Read La tierra moribunda Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

La tierra moribunda (22 page)

BOOK: La tierra moribunda
5.77Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Abrió más la puerta; Shierl aferró su brazo.

—Es el museo —dijo Guyal con tono arrebatado—. Aquí no hay peligro… Cualquiera que mora en medio de una belleza de este tipo no puede ser otra cosa más que benéfico… —Abrió la puerta de par en par.

La luz surgía de una fuente desconocida, del mismo aire, como si fluyera de los propios átomos; cada aliento era luminoso, la estancia flotaba llena de un resplandor vigorizante. Una gran alfombra tapizaba el suelo, una monstruosa pieza tejida de oro, marrón, bronce, dos tonos de verde, rojo oscuro y azul esmalte. Hermosas obras de la industria humana se alineaban en las paredes. En gloriosa disposición colgaban paneles de madera noble: tallada, taraceada, esmaltada; escenas de viejos tiempos pintadas en fibras tejidas; fórmulas de color, diseñadas para transmitir emociones más que realidad. A un lado colgaban placas de madera incrustada con trozos de esteatita, malaquita y jade formando dibujos rectangulares, enormemente variados y sutiles, con diminutas motas de cinabrio, rodocrosita y coral para darles calor. Al lado había una sección formada por discos de un verde luminoso, parpadeantes y fluorescentes con variantes películas azules y puntos en movimiento escarlatas y negros. Había representaciones de trescientas maravillosas flores, testimonio de una era olvidada, que ya no existían en la moribunda Tierra; eran como otros tantos esquemas estelares, rígidamente convencionalizados en forma, pero cada uno de ellos con una sutil distinción. Todo eso y una multitud de otras creaciones, seleccionadas entre lo mejor del fervor humano.

La puerta resonó suavemente tras ellos al cerrarse; mirando, con cada centímetro de su piel convertido en un hormigueo, la pareja de los tiempos finales de la Tierra avanzó por la estancia.

—El Conservador tiene que estar en algún lugar cera —susurró Guyal—. Hay una sensación de atento cuidado y de gran esfuerzo en esta galería.

—Mira.

En el lado opuesto había dos puertas, que daban la sensación de mucho uso. Guyal avanzó rápidamente, cruzando la estancia, pero fue incapaz de descubrir la forma de abrir la puerta, puesto que no tenía cerrojo, ni cerradura, ni manija, ni barra ni ningún otro medio de cogerla. Golpeó con los nudillos y aguardó; no hubo ningún sonido como respuesta.

Shierl tiró de su brazo.

—Ésas son regiones privadas. Es mejor no aventurarnos demasiado bruscamente.

Guyal se dio la vuelta y prosiguieron recorriendo la galería. Caminaron junto a la auténtica expresión de los más brillantes sueños del hombre, hasta que la concentración de tanto fuego y espíritu y creatividad los inundó de maravilla.

—Qué grandes mentes yacen en el polvo —dijo Guyal en voz muy baja—. Qué espléndidas almas se han desvanecido con las eras enterradas; qué maravillosas criaturas se han perdido más allá del más remoto de los recuerdos… Nunca más habrá nada parecido; ahora, en los últimos y aleteantes momentos, la humanidad supura como un fruto podrido. En vez de dominar y controlar nuestro mundo, nuestras máximas aspiraciones son engañarlo a través de la magia.

—Pero tú, Guyal… —dijo Shierl—, tú eres alguien aparte. No eres como estos…

—Quiero saber —declaró Guyal con fiero énfasis—. En toda mi juventud este anhelo me ha dirigido, y he viajado desde mi antigua casa de Sfere para saber del Conservador… Me siento insatisfecho con los logros automáticos de los magos, que basan toda su ciencia en la rutina.

Shierl le miró con expresión maravillada, y el alma de Guyal palpitó con amor. Ella lo notó estremecerse y susurró precipitadamente:

—Guyal de Sfere, soy tuya, me derrito por ti…

—Entonces venceremos para la paz —dijo Guyal—, y nuestro mundo será un mundo de alegría…

La estancia giró un esquina, se hizo más amplia. Y ahora el rítmico sonido que habían captado en la oscura estancia exterior volvió, más fuerte, más sugerente de cosas desagradables… Parecía penetrar en la galería a través de una arcada que se abría en el lado opuesto.

Guyal avanzó suavemente hacia aquella puerta, con Shierl a sus talones, y así atisbaron en la siguiente estancia.

Un gran rostro miraba desde la pared, un rostro más alto que Guyal, tan alto como Guyal podía alcanzar con las manos extendidas hacia arriba. La barbilla descansaba en el suelo, el cuero cabelludo se fundía con el panel.

Guyal lo observó, tomado por sorpresa. Entre aquel cúmulo de hermosos objetos el grotesco rostro tenía la disparidad y la disonancia que sólo un lunático podía haber creado. El rostro era feo y vil, de una estúpida obscenidad que retorcía las tripas. La piel resplandecía con el brillo mate del metal de una pistola, los ojos se hundían opacos entre los pliegues de un tejido verdoso. La nariz era una pequeña protuberancia, la boca una gruesa hendidura pulposa.

Guyal se volvió a Shierl, repentinamente inseguro.

—¿No parece éste un extraño trabajo para ser honrado aquí en el Museo del Hombre?

Shierl estaba mirando con ojos desorbitados y agónicos. Su boca se abrió, se estremeció; un hilillo de saliva resbaló hasta su mentón. Agitando las manos, temblando, aferró su brazo, retrocedió tambaleante hacia la galería.

—Guyal —exclamó—, ¡Guyal, vámonos! —Su voz se hizo estridente—. ¡Vámonos, vámonos! La miró sorprendido.

—¿Qué estás diciendo?

—Esa horrible cosa de ahí dentro…

—No es más que el esfuerzo enfermizo de un antiguo artista.

—Está viva.

—¡Es imposible!

—¡Está viva! —balbuceó—. Me miró, luego giró los ojos y te miró a ti. Y se movió…, y entonces yo te empujé fuera…

Guyal se desprendió de su mano; profundamente incrédulo, miró a través del umbral.

—Ahhh… —jadeó.

El rostro había cambiado. El torpor se había evaporado; sus ojos ya no eran opacos. La boca se contrajo; una gran lengua roja asomó. Y de aquella lengua partió como un zarcillo lleno de mucosidades. Terminaba en una aferrante mano, que intentó agarrar el tobillo de Guyal. Éste saltó a un lado; la mano falló su presa, el zarcillo se crispó.

Guyal, en un extremo, con las entrañas retorcidas de puro terror, saltó de vuelta a la galería. La mano alcanzó a Shierl, aferró su tobillo. Los ojos brillaron; y ahora la flaccida lengua hinchó otro zarcillo, hizo brotar otro miembro… Shierl vaciló, cayó inerte, los ojos fijos, espuma en sus labios. Guyal, gritando con una voz para él inaudible, gritando aguda y alocadamente, corrió hacia delante, tajando con su daga. Cortó a la altura de la gris muñeca, pero su cuchillo rebotó como si el propio acero estuviera horrorizado. Con la garganta entre los dientes, aferró el zarcillo; con un terrible esfuerzo, lo rompió contra su rodilla.

El rostro se contorsionó, el zarcillo se retiró con brusquedad. Guyal saltó hacia delante, arrastró a Shierl a la galería, la alzó, la cargó, la llevó fuera del alcance de la cosa.

Volvió junto al portal, y miró con odio y miedo. La boca se había cerrado; rezumaba decepción y frustrada ansia. Y entonces Guyal vio algo extraño: de las desagradablemente húmedas fosas nasales brotaba una especie de remolino blanco que giraba, se estremecía, formaba una cosa alta envuelta en ropas blancas… Lloriqueando y maullando su desagrado hacia la luz, avanzó vaporosamente hacia la galería, moviéndose con pequeñas y curiosas pausas y vacilaciones.

Guyal permaneció inmóvil. El miedo había excedido su poder; un miedo que ya no tenía significado. El cerebro puede reaccionar solamente al máximo de su intensidad; ¿cómo podía aquella cosa hacerle daño ahora? Podía aplastarla con las manos, reducirla a suspirante niebla.

—¡Espera, espera, espera! —llegó una nueva voz—. Espera, espera, espera. Mis conjuros y señales, un mal día para Thorsingol… Pero entonces fuera, fuera, fuera al orificio, atrás y fuera, ¡fuera, digo! Ve, o de otro modo soltaré los actínicos; el entrar sin permiso está prohibido por orden suprema del lycurgat; sí, el lycurgat de Thorsingol. Así que fuera.

El fantasma se estremeció, hizo una pausa, mirando con siniestra pasividad al viejo que había entrado cojeando en la galería.

Retrocedió lentamente hacia el roncante rostro, y fue sorbido por sí mismo al interior de sus fosas nasales.

El rostro gruñó algo por detrás de los labios, luego abrió la gran hendidura gris y eructó una blanca y fiera lengua que era como una llama pero no una llama. Rozó y lamió al viejo, que no se movió ni un centímetro. De una especie de varilla fijada a la parte superior del marco de la puerta brotó un girante disco de chispas doradas. Cortó y desmembró la blanca sábana, la destruyó hasta la misma boca del rostro, de la que brotó ahora una negra barra. La barra penetró en el girante disco y absorbió las chispas. Hubo un instante de absoluto silencio. Luego el viejo croó:

—Ah, maligno incidente, intentas interrumpir mi trabajo. Pero no, no hay validez en tu finalidad; mi lista vara mantiene tu innatural brujería a raya; estás vencido; ¿por qué no renuncias y te retiras a Jeldred?

El rumor tras los anchos labios prosiguió. La boca se abrió enormemente: apareció una inmensa y depravada caverna. Los ojos brillaron con emociones titánicas. La boca gimió, una rugiente oleada de violencia, un sonido que azotaba la cabeza y estremecía como una uña clavada en la mente.

La varilla sobre la puerta lanzó un chorro de bruma plateada. El sonido se dobló y se centralizó y fue absorbido por la metálica niebla; fue capturado y consumido; desapareció como si nunca hubiera sido oído. La bruma se concentró, se alargó formando una flecha, partió a enorme velocidad contra la nariz del rostro, se hundió en la pulpa. Hubo un terrible sonido, una explosión; el rostro se contrajo de dolor, y la nariz fue un estallado cúmulo de desgarrados plasmas grises. Se estremecieron como los brazos de una estrella de mar y se unieron de nuevo, y ahora la nariz era puntiaguda como un cono.

El viejo dijo:

—Hoy eres insidioso, mi demoníaco visitante…, un rasgo perverso. ¿Tienes que molestar al pobre viejo Kerlin de sus deberes? Bien. Eres ingenuo y olvidadizo. Así que adelante. Vara —se volvió y miró hacia la varilla sobre la puerta—, ¿has captado ese sonido? Vomita un castigo adecuado, rocía el odioso rostro con tu infalible réplica.

Un sonido llano, una negra agitación que se enroscaba, azotó el aire y golpeó directamente al rostro. Brotó un cardenal, que se fue hinchando. El rostro suspiró y los ojos se enterraron en sus pliegues de verdoso tejido.

Kerlin el Conservador se echó a reír, un agudo plañido de un solo tono. Se cortó en seco, y la risa se desvaneció como si nunca hubiera empezado. Se volvió a Guyal y Shierl, que permanecían apretados el uno contra el otro en la puerta.

—Bien, bien. Ya ha sonado el gong; las horas de estudio hace mucho que han terminado. ¿Por qué os retrasáis? —Agitó un severo dedo—. El museo no es lugar para travesuras; os lo advierto. Así que salid, volved a Thorsingol; tened más cuidado la próxima vez; alteráis el orden establecido… —Hizo una pausa y lanzó una irritada mirada sobre su hombro—. El día ha sido malo; el Mantenedor de las Llaves nocturno se está retrasando inexcusablemente… Seguro que llevo aguardando una hora al holgazán; el lycurgat deberá ser informado. Me gustaría volver a casa para calentarme un poco y acostarme; están pidiéndole demasiado al viejo Kerlin, reteniéndole aquí por culpa del inexcusable retraso del guardián de noche… Y, además, la intrusión de vosotros dos, rezagados; ahora iros, salid; ¡fuera al crepúsculo! —Y avanzó, haciendo claros gestos de despedida con sus manos.

—Mi lord Conservador —dijo Guyal—, necesito hablar contigo.

El viejo se detuvo, miró.

—¿Eh? ¿Qué ocurre ahora? ¿Después de un largo día de esfuerzos? No, no, ya no es hora; hay que observar las reglas. Espera a mi audiario en el cuarto circuito mañana por la mañana; entonces oiré lo que tengas que decirme. Ahora iros, iros.

Guyal retrocedió, confuso. Shierl cayó de rodillas.

—Sir Conservador, te suplicamos tu ayuda; no tenemos ningún lugar donde ir.

Kerlin el Conservador les miró inexpresivamente.

—¡Ningún lugar donde ir! ¡Qué tonterías estáis diciendo! Id a vuestra casa, o al pub-escentario, o al templo, o a la posada de Fuera. Vamos, Thorsingol está lleno de alojamientos; el Museo no es una taberna de paso.

—Mi señor —exclamó Guyal desesperadamente—, ¿quieres oírme? Se trata de una emergencia.

—Habla, entonces.

—Alguna malignidad ha embrujado tu cerebro. ¿Puedes creer eso?

—Oh, ¿de veras? —rumió el Conservador.

—No existe Thorsingol. No hay más que una oscura llanura desierta. Tu ciudad hace eones que desapareció. El Conservador sonrió con benevolencia.

—Oh, triste… Un triste caso. Así que eso es lo que les ocurre a vuestras jóvenes mentes. El frenético impulso de la vida es el Primer Desequilibrador. —Agitó la cabeza—. Mi deber es claro. Cansados huesos, tendréis que aguardar un poco vuestro bien merecido descanso. Cansancio… Olvídalo. El deber y la simple humanidad me llaman; hay una locura que debe ser contrarrestada y curada. Y de todos modos el Mantenedor de las Llaves nocturno no está aquí para relevarme de mi tedio. —Hizo una inclinación de cabeza—. Seguidme.

Vacilantes, Guyal y Shierl le siguieron. Abrió una de sus puertas, cruzó el umbral murmurando y protestando sus dudas y sospechas. Guyal y Shierl cruzaron detrás.

La habitación era cúbica, con un suelo de una materia negra y opaca y paredes con miríadas de protuberancias doradas por todas partes. Un gran sillón con un cabezal en forma de capucha ocupaba el centro de la habitación, y a su lado se alzaba un atril hasta la altura del pecho, con una serie de interruptores y ruedecillas dentadas.

—Ésta es la Silla del Conocimiento del Conservador —explicó Kerlin—. Gracias a ella puedo, tras los ajustes adecuados, imponer el Esquema de Claridad Hinome-neural. Así…, pido la correcta disposición somatocon-juntiva… —manipuló los mandos— …y ahora, si permanecéis quietos, repararé vuestra alucinación. Esto es algo que está más allá de mis deberes habituales, pero soy humano, y no quiero que se diga de mí que me muestro poco cooperativo.

—Lord Conservador, esta Silla de Claridad, ¿cómo me afectará? —preguntó ansiosamente Guyal. Kerlin el Conservador dijo grandiosamente:

—Las fibras de tu cerebro están retorcidas, enmarañadas, deshilachadas, y así entran en contacto con áreas con las que no deberían contactar. Gracias a la maravillosa habilidad de nuestros modernos cerebrólogos, este cabezal recompondrá tus sinapsis con las lecturas correctas de la biblioteca…, las de la normalidad, ¿entiendes?, y así reparará los daños y te convertirá de nuevo en un hombre completo.

BOOK: La tierra moribunda
5.77Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Submissive Beauty by Eliza Gayle
Under Pressure by Kira Sinclair
Deadweather and Sunrise by Geoff Rodkey
Caged (Talented Saga) by Davis, Sophie
Club Monstrosity by Petersen, Jesse
Book 1 - Active Trust by Callie Alexandra
The Jade Figurine by Bill Pronzini
Gabriel's Horses by Alison Hart