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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

Las amenazas de nuestro mundo (28 page)

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
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La primera persona que investigó minuciosamente este concepto de la «deriva de los continentes» fue un geólogo alemán, Alfred Lothar Wegener (1880-1930), quien publicó un libro sobre el tema,
El origen de los continentes y los océanos,
en 1912.

Los continentes están formados por una roca menos densa que la del fondo del océano. Los continentes son principalmente granito; el fondo del océano, sobre todo, basalto. ¿No pudo suceder que estos bloques continentales de granito se desplazaran muy lentamente sobre el basalto del fundamento?

Eso era parecido a la teoría de la corteza que se deslizaba, pero en vez de ser toda la corteza, únicamente eran los bloques continentales los que lo hacían, y muy lentamente.

Si los bloques continentales se movían con independencia, no habría ningún problema grave con la curvatura ecuatorial, y si se movían muy lentamente, no se requería mucha energía y no podía provocar ninguna catástrofe. Además, si los bloques continentales se movían con autonomía, esto justificaría un período glacial en zonas del mundo, amplias y separadas, algunas cerca del Ecuador. Todas esas regiones hubieran estado juntas en una época, y en los polos.

Semejante desplazamiento continental daría respuesta también a un enigma biológico. Existen especies similares de plantas y animales en diversas regiones del mundo, muy apartadas unas de otras; regiones separadas por océanos que seguramente esos animales y esas plantas no hubiesen podido cruzar. En 1880, el geólogo austríaco Edward Seuss, dio respuesta
a
este enigma sugiriendo que en otros tiempos hubo istmos que unían los continentes. Por ejemplo, imaginó un gran supercontinente que se extendería alrededor de todo el hemisferio Sur, para explicar cómo esas especies alcanzaron las diversas masas de tierra que ahora están separadas por grandes distancias. En otras palabras, teníamos que imaginar el suelo elevándose y cayendo en el curso de la historia de la Tierra, convirtiendo la misma zona que en un tiempo era continente alto en profundo suelo oceánico después.

El concepto se hizo popular, pero cuanto más aprendían los geólogos sobre el fondo del mar, menos probable parecía que el fondo de los mares hubiera podido ser nunca parte de los continentes. Era más lógico suponer un movimiento de lado y un continente partiéndose en pedazos.

Cada uno de esos trozos llevaría unos determinados grupos de especies, y, finalmente, las especies similares quedarían separadas por vastos océanos.

Wegener sugirió que, en una época, todos los continentes existieron como un enorme bloque único de tierra, situado en un vasto océano. Llamó
Pangea
a este supercontinente (derivado de una palabra griega que significa «toda la Tierra»). Por alguna razón,
Pangea
se rompió en varios fragmentos que fueron a la deriva hasta terminar en la disposición continental de hoy.

El libro de Wegener despertó un enorme interés, pero a los geólogos les resultó difícil tomarlo en serio. Sencillamente las capas inferiores de los continentes de la Tierra eran demasiado rígidas para que esos continentes pudiesen ir a la deriva. América del Sur y África estaban firmemente asentadas y ninguno de los dos continentes podía haberse desplazado cruzando el basalto. Por tanto, durante cuarenta años las teorías de Wegener fueron rechazadas.

No obstante, al profundizar más en el estudio de los continentes, la teoría de que en otras épocas todos estuvieran unidos se hacia cada vez más verosímil, en especial si se consideraba la orilla de las plataformas continentales como los auténticos límites del continente. Era demasiada evidencia para ser rechazada como una mera coincidencia.

Por consiguiente, supongamos que
Pangea
existió y que se partió y que los fragmentos de algún modo se separaron. En ese caso, el suelo de los océanos que se formó entre los fragmentos hubiera debido de ser relativamente joven. Algunos fósiles de rocas de los continentes llegaban hasta los seiscientos millones de años de antigüedad, pero los fósiles del fondo del océano Atlántico, que sólo podían haberse formado después que
Pangea
se partió, no podían ser tan viejos. De hecho, en el fondo del océano Atlántico no se han encontrado nunca fósiles de roca con una edad superior a los ciento treinta y cinco millones de años.

La evidencia en favor de la deriva continental fue acumulándose cada vez más. Sin embargo, se necesitaba una explicación en cuanto al mecanismo que hizo posible ese desplazamiento. Tenía que ser algo diferente a la sugerencia de Wegener, del granito surcando el basalto; evidentemente,
eso no
era posible.

La clave se presentó al estudiar el fondo del océano Atlántico que naturalmente está oculto bajo un espesor de agua de varios miles de metros de profundidad. La primera sospecha de que allí podía haber algo interesante surgió en 1853 cuando se llevaron a cabo los sondeos necesarios para poder colocar un cable submarino a través del Atlántico, que uniera Europa y América para «la comunicación». En aquel momento se informó de que parecía haber señales de una meseta submarina en medio del océano. El océano Atlántico parecía definitivamente menos profundo en el medio que en los lados, y esa elevación central fue llamada «Meseta del Telégrafo» en honor del cable.

En aquellos tiempos, el sondeo se realizaba lanzando por la borda un cable largo y pesado. Esto era aburrido, difícil e incierto, y eran pocos los sondeos que podían hacerse, de modo que sólo se conocían los detalles más generalizados de la configuración del fondo del mar.

Sin embargo, durante la Primera Guerra Mundial, el físico francés Paul Langevin (1872-1946) ideó métodos para conocer las distancias de los objetos dentro del agua (ahora llamado «sonar») por medio de ecos ultrasónicos. En la década de los veinte, un navío oceanográfico alemán comenzó a realizar sondeos en el océano Atlántico utilizando el sonar, y en 1925, quedó demostrado que existía una cordillera submarina en el océano Atlántico, que lo cruzaba en toda su longitud. Con el tiempo se descubrió que también en otros océanos existían configuraciones semejantes que realmente rodeaban el Globo en una «cadena de cordilleras en medio del océano», larga y sinuosa.

Después de la Segunda Guerra Mundial, los geólogos americanos, William Maurice Ewing (1906-1974) y Bruce Charles Heezen (1924-1977), se dedicaron a esta cuestión, y en 1953 pudieron demostrar que a todo lo largo de la cordillera, en la parte inferior de su prolongado eje, había una profunda hondonada. Poco a poco se descubrió que existía en todos los puntos de la
[44]
que algunas veces ha sido denominada
Great Global Rift
[45]
.

El
Great Global Rift
parece dividir la corteza de la Tierra en grandes plataformas, que en algunos casos alcanzan miles de kilómetros y con una profundidad que parece oscilar de los 70 a los 150 kilómetros (de 45 a 95 millas). Son llamadas plataformas o estratos tectónicos, por el hecho de que las diversas estructuras aparecen limpiamente unidas. El estudio de la evolución de la corteza de la Tierra partiendo de estas plataformas se conoce como tectónica
[46]
.

El descubrimiento de las plataformas tectónicas afirmó el desplazamiento continental, pero no según la teoría de Wegener. Los continentes no flotaban desplazándose sobre el basalto. Un continente determinado, junto con las porciones del suelo del mar adyacente, era parte integral de una plataforma determinada, Los continentes sólo podían moverse si lo hacían las plataformas, y era evidente que éstas se movían. ¿Cómo podía suceder eso si estaban sólidamente unidas?

Una presión de empuje podía separarlas. En 1960, el geólogo americano Harry Hammond Hess (1906-1969) presentó pruebas de la «dilatación del suelo marino». La roca caliente en fusión se elevaba lentamente desde las grandes profundidades hasta el
Great Global Rift
en medio del Atlántico, por ejemplo, y se solidificaba en, o cerca de, la superficie. Este abombamiento de la roca solidificándose forzaba y separaba las dos plataformas de ambos lados, en algunos lugares en una proporción de 2 a 18 centímetros (de 1 a 7 pulgadas) por año. AI separarse las plataformas, América del Sur y África, por ejemplo, se separaban forzosamente. En otras palabras, los continentes no derivaban, sino que eran empujados.

¿De dónde procedía la energía causante de este movimiento? Los científicos no están seguros. Una explicación lógica sería que existen remolinos lentos en el manto debajo de la corteza, un manto con calor suficiente para ser dúctil bajo sus grandes presiones. Si un remolino asciende, también, hacia el este y abajo, los movimientos opuestos debajo de la corteza fuerzan la separación de dos plataformas contiguas entre las que se filtra, haciendo ascender el material caliente.

Naturalmente, si dos plataformas son empujadas, los extremos de esas plataformas presionan y se introducen en otras plataformas próximas. Cuando dos plataformas se presionan lentamente, se produce fractura y se forman cordilleras de montañas. Si la presión es más rápida, una plataforma se desliza por debajo de otra, pasa a zonas más calientes y se funde. El fondo del océano sufre la presión desde abajo y forma «profundidades». Toda la historia de la Tierra puede ser revelada a través de la tectónica, estudio que se ha convertido, de repente, en el fundamento de la Geología, del mismo modo que la evolución es la base primordial de la Biología, y el atomismo, el dogma central de la Química. Con la separación de las plataformas tectónicas, por un lado, y su unión, por otro, se alzan montañas, se abren profundidades, se ensanchan océanos y los continentes se separan y se reúnen.

De vez en cuando, los continentes se unen formando una enorme masa de tierra, para separarse después, una y otra vez. La última vez que
Pangea
parece haber sido formada fue hace doscientos veinticinco millones de años, justamente cuando los dinosaurios comenzaban a desarrollarse; e inició su fractura hace aproximadamente unos ciento ochenta millones de años.

Volcanes

El movimiento de las plataformas tectónicas no parece constituir un fenómeno catastrófico debido a su lentitud. A través de los tiempos históricos, la elevación de los continentes no hubiera sido perceptible de no haberse empleado mediciones rigurosamente científicas. Sin embargo, el movimiento de las plataformas produce otros efectos ocasionales además de los cambios en los mapas, efectos que son repentinos y localmente desastrosos.

Las líneas en las que se encuentran las plataformas representan el equivalente en las fracturas de la corteza terrestre, y se llaman «fallas». Estas fallas no son simples líneas quebradas, sino que presentan ramas y derivaciones. Las fallas con puntos débiles a través de los cuales el calor y las capas de roca en fusión situadas muy por debajo de la corteza pueden abrirse paso hacia el exterior. El calor puede manifestarse de manera apacible calentando el agua subterránea y produciendo escapes de vapor o fuentes de agua caliente. Algunas veces, el agua se calienta hasta alcanzar un punto crítico provocando la salida de un surtidor que se eleva alto en el aire. La situación se tranquiliza entonces mientras el depósito subterráneo se aprovisiona de nuevo y se calienta para la próxima erupción. Esto se llama geiser.

En algunas zonas, el efecto del calor es más enérgico. La roca líquida surge a través de la corteza de roca solidificada, acumulándose v formando un cono. Con el tiempo, se alza una montaña con una abertura central a través de la cual la roca licuada, o «lava», puede ascender y depositarse; luego suele solidificarse durante períodos más o menos largos, y fundirse de nuevo.

Esto es un «volcán», que puede ser activo o inactivo. Algunas veces, un volcán determinado se muestra más o menos activo durante largos períodos de tiempo, y, como sucede con una enfermedad crónica, durante esos períodos no resulta muy peligroso. En ocasiones, cuando por alguna razón los acontecimientos subterráneos incrementan el nivel de actividad, la lava asciende y rebosa de las paredes del volcán. Los ríos de lava al rojo vivo se deslizan espesos por las laderas del volcán, amenazando algunas veces las poblaciones cercanas, que han de ser evacuadas.

Los volcanes que durante ciertos lapsos de tiempo permanecen inactivos son mucho más peligrosos. El punto central a través del cual fluía la lava se solidifica por completo. Si la actividad interior hubiera cesado totalmente, y para siempre, todo estaría resuelto. Pero algunas veces las condiciones subterráneas comienzan a producir un exceso de calor después de transcurrido un cierto lapso de tiempo. La lava que se forma debajo de la abertura queda apresada por la lava solidificada que le impide el paso. La presión aumenta hasta tal punto que llega a hacer estallar la cima del volcán. Se produce entonces una erupción muy violenta, y lo que es peor, más o menos inesperada, de gases vapores, rocas sólidas y lava ardiente. De hecho, si el agua ha quedado atrapada bajo el volcán y se ha convertido en vapor bajo la enorme presión, toda la cima del volcán puede estallar produciendo una explosión mucho mayor que cualquiera que los seres humanos hayan conseguido provocar, incluso en estos días de las bombas de hidrógeno.

Peor aún, un volcán inactivo da la impresión de ser totalmente inofensivo. Puede no haber dado ninguna señal de actividad que los seres humanos recuerden, y el suelo, relativamente fresco extraído de las profundidades, suele ser muy fértil. Por consiguiente, invita al establecimiento de poblaciones humanas y cuando llega la erupción (si se presenta) los resultados pueden ser mucho más desastrosos.

Existen en el mundo 455 volcanes activos conocidos con erupciones hacia la atmósfera. Quizás existen 80 más submarinos. Un 62 % de los volcanes activos están situados en las orillas del océano Pacífico, unas tres cuartas partes en las costas occidentales del océano a lo largo del cinturón de islas que bordean la costa asiática del Pacífico.

Algunas veces esta zona ha sido llamada «el Cinturón de Fuego» y se ha sugerido que se trata de la cicatriz todavía fresca de la Tierra que marca el punto que en los orígenes se quebró para formar la Luna. Los científicos ya no aceptan esta teoría como una posibilidad razonable y el Cinturón de Fuego señala, simplemente, el límite de la plataforma del Pacífico con las otras plataformas, este y oeste. Otro 17 % de los volcanes ocurre en el brazo de isla de Indonesia que marca el límite entre la plataforma euroasiática y la plataforma australiana. Otro 7 % se halla a lo largo de la línea este-oeste que cruza el Mediterráneo, marcando el límite entre la plataforma euroasiática y la plataforma africana.

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