Lo que no te mata te hace más fuerte (55 page)

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Authors: David Lagercrantz

Tags: #Novela, #Policial

BOOK: Lo que no te mata te hace más fuerte
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Se sentó en la cama y se quitó la cazadora, el jersey y la venda para inspeccionar la herida. No había mejorado mucho, y ella aún se sentía fatigada y ligeramente mareada. Se tomó otros dos antibióticos e intentó descansar un poco más. Era posible que se hubiera quedado dormida, pues después tuvo la débil impresión de haber visto tanto a Zala como a Camilla en sueños. De repente advirtió algo. No sabría éxplicar qué, pero creyó percibir la presencia de algo o alguien. Fuera, un pájaro batió las alas. Procedente del salón, se oía la pesada y atormentada respiración de August. Ya estaba a punto de levantarse de nuevo cuando un gélido grito cortó el aire.

En el momento en que Mikael salió de la redacción a aquellas intempestivas horas de la madrugada para coger un taxi hasta el Grand Hôtel seguía sin saber nada de Andrei, y otra vez intentó convencerse de que había reaccionado de forma exagerada y de que su compañero no tardaría en llamarlo desde la casa de alguna chica o de algún amigo. Pero la angustia no le abandonaba, y en Götgatan, mientras se percataba de que volvía a nevar nuevamente y de que alguien había perdido un zapato de señora en la acera, cogió su Samsung para llamar a Lisbeth a través de su aplicación RedPhone.

Lisbeth no contestó, lo que hizo que su inquietud fuera en aumento. Lo procuró una vez más enviándole un sms desde su aplicación Threema: «Camilla va a por vosotros. ¡Abandonad el escondite!». Acto seguido, el taxi que había pedido apareció bajando por Hökens gata. Le sorprendió que el taxista pareciera sobresaltarse al verlo, pero lo cierto era que Mikael en esos momentos tenía una expresión tan resolutiva que daba miedo. El taxista tampoco se tranquilizó mucho cuando sus intentos por darle conversación a su cliente fueron ignorados. Mikael se limitó a permanecer inmóvil allí detrás, con unos ojos que brillaban inquietos en la oscuridad. Las calles de Estocolmo estaban prácticamente desiertas.

La tormenta había amainado algo. Pero las olas aún formaban borregos en el agua, y Mikael miró hacia el Grand Hôtel, al otro lado de la bahía, preguntándose si no debería olvidarse del encuentro con míster Needham e ir, en cambio, a la casa de Ingarö donde se hallaba Lisbeth, o, al menos, asegurarse de que un coche patrulla pasara por allí. No, no podía hacer eso sin antes informarla a ella. Si hubiera una filtración, dar la dirección de la casa resultaría catastrófico. Abrió de nuevo su aplicación Threema y escribió:

¿Quieres que busque ayuda?

No recibió respuesta. Lógico. Tras pagar la carrera se apeó, pensativo, y entró en el hotel por las puertas giratorias. Las 04.20 horas: llegaba con cuarenta minutos de antelación. Sin duda era la primera vez en su vida que se presentaba en un sitio cuarenta minutos antes de la hora prevista, pero tenía la sensación de que le ardía todo el cuerpo y, antes de acercarse a la recepción para entregar sus móviles, volvió a llamar a Erika y le pidió que siguiera intentando comunicarse con Lisbeth, mantener el contacto también con la policía y tomar todas las decisiones que considerase necesarias y oportunas.

—En cuanto te enteres de algo nuevo, telefonéame al Grand Hôtel y pregunta por un tal Needham.

—Y ése ¿quién es?

—Una persona que me quiere ver.

—¿A estas horas?

—A estas horas —repitió, tras lo cual se dirigió a la recepción.

Edwin Needham se alojaba en la habitación 654. Mikael llamó a la puerta, que fue abierta en el acto por un hombre que rezumaba sudor y rabia. Se asemejaba al tipo de la foto con el salmón de la misma manera que un resacoso dictador recién levantado podía recordar a una estilizada estatua de su persona. Ed Needham tenía cara de pocos amigos, el pelo revuelto y una copa en la mano. Se asemejaba a un bulldog.

—Míster Needham —dijo Mikael.

—Llámame Ed —le corrigió Needham—. Siento molestarte a estas intempestivas horas, pero es que tengo un asunto entre manos que es urgente.

—Eso parece —contestó Mikael seco.

—¿Intuyes de qué puede tratarse?

Él negó con la cabeza mientras se sentaba en un sillón, justo al lado de un escritorio encima del cual había una botella de ginebra y otra de tónica Schweppes.

—No; ¿cómo podrías saberlo? —continuó Ed—. Claro que, por otra parte, con chicos como tú nunca se sabe. Como es natural, he hecho mis indagaciones y, aunque odio adular a la gente, pues me deja un mal sabor de boca, debo admitir que se me antoja que eres un tipo bastante extraordinario en tu profesión, ¿a que sí?

Mikael mostró una forzada sonrisa.

—Me gustaría que fueras directamente al grano —zanjó.

—Sí, tranquilo, voy a ser muy claro. Supongo que estás al tanto de dónde trabajo.

—No del todo —respondió con sinceridad.

—En Puzzle Palace, en SIGINT City. Trabajo para la escupidera de todo el mundo.

—La NSA.

—Eso es. Y no tienes ni la más remota idea de hasta qué punto es una endiablada locura jodernos a nosotros; ¿te lo imaginas, Mikael Blomkvist?

—Creo que me lo puedo figurar, sí —asintió éste.

—¿Y puedes figurarte dónde considero que debería estar tu amiga en realidad?

—No.

—En la cárcel. ¡De por vida!

Mikael mostró lo que esperaba que fuera una tranquila y confiada sonrisa. Pero, a decir verdad, los pensamientos se le agolparon en la cabeza y, aunque comprendía que podía haber sucedido cualquier cosa y que no debería extraer conclusiones precipitadas, una idea se le pasó por la mente de inmediato: «¿Ha entrado en la NSA?». El simple hecho de considerarlo lo llenó de una intensa aflicción. ¿No tenía bastante con estar escondida y ser perseguida por unos asesinos? ¿Ahora también la buscaban los servicios de inteligencia de Estados Unidos? Sonaba… Sí, ¿cómo sonaba? Sonaba absurdo.

Si algo caracterizaba a Lisbeth era que nunca hacía nada sin un meticuloso análisis previo de las posibles consecuencias. Todo lo que realizaba era premeditado, jamás el resultado de un repentino impulso, y por eso a Mikael le costaba imaginarse que hubiera hecho algo tan idiota como entrar en la NSA si existía el menor riesgo de que la descubriesen. A veces, indudablemente, se le podían atribuir acciones peligrosas. Pero los riesgos siempre eran proporcionales al beneficio, por lo que se negaba a creer que hubiese efectuado un ciberataque en la NSA sólo para que ese bilioso bulldog que tenía delante la pillara.

—Creo que habéis sacado unas conclusiones precipitadas —comentó Mikael.

—En tus sueños, chaval. Supongo que te has fijado en que he usado las palabras «en realidad».

—Sí, las he oído.

—Jodidas palabras, ¿a que sí? Pueden utilizarse para lo que sea: en realidad no bebo por las mañanas y, sin embargo, aquí estoy con mi
gin-tonic
, je, je. Lo que quiero decir es que quizá puedas salvar a tu amiga si prometes ayudarme con ciertas cosas.

—Soy todo oídos —dijo Mikael.

—Muy amable de tu parte. Pues, para empezar, quiero que me garantices que lo que te revele se acogerá a la protección de fuentes.

Mikael le echó una mirada de asombro. Eso no se lo esperaba.

—¿Eres un soplón?

—¡Qué va, por Dios! Yo soy un viejo sabueso de lo más leal.

—Pero no estás aquí oficialmente.

—Se podría decir que de momento doy prioridad a mis propios intereses. Que me estoy posicionando un poco. Bueno, ¿qué me dices?

—De acuerdo, hablas bajo protección de fuentes.

—Bien, y también me gustaría asegurarme de que lo que te diga quedará entre tú y yo, y entiendo que eso te pueda sonar raro: ¿por qué coño le cuento una historia fantástica a un periodista de investigación si luego le pido que se lo calle?

—Ésa es una buena pregunta.

—Tengo mis razones, y lo raro es que creo que ni siquiera hace falta que te lo pida. Intuyo que quieres proteger a tu amiga. Además, para ti, en definitiva, lo más interesante de la historia se encuentra en otra parte. No es del todo imposible que te eche una mano si estás dispuesto a colaborar.

—Ya veremos —repuso Mikael tirante.

—Bueno, pues hace unos días tuvimos una intrusión informática en nuestra intranet, conocida popularmente como la NSANet, supongo que la conocerás.

—Tengo una ligera idea.

—La NSANet se perfeccionó después del 11 de septiembre para conseguir una mejor coordinación entre nuestros servicios nacionales de inteligencia por una parte, y las organizaciones de espionaje de los países anglosajones, las llamadas «Five Eyes», por otra. Se trata de un sistema cerrado, con sus propios
routers
, portales y puentes, separado del resto de Internet. Es desde allí, vía satélite y con cables de fibra óptica, desde donde administramos nuestra inteligencia de señales, pero también es allí donde tenemos nuestros grandes bancos de datos y, como es natural, nuestros informes y análisis clasificados, independientemente de que se les denomine Moray, por mencionar la clasificación menos confidencial, o Umbra Ultra Top Secret, el grado máximo, que no puede ver ni el presidente. El sistema se administra desde Texas, algo que, dicho sea de paso, es una auténtica locura. Pero después de las últimas actualizaciones y revisiones lo considero, a pesar de todo, como mi criatura. Que sepas, Mikael, que me he roto el culo para lograrlo. Me he matado a trabajar para que ningún cabrón vuelva a aprovecharse del sistema, y para que no nos ataquen otra vez, por supuesto. Hoy en día cualquier anomalía, por pequeña que sea, cualquier mísera transgresión que tenga lugar allí dentro activa mis alarmas, y no creas que estoy solo. Contamos con todo un ejército de especialistas independientes vigilando y, en la actualidad, no se puede dar un solo paso en la red sin dejar huella. O al menos no debería ser posible, pues todos los movimientos se registran y se analizan; tampoco debería ser posible tocar ni una sola tecla sin que nadie lo advierta. Y aun así…

—Resulta que es posible.

—Sí, y supongo que, en cierto sentido, podría haber acabado aceptándolo. Siempre hay puntos vulnerables. Esos puntos están para que nosotros los encontremos y los eliminemos. Nos mantienen despiertos y en alerta. Pero no sólo ha sido el hecho de que nos haya atacado, sino la manera de realizarlo. Tu amiga forzó nuestro servidor y creó un puente muy sofisticado a través de uno de nuestros administradores de sistema para conseguir entrar en la intranet. Esa parte de la operación, por sí sola, es una obra maestra. Pero aún no había terminado, ni mucho menos. Esa cabrona se transformó en un usuario fantasma.

—Y eso ¿qué es?

—Un espectro, un fantasma que volaba por allí dentro de un lado para otro sin que nosotros nos diéramos cuenta.

—Sin que se activaran tus alarmas.

—Esa jodida genio del diablo introdujo un
spyware
que debía de ser diferente a todo lo que habíamos visto hasta entonces, porque si no el sistema lo habría detectado de inmediato, y ese
spyware
fue elevando progresivamente su estatus de usuario. Adquirió una autorización de acceso cada vez más importante, se hizo con contraseñas y códigos, y se puso a interconectar registros y bancos de datos hasta que de repente… ¡Bingo!

—Bingo ¿qué?

—Dio con lo que estaba buscando, y a partir de ese momento dejó de ser un usuario fantasma y nos enseñó lo que había encontrado. Fue entonces cuando mis alarmas se activaron. En el mismísimo instante en el que ella quiso que lo hicieran, no antes.

—¿Y qué encontró?

—Nuestra doble moral, Mikael, nuestro juego sucio, que es también otro de los motivos por los que he venido hasta aquí y no me he quedado en Maryland sentado sobre mi gordo trasero llamando a los marines para que vayan a buscarla. Es como si un ladrón entrara en tu casa sólo para enseñarte los bienes robados —ocultos— que ya hay en ella. Y en el mismo instante en que lo descubrimos esa tía se volvió peligrosa de verdad, tanto que algunos de nuestros peces gordos quisieron dejarla escapar y que nos olvidáramos del asunto.

—Pero tú no.

—No, yo no. Yo lo que deseaba era atarla a una farola y desollarla viva. Pero no me quedó otra que abandonar mi caza, y eso, Mikael, eso aumentó mi rabia. Quizá te dé la impresión de que soy una persona razonablemente tranquila, pero en realidad, como te he dicho antes…, ¡en realidad…!

—En realidad estás furioso.

—Exacto. Por eso te he hecho venir hasta aquí a estas horas. Quería echarle las garras a tu querida Wasp antes de que huya del país.

—¿Y por qué iba a huir?

—Porque ha ido haciendo una locura tras otra, ¿no?

—No lo sé.

—Me parece que sí lo sabes.

—¿Y qué te hace creer que ella es tu
hacker
, para empezar?

—Eso, Mikael, te lo voy a contar ahora.

Pero antes de que pudiera continuar, fueron interrumpidos.

Sonó el teléfono de la habitación y Ed lo cogió enseguida. Era el recepcionista, que preguntaba por Mikael Blomkvist. Ed le pasó el auricular y no tardó en darse cuenta de que le estaban comunicando al periodista algo alarmante, de modo que no se sorprendió cuando éste se limitó a murmurar una vaga excusa para luego marcharse a toda prisa de la habitación. No le extrañó. Pero tampoco lo aceptó, por lo que cogió su abrigo del perchero y salió en pos de Mikael.

Blomkvist avanzaba corriendo por el pasillo como un velocista y, aunque Ed no sabía lo que había ocurrido, sospechaba que tenía que ver con toda aquella historia, razón por la que se decidió a ir tras él. Si se trataba de Wasp y Balder deseaba estar presente. Pero como el periodista ni siquiera tuvo paciencia para tomar el ascensor sino que se precipitó directamente por la escalera le costó seguirlo, y cuando Ed, jadeando, llegó a la planta baja, Mikael ya había recogido sus móviles y estaba hablando otra vez por teléfono al tiempo que se dirigía a la carrera hacia las puertas giratorias para salir a la calle.

—¿Qué ha pasado? —quiso saber Ed una vez que el reportero colgó y cuando intentaba encontrar un taxi un poco más allá.

—¡Problemas! —respondió Mikael.

—Te puedo llevar en mi coche.

—Tú no puedes llevar a nadie. Has bebido.

—Pues conduce tú.

Por un momento, Mikael ralentizó sus pasos, se volvió y se encaró a Ed.

—¿Qué es lo que quieres?

—Quiero que nos ayudemos.

—A tu
hacker
la tendrás que detener tú solito.

—Ya no estoy autorizado para detener a nadie.

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