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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell

BOOK: La vidente de Kell
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Se acaba el tiempo para salvar al pequeño Geran. Si no se logra encontrar el Lugar que ya no Existe, Zandramas, la Niña de las Tinieblas, usará al hijo y heredero de Garion en un rito que, según las profecías, concedería a las Tinieblas el dominio eterno del mundo.

La Vidente de Kell era la única capaz de conducir a los que iban en busca del niño a ese misterioso lugar, pero sólo después de que Garion y Polgara hicieran realidad una antigua profecía en las montañas.

Aunque Kell estaba vedada a Zandramas, sus tenebrosos poderes mágicos le permitían leer la ubicación del lugar en la mente de algún miembro del grupo. Resuelta a entregar el mundo al dios de las Tinieblas, Zandramas les tendía trampas una y otra vez y enviaba en su busca a sus temibles secuaces. Pero Garion no permitiría que nada se interpusiera entre él y su hijo, consciente de que el futuro del mundo dependía del éxito de la misión que el destino le había asignado al principio de los tiempos.

David Eddings

La vidente de Kell

Crónicas de Mallorea V

ePUB v1.0

Volao
09.03.12

Hemos trabajado juntos durante una década. Después de todo este tiempo, la única expectativa razonable habría sido envejecer diez años, pero por lo visto hemos hecho algo más. Creo que entre los dos hemos dado vida a un buen chico. Espero que te hayas divertido tanto como yo, y considero que ambos podemos estar orgullosos de no habernos matado en el curso de esta empresa, aunque estoy convencido de que el mérito no puede atribuirse a nuestras virtudes personales, sino a la paciencia infinita de un par de damas muy especiales.

Con todo mi afecto.

Dave Eddings

Mapas
Kell
Perivor
Las tierras altas de Korim
Prólogo

Extractos del Libro de las Eras,

volumen primero de Los textos sagrados malloreanos.

Éstas son las eras del hombre:

En la primera fue creado el hombre, que despertó maravillado y asombrado del mundo que lo rodeaba. Luego los creadores estudiaron el género humano y seleccionaron a aquellos que más les agradaron, apartando o ahuyentando a los demás. Algunos fueron en busca de un espíritu conocido como UL, nos abandonaron para marcharse al oeste y no volvimos a verlos nunca. Otros negaron la existencia de los dioses y se marcharon al lejano norte a luchar contra demonios. Por fin un tercer grupo se volcó a asuntos mundanos y se dirigió al este, donde construyeron opulentas ciudades.

Pero nosotros nos desesperamos, nos sentamos a la sombra de las montañas de Korim a lamentarnos de nuestro destino, que nos había condenado al destierro inmediatamente después de nuestra creación.

Sin embargo, en medio de la desesperación, una mujer tuvo una iluminación, y fue como si una mano todopoderosa la hubiera sacudido. Se levantó del suelo donde estaba sentada y se cubrió los ojos con una venda, en señal de que había visto algo que ningún mortal había contemplado antes, pues he aquí que era la primera vidente del mundo. Y con esa visión aún presente, nos habló a todos del siguiente modo:

—¡Mirad! Se ha servido un banquete a aquellos que nos crearon, un banquete que llamaremos el Festín de la Vida, y en su transcurso nuestros creadores eligieron lo que les gustaba e hicieron a un lado aquello que no les gustaba.

»Nosotros somos el Festín de la Vida, y nos lamentamos de que nadie nos haya escogido, pero no desesperéis, porque hay un invitado que aún no ha llegado a la fiesta. Los demás han cogido lo suyo, pero este gran Festín de la Vida aún aguarda al bienaventurado invitado que vendrá más tarde, y yo puedo aseguraros a todos que él nos elegirá. Aguardad entonces su llegada, porque estoy segura de que vendrá. Olvidad vuestro dolor y volved la cara hacia el cielo y hacia la tierra para que podáis leer los signos allí escritos, pues debo advertiros que su llegada depende de vosotros. Él no os elegirá a menos que vosotros lo elijáis a él. Éste es el destino para el cual hemos sido creados. Por lo tanto, incorporaos, y dejad de estar sentados en la tierra sumidos en inútiles y tontas lamentaciones. Aceptad vuestra misión y preparad el camino para aquel que vendrá.

Todos nos maravillamos ante aquellas palabras y meditamos sobre ellas en profundidad. Interrogamos a la vidente, pero sus respuestas fueron oscuras e imprecisas. De modo que volvimos la vista hacia el cielo e intentamos oír los murmullos de la tierra, para ver, escuchar y aprender. Y mientras aprendíamos a leer el Libro de los Cielos y a oír los susurros de las rocas, encontramos innumerables signos de que dos espíritus vendrían a nosotros, uno perverso y otro bueno. Sin embargo, pese a nuestros afanosos esfuerzos, no lográbamos distinguir entre el espíritu bueno y el malo. Eso nos preocupaba, pues en el Libro de los Cielos y en el lenguaje de la tierra, el mal se disfraza de bien, y ningún hombre es lo bastante sabio para elegir entre ambos.

Mientras meditábamos sobre esta cuestión, salimos de la sombra de las montañas de Korim y nos dirigimos a las tierras que se extienden del otro lado, donde aún hoy seguimos aguardando. Dejamos a un lado las preocupaciones normales de los hombres y concentramos todos nuestros esfuerzos en la tarea que nos habían asignado. Nuestros brujos y nuestros videntes buscaron ayuda en el mundo de los espíritus, nuestros nigromantes consultaron con los muertos y nuestros adivinos solicitaron consejo a la tierra, pero he aquí que ninguno de ellos pudo averiguar nada más que nosotros.

Por fin nos reunimos en una llanura fértil, para confrontar todo lo que habíamos aprendido. Y éstas son las verdades que hemos descubierto en las estrellas, las rocas, los corazones de los hombres y los espíritus:

Sabed que a lo largo de las infinitas avenidas del tiempo, la división ha estropeado todo lo que existe, pues ha habido división en el propio centro de la creación. Aunque algunos digan que esto es natural y que persistirá hasta el final de los tiempos, no es así. Si la división estuviera destinada a ser eterna, el propósito de la creación habría sido contenerla, pero las estrellas, los espíritus y las voces de las rocas hablan del día en que esa división terminará y todo volverá a convertirse en unidad, pues la propia creación sabe que ese día llegará.

Sabed también que dos espíritus luchan entre sí en el corazón mismo del tiempo y que estos espíritus representan las dos partes de aquello que dividió la creación. Llegará el momento en que esos dos espíritus se encuentren en este mundo, y entonces será la hora de la elección. Pero si la elección no se realizara, este mundo desaparecería y el bienaventurado invitado de quien habló la vidente no llegaría nunca, pues a eso se refería al decir: «Él no os elegirá, a menos que vosotros lo elijáis a él». Y puesto que la elección que debemos hacer decidirá entre el bien y el mal, a partir de entonces la realidad que se prolongará hasta el final de los días será buena o perversa, según el camino que hayamos tomado.

Recordad también esta verdad: las rocas de este mundo y de cualquier otro mundo hablan sin cesar entre murmullos de las dos piedras que participaron en la división. En un tiempo, estas piedras eran una sola y estaba en el centro de la creación, pero luego fue dividida, como todo lo demás, separada por una fuerza capaz de destruir soles enteros. Pero allí donde esas piedras vuelvan a encontrarse, sin duda habrá un enfrentamiento entre los dos espíritus. Llegará el día donde todo se convierta otra vez en una unidad, excepto las dos piedras, pues su división fue tan poderosa que nunca volverán a unirse. Y cuando llegue el fin de la división, una de las piedras dejará de existir junto con uno de los espíritus.

Ésas eran las verdades que habíamos reunido, y este descubrimiento marcó el final de la primera era.

La segunda era del hombre comenzó con truenos y terremotos, pues la propia tierra decidió partirse, y el mar se apresuró a separar los territorios de los hombres, imitando el cisma de la propia creación. Entonces las montañas de Korim temblaron, gimieron y se sacudieron mientras el mar las tragaba. Sin embargo, puesto que nuestras videntes nos habían advertido que esto sucedería, seguimos nuestro camino y hallamos un sitio seguro antes de que la tierra se agrietara y el mar la cubriera, se retirara, y luego volviera a quedarse eternamente.

Durante los días siguientes a la inundación, los hijos del dios dragón huyeron de las aguas y se instalaron al norte, detrás de nuestras montañas. Entonces las videntes nos avisaron que algún día los hijos del dios dragón intentarían conquistarnos, y a partir de ese momento nos dedicamos a estudiar la forma de no ofenderlos, para que nos permitieran seguir con nuestros estudios. Por fin llegamos a la conclusión de que nuestros belicosos vecinos se mostrarían menos aprensivos ante unos simples campesinos y organizamos nuestra vida de ese modo. Derribamos nuestras ciudades y volvimos a dedicarnos al cultivo de la tierra, para no alarmar a nuestros vecinos ni despertar su envidia.

Así pasaron los años y se convirtieron en siglos, y los siglos en eones. Por fin, como habíamos vaticinado, los hijos de Angarak vinieron a nosotros, nos sometieron y llamaron Dalasia a la tierra que habitamos. Nosotros aceptamos su voluntad, pero sin abandonar nuestros estudios.

En aquella época, un discípulo del dios Aldur llegó con otra gente a reclamar algo que el dios dragón había robado a Aldur. Aquel hecho tuvo tanta importancia que marcó el final de la segunda era y el comienzo de la tercera.

Fue en la tercera era cuando los sacerdotes de Angarak, a quienes los hombres llaman grolims, vinieron a hablarnos del dios dragón y de su deseo de que lo amáramos. Nosotros reflexionamos sobre lo que nos dijeron, como siempre meditamos sobre lo que nos dicen los hombres. Consultamos el Libro de los Cielos y confirmamos que Torak era una de las deidades que luchan en el centro del tiempo, pero ¿dónde estaba la otra? ¿Qué posibilidades de elección tenía el hombre, si sólo uno de los espíritus se presentaba ante él? Entonces fuimos conscientes de nuestra enorme responsabilidad. Los espíritus vendrían a nosotros, uno por vez, y cada uno de ellos afirmaría representar el bien y acusaría al otro de encarnar el mal. Era el hombre, sin embargo, quien debía elegir. Después de consultar entre nosotros, llegamos a la conclusión de que podíamos aceptar los ritos que los grolims nos exigían. De este modo tendríamos la oportunidad de examinar la naturaleza del dios dragón y prepararnos para la elección que deberíamos realizar cuando apareciera el otro dios.

Con el tiempo, los acontecimientos del mundo obstaculizaron nuestra tarea. Un matrimonio marcó la alianza de los angaraks con los grandes constructores de ciudades del este, que se hacían llamar melcenes, y entre los dos pueblos construyeron un imperio que se encumbró sobre el continente. Los angaraks se convirtieron en artífices de grandes hazañas, mientras los melcenes se limitaban a cumplir con las tareas asignadas. Las hazañas, una vez concluidas, perduraban eternamente, pero las tareas debían repetirse cada día y los melcenes vinieron a buscarnos para que los ayudáramos con ellas. Sin embargo, quiso el azar que uno de los hombres que acudió en su ayuda viajara hacia el norte para realizar una de esas tareas. Así llegó a un lugar llamado Ashaba, buscando refugio de una tormenta, y descubrió que el amo del lugar no era grolim ni angarak. Nuestro compatriota había dado con la casa de Torak, quien por simple curiosidad, quiso ver a nuestro hermano y de este modo éste tuvo oportunidad de contemplar al dios dragón. En el preciso instante en que miró su rostro, acabó la tercera era y comenzó la cuarta, pues he aquí que el dios dragón de Angarak no era uno de los dioses que esperábamos. Los signos que lo señalaban no eran trascendentales, por lo cual nuestro compatriota supo enseguida que Torak moriría y que todo lo que representaba se acabaría con él.

Entonces comprendimos nuestro error y nos maravillamos de no haberlo visto antes: incluso un dios puede ser un simple instrumento del destino, pues aunque Torak pertenecía a uno de los dos destinos, sólo constituía una parte de él.

Mientras tanto, al otro lado del mundo, un rey y su familia eran asesinados, quedando un único superviviente. Puesto que ese rey había sido el guardián de una de las dos piedras del poder, Torak se alegró al conocer la noticia, convencido de que su ancestral enemigo había desaparecido, y comenzó a prepararse para luchar contra los reinos del Oeste. Sin embargo, los signos de los cielos y los murmullos de las rocas vaticinaban el error de Torak. Puesto que la piedra seguía protegida y aún quedaba un miembro del linaje de su guardián, la guerra causaría gran pesar a Torak.

Los preparativos del dios dragón fueron largos y las tareas que asignó a sus súbditos se prolongaron a lo largo de generaciones. Al igual que nosotros, Torak observó los cielos para leer allí una señal que le indicara el momento de marchar contra el Oeste; pero sólo vio los signos que quiso ver, y no fue capaz de leer la totalidad del mensaje escrito en los cielos. Al leer sólo una parte de las señales, puso en marcha sus fuerzas en el peor día posible.

Y, tal como nosotros habíamos previsto, el desastre cayó sobre el ejército de Torak en una extensa llanura del lejano oeste, frente a la ciudad de Vo Mimbre, donde el dios dragón fue condenado a aguardar en sueños la llegada de su enemigo.

Entonces oímos un murmullo con un nuevo nombre. El murmullo se fue haciendo cada vez más claro, hasta convertirse en un inmenso grito el día del nacimiento de Belgarion: por fin había llegado el justiciero de los dioses.

A partir de ese momento los acontecimientos se precipitaron y la marcha hacia el terrible encuentro se tornó tan rápida que las páginas del Libro de los Cielos se volvieron imprecisas. El día en que los hombres conmemoran la creación, Belgarion recibió la piedra del poder y cuando su mano se cerró sobre ella, el Libro de los Cielos se llenó de una poderosa luz y el nombre de Belgarion reverberó desde la estrella más lejana.

Entonces supimos que Belgarion avanzaba hacia Mallorea con la piedra del poder, mientras Torak se agitaba en sueños. Por fin llegó la terrible noche en que las páginas del Libro de los Cielos se movieron con tal rapidez que nosotros no pudimos leerlas y debimos limitarnos a contemplarlas, impotentes. Pero de repente el libro se detuvo y leímos una espantosa frase: «Torak ha muerto». Luego el libro tembló y la creación entera se quedó sin luz. En aquel momento aterrador de oscuridad y silencio concluyó la cuarta era y comenzó la quinta.

Al comienzo de la quinta era, encontramos un misterio en el Libro de los Cielos. Antes, todo parecía moverse hacia el encuentro entre Belgarion y Torak, pero ahora los acontecimientos giraban en torno a otro encuentro. Ciertas señales en el cielo indicaban que los destinos habían elegido otras formas para su enfrentamiento final, y aunque no sabíamos de quién o de qué se trataba porque las páginas del gran libro seguían oscuras y confusas, pudimos percibir los movimientos de estas presencias, entre ellas los de una figura envuelta en bruma y tinieblas, de quien la luna hablaba claramente, indicándonos que se trataba de una mujer.

Lo único que pudimos descifrar en la enorme confusión que nublaba el Libro de los Cielos fue que las eras del hombre se acortaban y que el encuentro entre los dos destinos se acercaba cada vez más. El tiempo de la contemplación ociosa había quedado atrás y debíamos apresurarnos para evitar que el gran acontecimiento final nos pillara desprevenidos.

Entonces decidimos que debíamos instigar o engañar a los participantes de ese encuentro final, con el fin de que ambos llegaran al sitio previsto en el momento indicado.

Así, enviamos la imagen de la responsable de la elección a la figura brumosa de las tinieblas y a Belgarion, el justiciero de los dioses, y ella les indicó el camino que por fin los conduciría al lugar de la elección.

Entonces nos concentramos en nuestros preparativos, pues aún quedaba mucho por hacer, y sabíamos que este hecho sería el definitivo. La división de la creación había durado demasiado tiempo y estaba destinada a acabar en este enfrentamiento sobre los dos destinos, tras el cual todo volvería a formar una unidad.

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