M
UJER
4.— Y yo, desgraciada de mí, me muero de sueño
[760]
por culpa de las lechuzas que no paran de hacer
kikkabáu
.
L
ISÍSTRATA
.— Dejaos de cuentos, buenas piezas. Añoráis a vuestros maridos, simplemente. Nosotras también, ¿qué os creéis? Bien sé yo qué penosas son las noches; pero resistid, amigas, tened paciencia aún durante algún tiempo, que un oráculo dice que venceremos si permanecemos unidas. Aquí lo tengo.
M
UJER
3.— Dinos qué dice.
L
ISÍSTRATA
.— Callad pues:
Cuando las golondrinas vuelen hacia un mismo lugar
[770]
huyendo de las abubillas y se abstengan de follar,
se terminarán los males, y arriba pondrá lo de debajo
Zeus, que desde lo alto brama…
M
UJER
3.— ¿O sea, que nosotras nos tumbaremos encima?
L
ISÍSTRATA
.—
Mas si se separan y con sus alas remontan el vuelo
esas golondrinas desde el templo sagrado, no dudará nadie
que no existe pájaro más amigo de la jodienda que ellas.
M
UJER
3.— ¡El oráculo es claro, por Zeus, oh dioses todos!
L
ISÍSTRATA
.— No cejemos, pues, en nuestro empeño. Sigamos adelante, porque sería vergonzoso, queridas amigas, que traicionásemos el oráculo
[780]
.
C
ORO DE VIEJOS
Estrofa
Quiero contaros un cuento
que escuché siendo aún un niño.
Esto era un jovencito, un tal Melanión
[66]
, que huyendo
del matrimonio de eremita se marchó,
y vivía en las montañas
y allí cazaba las liebres
con las redes que él tejía
[790]
,
y por odio jamás regresó a su casa:
tanto abominó aquél de las mujeres. Y nosotros
lo mismo que Melanión, si no estamos locos.
U
N
V
IEJO
.—
Quiero darte un beso, vieja…
U
N
V
IEJO
.—
Llorarás sin oler la cebolla.
V
IEJO
.—
… y levantar la pierna y sacudirte
.
V
IEJA
.—
Mucha mata llevas
[800]
.
V
IEJO
.—
También Mirónides
[67]
era
C
ORO DE VIEJAS
Anástrofe
También yo quiero contar un cuento
en respuesta al de Melanión.
Esto era un tal Timón
[69]
, no tenía casa fija, con la cara
rodeada de pinchos, un retoño de las Furias
[810]
.
Pues bien, ese Timón
se largó por odio,
tras mucho maldecir a los canallas de los hombres;
en cambio sentía un gran cariño por las mujeres
[820]
.
V
IEJA
.—
¿Quieres que te dé un puñetazo?
V
IEJO
.—
De eso nada, me da miedo.
V
IEJA
.—
¿Y si te doy con la pierna?
V
IEJO
.—
Se te verá el metehombres.
V
IEJA
.—
Y pese a todo no lo verías,
aunque soy vieja,
peludo, sino bien
depilado con el candil.
L
ISÍSTRATA
.— ¡Eh, eh, mujeres, venid deprisa junto a mí!
C
ORIFEO DE VIEJAS
.— ¿Qué pasa, dime; a qué esas voces?
[830]
L
ISÍSTRATA
.— Un hombre, veo un hombre que se acerca dando tumbos, víctima del delirio de Afrodita. ¡Oh soberana que cuidas de Chipre, de Pafos y del Citerón, no abandones el camino que llevas!
C
ORIFEO DE VIEJAS
.— ¿Dónde está él, sea quien sea?
L
ISÍSTRATA
.— Junto al templo de Cloe
[70]
.
C
ORIFEO DE VIEJAS
.— ¡Oh, ahí está, por Zeus! ¿Y quién es?
L
ISÍSTRATA
.— Miradlo, ¿lo conoce alguien?
M
IRRINA
.— ¡Por Zeus, yo. Es mi marido Cinesias!
L
ISÍSTRATA
.— En ese caso es tarea tuya ponerle al horno y darle la vuelta, engatusarle, quererle y no quererle
[840]
y consentirle todo salvo lo que oyó la copa.
M
IRRINA
.— Descuida, lo haré.
L
ISÍSTRATA
.— Y yo me quedaré contigo y te ayudaré a engatusarlo. Lo coceremos a fuego lento. Vamos, marchaos.
(Se van todas y queda sola Lisístrata; un hombre, en evidente estado de erección, se acerca. Le acompañan un esclavo y un niño)
C
INESIAS
.— ¡Ay, pobre de mí, qué convulsiones y qué temblor, como si estuviera atado a la rueda del tormento!
L
ISÍSTRATA
.— ¿Quién es ése que está ahí plantado dentro del puesto de guardia?
C
INESIAS
.— Yo.
L
ISÍSTRATA
.— ¿Un hombre?
C
INESIAS
.—
(Señalando lo evidente)
Un hombre, eso es.
L
ISÍSTRATA
.— Márchate de aquí.
C
INESIAS
.— ¿Y tú que me echas quién eres?
L
ISÍSTRATA
.— La centinela de día.
C
INESIAS
.— Llámame ahora a Mirrina, te lo pido por los dioses
[850]
.
L
ISÍSTRATA
.— Ya ves: que te llame yo a Mirrina. ¿Y tú quién eres?
C
INESIAS
.— Soy su marido: Cinesias de la tribu Peónide.
L
ISÍSTRATA
.— ¡Ah, hola entonces, amigo! Famoso es tu nombre entre nosotras y de todas conocido. Tu mujer te tiene siempre en la boca y si coge un huevo o una manzana dice: «¡ojalá fuera para Cinesias!».
C
INESIAS
.—
(Derritiéndose)
¡Oh, por los dioses!
L
ISÍSTRATA
.— Así es, por Afrodita; y si alguna vez se habla de hombres, de inmediato tu mujer afirma que lo demás no es nada, comparado con Cinesias
[860]
.
C
INESIAS
.— Vamos, llámala ahora.
L
ISÍSTRATA
.— Bien, ¿y qué me darás?
C
INESIAS
.—
(Con un gesto obsceno)
Esto, por Zeus, si tú lo quieres: es lo que tengo, y lo que tengo te doy.
L
ISÍSTRATA
.— Ea, voy a llamarla ahora para que baje.
C
INESIAS
.— Y bien deprisa, que ningún gusto tengo ya por la vida desde que ella se marchó de casa; pena me da entrar en ella y me parece que todo está vacío y no encuentro ningún placer en la comida: y es que estoy empalmado.
M
IRRINA
.—
(Todavía entre bastidores, a Lisístrata)
Le amo, yo le amo, pero él no quiere
[870]
que yo le ame; no me llames a su lado.
(Asoma por la muralla)
C
INESIAS
.— ¡Oh dulcísima Mirrinita, por qué haces eso! ¡Baja aquí!
M
IRRINA
.— ¿Yo ahí? No, por Zeus.
C
INESIAS
.— ¿No vas a bajar, siendo yo el que te llama Mirrina?
M
IRRINA
.— Es que me llamas sin necesitarme para nada.
C
INESIAS
.— ¿Que no te necesito? ¡Pero si estoy hecho polvo!
M
IRRINA
.— Me voy.
C
INESIAS
.— ¡Oh, no! Por lo menos escucha a tu hijo. Tú, niño, ¿por qué no llamas a mamuchi?
N
IÑO
.— ¡Mamuchi, mamuchi, mamuchi!
C
INESIAS
.— ¿Y a ti qué te sucede? ¿No te da lástima de este niño
[880]
, sin lavar y sin mamar desde hace seis días?
M
IRRINA
.— Claro que me la da, pero tiene un padre que no se ocupa de nada.
C
INESIAS
.— Anda, mujer, baja aquí con el niño.
M
IRRINA
.— ¡Qué cosa es tener hijos! Habrá que bajar. ¿Qué hacer si no?
C
INESIAS
.—
(Para sí, mirándola mientras se acerca)
Me parece que se ha vuelto mucho más joven y que su rostro es mucho más atractivo, y el enfado y el desdén que hacia mí muestra es precisamente lo que más hace que me consuma de deseo por ella.
M
IRRINA
.—
(Al niño, desentendiéndose ostensiblemente de Cinesias)
¡Cariñito de mamá, chiquitín hijo de una calamidad de padre, ven que te dé un beso, caprichito de mamuchi!
[890]
C
INESIAS
.— ¿Por qué, malvada, actúas así, haciendo caso de otras mujeres?
(Meloso)
A mí me haces padecer y tú misma sufres…
M
IRRINA
.— ¡No me acerques la mano!
C
INESIAS
.—
(Cambiando de táctica)
Estás dejando que se echen a perder tus cosas y las mías.
M
IRRINA
.— Bien poco me importan.
C
INESIAS
.— ¿Te importa poco la lana que tiran por todas partes las gallinas ?
M
IRRINA
.— A mí sí, por Zeus.
C
INESIAS
.—
(Volviendo a la carga)
¿Y los sagrados transportes de Afrodita, que hace tanto tiempo que no celebramos? ¿No vas a volver?
M
IRRINA
.— No, por Zeus, si no os reconciliáis
[900]
y termináis con la guerra.
C
INESIAS
.— Entonces, si así se decide, lo haremos.
M
IRRINA
.— Entonces, si así se decide, iré yo allí. Por ahora me lo impide mi juramento.
C
INESIAS
.— ¡Pero acuéstate un rato conmigo!
M
IRRINA
.— ¡Nada de eso!
(Repentinamente dulce)
… aunque no diré que no te amo.
C
INESIAS
.— ¿Me amas? ¿Y entonces por qué no te acuestas, Mirri?
M
IRRINA
.— ¡Idiota, delante del niño!
C
INESIAS
.— No, por Zeus. Vamos, Manes, llévatelo a casa. Ea, ya se ha ido tu niño. ¿Qué, te echas?
M
IRRINA
.— Pero infeliz
[910]
, ¿dónde podría hacerse eso?
C
INESIAS
.— ¿Dónde? La gruta de Pan es ideal.
M
IRRINA
.— ¿Y cómo entraría yo pura en la Acrópolis?
C
INESIAS
.— Pues muy fácil: te lavas en la fuente Clepsidra.
M
IRRINA
.— ¿Y voy a incumplir el juramento que he jurado, infeliz?
C
INESIAS
.— Que se vuelva contra mí. No te preocupes del juramento.
M
IRRINA
.— Ea pues, voy a traer un catrecillo para nosotros.
C
INESIAS
.— ¡Oh, no, el suelo nos basta!
M
IRRINA
.— Por Apolo, que no me acostaré contigo en el suelo, ni aunque seas como eres.
(Se va)
C
INESIAS
.— Esta mujer me quiere, la cosa está bien clara.
M
IRRINA
.— Ya está. Échate deprisa, que yo voy a desnudarme
[920]
. Pero ¡lagarto!, hay que traer una estera.
C
INESIAS
.— ¿Qué estera? Para mí no.
M
IRRINA
.— Sí, por Ártemis; está feo hacerlo sobre el catre.
C
INESIAS
.— ¡Dame un besito…!
(Mirrina se va de nuevo)
M
IRRINA
.— Aquí está.
C
INESIAS
.— ¡Ay, ay, ay, ven deprisa!
M
IRRINA
.— Aquí está la estera, túmbate, que ya me desnudo. Pero ¡lagarto!, si no tienes almohada.
C
INESIAS
.— Ni la necesito.
M
IRRINA
.— Pero yo sí, por Zeus.
(Se va)
C
INESIAS
.— ¡Verdaderamente este pijo mío parece Heracles en un banquete
[71]
!
M
IRRINA
.— Levántate de un salto, ya lo tengo todo.
C
INESIAS
.—
(Mirándola lleno de deseo)
Todo, sí. Ven aquí ya, tesorito
[930]
.
M
IRRINA
.— Ya me suelto el sostén. Recuerda, no me engañes en lo de la reconciliación.
C
INESIAS
.— ¡Que me muera, por Zeus!
M
IRRINA
.— ¡Pero si no tienes manta!
C
INESIAS
.— Ni falta que me hace, por Zeus, lo que quiero es follar.
M
IRRINA
.— Descuida, lo harás; enseguida voy.
(Se marcha una vez más)
C
INESIAS
.— Esta individua me va a matar con sus mantas.
M
IRRINA
.— Enderézate.
C
INESIAS
.— Ésta está ya bien derecha.
M
IRRINA
.— ¿Quieres que te perfume?
C
INESIAS
.— A mí no, por Apolo.
M
IRRINA
.— Sí, por Afrodita, quieras o no.
(Sale)
C
INESIAS
.— ¡Así se le vertiera el perfume, por Zeus!
[940]
M
IRRINA
.— Extiende la diestra; cógelo y úngete.
C
INESIAS
.— ¡Este perfume es desagradable, por Apolo. Es de los que retrasan y no huele a polvo!
M
IRRINA
.— ¡Pobre de mí, he traído el perfume de Rodas
[72]
!
C
INESIAS
.— ¡Bueno es, déjalo, demonios!
M
IRRINA
.— No digas tonterías.
(Se va)
C
INESIAS
.— ¡Mala muerte se lleve al primero que destiló un perfume!
M
IRRINA
.— Toma esta ampolla.