Las hormigas (11 page)

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Authors: Bernard Werber

Tags: #Fantasía, #Ciencia

BOOK: Las hormigas
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Ya que las hormigas tenían la extraordinaria suerte de poder modificar a fuerza de mandíbulas la forma de sus habitáculos, todas se pusieron a perforar cada una su propio pasadizo secreto. Que una hormiga se haga su propio agujero tiene un pase, pero que lo hagan un millón de hormigas, entonces es una catástrofe. Los corredores «oficiales» se venían abajo a fuerza de sufrir la labor de zapa de los pasadizos «privados». Una hormiga tomaba por su pasadizo secreto y se encontraba desembocando en un verdadero laberinto formado por «los de las demás». Hasta el punto de que zonas enteras se habían vuelto quebradizas, comprometiendo el futuro mismo del Bel-o-kan.

La Madre había llamado al orden. Nadie podía ponerse a perforar por su propia cuenta. Pero ¿cómo controlar cada aposento?

La hembra 56 remueve un cascote, descubriendo un orificio sombrío. Ahí está; 327 examina el escondite y lo considera perfecto. Falta encontrar el tercer cómplice. Salen, cerrando con cuidado. La hembra 56 emite:

Será el primero que aparezca. Déjame hacer a mí.

Pronto se cruzan con una gran soldado asexuada que arrastra un trozo de mariposa. La hembra se dirige a ella con mensajes emotivos que hablan de una gran amenaza para el Nido. Maneja el lenguaje de las emociones con un delicado virtuosismo que deja pasmado al macho. En cuanto a la soldado, abandona inmediatamente su caza para conversar.

¿Una gran amenaza para el Nido? ¿Dónde, quién, cómo, por qué?

La hembra le explica sucintamente la catástrofe de la primera expedición de la primavera. Su forma de expresarse exhala deliciosos efluvios. Tiene ya la gracia y el carisma de una reina. La guerrera queda rápidamente conquistada.

¿Cuándo partimos? ¿Cuántos soldados hacen falta para combatir contra las enanas?

La soldado se presenta. Es la 103.583 asexuada de la puesta del verano. Gran cráneo reluciente, amplias mandíbulas, ojos prácticamente inexistentes, patas cortas; es una aliada de peso. También es una entusiasta de nacimiento.

La hembra 56 ha de refrenar su ímpetu.

Le dice que hay espías en el mismo seno del Nido, que muy bien pudieran ser mercenarias vendidas a las enanas para impedir que los belokanianos descubran el misterio del arma secreta.

Se las reconoce por un olor característico a roca. Hay que actuar con rapidez.

Contad conmigo.

Se reparten las zonas de influencia. 327 intentará convencer a las nodrizas del solario. Por lo general, suelen ser bastante inocentes.

103.683 tratará de reunir soldados. Si consigue formar una legión, será algo formidable.

También puedo preguntarles a los batidores, tratar de recoger otros testimonios acerca de ese arma secreta de las enanas.

Por su parte, la 56 visitará los criaderos y los establos en busca de apoyos estratégicos.

De regreso aquí para informar a 23°-tiempo.

En la televisión aparecía esta vez, en el marco de la serie «Culturas del mundo», un reportaje sobre las costumbres japonesas.

«Los japoneses, que son un pueblo insular, están acostumbrados a vivir en una autarquía desde hace siglos. Para ellos, la Humanidad se divide en dos grupos: los japoneses y los demás, extranjeros de costumbres incomprensibles, los bárbaros, a los que entre ellos llaman
gaijin.
Los japoneses siempre han sido nacionalistas muy puntillosos. Cuando un japonés se instala, por ejemplo, en Europa, queda automáticamente excluido del grupo. Si vuelve un año más tarde, sus padres, su familia, ya no le reconocerán como uno de los suyos. Vivir con los
gaijin
es impregnarse del espíritu de «los demás», es convertirse en
gaijin.
Incluso sus amistades de infancia se dirigirán a él como si fuese un turista cualquiera.

En la pantalla se veían desfilar distintos templos y lugares sagrados de Shinto. La locución siguió:

«Su visión de la vida y de la muerte es distinta de la nuestra. Aquí, la muerte de un individuo no tiene mucha importancia. Lo que es inquietante es la desaparición de una célula productora. Para familiarizarse con la muerte, a los japoneses les gusta cultivar el arte de la lucha. Los jóvenes aprenden el kendo desde la niñez…»

Dos luchadores aparecieron en el centro de la pantalla, vestidos como antiguos samurais, Sus torsos estaban cubiertos por negras placas articuladas. Llevaban en la cabeza un casco ovalado adornado con dos largas plumas al nivel de las orejas. Se lanzaron el uno contra el otro profiriendo un grito de guerra y luego empezaron a fintar con sus largos sables.

Más imágenes: un hombre sentado sobre sus talones acerca a su vientre con las dos manos un sable corto.

«El suicidio ritual,
Seppuku,
es otro elemento característico de la cultura japonesa. Ciertamente nos resulta difícil comprender este…»

—¡La televisión, siempre la televisión! ¡Embrutece! Nos mete a todos las mismas imágenes en la cabeza. Y hablan de cualquier cosa. ¿Es que aún no estáis hartos? —exclamó Jonathan, que hacía unas horas que estaba de regreso.

—Déjale. Le tranquiliza. Desde que el perro murió no se siente muy bien —dijo Lucie mecánicamente.

Jonathan le acarició la barbilla a su hijo.

—¿No te encuentras bien, muchacho?

—Chssst. Estoy escuchando.

—¡Hombre! ¡Mira cómo nos habla ahora!

—Cómo te habla a ti. Hay que tener en cuenta que no le ves muy a menudo. No te sorprendas si está un poco distante contigo.

—Oye, Nicolás, ¿has conseguido hacer los cuatro triángulos con las cerillas?

—No. Me pone nervioso. Estoy escuchando.

—Bueno, pues si te pone nervioso…

Jonathan, con aire pensativo, empezó a manipular las cerillas que había encima de la mesa.

—¡Lástima! Es algo… instructivo.

Nicolás no le oía; su cerebro estaba absolutamente inmerso en la televisión. Jonathan se dirigió a su habitación.

—¿Qué haces? —le preguntó Lucie.

—Ya lo ves. Me preparo. Voy a volver.

—¿Cómo? ¡Oh, no!

—No tengo elección.

—Jonathan, dímelo ahora, ¿qué hay allá abajo que tanto te fascina? Después de todo, soy tu mujer.

Él no contestó. Tenía la mirada huidiza, Y seguía con aquel tic tan molesto.

—¿Has matado a las ratas? —le preguntó Lucie.

—Basta con mi presencia. Se mantienen a distancia. Y si no, les enseño esto.

Blandió un gran cuchillo de cocina que había estado afilando durante un buen rato. Tomó con la otra mano la linterna halógena y se dirigió a la puerta de la bodega con un saco al hombro, un saco en el que había abundantes provisiones así como sus herramientas de cerrajero. Apenas murmuró:

—Hasta luego, Nicolás. Hasta luego, Lucie.

Lucie no sabía qué hacer. Cogió a Jonathan por un brazo.

—¡No puedes marcharte así! Es demasiado fácil. ¡Tienes que hablar conmigo!

—¡Por favor!

—Pero ¿cómo tengo que decírtelo? Desde que bajaste a esa maldita bodega no eres el mismo. Ya no tenemos dinero y tú te has comprado por lo menos cinco mil francos de material y libros sobre las hormigas.

—Me interesa la cerrajería, y también las hormigas. Tengo derecho a eso.

—No, no tienes derecho. No cuando tienes un hijo y una mujer que alimentar. Si todo el dinero del paro se va en la compra de libros sobre las hormigas, acabaré…

—¿Divorciándote? ¿Es eso lo que quieres decir?

Ella le soltó el brazo, abatida.

—No.

Él la tomó por los brazos. Tic en la boca.

—Has de confiar en mí. Tengo que ir hasta el final. No estoy loco.

—¿Que no estás loco? Mírate un poco. Pareces un muerto viviente. Es como si siempre tuvieses fiebre.

—Mi cuerpo envejece, pero mi cabeza se rejuvenece.

—¡Jonathan! ¡Dime qué pasa ahí abajo!

—Cosas apasionantes. Hay que ir más abajo, cada vez más abajo, si queremos poder volver a subir un día… ¿Sabes? Es como las piscinas, en el fondo es donde encontramos apoyo para subir.

Estalló en una carcajada de demente, que treinta segundos después aún resonaba con siniestros ecos en la escalera de caracol.

Nivel +35. La ligera cubierta de ramitas produce un efecto de vidriera. Los rayos del sol destellan al pasar a través de ese filtro y luego caen como una lluvia de estrellas en el suelo. Estamos en el solario de la ciudad, la «fábrica» donde se producen los ciudadanos belokanianos.

En el lugar reina un calor tórrido: 38°. Es normal, el solario está orientado directamente al sur para aprovechar al máximo los ardores del astro blanco. A veces, por el efecto catalizador de las ramitas, la temperatura sube ¡hasta los 50°!

Centenares de patas se agitan. La casta más numerosa aquí es la de las nodrizas. Se dedican a apilar los huevos que la Madre acaba de poner. Veinticuatro pilas forman un montón, doce montones forman una hilada. Las hiladas se pierden en la distancia. Cuando una nube proyecta sombra, las nodrizas desplazan las pilas de huevos. Los más recientes han de estar siempre más calientes. «Calor húmedo para los huevos, calor seco para los capullos», vieja receta mirmeleónida para que los pequeños crezcan sanos.

A la izquierda se ve a unas obreras encargadas del mantenimiento térmico. Apilan fragmentos de madera negra, que acumulan el calor, y fragmentos de humus fermentado, que ellas mismas producen. Gracias a esos dos «radiadores», se consigue que el solario se mantenga permanentemente a una temperatura comprendida entre los 25° y los 40°, incluso cuando en el exterior la temperatura es de 15°.

Hay artilleras que pasean. Si un pájaro carpintero aparece…

A la derecha pueden verse unos huevos de más tiempo. Es una larga metamorfosis; con los lametones de las nodrizas y el paso del tiempo, los huevecitos crecen y amarillean. Se transforman en larvas de dorados pelos al cabo de un tiempo que oscila entre la semana y las siete semanas. Eso depende otra vez de la meteorología.

Las nodrizas están extremadamente concentradas. No escatiman ni su saliva antiséptica ni su atención. Es necesario que ni la menor suciedad mancille a las larvas. Son tan frágiles. Incluso las feromonas del diálogo quedan reducidas a un mínimo estricto.
Ayúdame a llevarlos hacia ese rincón… Cuidado, tu pila se va a caer…

Una nodriza transporta una larva dos veces más grande que ella. Seguramente, una artillera. La nodriza deposita el «arma» en un rincón y la lame. En el centro de esta vasta incubadora, montones de larvas, cuyos diez segmentos corporales empiezan a marcarse, gritan pidiendo alimento. Agitan la cabeza en todas direcciones, estiran el cuello y gesticulan hasta que las nodrizas les entregan un poco de melaza o de carne de insecto.

Al cabo de tres semanas, cuando ya han «madurado» lo suficiente, las larvas dejan de comer y de moverse. Fase de letargia en la que se preparan para el esfuerzo. Reúnen sus energías para segregar el capullo que las transformará en ninfas.

Las nodrizas trasladan esos grandes bultos amarillos a una sala vecina llena de arena seca que absorbe la humedad del aire. «Calor húmedo para los huevos, calor seco para los capullos», nunca se repetirá lo suficiente. En este horno el capullo blanco de reflejos azulados se vuelve amarillo, luego gris, luego marrón. Piedra filosofal al revés. Bajo la cobertura se consuma el milagro natural. Todo cambia. Sistema nervioso, aparatos respiratorio y digestivo, órganos sensoriales, caparazón…

La ninfa colocada en el horno se animará dentro de unos días. El huevo está cociéndose, el gran momento se acerca. La ninfa que está a punto de eclosionar es llevada aparte, en compañía de las otras que comparten el mismo estado. Las nodrizas agujerean con precaución el velo del capullo, liberando una antena, una pata, hasta liberar una especie de hormiga blanca que tiembla y se tambalea. Su quitina, aún húmeda y clara, será roja dentro de unos días, como la de todos los belokanianos.

327, en medio de este torbellino de actividad, no sabe a quién dirigirse. Lanza un ligero olor hacia una nodriza que ayuda a un recién nacido a dar sus primeros pasos.

Está ocurriendo algo grave.

La nodriza no vuelve la cabeza en su dirección. Formula una frase olorosa apenas perceptible.

Silencio. Nada es más grave que el nacimiento de un ser.

Una artillera le empuja, dándole golpecitos con las mazas situados al final de sus antenas.

No molestes. Circula.

No está el macho en su mejor nivel de energía, no sabe emitir y resultar convincente. ¡Ah, si tuviese el don de la comunicación de la hembra 56! Insiste, sin embargo, ante otras nodrizas, que no le prestan la menor atención. El macho llega a preguntarse si su misión es en realidad tan importante como a él se lo parece. Es posible que la Madre tenga razón. Hay tareas prioritarias, como perpetuar la vida en lugar de querer engendrar la guerra, por ejemplo.

Cuando está considerando este extraño pensamiento, un chorro de ácido fórmico pasa rozando sus antenas. Es una nodriza la que acaba de dispararle. Ha dejado caer el capullo que estaba a su cargo y le ha apuntado. Por suerte no ha apuntado bien.

El macho corre para atrapar a la terrorista, pero ella ya se ha deslizado en la primera casa cuna, haciendo caer una pila de huevos para bloquearle el paso. Las cáscaras se rompen, liberando un líquido transparente.

¡Esa hormiga ha destruido unos huevos! ¿Qué le ha ocurrido? Todo el mundo enloquece, las nodrizas corren en todas direcciones, preocupadas por proteger a la generación que está gestándose.

El macho 327, comprendiendo que no podrá dar alcance a la fugitiva, hace pasar su abdomen bajo el tórax y apunta. Pero antes de que pueda disparar, la hormiga cae fulminada por una artillera que la había visto arrojar los huevos al suelo.

Alrededor del cuerpo calcinado se forma un tumulto. 327 suspende sus antenas encima del cadáver. No cabe duda, hay como cierto relente, con olor a roca.

Sociabilidad.
Entre las hormigas, como entre los seres humanos, la sociabilidad viene predeterminada. La hormiga recién nacida es demasiado débil para romper por sí misma el capullo que la aprisiona. El bebé humano tampoco es capaz de andar o de nutrirse solo.

Las hormigas y los seres humanos son especies formadas para ser asistidas por el entorno y no saben o no pueden aprender solos.

Esta dependencia de los adultos es ciertamente una debilidad, aunque pone en marcha otro proceso: la búsqueda del saber. Si los adultos pueden sobrevivir mientras los jóvenes son incapaces, estos últimos están obligados desde el principio a reclamar conocimientos a los más viejos.

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