Gerona, pues todos sabéis que los militares quieren sublevarse!

La reacción fue unánime. Gritos de «¡Ar… mas! ¡Ar… mas!» empezaron a tronar en el local. A poco, el teatro entero repetía estas palabras. La palidez de Teo obsesionaba a todo el mundo, así como la manga flotante del orador de Barcelona.

Luego Cosme Vila continuó:

—Camaradas, al llegar a vuestras casas, reflexionad sobre cada uno de los puntos que exigimos. Entonces veréis que la confianza que nos habéis depositado no queda defraudada. Son reivindicaciones elementales en el programa proletario. Constituyen la primera etapa: España puede ponerse en cabeza de la revolución, junto con la Unión Soviética. Debéis de estar dispuestos a luchar por todos los medios para que nuestra voz sea oída. Si no nos oyen, entonces son los demás los que tienen que estar dispuestos… a conocer nuestra voluntad implacable.

Cosme Vila fue de nuevo premiado con gritos de «¡Viva el Partido Comunista Español! ¡Viva Rusia!» A los militantes veteranos sólo les había extrañado un detalle: Cosme Vila no había atacado ni una sola vez a los anarquistas, como era de esperar. Al contrario, incluso les había alargado una mano, lo mismo que a Casal. Algunos supusieron que era una cuestión táctica.

Al ponerse en pie, el camarada Vasiliev interrumpió aquellas especulaciones. El dirigente ruso recobró la sequedad con que entró en el escenario. Recibió la ovación de la masa, sin mover un músculo de su rostro. Sólo de vez en cuando asentía con la cabeza o levantaba el puño.

Todo el mundo se preguntaba en qué idioma iba a hablar. Se decía que el español resultaba terriblemente difícil a los rusos. Por ello, cuando el camarada Vasiliev pronunció las primeras palabras de saludo en catalán, la multitud se enardeció. El dirigente ruso hablaba penosamente, pero en forma clara. Tenía que meditar cada palabra y la manera de pronunciarla. Ello surtía un gran efecto. Cada sílaba que después de aquel esfuerzo brotaba de sus labios, cobraba importancia excepcional. Así que su discurso, en realidad muy breve, duró mucho.

—Camaradas… Catalanes. Yo, en nombre Unión Soviética… os traigo saludo Rusia. Felicito… camarada Cosme Vila, vuestro jefe. Por… su… inteligencia, por… su lealtad. Su… gesto expulsar… camarada… me ha conmovido… pienso dar parte… a jefes Unión Soviética. Camaradas… apruebo programa… revolucionario… que… vosotros… habéis… también… aprobado. Se acerca… momento triunfo… proletariado. Camarada Stalin… me ha encargado… salude pueblo… español… y catalán. Luchad… liberad a vuestros hermanos. Todos los países… están con vosotros. España… muy atrasada… por culpa… religión… y dictadura burguesa. Pero… Unión Soviética… hermana España. Camaradas… de… Gerona. Disciplina… y… heroísmo. ¡Viva… el… proletariado universal! ¡Viva… Rusia! ¡Viva… el Partido… Comunista… Español!

Capítulo LXXIII

Hubo varias personas a las que el carácter clara y ferozmente revolucionario de aquellas bases, no sorprendió. Entre ellas el profesor Civil. El profesor Civil pensaba que ni por un momento Cosme Vila había supuesto que las autoridades las aceptarían; estaba seguro de antemano de que, exceptuando tal vez lo relativo a lo religioso, las rechazarían una por una. Pero, a su entender, la negativa era precisamente lo que Cosme Vila buscaba. Denegadas las aspiraciones del pueblo, decretaría la huelga general, que coincidiría con la de los anarquistas. Absoluta confusión en la ciudad; a las autoridades se les escaparía el orden público de las manos, se enlazaría con los movimientos revolucionarios que se anunciaban en Barcelona. El profesor Civil estimaba que Cosme Vila conseguiría su máxima aspiración: que su aliada la negra miseria cundiera en la ciudad.

Por su parte el comandante Martínez de Soria prestó especial atención a la entrega de armas del Ejército a las organizaciones obreras, y a la creación de la Milicia Popular armada. Pidió audiencia al general y al coronel Muñoz. Consiguió verles juntos, en el Gobierno Militar. Ambos jefes pensaban que quería interceder en favor del teniente Martín, lo cual no era cierto. «La propuesta de Cosme Vila —dijo— constituye un ultraje al honor del Ejército. Por otra parte, de no accederse a la creación de esta Milicia Popular, las Organizaciones Obreras procederán a la desmoralización de los cuarteles. Gran número de soldados asistieron a la Asamblea, y al parecer algunos de ellos, al salir, pisotearon su gorro militar. Yo suplicaría al general que tomara las medidas necesarias para garantizar la integridad del Ejército en la plaza.»

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