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Authors: Mariano F. Urresti

Tags: #Intriga

Las violetas del Círculo Sherlock (80 page)

BOOK: Las violetas del Círculo Sherlock
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Todos los informes médicos aseguraron que Mary fue asesinada de madrugada, mucho antes de las ocho de la mañana. Pero a esa hora Caroline Maxwell afirmó haber visto a Mary Jean viva en la calle, e incluso describió la ropa que llevaba puesta. De igual modo, y dos horas más tarde, el sastre Maurice Lewis, vecino de Dorset Street, vio a Mary sana y salva. ¿Realmente había muerto Mary Jean Kelly en el número 13 de Miller's Court? ¿No acostumbraba Mary a permitir que otras prostitutas durmieran en su habitación? Si Mary, como algunos dicen, estaba embarazada de tres meses, ¿por qué no se dice nada sobre su feto en los informes médicos?

La respuesta, pensó Diego mirando a Marja, podía ser sencilla, aunque difícil de aceptar: Mary Jean Kelly no murió en Miller's Court. Jack había asesinado a otra mujer.

La felicidad de Diego al ver a su novia pronto desapareció al observar cómo se ensombrecían las bellas facciones de Marja. Todos comprendieron quién era la mujer que había sido brutalmente eviscerada en aquella habitación. Una mujer que, sin serlo, se parecía tanto a Marja como si fuera su hermana.

—¡No! ¡Jasmina no!

El grito desgarrado de Marja atravesó el corazón de Sergio y de los demás hombres. En ese instante, se escucharon las sirenas de otros vehículos de la policía.

Sergio miró su reloj.

Las dos.

14

9 de noviembre de 2009

D
iego Bedia había preguntado a Sergio entre lágrimas quién había sido capaz de cometer un crimen tan horrible. ¿Era un hombre o un demonio?, como se preguntaron los periódicos en 1888.

La increíble aparición de Marja había impedido que Sergio pudiera responder a su amigo. Marja explicó que aquella noche la compañera que debía atender la recepción del hotel en el que trabajaba había sufrido un accidente de tráfico. Marja se ofreció a cubrir su puesto, algo que ya había hecho en otras ocasiones. Aunque unas horas después la compañera llegó al hotel. Al parecer, había salido ilesa de la colisión. Por esa razón, Marja había llegado más tarde de lo previsto a su casa, gracias a lo cual había salvado su vida.

¿Y Jasmina? ¿Por qué estaba Jasmina en su cama?

Marja explicó entre lágrimas que en algunas ocasiones su hermana solía gastarle la broma de dormir en su habitación. Y otras veces era Marja quien le devolvía la broma.

Sergio vio a Diego abrazar a Marja, a quien no permitió que entrara en su habitación. El pequeño piso se fue llenando de policías en los minutos siguientes, y él aprovechó aquel barullo para ir en busca del hombre, o del demonio, que había cometido aquel horrible crimen.

Sin que Diego lo advirtiera, Sergio se deslizó hacia la puerta y salió a la calle. Había dejado de llover, pero la noche era fría y húmeda. Sergio caminó sin rumbo fijo durante varios minutos. Lo único que necesitaba en ese momento era alejarse de aquel horror.

Al llegar a la iglesia de la Anunciación, respiró con fuerza el aire frío y trató de controlar sus temblorosas manos para poder marcar un número de teléfono.

Durante unos interminables segundos, Sergio aguardó la respuesta del dueño del teléfono móvil al que había llamado. Sin embargo, le respondió una grabación. La persona a quien había telefoneado, era obvio, aguardaba su llamada. El mensaje de voz lo citaba en un lugar concreto.

—¡La quinta violeta! —murmuró Sergio.

Los viejos panteones decimonónicos del cementerio recortaban su silueta contra un cielo que, inesperadamente, se había tiznado de luz. Una luna llena alumbraba como una gigantesca farola desde lo alto de aquel lúgubre escenario. Los muertos jamás le habían dado miedo a Sergio, que sabía que era a los vivos a quienes convenía mantener alejados de uno.

Al pasar junto a la tumba de José Guazo, se detuvo durante unos segundos. Contempló la lápida con frialdad. Trató de encontrar un sentido a todo lo que había ocurrido, pero, aunque podía admitir sus errores, creía que su carácter no justificaba aquel horror.

—¡Lipski! —dijo Sergio al difunto Guazo—. ¡Buena pista, querido Guazo! —Sergio suspiró. Sin poder evitarlo, la frialdad de su mirada se había derretido y una lágrima furtiva resbalaba por su mejilla—. Me hubiera gustado decirte que eres lo único inalterable en una época en la que todo cambia, pero tú has traicionado la memoria del hombre al que una vez le dijeron esas palabras. —Sergio miró al cielo y, antes de alejarse de la tumba del médico, dijo—: No creo que para ti vaya a soplar jamás viento del este.

Sergio prosiguió su camino entre las tumbas. Sabía que Guazo, si podía escucharlo, comprendería las palabras que le había dedicado.

La luz de la luna se oscureció con el paso de una enorme nube oscura mientras Sergio caminaba con decisión dispuesto a encontrarse con su destino. Cada paso, sin embargo, le resultaba más difícil y, mientras arrastraba sus pies bajo la atenta mirada de los difuntos, se reprochó no haber comprendido antes el mensaje que aquellas violetas le habían transmitido en silencio durante el entierro de Guazo.

Al fin, después de doblar la esquina de un viejo panteón adornado con gárgolas y cruces repletas de telarañas y años, Sergio se encontró cara a cara con el nuevo Jack el Destripador.

Un hombre vestido con un abrigo oscuro lo aguardaba junto a la tumba de su particular quinta violeta. La más importante de todas las violetas de su vida, como Violet Sherrinford lo había sido en la vida de Sherlock Holmes. El hombre estaba agachado ante una lápida en la que la luz de la luna permitía leer un nombre:

VIOLETA SERRANO

—¿Quieres esta pequeña violeta que arranqué de la tumba de mamá? —preguntó el hombre alto.

Al incorporarse, la luz de la luna bañó la brillante cabeza rapada de Marcos Olmos. Sergio reparó en que el abrigo negro de su hermano estaba completamente manchado de sangre.

—¡Oh, vamos! ¡No me mires así! —dijo Marcos, abriendo los brazos, como si pretendiera abrazar la noche—. Esta vez no me importaba dejar pistas. Supongo que el piso debe de estar repleto de mis huellas. Pero eso ya no tiene importancia.

—¿Cómo has sido capaz?

—¿Cómo? —gritó Marcos—. ¿De veras creías que el pobre Guazo podía elaborar un plan como este? ¿Quién conocía mejor que nadie las historias de Holmes? ¿Quién sabe más que nadie sobre Jack? —Marcos miró a Sergio con enorme desprecio. Los rasgos de su cara se torcieron mostrando una máscara cruel.

—¿Por qué? ¿Tanto me odiabas que tenías que matar a esas mujeres?

—Esas mujeres no significaban nada —respondió Marcos—. Eran piezas que servían para demostrar quién era más inteligente, si Mycroft o Sherlock. Además, el mundo no echará de menos a esas putas inmigrantes que están infestando el barrio. —Marcos se echó a reír—. ¿No te das cuenta, querido Sergio? Nuestra ciudad se está destruyendo, nadie recuerda su historia, salvo los que integramos la cofradía. Pero ninguno de ellos tendría agallas suficientes como para limpiar las calles de todos esos miserables que vienen de todo el mundo para borrar nuestras señas de identidad. ¿Qué queda de nuestra infancia? ¿No recuerdas lo que decía la canción que dejé sonando en ese piso?

Sergio repasó mentalmente las estrofas de la canción que Mary Kelly cantó horas antes de su muerte y comprendió lo que su hermano quería decir:

Escenas de mi infancia se elevan ante mi vista,

me traen recuerdos de los días felices que se fueron

en el prado de la infancia me quedaría vagando, despreocupado,

pero ya no queda nadie para animarme en este bueno y viejo hogar;

papá y mamá han fallecido,

mi hermana y mi hermano yacen ahora bajo el barro,

pero mientras la vida siga para animarme, conservaré

esta pequeña violeta que arranqué de la tumba de mamá…

—Estás completamente loco —dijo Sergio—. ¿Tanto daño te he hecho en tu vida?

—¿Y me lo preguntas? —Marcos abrió los brazos y giró a su alrededor, como si buscara el aplauso de los muertos que contemplaban la escena—. ¿Me lo preguntas ante la tumba de nuestros padres? ¿Me lo preguntas ante la tumba de mamá, a cuyo entierro ni siquiera asististe? ¿Me lo preguntas tú, que no estuviste con ella mientras envejeció y enfermó? —Marcos comenzó a gritar cada vez con más fuerza—. ¿Me lo preguntas tú, por quien tuve que abandonar mis estudios y enterrar mi talento en ese miserable ayuntamiento? ¿Me lo preguntas tú, que el día en que enterramos a Guazo solo viniste a esta tumba porque yo te lo recordé y ni siquiera fuiste capaz de reconocer el mensaje de las violetas que yo me encargo de colocar todas las semanas? Tú —dijo, escupiendo en el suelo—, a quien mamá tenía siempre en la memoria, a pesar de que era yo quien se ocupaba de ella y me había quedado incluso sin formar una familia por cuidarla.

Sergio se quedó sin palabras. Jamás había pensado en cómo se sentía su hermano durante todos aquellos años. De pronto, ante la tumba de sus padres, comprendió su egoísmo.

—Pero ya ves. —Marcos rio—. Al final, resulta que Sherlock no era tan listo como creía. No ha sido capaz de evitar esos crímenes. Has necesitado cuatro muertes para darte cuenta de que Guazo no podía haber urdido algo tan brillante. Pero ahora, al fin, Watson y Mycroft Holmes están vengados. Vengados por la soberbia y la prepotencia con la que Sherlock se comportó, exactamente igual que tú, Sergio. Tú, que ni siquiera sospechaste que yo asesiné a Bada atropellándolo aquella noche para poder ingresar en el círculo y demostrar a todos que no eras tan brillante como yo.

Sergio se quedó atornillado al suelo al escuchar aquella confesión. Jamás pensó que Marcos hubiera sido el asesino de Sebastián Bada, y mucho menos que lo odiara de aquel modo desde hacía tantos años.

—Y después humillaste a Clara diciendo que ella te había plagiado esa maldita novela —dijo Marcos—. Clara no se merecía algo así.

—¿También ella está mezclada en esto? —Sergio ya no sabía qué pensar.

—No, por supuesto que no —rio Marcos—, pero nos hizo un gran favor cuando, tras varias copas, nos confesó en la fiesta de su premio cuál era la clave de acceso a tu ordenador. Y luego Bullón, que tampoco te soporta, nos puso en contacto con alguien que podía falsificar un pasaporte para que yo pudiera ir hasta Sussex y escribir los mensajes en tu puñetero ordenador. Ante tus mismas narices, Sergio.

Al escuchar a su hermano, las piezas encajaron definitivamente en la mente de Sergio. Como él le había dicho a Diego, era imposible que Guazo hubiera entregado la primera carta, la que había recibido Sergio en Baker Street el 27 de agosto, porque seguramente fue ese día cuando secuestró a la primera víctima. Guazo, ahora estaba claro, jamás había ido a Londres. Fue Marcos quien hizo aquel viaje y él fue quien escribió todos los mensajes en su ordenador.

—¿Fuiste tú el que mandó aquellas cartas a Bullón imitando a Jack?

—Eso tuvo gracia. —Los labios de Marcos se torcieron dibujando una extraña sonrisa—. No, no fui yo. Y tampoco Guazo mandó aquella parodia de la carta «Querido Jefe». Nosotros solo escribimos la nueva versión de «From Hell» que acompañó a la caja de cartón con el riñón de aquella negra. No sé quién escribió las cartas que Bullón publicó, pero no me extrañaría que lo hubiera hecho él mismo para darle un nuevo impulso a sus artículos.

Sergio miró al hombre que tenía ante sí intentando encontrar los rasgos de su hermano en él, pero no lo lograba. ¿Adónde había ido a parar su hermano mayor, el que le leía en la cama aquellas historias sobre Holmes cuando solo era un niño?

—¿Merecía la pena todo esto? ¿Tanto me odias como para enterrar tu vida en una cárcel?

—¿Enterrar mi vida? —La risa de Marcos atronó en el camposanto—. ¿Mi vida? ¿Pero qué clase de Holmes eres, Sergio? ¿No ves que me estoy muriendo, como Guazo?

Sergio lo miró perplejo. Ahora entendía aquel tono amarillento en la piel de su hermano y el hecho de que hubiera perdido tanto peso.

—¡Cáncer de páncreas! —dijo Marcos—. De hecho, Guazo y yo comenzamos a elaborar este plan en las sesiones de quimioterapia, en las que solíamos coincidir. Él se puso aquel ridículo peluquín; yo, en cambio, opté por raparme la cabeza. No me queda mucho tiempo, Sergio. —Marcos entonces sacó una pistola de un bolsillo de su abrigo—. No te puedes hacer idea de lo que es capaz de encontrar Bullón en el mercado negro —dijo mirando el arma que sostenía en sus manos llenas de sangre—. No te preocupes —sonrió—, no te voy a matar. Eso no te haría sufrir como te mereces.

—¡No lo hagas! —exclamó Sergio, al comprender las intenciones de su hermano.

Marcos lo miró con expresión burlona, le arrojó una pequeña violeta de la tumba de su madre y dijo:

—Elemental.

El sonido del disparo sonó como un trueno en el cementerio. La sangre y los sesos de Marcos Olmos salpicaron el entorno, y el cuerpo sin vida del hermano mayor de Sergio cayó como un fardo sobre la tumba de Violeta Serrano. La violeta más importante de su vida.

Epílogo

Febrero de 2010

N
evaba sobre Londres. Aquel estaba siendo un invierno crudo. Los copos de nieve caían al otro lado del ventanal de la casa de Queen Ann Street mientras Sergio corregía el manuscrito de su novela sobre los años perdidos de la vida de Sherlock Holmes.

Después del entierro de su hermano Marcos, Sergio se había refugiado en Inglaterra aislándose del mundo. La estructura básica de la novela fue cobrando vida en Sussex, en la pequeña casita que había alquilado meses antes. Frente a los acantilados de tiza que fueron el escenario de «La aventura de la melena del león», el penúltimo caso publicado de Holmes.

El proceso creativo se vio interrumpido, sin embargo, cuando venció el plazo del alquiler y Sergio hubo de trasladarse a su nuevo domicilio de Londres.

Dijo adiós a Sussex un día limpio y claro.

En octubre de 1903, Sherlock Holmes bajó por última vez los diecisiete peldaños que separaban sus habitaciones del bullicio diario de Baker Street para retirarse a Cuckmere Haven, en Sussex. Era un hombre joven aún, pero la muerte de Irene Adler un mes antes había consumido el resto de sus ganas de vivir. Sus peores enemigos eran ya un recuerdo: Moriarty había muerto y Sebastian Moran había quedado atrás. Incluso John Watson formaba parte de su pasado. Solo la señora Hudson lo acompañó a aquel retiro en el que tenía previsto escribir su
Manual práctico del apicultor
.

Irónicamente, Sergio tuvo que abandonar Sussex y regresar a Londres para concluir la novela en la que, gracias al imaginario descubrimiento de los documentos secretos de Watson, desvelaría al mundo dónde estuvo exactamente Holmes durante sus años perdidos.

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