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Authors: Lauren Weisberger

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La última noche en Los Ángeles (4 page)

BOOK: La última noche en Los Ángeles
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—Es bueno, ¿eh? Ven, veo un par de sillas libres por ahí.

La cogió del brazo y Brooke dejó que la arrastrara entre la multitud. Se acomodó en la silla que Trent le señaló, y acababa de dejar el bolso sobre la mesa cuando la canción terminó y Julian anunció que iba a hacer una pausa. Tenía la vaga sensación de que Trent le estaba diciendo algo, pero entre el ruido del local y el esfuerzo que estaba haciendo para no perder de vista a Julian, no oyó lo que decía.

Sucedió tan rápido que apenas pudo procesarlo. En un momento, Julian estaba desenganchando la armónica del soporte de la tapa del piano, y al segundo siguiente, estaba de pie justo delante de su mesa, sonriendo. Como siempre, llevaba una camiseta blanca de algodón, vaqueros y un gorro de lana, esta vez color berenjena. Tenía una ligera pátina de sudor en la cara y los antebrazos.

—¡Hola, viejo! Me alegro de que hayas podido venir —dijo Julian, dando palmadas en el hombro de Trent.

—Sí, yo también. Parece que nos hemos perdido el primer pase. —Una de las sillas de la mesa de al lado había quedado libre, y Trent la acercó para Julian—. Anda, siéntate.

Julian dudó un momento, miró a Brooke con una sonrisita, y se sentó.

—Julian Alter —dijo, tendiéndole la mano.

Brooke estaba a punto de decir algo, cuando Trent habló antes que ella.

—¡Dios, qué tonto soy! ¿Cuándo aprenderé un poco de educación? Julian, te presento a mi… a Brooke, Brooke…

—Brooke Greene —dijo ella, contenta de que Trent dejara ver ante Julian lo poco que se conocían.

Se estrecharon las manos, lo que resultó un poco extraño en un bar de universitarios atestado de gente, pero ella estaba emocionada. Lo estudió más de cerca, mientras Trent y él intercambiaban comentarios jocosos sobre un conocido de ambos. Debía de tener sólo un par de años más que ella, pero había algo en él que hacía que pareciera más experimentado y conocedor del mundo, aunque Brooke no hubiera podido decir exactamente qué era. Tenía la nariz demasiado grande, la barbilla un poco débil y una palidez que llamaba la atención sobre todo en aquella época, al final del verano, cuando todo el mundo llevaba varios meses acumulando vitamina D. Tenía los ojos verdes, pero poco llamativos y hasta algo turbios, rodeados de finísimas líneas que se arrugaban cuando sonreía. Si ella no lo hubiera oído cantar tantas veces, si no lo hubiera visto echar la cabeza atrás y desgranar sus letras con una voz tan profunda y llena de sentimiento (si lo hubiera conocido simplemente así, con un gorro de lana y una cerveza en la mano, en un bar anónimo y ruidoso), no se habría parado a mirarlo dos veces, ni le habría parecido nada atractivo. Pero aquella noche estaba casi sin aliento.

Los dos amigos charlaron unos minutos, mientras Brooke los observaba desde su silla. Fue Julian, y no Trent, quien se dio cuenta de que no tenía nada de beber.

—¿Os pido una cerveza? —preguntó, buscando a su alrededor un camarero.

Trent se levantó de inmediato.

—Ya voy yo. Acabamos de llegar y todavía no ha venido nadie a preguntarnos. Brooke, ¿qué vas a beber?

Ella murmuró la primera marca de cerveza que le vino a la mente, y Julian levantó lo que parecía un vaso de agua vacío.

—¿Puedes traerme un Sprite?

Brooke sintió un aguijonazo de pánico cuando Trent se marchó. ¿De qué demonios iba a hablar con Julian? De cualquier cosa, se dijo. De cualquier cosa, menos de que hacía meses que lo seguía por la ciudad.

Julian la miró y sonrió.

—Buen tipo, ese Trent, ¿eh?

Brooke se encogió de hombros.

—Sí, parece majo. Nos hemos conocido esta noche. Es la primera vez que salimos.

—¡Ah, una de esas divertidas citas a ciegas! ¿Piensas volver a salir con él?

—No —respondió Brooke, sin rastro de emoción en la voz. Estaba convencida de encontrarse en estado de
shock
; apenas se daba cuenta de lo que decía.

Julian estalló en carcajadas y ella también se rió.

—¿Por qué no? —preguntó él.

Brooke volvió a encogerse de hombros.

—Por ninguna razón en particular. Me parece muy agradable, pero es un poco aburrido.

Habría preferido no decirlo, pero no podía pensar con claridad.

La expresión de Julian se quebró en una sonrisa enorme, una sonrisa tan sincera y luminosa que a Brooke se le olvidó el bochorno.

—Acabas de llamar aburrido a mi primo —dijo él, riendo.

—Ay, perdona. No era mi intención. Me parece un encanto de persona, de verdad. Es sólo que…

Cuanto más tartamudeaba Brooke, más divertido le parecía a Julian.

—No, por favor —la interrumpió él, apoyándole la mano ancha y tibia sobre el antebrazo—. Estás total y absolutamente en lo cierto. Es un tipo fantástico, de verdad; de lo mejor que hay. Pero nadie ha dicho nunca que sea el alma de la fiesta.

Hubo un momento de silencio, durante el cual Brooke se estrujó los sesos, pensando en algo apropiado que decir a continuación. Daba un poco igual lo que fuera, mientras no revelara su condición de fan incondicional de Julian.

—Ya te había visto tocar —anunció, antes de taparse la boca con la mano, asombrada por lo que acababa de decir.

Él la miró.

—¿Ah, sí? ¿Dónde?

—Todos los martes por la noche, en el Nick's.

Cualquier probabilidad de no parecer una loca acosadora se esfumó al instante.

—¿De verdad?

Julian pareció desconcertado, pero complacido.

Ella asintió.

—¿Por qué?

Por un momento, Brooke pensó en contarle una mentira y decirle que su mejor amiga vivía al lado, o que iba todas las semanas con un grupo de amigos a aprovechar la
happy hour
, pero por alguna razón que ni ella misma pudo comprender, fue completamente sincera.

—Yo estaba en el Rue B aquella noche en que el cuarteto de jazz canceló la actuación y tú improvisaste al piano. Me pareciste… Tu actuación me pareció increíble, así que le pregunté a la chica de la barra cómo te llamabas y averigüé que actuabas todas las semanas en un bar. Ahora intento ir siempre que puedo.

Se obligó a levantar la vista, convencida de que él la estaría mirando con horror e incluso con miedo; pero la expresión de Julian no le reveló nada, y su silencio la impulsó a continuar hablando más aún.

—Por eso me ha parecido tan raro cuando Trent me ha traído aquí esta noche… Una coincidencia tan extraña…

Dejó que sus palabras murieran en un incómodo silencio y de inmediato lamentó lo que acababa de revelar.

Cuando reunió valor para volver a mirar a Julian a los ojos, él estaba meneando la cabeza.

—Debes de estar asustado —dijo ella, con una risita nerviosa—. Prometo no presentarme nunca en tu casa, ni en tu lugar de trabajo. Pero no vayas a creer que sé dónde vives, ni dónde trabajas, ¿eh? Ni siquiera sé si tienes un trabajo de verdad… quiero decir… Ya sé que la música es tu verdadero trabajo, lógicamente… pero…

La mano de Julian volvió a apoyarse en su antebrazo, mientras él la miraba a los ojos.

—Te veo todas las semanas —dijo.

—¿Eh?

Él asintió y volvió a sonreír, esta vez meneando un poco la cabeza como si le pareciera increíble admitirlo en voz alta.

—Sí. Siempre te sientas en el rincón del fondo, al lado de la mesa de billar, y siempre vas sola. La semana pasada llevabas un vestido azul, con unas florecitas blancas o algo parecido en la parte de abajo, y estabas leyendo una revista, pero la cerraste cuando salí a actuar.

Brooke recordó el vestidito sin mangas que le había regalado su madre para que llevara al almuerzo de su graduación. Apenas cuatro meses antes le había parecido el colmo del estilo; pero ahora, cuando se lo ponía en la ciudad, le parecía aniñado y poco sofisticado. Era cierto que el azul hacía destacar aún más su melena pelirroja, y eso era bueno, pero no les hacía ningún favor a sus caderas ni a sus piernas. Estaba tan absorta tratando de recordar qué aspecto tendría aquella noche, que no se dio cuenta de que Trent había vuelto a la mesa hasta que le puso delante un botellín de Bud Light.

—¿Me he perdido algo? —preguntó él, acomodándose en la silla—. ¡Cuánta gente hay esta noche! ¡Tú sí que sabes llenar locales, Julian!

Julian chocó su vaso con la botella de Trent y dio un largo sorbo.

—Gracias, viejo. Volveré con vosotros después de la actuación.

Saludó a Brooke con una inclinación de la cabeza y con lo que ella habría jurado que era (y rezado por que fuera) una mirada de complicidad, y después se dirigió al escenario.

En ese momento, Brooke no sabía que Julian iba a pedirle permiso a Trent para llamarla, ni que su primera conversación telefónica iba a hacerla sentir como si volara, ni que su primera cita sería una noche decisiva en su vida. No habría podido predecir que acabarían juntos en la cama menos de tres semanas después, tras una sucesión de encuentros maratonianos que no hubiese querido que terminaran nunca; ni que pasarían dos años ahorrando para atravesar el país en coche de una costa a otra; ni que él le propondría matrimonio mientras escuchaban música en vivo en un bar de mala muerte del West Village, con una sencilla alianza de oro que había pagado totalmente de su bolsillo; ni que la boda sería en la fabulosa casa de la playa de los padres de Julian en los Hamptons, porque después de todo, ¿qué pretendían demostrar negándose a casarse en un sitio como ése? Lo único que sabía con seguridad en ese momento era que ansiaba desesperadamente volver a verlo, que acudiría al Nick's dos noches después aunque diluviara o hubiera una inundación, y que por mucho que lo intentara, no podía dejar de sonreír.

Capítulo 2

Si uno lo pasa mal, que lo pasen mal todos

Brooke salió al pasillo de la sección de obstetricia del Centro Médico Langone de la Universidad de Nueva York y corrió la cortina. Había visto a ocho pacientes y todavía le quedaban tres. Repasó las fichas restantes: una adolescente que esperaba un bebé, una embarazada con diabetes gestacional y una primeriza que se esforzaba por amamantar a sus gemelos recién nacidos. Miró la hora y calculó: si todo iba bien, como esperaba, quizá podría salir a una hora decente.

—¿Señora Alter? —sonó la voz de su paciente, detrás de la cortina.

Brooke volvió a entrar.

—¿Sí, Alisha?

Se ajustó la bata blanca sobre el pecho, preguntándose cómo haría esa chica para no temblar de frío, vestida únicamente con la bata fina como el papel que le habían dado en el hospital.

Alisha se retorció las manos, con la mirada fija en la sábana que le cubría las piernas.

—Eso que me ha dicho de que las vitaminas prenatales son muy importantes… ¿Le harán bien, aunque que no las haya tomado desde el principio?

Brooke asintió.

—Ya sé que no es fácil ver el lado bueno de una gripe fuerte —dijo, mientras se acercaba a la cama de la joven—, pero al menos te ha hecho venir aquí y nos ha dado la oportunidad de recetarte las vitaminas y de preparar un plan para el resto del embarazo.

—Sí, por eso mismo quería preguntarle… ¿No tendría…? ¿No habría por aquí alguna muestra gratis que pueda darme?

La paciente rehuía su mirada.

—No creo que haya ningún problema —replicó Brooke con una sonrisa, pero irritada consigo misma por haber olvidado preguntarle si podía pagarse las vitaminas—. Vamos a ver… Te quedan dieciséis semanas… Te dejaré todas las dosis que necesitas en el módulo de enfermería, ¿de acuerdo?

Alisha pareció aliviada.

—Gracias —dijo en voz baja.

Brooke le apretó cariñosamente un brazo y salió otra vez al otro lado de la cortina. Después de conseguir las vitaminas para Alisha, se dirigió casi corriendo a la deprimente sala de descanso de las dietistas: un cubículo sin ventanas en el quinto piso, con una mesa y cuatro sillas de formica, un minifrigorífico y una pared cubierta de taquillas. Si se daba prisa, podía tragar rápidamente un bocado y un café, y llegar a tiempo para la cita siguiente. Aliviada al ver que la sala estaba vacía y el café listo, sacó de su taquilla un recipiente de plástico lleno de rodajas de manzana y empezó a untarlas con mantequilla de cacahuete natural, que llevaba en sobrecitos de viaje. En el momento exacto en que tuvo la boca llena, sonó su teléfono móvil.

—¿Va todo bien? —preguntó sin saludar. Le costaba hablar con la boca llena.

Su madre tardó en contestar.

—Claro que sí, corazón. ¿Por qué no iba a ir bien?

—Mira, mamá, aquí hay mucho trabajo, y ya sabes que no me gusta hablar por teléfono cuando estoy trabajando.

Un aviso por el altavoz de la megafonía ahogó la segunda parte de su frase.

—¿Qué ha sido eso? No te he oído bien.

Brooke suspiró.

—Nada, olvídalo. ¿Qué pasa?

Se imaginó a su madre con sus sempiternos pantalones de explorador y sus Naturalizer sin tacones, el mismo estilo que había llevado toda la vida, yendo y viniendo por la cocina larga y estrecha de su piso de Filadelfia. Aunque llenaba sus días con una sucesión interminable de clubes de lectura, clubes de teatro y obras de voluntariado, parecía que aún le quedaba mucho tiempo libre y que dedicaba la mayor parte a llamar a sus hijos para preguntarles por qué no la llamaban. Aunque era fantástico que pudiera disfrutar de su jubilación, se había entrometido mucho menos en la vida de Brooke cuando tenía clases que impartir todos los días, de tres a siete.

—Espera un minuto… —La voz de su madre se alejó y por un momento fue sustituida por la de Oprah, hasta que también el televisor calló abruptamente—. Ya está.

—¡Vaya! ¡Has apagado a Oprah! Debe de ser importante.

—Está entrevistando otra vez a Jennifer Aniston. No soporto sus entrevistas: ha superado lo de Brad, está encantada de tener cuarenta y muchos años, y nunca se ha sentido mejor. ¡Ya lo sabemos! ¿Por qué tenemos que seguir hablando al respecto?

Brooke se echó a reír.

—Oye, mamá, ¿te parece que te llame esta noche? Sólo me quedan quince minutos de descanso.

—Claro que sí, cielito. Cuando me llames, recuérdame que te cuente lo de tu hermano.

—¿Qué le pasa a Randy?

—Nada malo. Por fin algo bueno. Pero ya veo que estás ocupada, así que ya hablaremos más tarde.

—Mamá…

—Ha sido una imprudencia por mi parte llamarte en medio de tu descanso. Ni siquiera había…

Brooke suspiró profundamente y sonrió para sus adentros.

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