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Authors: Michel Houellebecq

Las partículas elementales (25 page)

BOOK: Las partículas elementales
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PARA UNA ESTÉTICA DE LA BUENA VOLUNTAD

En cuanto llega la aurora, las muchachas van a cortar rosas. Una corriente de inteligencia recorre los valles, las capitales, sacude la inteligencia de los poetas más entusiastas, deja caer protectores para las cunas, coronas para la juventud, fe en la inmortalidad para los viejos.

LAUTRÉAMONT,
Poesías II

A la mayoría de los individuos que Bruno tuvo ocasión de frecuentar en el curso de su vida los motivaba exclusivamente la búsqueda del placer, si incluimos en la noción de placer las gratificaciones narcisistas, tan ligadas al aprecio o la admiración del prójimo. Así se desplegaban distintas estrategias, calificadas de vidas humanas.

Sin embargo, en el caso de su hermanastro había que hacer una excepción a esta regla; resultaba difícil relacionar con él hasta la palabra placer; y a decir verdad, ¿había algo que motivase a Michel? Un movimiento rectilíneo uniforme persiste durante un tiempo indefinido en ausencia de rozamiento o de aplicación de una fuerza externa. La vida de su hermanastro, organizada, racional, sociológicamente situada en la media de las categorías superiores, parecía desarrollarse, hasta el momento, sin rozamiento. Tal vez se libraban oscuras y terribles luchas de poder en el ámbito cerrado de los investigadores de biofísica molecular; sin embargo, Bruno lo dudaba.

—Tienes una visión muy negra de la vida… —dijo Christiane, poniendo fin a un silencio que empezaba a pesar. — Nietzscheana —precisó Bruno—. Más bien nietzscheana barata —añadió—. Voy a leerte un poema. Sacó un cuaderno del bolsillo y recitó los siguientes versos:

Siempre la misma chorrada

del eterno retorno y todo ese bla bla.

Mientras yo bebo leche merengada

en la terraza del Zarathoustra.

—Ya sé lo que hay que hacer —dijo ella después de otro silencio—.Vamos al sector naturista de Cap d’Agde a acostarnos con todo el mundo. Hay enfermeras holandesas, funcionarios alemanes, todos muy correctos, burgueses, tipo países nórdicos o Benelux. ¿Por qué no nos acostamos con policías luxemburgueses?

—Ya no me quedan vacaciones.

—A mí tampoco, tengo que volver el martes; pero todavía necesito vacaciones. Estoy harta de enseñar, los niños son idiotas. Tú también necesitas vacaciones, y te hace falta disfrutar con montones de mujeres distintas. Y eso es posible. Ya sé que no te lo crees, pero te digo que es posible. Tengo un amigo médico que nos puede dar la baja a los dos.

Llegaron a la estación de Adge el lunes por la mañana, y fueron en taxi al sector naturista. Christiane llevaba poquísimo equipaje, no había tenido tiempo de volver a Noyon. «Voy a tener que mandarle dinero a mi hijo», dijo. «Me desprecia, pero voy a tener que mantenerlo algunos años. Sólo temo que se vuelva violento. Va con gente muy rara, musulmanes, nazis…, si se matara con la moto lo pasaría mal, pero creo que me sentiría más libre.»

Ya estaban en septiembre y encontraron alojamiento con facilidad.

El complejo naturista de Cap d’Adge, dividido en cinco residencias construidas en los años setenta y principios de los ochenta, tiene una capacidad hotelera de diez mil plazas, un récord mundial. Su apartamento, con 22 m2 de superficie, tenía un salón-dormitorio con un sofá cama, cocina americana, dos literas individuales, baño, váter separado y terraza. La capacidad máxima era de cuatro personas, normalmente una pareja con dos hijos. Enseguida se sintieron a gusto. Orientada al oeste, la terraza daba al puerto de recreo y permitía tomar el aperitivo aprovechando los últimos rayos del sol poniente.

Aunque dispone de tres centros comerciales, un mini-golf y alquiler de bicicletas, el principal atractivo para los veraneantes de la estación naturista de Cap d’Agde son los placeres, más elementales, de la playa y el sexo. En definitiva, constituye el lugar de una proposición sociológica especial, tanto más sorprendente cuanto que sus referencias no provienen de un código preestablecido, sino que se basan simplemente en iniciativas individuales convergentes. Al menos eso era lo que Bruno decía al comienzo de un artículo en el que resumía sus dos semanas de veraneo, titulado «LAS DUNAS DE LA PLAYA DE MARSEILLAN: PARA UNA ESTÉTICA DE LA BUENA VOLUNTAD». La revista
Esprit
rechazó, con razón, el artículo.

«Lo que sorprende nada más llegar a Cap d’Agde», escribió Bruno, «es la coexistencia de lugares de consumo banales, en todo semejantes a los que se encuentran en el conjunto de las estaciones balnearias europeas, y otros comercios específicamente dedicados al libertinaje y el sexo. Por ejemplo, es sorprendente ver reunidos una panadería, un pequeño supermercado y una tienda de ropa que sólo vende microfaldas transparentes, lencería de látex y vestidos que dejan al descubierto los senos y las nalgas. También sorprende ver a las mujeres y a las parejas, con o sin niños, husmeando entre las secciones, moverse con toda naturalidad entre los diferentes productos. Así mismo resulta asombroso que los quioscos de prensa de la estación vendan, además de los periódicos y revistas habituales, una selección particularmente amplia de revistas de contacto y pornográficas, así como diversos artilugios eróticos, sin que nada de todo esto suscite la menor reacción entre los consumidores.

»Por lo general, los centros de vacaciones institucionales están repartidos a lo largo de un eje que va del estilo “familiar” (Mini Club, Kid’s Club, calienta-biberones, mesas para cambiar pañales) al estilo “joven” (deportes de ruedas y deslizamiento, veladas animadas para los trasnochadores, no recomendado a menores de doce años). Por su clientela en gran parte familiar, por la importancia que da al ocio sexual sin encajarlo en el contexto corriente del “ligue”, el centro naturista de Cap d’Agde escapa a esa dicotomía. Y tampoco se parece, cosa que también sorprende al visitante, a los centros naturistas tradicionales. Éstos hacen hincapié en una concepción “sana” de la desnudez, excluyendo cualquier interpretación sexual directa; impera la alimentación biológica, el tabaco está prácticamente prohibido. Los participantes, que suelen tener una sensibilidad ecologista, se reúnen para practicar actividades como el yoga, la pintura sobre seda, las gimnasias orientales; se adaptan de buena gana a un hábitat rudimentario en un emplazamiento salvaje. Por el contrario, los apartamentos del Cap cumplen sobradamente las normas estándar de comodidad en las estaciones de vacaciones; la naturaleza está presente, sobre todo en forma de césped y arriates de flores. Y la restauración, clásica, reúne pizzerias, marisquerías, freidurías y heladerías. Me atrevo a decir que hasta la desnudez parece tener un carácter distinto. En un centro naturista tradicional, es obligatoria cada vez que las condiciones atmosféricas lo permiten; esta obligación es objeto de una rigurosa vigilancia, y va acompañada por una viva reprobación de cualquier comportamiento que pueda calificarse de mirón. Por el contrario, en Cap d’Agde, uno asiste a la coexistencia pacífica, tanto en supermercados como en bares, de gran variedad de atuendos, que van desde la desnudez integral a la vestimenta tradicional, pasando por la ropa de vocación abiertamente erótica (minifaldas de rejilla, lencería, ligueros). Los mirones están tácitamente permitidos: es corriente ver en la playa a los hombres pararse delante de los sexos femeninos que se ofrecen a su mirada; muchas mujeres dan a esta contemplación un carácter aún más íntimo mediante la depilación, que facilita el examen del clítoris y de los labios mayores. Todo esto crea, incluso si uno no toma parte en las actividades específicas del centro, un clima muy especial, tan alejado del ambiente erótico y narcisista de las discotecas italianas como de la atmósfera “equívoca” propia de los barrios calientes de las grandes ciudades. En resumen, se trata de una estación balnearia clásica, más bien educada, con la salvedad de que los placeres del sexo ocupan un lugar importante y admitido. Es tentador hablar de ambiente sexual “socialdemócrata”, sobre todo porque el turismo extranjero, muy numeroso, es sobre todo alemán, con un fuerte contingente holandés y escandinavo.»

Al segundo día, Bruno y Christiane conocieron en la playa a una pareja, Rudi y Hannelore, que les ayudó a entender mejor el funcionamiento sociológico del lugar. Rudi era técnico en un centro de seguimiento de satélites, que controlaba sobre todo el posicionamiento geoestacionario del satélite de telecomunicaciones Astra; Hannelore trabajaba en una importante librería de Hamburgo. Eran habituales del Cap d’Agde desde hacía diez años; tenían dos hijos pequeños, pero ese año habían decidido dejarlos con los padres de Hannelore para escaparse una semana los dos solos. Esa misma noche cenaron los cuatro en un restaurante de pescados que ofrecía una excelente bullabesa. Bruno y Rudi penetraron sucesivamente a Hannelore, mientras ésta lamía el sexo de Christiane; luego las dos mujeres intercambiaron posiciones. Después Hannelore le hizo una felación a Bruno. Tenía un cuerpo muy hermoso, metido en carnes pero firme, obviamente cuidado a base de practicar deporte. Además, chupaba con mucha sensibilidad; desgraciadamente, Bruno se sentía tan excitado por la situación que se corrió un poco pronto. Rudi, más experimentado, consiguió retener la eyaculación veinte minutos mientras Hannelore y Christiane se la mamaban a la vez, entrecruzando amistosamente las lenguas sobre el glande. Hannelore propuso un vaso de kirsch para concluir la velada.

Las dos discotecas para parejas que había en el centro contaban bastante poco en la vida libertina de la pareja alemana. El Cléopâtre y el Absolu sufrían la dura competencia del Extasia, que estaba fuera del perímetro naturista, en el término municipal de Marseillan: dotado de un equipamiento espectacular (
black room, peep room
, piscina climatizada, jacuzzi y, desde hacía poco, la
mirror room
más bella de Languedoc-Roussillon), el Extasia, lejos de dormirse en los laureles que consiguió a principios de los años setenta, situado además en un marco encantador, supo conservar su estatus de «discoteca mítica». No obstante, Hannelore y Rudi propusieron ir al Cléopâtre la noche siguiente. Más pequeño, caracterizado por un ambiente cálido y simpático, el Cléopâtre era, según ellos, un excelente punto de partida para una pareja novel, y además estaba justo en mitad de la estación: la ocasión de tomar una copa relajada entre amigos después de cenar; la ocasión para las mujeres de probarse en un ambiente simpático la ropa erótica que acababan de comprar.

Rudi pasó de nuevo la botella de kirsch. Ninguno de los cuatro se había vestido. Bruno se dio cuenta, maravillado, de que volvía a tener una erección, menos de una hora después de correrse entre los labios de Hannelore; lo comentó con palabras impregnadas de ingenuo entusiasmo. Muy conmovida, Christiane empezó a hacerle una paja ante la mirada enternecida de sus nuevos amigos. Al final, Hannelore se acuclilló entre sus muslos y se la chupó mientras Christiane seguía acariciándola. Un poco achispado, Rudi repetía maquinalmente: «Gut…, gut…» Se separaron medio borrachos, pero de excelente humor. Bruno le habló a Christiane del Club de los Cinco, la semejanza entre ella y la imagen que desde siempre había tenido de Anne; ya sólo faltaba, según él, el valiente perro Tim.

Al día siguiente, por la tarde, fueron juntos a la playa. El cielo estaba azul y hacía mucho calor para ser septiembre. Bruno se dijo que era agradable pasear, desnudos los cuatro, a lo largo de la orilla; era agradable saber que cada cual se esforzaría, en la medida de sus posibilidades, por darle placer a los demás.

Con más de tres kilómetros de largo, la playa naturista de Cap d’Agde tiene una pendiente suave, lo que permite incluso a los niños pequeños bañarse sin peligro. Por otro lado, la mayor parte está reservada al baño en familia y a los juegos deportivos (windsurf, badminton, cometas). Rudi explicó que todo el mundo admite tácitamente que las parejas en busca de una experiencia libertina se van a la parte oriental de la playa, un poco más allá del quiosco de Marseillan. Las dunas, contenidas con empalizadas, forman allí un ligero desnivel. Desde la cima se ve a un lado la playa, que baja suavemente hacia el mar, y al otro una zona más accidentada compuesta de dunas y terreno liso, con algunos bosquecillos de encinas. Se instalaron en el lado de la playa, justo debajo del desnivel formado por las dunas. Allí, en un espacio restringido, se concentraban por lo menos doscientas parejas; en medio había algunos hombres solos; otros paseaban por la línea de dunas, vigilando alternativamente los dos lados.

«Durante las dos semanas de nuestra estancia, fuimos a esa playa todas las tardes», seguía Bruno en su artículo. «Desde luego, es posible morir, pensar en la muerte, y mirar con severidad los placeres humanos. Si rechazamos esta posición extremista, las dunas de la playa de Marseillan son —y eso es lo que me propongo demostrar— el lugar adecuado para una proposición humanista, que intenta aumentar al máximo el placer de cada uno sin crear un sufrimiento moral insoportable a nadie. El placer sexual (el más intenso que conoce el ser humano) se apoya sobre todo en las sensaciones táctiles, especialmente en la excitación racional de zonas epidérmicas concretas cubiertas de corpúsculos de Krause, a su vez vinculados a neuronas capaces de desencadenar en el hipotálamo una fuerte descarga de endorfinas. Gracias a la sucesión de las generaciones culturales, a este sistema simple se le superpone en el neocórtex una construcción mental más compleja que recurre a los fantasmas y (sobre todo en las mujeres) al
amor
. Las dunas de la playa de Marseillan, al menos ésta es mi hipótesis, no deben considerarse como el lugar de una exacerbación irracional de las
fantasías
sino, al contrario, como un dispositivo que reequilibra los juegos sexuales, el soporte geográfico de una tentativa de retorno a la normalidad, principalmente sobre la base de un principio de
buena voluntad
. Concretamente, cada una de las parejas reunidas en el espacio que separa la línea de dunas de la orilla del agua puede tomar la iniciativa de contactos sexuales públicos; a menudo la mujer le hace una paja o se la mama a su compañero, que suele devolverle el favor. Las parejas vecinas observan esas caricias con especial atención, se acercan para ver mejor, poco a poco imitan su ejemplo. Así, a partir de la pareja inicial se propaga rápidamente por la playa una ola de caricias y lujuria increíblemente excitante. Conforme aumenta el frenesí sexual, muchas parejas se acercan para entregarse a contactos de grupo; pero es importante observar que cada contacto requiere un consentimiento previo, la mayoría de las veces explícito. Cuando una mujer desea sustraerse a una caricia no deseada lo indica con mucha sencillez, con un simple movimiento de la cabeza, provocando de inmediato en el hombre disculpas ceremoniosas y casi cómicas.

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