La puta de Babilonia (21 page)

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Authors: Fernando Vallejo

BOOK: La puta de Babilonia
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El Libro de Daniel es un embrollo mayúsculo y no sabemos quiénes lo escribieron o quiénes metieron la mano en él. Varios sin duda pues no es la obra de un solo autor. El capítulo 1 y de los capítulos 8 al 12 fueron escritos en hebreo; del capítulo 2 al 7 fueron escritos en arameo. Las Biblias católicas traen además otros dos capítulos que fueron escritos en griego y que los judíos y los protestantes consideran apócrifos: el 13 que cuenta la historia de Susana y el 14 que cuenta la historia del dragón Bel (más la "Plegaria de Azarías" y el "Canto de los Tres Jóvenes", también en griego, interpolados en el capítulo 3). Para complicar aún más las cosas los idiomas no corresponden exactamente a los temas y los seis primeros capítulos están escritos en tercera persona mientras que los seis siguientes en su mayor parte están en primera persona. Los capítulos 1 a 6 tratan del exilio de los judíos en Babilonia en el siglo VI antes de Cristo y están llenos de inexactitudes históricas y de ideas religiosas que corresponden a la primera mitad del siglo II antes de Cristo. Los capítulos 7 al 12 traen las visiones de Daniel y las relacionan con la persecución de Antíoco pero haciendo creer que ésta fue anunciada cuatro siglos atrás, en tiempos del exilio de los judíos en Babilonia, como si se tratara pues de profecías siendo que era simple historia, según lo sabemos gracias al segundo libro de los Macabeos. El capítulo 9 reinterpreta la profecía equivocada de Jeremías que anunció que la desgracia del pueblo judío terminaría en setenta años, convirtiéndolos arbitrariamente en cuatrocientos noventa, con lo que se vuelve a equivocar pues ésa nunca ha terminado, salvo que demos como su fin la creación del Estado de Israel actual en 1948.

Pero la novedad del Libro de Daniel no está en sus profecías, de las que al fin de cuentas estaban llenos los libros de la Biblia que lo precedieron, sino en lo que tomó a través de los griegos del zoroastrismo persa que sostenía los siguientes conceptos religiosos ajenos al judaísmo: la existencia de ángeles y demonios; la profecía de una gran batalla al término del tiempo en que se enfrentarían los ejércitos del bien y del mal y en la que participarían hombres y ángeles (la cual dará lugar a los escritos apocalípticos judeocristianos); la inmortalidad del alma; y el juicio final con la resurrección de los muertos y los posteriores premios para los buenos y castigos para los malvados. Conceptos estos últimos que están expresados así en el Libro de Daniel: "En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que defiende a los hijos de tu pueblo, porque será un tiempo de calamidades como no lo ha habido y entonces se salvarán todos los que estén inscritos en el Libro. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán, unos para la vida eterna, otros para la vergüenza y el horror eternos" (Daniel: 12: 1,2). He ahí las dos zanahorias de la resurrección y el cielo con que la Puta viene jalando desde hace cerca de dos mil años a su rebaño asnal y el garrote del infierno para los que se nieguen a entrar al redil. Del Libro de Daniel los tomó. Antes del Libro de Daniel, y del segundo Libro de los Macabeos que también habla de la resurrección, los judíos pensaban que con la muerte se terminaba todo. Así en el Libro de Job leemos: "El hombre nacido de mujer vive pocos días llenos de sinsabores. Brota como una flor y se marchita, y pasa como una sombra sin detenerse. El árbol tiene una esperanza pues si lo cortan aún puede retoñar. Mas cuando el hombre muere, ¿adónde va? Pasarán los cielos sin que despierte, nunca saldrá de su sueño" (Job 14:1-12). Con semejante panorama de tinieblas, sin resurrección posible ni cielo, el judaísmo estaba destinado al fracaso, no podía competir con la Puta, que con el par de zanahorias y la amenaza del garrote arrastra a dos mil millones (al cielo y al infierno la Puta les ha agregado los lugares intermedios del limbo y el purgatorio). Lo que quiere el hombre es seguir siendo. Y como el hombre, el perro, el burro y la mesa. Es lo que yo llamaría el empecinamiento ontológico universal: persistir cada quien en su esencia para preservar la existencia.

Pero volviendo a Porfirio, al fechar correctamente el Libro de Daniel en tiempos de Antíoco Epifanes y los Macabeos y no cuatro siglos atrás, cuando el cautiverio de Babilonia, como se creía en su tiempo y se siguió creyendo casi hasta nuestros días, no sólo estaba minado la interpretación cristiana basada en el valor profético de ese libro sino que iniciaba la gran empresa de la desmitificación de la Biblia, a la que se han opuesto el judaísmo y el cristianismo por igual. Con esa simple opinión de Porfirio citada por Jerónimo nace el estudio objetivo de la Biblia que rechaza la tesis irracional de que sus textos fueron inspirados por Dios. Todos los libros de la Biblia hebrea son de autores anónimos. Y muchos de ellos, si no es que todos, fueron modificados una y otra vez por otros autores anónimos en el curso de las generaciones. Ni el Pentateuco lo escribió Moisés, ni las Lamentaciones las escribió Jeremías, ni los Salmos los escribió David, ni el Cantar de los Cantares lo escribió Salomón, ni tampoco los Proverbios, ni tampoco el Libro de la Sabiduría. Los capítulos 40 al 66 del libro atribuido al profeta Isaías, que se cree que vivió en el siglo VIII antes de nuestra era, hoy se piensa que fueron escritos cerca de dos siglos después. El libro de Obadías, que tiene sólo una página, parece ser la combinación de pedazos debidos a dos autores. El resultado de todo esto es un revoltijo de mitos, leyendas, tradiciones orales, cuentos populares, episodios épicos, anales, biografías, cronologías, censos, proverbios, epigramas, poemas, profecías... Mucha estupidez, mucha inmoralidad, mucha infamia, y quitando unos cuantos versículos desolados y pesimistas del Libro de Job y del Eclesiastés muy mala literatura. Los primeros nueve libros, y acaso también varios más, fueron escritos en los siglos VII y VI antes de nuestra era en hebreo, una lengua que estaba viva entonces pero que no mucho después, tras el cautiverio del pueblo judío en Babilonia, se habría de convertir en lengua muerta y habría de ser reemplazada por el arameo en que, por los siglos III y II antes de nuestra era, se escribieron partes de los libros de Esdras y de Daniel. Pero la gran batalla por la desmitificación de la Biblia no se habría de dar en torno al Libro de Daniel sino a la autoría de sus cinco primeros libros conocidos como el Pentateuco, la Tora o la Ley y que desde siempre se atribuían a Moisés: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Sin embargo los cinco libros son obra de autores anónimos de los tiempos del rey Josías y posteriores en seis siglos cuando menos al 1250 antes de nuestra era, en que se pretendía que había vivido Moisés. Incluso los capítulos del Génesis que tratan de la creación del mundo, el diluvio universal y los patriarcas (si no es que todo el libro) son más recientes, escritos durante el exilio de Babilonia o poco después. Ninguno de los cinco libros está en primera persona, en ninguno se dice que Moisés sea su autor, y en el Deuteronomio se cuenta su muerte. Pero la Puta, siguiendo la tradición judía y sin que le fuera nada en ello, se empecinó en que Moisés los había escrito. La fábula se empezó a desmoronar en el siglo XI cuando Isaac ibn Yashush, médico judío de la España musulmana, hizo ver que la lista de reyes edomitas que aparece en el capítulo 36 del Génesis menciona reyes que vivieron mucho después de Moisés, tesis que le valió de sus correligionarios el apodo de "Isaac el calumniador". La tradición había resuelto el problema de la muerte de Moisés diciendo que su sucesor, Josué, escribió el final del Deuteronomio donde está narrada. En el siglo XV Carlstadt, un contemporáneo de Lutero, hizo ver que el estilo del relato de la muerte de Moisés es el mismo del resto del Deuteronomio, así que no se podía sostener que Josué o cualquiera había agregado simplemente unas cuantas frases al final del libro. En el siglo XVII Thomas Hobbes adujo varios hechos y afirmaciones de los cinco libros inconsistentes con la autoría de Moisés. Por ejemplo el texto a veces dice que algo de lo narrado continúa "hasta el día de hoy", pero ésta no es una frase de quien narra una situación contemporánea, sino de alguien que trata de situaciones del pasado que han persistido hasta el momento en que escribe.

Poco después de Hobbes el calvinista francés Isaac de la Peyrère volvió a sostener la tesis de que Moisés no había sido el autor del Pentateuco y entre las varias pruebas que aducía estaba el primer versículo del Deuteronomio: "Éstas son las palabras que les dijo Moisés a los hijos de Israel al otro lado del Jordán en el desierto". Según La Peyrère la expresión "al otro lado del Jordán" se explica porque Moisés está al otro lado del río respecto al escritor, que está en Israel; y es que Moisés, a quien Yavé le prohibió que entrara a la tierra prometida, tan sólo la alcanzó a ver poco antes de morir, desde el monte Pisgah, sin llegar a cruzar el Jordán. Los católicos obligaron a La Peyrère a convertirse al catolicismo y quemaron su libro. Y por esos mismos años en Holanda el filósofo Spinoza fue excomulgado por sus correligionarios judíos (y después condenado por los protestantes y su Tratado teológico político puesto en el Índice de libros prohibidos por los católicos) por insistir en los anteriores argumentos y agregarles otros: al anacronismo de los reyes edomitas le sumó el de varios topónimos posteriores a Moisés; hizo ver la imposibilidad de que éste dijera de sí mismo que era "el hombre más humilde de la tierra"; y sostuvo que la frase del final del Deuteronomio de que "No ha vuelto a surgir en Israel un profeta más grande que Moisés" sólo la pudo escribir alguien que hubiera vivido siglos después de él, durante los cuales hubieran surgido otros profetas con quienes se le pudiera comparar. Con esto no sólo quedaba excluido Moisés como autor del Pentateuco sino también Josué, su inmediato sucesor.

Los cinco libros del Pentateuco más los de Josué, Jueces, Samuel y Reyes fueron escritos en tiempos del rey Josías, en torno al año 622 antes de nuestra era, y no siglos atrás. Es más, Moisés no existió, ni en el año 1250 antes de nuestra era como se pretendía ni nunca; ni existió Josué; ni estuvo el pueblo judío cautivo en Egipto; ni hubo ningún éxodo, ni ninguna conquista de ninguna tierra prometida, ni una monarquía próspera y unificada bajo David y Salomón. La arqueología no da testimonio de nada de esto y se viene a sumar a la historia ya la evidencia interna de los textos bíblicos para desenmascarar estos mitos, obra de unos escribas o sacerdotes de los tiempos de los reyes Ezequías y Josías, leyendas de un pasado idealizado, de una Edad de Oro gloriosa que no existió en la realidad pero que tomó vida en la escritura. David y Salomón no se mencionan siquiera en un solo texto conocido de Egipto o Mesopotamia. Recientemente, en el yacimiento de Tel Dan del norte de Israel, los arqueólogos han encontrado una inscripción en arameo de cerca al año 835 antes de nuestra era (o sea cien años posterior a cuando se piensa que fue el reinado de Salomón), en que se menciona la "casa de David". Del fabuloso templo de Salomón en cambio no han encontrado ni rastro. Y es que Judá en tiempos de ambos reyes, y aun mucho después, era un erial despoblado, aislado, marginal, sin un centro urbano importante ni una estructura de aldeas y pueblos jerarquizados. Críticos radicales de los últimos años han llegado a afirmar que la historicidad del rey David "no es mayor que la del rey Arturo". ¡Qué no dirán entonces de su lejano descendiente Jesús de Nazaret! En todo caso, de haber existido, David y Salomón no estuvieron sujetos a las leyes de Moisés, las de la Tora o Pentateuco, pues éstas son posteriores a ellos en varios siglos.

El Génesis empieza contando la creación del mundo y el hombre y de inmediato la vuelve a contar en un segundo relato que contradice en muchos puntos al primero. En el primer relato el creador es Elohim; en el otro es Yavé. Y en la narración del diluvio universal pasa igual, aparecen los dos mismos dioses o nombres de Dios y también hay dos relatos, aunque no sucesivos sino entrelazados. La hipótesis de los especialistas bíblicos de las últimas décadas para explicar esta anomalía de que un mismo relato se dé en dos versiones es que un compilador posterior al exilio de Babilonia (que tuvo lugar del 587 al 538 antes de nuestra era) mezcló dos tradiciones en un solo revoltijo. Pero ésa es tan sólo una suposición. Tratándose de la Biblia hebrea lo único seguro es que nunca sabremos nada seguro. A falta de hechos ciertos, hoy el deporte de los especialistas bíblicos es inventar conjeturas que nunca podrá probar nadie. Y lo dicho para la Biblia hebrea vale para el Nuevo Testamento. ¿Por qué Yavé, Elohim, el Padre, Alá o como quieran llamar al Monstruo barbudo y feo que dicta libros permite tanta confusión tratándose de su palabra? Es que los designios del Altísimo son inescrutables, dice la Puta. Y en diciéndolo tiende la mano para que le den limosna.

En Judea y en tiempos de los reyes Ezequías (727-698 antes de Cristo) y Josías (639-609) la mafia sacerdotal y carnívora de los levitas emprendió una profunda reforma religiosa a la que se debe el Pentateuco con sus leyes y los seis siguientes libros de la Biblia cuando menos, y cuyo propósito esencial era centralizar todos los mataderos de Judá en uno solo, el templo de Jerusalén, de suerte que los esbirros de Yavé tuvieran el monopolio de la carne con el pretexto de que era para los sacrificios en el altar del creador del mundo. De cuantos libros ha escrito la humanidad en arcilla, en papiro, en pergamino, en papel, con ideogramas, jeroglíficos, caracteres cuneiformes o letras de alfabeto, el tercero y cuarto de la Biblia, el Levítico y Números, son los más viles. En ellos Yavé el Monstruo le exige a su pueblo de carnívoros sacrificios de animales. Ya en el Génesis leemos: ''Y vio Yavé que la maldad del hombre era grande en la tierra y que todos sus pensamientos tendían siempre al mal. Se arrepintió entonces de haberlo creado y se afligió su corazón. Entonces dijo: 'Borraré de la faz de la tierra a los hombres y a los animales, pues me arrepiento de haberlos creado'" (Génesis 6:5-7). ¿Y por qué también a los animales? ¿Qué culpa tenían ellos de la maldad del hombre? ¿Por qué tenían que pagar ellos por él? Después de lo cual manda el diluvio. Y en Josué 11:6, en plena devastación de la tierra de Canaán, Yavé le ordena a Josué, su esbirro mayor: "No les temas a tus enemigos porque mañana a esta hora los entregaré heridos de muerte a Israel. Les cortarás entonces los jarretes a sus caballos y echarás al fuego sus carros". Y así se hace, los derrotan sin dejar un solo sobreviviente, les cortan los jarretes a los caballos y echan al fuego los carros. ¿Qué culpa tenían los caballos?

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