La torre de la golondrina (45 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La torre de la golondrina
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El Lobo devora al sol. La luna enrojece. No hay más que frío y oscuridad. Odio, venganza y sangre...

¿De qué lado vas a estar, Yennefer? ¿Estarás en el borde oriental o en el occidental de Bifrost? ¿Estarás con Hemdall o contra él?

Canta el gallo Kambi.

Decide, Yennefer. Escoge. Porque precisamente por ello se te devolvió una vez la vida, para que en el momento adecuado pudieras realizar tu elección.

¿Luz u oscuridad?

—¿Bien y Mal, Luz y Oscuridad, Orden y Caos? ¡Eso son sólo símbolos, en la realidad no existe tal polaridad! La Luz y la Oscuridad están en cada uno de nosotros, un poco de esto y un poco de aquello. Esta conversación no tiene sentido. No lo tiene. No me embarcaré en el misticismo. Para ti y para Sigrdrifa el Lobo devora al sol. Para mí no es más que un eclipse. Y que así se quede.

¿Se quede? ¿Qué?

Ella sintió cómo la tierra le huía de bajo los pies, cómo alguna fuerza monstruosa retorcía sus manos, quebraba las articulaciones de los hombros y los codos, tensaba su columna vertebral como en la tortura del
strappado.
Gritó de dolor, se agitó, abrió los ojos. No, no era un sueño. No podía ser un sueño. Estaba en un árbol, colgaba estirada en las ramas de un gigantesco fresno. Sobre ella, muy alto, volaba en círculos un halcón, bajo ella, abajo, en las oscuridad, escuchó el silbido de una serpiente, el susurro de las escamas rozando entre sí.

Algo se movió a su lado. Por sobre su tenso y dolorido brazo correteó una ardilla.

—¿Estás lista? —preguntó la ardilla—. ¿Estás lista para el sacrificio? ¿Qué estás dispuesta a sacrificar?

—¡No tengo nada! —El dolor la cegaba y paralizada—. ¡E incluso aunque lo tuviera no veo el sentido de un sacrificio así! ¡Yo no quiero sufrir por millones! ¡Yo ni siquiera quiero sufrir! ¡Por nada y por nadie!

—Nadie quiere sufrir. Y sin embargo esto es algo que todos experimentan. Y algunos sufren más. No necesariamente por propia elección. Lo importante no es si se padece dolor. Lo importante es cómo se padece.

¡María! ¡María!

¡Quita de mi vista a esta monstrua jorobada! ¡No quiero ni mirarla!

Es tan hija tuya como mía.

¿De verdad? Los niños que yo he engendrado son normales.

Cómo te atreves... Como te atreves a sugerir...

En tu familia era en la que había elfos hechiceros. Tú fuiste la que abortaste la primera vez. Es por eso. Tienes la sangre y el vientre contaminados de elfo. Por eso das a luz monstruos.

Es una pobre niña desgraciada... ¡Fue la voluntad de los dioses! ¡Es tu hija igual que mía! ¿Qué iba a hacer? ¿Ahogarla? ¿No atarle el ombligo? ¿Qué tengo que hacer ahora? ¿Llevarla al bosque y dejarla allí? ¿Qué es lo que quieres de mí, por los dioses?

¡Papá! ¡Mamá!

Largo de aquí, bicho raro.

¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves apegar así a la niña? ¡Quieto! ¿Adónde vas? ¿ Dónde? A su casa, ¿verdad? ¿A casa de ella?

Pues claro, mujer. Soy un hombre, me es lícito sofocar mi deseo donde quiera y cuando quiera, es mi derecho natural. Y tú me das asco. Tú y esa fruta de tu vientre podrido. No me esperes con la cena. No volveré a dormir.

Mamá...

¿Por qué lloras?

¿Por qué me pegas y me desprecias? Pero si he sido buena...

¡Mamá! ¡Mamá!

—¿Eres capaz de perdonar?

—Hace ya mucho que perdoné.

—Saciada por la primera venganza.

—Sí.

—¿Lo lamentas?

—No.

Dolor, un terrible dolor que le atravesaba las manos y los dedos.

—¡Sí, soy culpable! ¿Es lo que querías escuchar? ¿Confesión y arrepentimiento? ¿Querías escuchar cómo Yennefer de Vengerberg se arrepiente y se humilla? No, no te doy esa satisfacción. Reconozco mi culpa y espero castigo. ¡Pero no esperes que me vas a escuchar arrepentirme!

El dolor alcanza las fronteras de lo que el ser humano es capaz de soportar.

—Me recuerdas a los traicionados, engañados, utilizados, me recuerdas a quienes murieron por mi mano, por mi propia mano... ¿El que alzara alguna vez la mano contra mí misma? ¡Se ve que tendría algún motivo! ¡Y no lamento nada! Aunque pudiera hacer retroceder el tiempo... No lamento nada.

El halcón se posó sobre su hombro.

La Torre de la Golondrina. La Torre de la Golondrina. Apresúrate a la Torre de la Golondrina.

Hija mía.

Canta el gallo Kambi.

Ciri en una yegua mora, con los cabellos grises agitados por el viento en su galope. De su rostro fluye y salpica la sangre, brillante, de rojo vivo. La yegua mora vuela como un pájaro, se desliza ligera hacia la agitación de un torbellino. Ciri se agarra a la silla, pero no cae...

Ciri en medio de la noche, en un desierto de roca y arena, con la mano alzada, de su mano surge una bola luminosa... Un unicornio arañando en la grava con su casco... Muchos unicornios... Fuego... Fuego...

Geralt en un puente. En una lucha. En el fuego. Las llamas se reflejan en la hoja de su espada.

Fringilla Vigo, sus ojos verdes muy abiertos de placer, su oscura cabe-cita de pelo corto sobre un libro abierto, sobre el frontispicio... se ve un fragmento del título:
Notas sobre lo inevitable de la muerte...

En los ojos de Fringilla se reflejan los ojos de Geralt.

Un abismo. Humo. Escaleras que conducen abajo. Escaleras que hay que bajar. Algo se termina. Llega el Tedd Deireádh, el Tiempo del Fin...

Oscuridad. Humedad. El terrible frío de las paredes de piedra. El frío del hierro en las articulaciones de las muñecas, en los huesos de los tobillos. Dolor palpitante en las manos destrozadas, punzante en los acribillados dedos...

Ciri la lleva de la mano. Un largo y oscuro pasillo, columnas de piedra, puede que estatuas... Tinieblas. En ellas susurros, bajitos como el ruido del viento.

Puertas. Una serie infinita de puertas de gigantescas y pesadas hojas se abren ante ella sin ruido. Y al final, en unas tinieblas impenetrables, unas que no se abren solas. Unas que está prohibido abrir.

Si tienes miedo, vuelve.

Está prohibido abrir estas puertas. Tú lo sabes.

Lo sé.

Y sin embargo me conduces allí.

Si tienes miedo, vuelve. Todavía estás a tiempo de volver. Todavía no es demasiado tarde.

¿Y tú?

Para mí si lo es.

Canta el gallo Kambi.

Ha llegado el Tedd Deireádh.

Aurora borealis.

El amanecer.

—Yennefer. Despiértate.

Alzó la cabeza. Miró las manos. Tenía las dos. Enteras.

—¿Sigrdrifa? Me he dormido...

—Ven.

—¿Adonde? —susurró—. ¿Adonde esta vez?

—¿Cómo? No te entiendo. Ven. Tienes que ver esto. Ha pasado algo... Algo extraño. Ninguna de nosotras sabe cómo explicarlo. Y yo me lo imagino. La gracia... Sobre ti ha caído la gracia divina, Yennefer.

—¿De qué se trata, Sigrdrifa?

—Mira.

Miró. Y lanzó un ruidoso suspiro.

Brisingamen, la joya sagrada de la Modron Freya no colgaba ya del cuello de la diosa. Yacía a sus pies.

—¿Estoy oyendo bien? —se aseguró Crach an Craite—. ¿Te trasladas con todo tu taller de magia a Hindarsfjall? ¿Las sacerdotisas te permiten usar el diamante sagrado? ¿Te permiten usarlo para esa máquina infernal?

—Si.

—Vaya, vaya. Yennefer, ¿acaso te has convertido? ¿Qué es lo que pasó en la isla?

—No importa. Vuelvo al santuario y eso es todo.

—¿Y los medios económicos que pediste? ¿Te serán necesarios?

—La verdad es que sí.

—El senescal Guthlaf realizará cada orden tuya. Pero, Yennefer, emite esas órdenes rápidamente. Apresúrate. He recibido nuevas noticias.

—Maldita sea, lo estaba temiendo. ¿Saben ya dónde estoy?

—No, todavía no lo saben. Me advirtieron sin embargo que podrías aparecer por las Skellige y me ordenaron detenerte de inmediato. Me ordenaron también hacer prisioneros en nuestros ataques y divulgar con ellos informaciones, incluso migajas de información relacionadas contigo. De tu presencia en Nilfgaard o en las provincias. Yennefer, apresúrate. Si te siguieran y atraparan aquí, en las Skellige, me encontraría en una situación ligeramente complicada.

—Haré lo que esté en mi poder. También de forma que no te comprometa. No tengas miedo.

Crach sonrió.

—He dicho que «ligeramente». Yo no les temo. Ni a los reyes ni a los hechiceros. No me pueden hacer nada, porque les soy necesario. Y además, estuve obligado a prestarte ayuda a causa del juramento de vasallaje. Sí, sí, has oído bien. Formalmente sigo siendo vasallo de la corona de Cintra. Y Cirilla tiene derecho formal a esa corona. Al representar a Cirilla, siendo su única tutora, tienes derecho formal a ordenarme, a exigir de mí obediencia y servicio.

—Sofismas casuísticos.

—Por supuesto. —Bufó—. Yo gritaré eso mismo, a grandes voces, si, pese a todo, resulta ser verdad que Emhyr var Emreis obliga a la muchacha a casarse con él. En ese caso, aunque hiciera falta la ayuda de algún picapleitos embrollador, se le quitarían a Ciri todos los derechos al trono y se pondría en él a algún otro, aunque fuera a ese mentecato de Vissegerd. Entonces, sin tardanza, declararé obediencia y juraré vasallaje.

—¿Y si —Yennefer entornó los ojos— pese a todo resultara que Ciri está muerta?

—Ella está viva —dijo Crach con dureza—. Lo sé con toda seguridad.

—¿Cómo?

—No vas a querer dar crédito.

—Ponme a prueba.

—La sangre de las reinas de Cintra —comenzó Crach— está extrañamente enlazada con el mar. Cuando muere alguna mujer de esta sangre, el mar entra en una verdadera locura. Se dice que Ard Skellig llora a las hijas de Riannon. Porque la tormenta es entonces tan fuerte que las olas que provienen del oeste se introducen a través de las rocas y cavernas hasta la parte de oriente y de pronto las rocas dejan brotar torrentes salados. Y toda la isla tiembla. La gente sencilla dice: mira cómo Ard Skellig sozolla. De nuevo ha muerto alguien. Ha muerto la sangre de Riannon. La Vieja Sangre.

Yennefer guardaba silencio.

—No se trata de un cuento de hadas —siguió Crach—. Yo mismo lo he visto, con mis propios ojos. Tres veces. Después de la muerte de Adalia la Adivina, después de la muerte de Calanthe... Y después de la muerte de Pavetta, la madre de Ciri.

—Pavetta —advirtió Yennefer— murió precisamente durante una tormenta, así que es difícil decir que...

—Pavetta —le interrumpió Crach, todavía pensativo— no murió durante la tormenta. La tormenta comenzó tras su muerte, el mar como de costumbre reaccionó a la muerte de alguien de sangre cintriana. Investigué el asunto el suficiente tiempo. Y estoy seguro de ello.

—Es decir, ¿de qué?

—El barco en el que navegaban Pavetta y Duny se hundió en el famoso Abismo de Sedna. No es el primer barco que se pierde allí. Seguro que lo sabes.

—Cuentos. Los barcos son afectados por alguna catástrofe, es una cosa muy natural...

—En las Skellige —le interrumpió él con bastante brusquedad— sabemos suficiente acerca de barcos y navegación como para saber diferenciar las catástrofes naturales de las innaturales. En el Abismo de Sedna los barcos desaparecen de forma innatural. Y no por casualidad. Lo mismo se refiere al barco en el que navegaban Pavetta y Duny.

—No voy a polemizar. —La hechicera suspiró—. Al fin y al cabo, ¿qué sentido tiene? ¿Al cabo de casi quince años?

—Para ella lo tiene. —El yarl apretó los labios—. Yo sacaré a la luz este asunto. Sólo es cuestión de tiempo. Sabré... Encontraré una aclaración para todos los enigmas. También al de la época de la matanza de Cintra...

—¿Y cuál es ahora este enigma?

—Cuando los nilfgaardianos entraron en Cintra —murmuró, mirando por la ventana—, Calanthe ordenó sacar en secreto a Ciri de la ciudad. Lo que pasaba es que la ciudad estaba ya ardiendo, los Negros estaban por todos lados, las posibilidades de escapar del cerco eran mínimas. Le desaconsejaron a la reina aquella empresa tan arriesgada, se le sugirió que Ciri capitulara formalmente ante los atamanes de Nilfgaard, que de esa manera salvara la vida y la razón de estado cintriana. En las calles llameantes moriría con toda seguridad y totalmente sin sentido a manos de la soldadesca. Y la Leona... ¿Sabes lo que respondió, según los testigos presenciales?

—No.

—«Mejor que la sangre de la muchacha corra por los adoquines de Cintra que no que sea mancillada». ¿Mancillada, cómo?

—Por el matrimonio con el emperador Emhyr. Con la inmundicia nilfgaardiana. Yarl, ya es tarde. Mañana comienzo al alba... Te tendré informado de todos los adelantos.

—Cuento con ello. Buenas noches, Yenna... Humm...

—¿Qué, Crach?

—¿No tendrías, humrn, ganas...?

—No, yarl. Lo pasado, pasado está. Buenas noches.

—Vaya, vaya. —Crach an Craite miró a la recién llegada, inclinando la cabeza—. Triss Merigold en carne y hueso. Vaya un vestido más bonito. Y la piel... ¿Es chinchilla, verdad? Te preguntaría qué es lo que te trae aquí, a las Skellige... si no supiera lo que te trae. Pero lo sé.

—Maravilloso. —Triss sonrió arrebatadoramente, arregló sus hermosos cabellos castaños—. Es maravilloso que ya lo sepas, yarl. Eso nos ahorrará la introducción y las aclaraciones introductorias, nos permite pasar directamente al grano.

—¿A qué grano? —Crach cruzó los brazos sobre el pecho y midió a la hechicera con una fría mirada—. ¿Qué es lo que tendríamos que preceder con introducciones, cuáles serían esas aclaraciones? ¿A quién represen-tas, Triss? ¿En nombre de quién has venido aquí? El rey Foltest, al que servías, te agradeció tus servicios con el destierro. Aunque no eras culpable de nada, te echó de Temería. Por lo que he oído, te ha acogido bajo su ala Filippa Eilhart, quien hoy día, junto con Dijkstra, gobierna de hecho en Redania. Como veo, correspondes al asilo como mejor puedes. Ni siquiera vacuas en aceptar el papel de agente secreto para perseguir a tu antigua amiga.

—Me insultas, yarl.

—Pido perdón con humildad. Si me he equivocado. ¿Me he equivocado?

Guardaron silencio durante largo rato, midiéndose con una mirada desconfiada. Por fin Triss se enfadó, blasfemó, dio taconazos.

—¡Ah, al diablo! ¡Dejemos de pincharnos el uno al otro! ¿Qué importancia tiene a quién se sirve, quién está con quién, a quién se le da crédito y con qué motivos? Yennefer está muerta. Todavía no se sabe dónde y en qué manos está Ciri... ¿Qué sentido tiene jugar a secretismos? No he venido hasta aquí como espía, Crach. Vine aquí por propia iniciativa, como persona privada. Movida por mi preocupación por Ciri.

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