LA PUERTA DEL CAOS - TOMO III: La vengadora (27 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

BOOK: LA PUERTA DEL CAOS - TOMO III: La vengadora
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—Creo que descubriréis que la dama Karuth no desea nada de vos, señora.

Karuth dio un respingo como si alguien la hubiera golpeado físicamente, y al darse la vuelta se encontró con Tarod.

Los ojos de Ygorla lanzaron un destello de indignación mezclada con algo de desconcierto.

—¿De dónde…? —empezó a decir, pero reprimió rápidamente las palabras.

Tarod puso una mano sobre el hombro de Karuth, y, al sentir el contacto de sus dedos, Karuth experimentó una fuerza interior —o quizás una fuerza procedente del exterior— que ahogó el infierno de su ira y la tranquilizó.

Tarod sonrió a la usurpadora con frialdad.

—Nos disculparéis, señora. El tiempo de Karuth me pertenece y no tengo deseos de malgastarlo.

Ygorla había recobrado rápidamente la compostura y le dirigió una mirada inquisitiva.

—Os encuentro algo impertinente, Tarod del Caos. Y ésa no es una actitud muy inteligente ante mí. —Con énfasis, aunque con ostensible despreocupación, se llevó una mano al resplandeciente zafiro que tenía en el cuello.

La mirada de Tarod se posó en la gema durante unos segundos.

—Oh, no lo creo así, mi señora —contestó en voz baja, pero con un tono amenazador—. No creo que ni siquiera alguien como vos sacrifique todo por la impaciencia de un instante. ¿O es que os he supuesto más inteligente de lo que realmente sois?

Las mejillas de Ygorla se arrebolaron, y su mano se cerró con fuerza sobre el zafiro.

—¡Corréis un gran riesgo! —siseó.

—Naturalmente. Está en mi naturaleza el hacerlo. Y ahora… —sin dejar de mirarla con funesta intensidad, Tarod alzó la mano izquierda de Karuth, se la llevó a los labios y la besó— buscaremos compañía más agradable y os dejaremos a vos y a esta servil menudencia entregados a vuestros baladíes placeres. —Dirigió una mirada furibunda e intransigente a Strann, una mirada que prometía algo peor que la muerte—. Bautizáis muy adecuadamente a vuestras mascotas. —Y, envolviendo a Karuth con un pliegue de su capa, se la llevó.

Tras la salida del señor del Caos, se produjo un silencio total y ominoso. Ygorla parecía completamente paralizada; permaneció inmóvil, contemplando las dos figuras que se alejaban, y ni siquiera Strann fue capaz de imaginar qué pensamientos se ocultaban tras aquellos ojos duros como gemas. Su propio corazón latía desbocado, pero, muy por encima de su temor, sentía una enorme gratitud hacia Tarod por aquella última artimaña. Con la mirada mortífera y las insultantes palabras, el señor del Caos había puesto a Strann con firmeza en el papel de fiel seguidor de Ygorla, y eso, Strann lo sabía, podía muy bien haberle salvado la vida.

De repente, el silencio se vio roto por una risotada de Calvi. Ygorla, sorprendida, giró sobre sus talones.

—¿Qué ocurre? —inquirió con una voz que fue un peligroso ladrido.

Calvi volvió a reírse. Strann se dio cuenta de que estaba borracho, pero había algo más en su estado mental, y las alarmas volvieron a dispararse en la mente del bardo.

—Él… —Calvi alargó el brazo y puso una mano sobre la manga de Ygorla, un gesto que ningún ser vivo en sus cabales se hubiera atrevido a hacer en aquel momento—. ¡Os tenía tanto miedo! Y aun se cree…, se cree… —Sus palabras se disolvieron en carcajadas irrefrenables.

Ygorla se quedó mirándolo. Luego, despacio, su boca comenzó también a agitarse en respuesta.

—Oh, sí —dijo—. ¡Oh, sí! Tanta apariencia, tanto número ¡y todo por el orgullo de esa triste mujer! O tal vez es que hay algo más, ¿eh? —Se dio la vuelta y le dio un codazo a Strann en las costillas—. Tú deberías saberlo, rata. Ahora que la has abandonado, quizás ha ido corriendo a Tarod y le ha ofrecido sus encantos para así ahogar sus penas.

Strann hizo un tremendo esfuerzo y consiguió que su rostro reflejara en una impúdica sonrisa la lasciva expresión de Ygorla.

—Querida señora, ¡debe de estar mucho más desesperada de lo que yo jamás supuse, para morder semejante cebo!

Ygorla echó la cabeza hacia atrás y se rió estruendosamente.

—¡Tienes razón, rata, debe estarlo! Bueno, basta. —Repentinamente, siguiendo su desconcertante y caprichoso comportamiento, se puso seria y contempló la muchedumbre de rostros nerviosos que la rodeaban—. ¿Qué es esto? ¿Una fiesta o un velatorio? ¡Decid a la chusma de la galería que vuelva a tocar! Bailaré hasta el amanecer… ¡y tú, Calvi, serás mi pareja! —Soltó la cadena de Strann y lo despidió con un gesto despreocupado, al tiempo que ofrecía las manos al Alto Margrave.

Strann observó a Calvi, que sonreía tontamente, coger las manos de Ygorla entre las suyas, y una sensación fría y pegajosa se coló hasta los rincones más recónditos de su mente. Había intentado poner sobre aviso a Karuth en el minuto escaso en que habían estado juntos, pero era demasiado tarde. Ygorla había escogido su víctima, y el Alto Margrave tenía las mismas oportunidades de resistirse que una mariposa frente a un huracán. Estaba embrujado. A partir de aquella noche sería arcilla moldeable en las manos de la usurpadora.

Se alejaron girando, siguiendo el nuevo baile que comenzaba, y Strann volvió a hundirse en su lugar, sobre el cojín delante del sillón de la usurpadora. Se sentía triste, desanimado y agotado hasta los huesos, y las luces y colores que giraban a su alrededor a medida que el festejo volvía a ponerse en marcha, se convirtieron de una parodia en un carnaval de pesadilla. Buscó a Tarod y a Karuth pero no los vio entre la multitud; y, de todos modos, se recordó, verlos no le serviría de nada a menos que pudiera hablarles sin que Ygorla lo supiera. Y, al menos durante aquella noche, sería imposible.

Strann bajó la cabeza al apoderarse de él un sentimiento parecido a la desesperación. Sabía con certeza que había algo tremendamente maligno en el aire, y se veía impotente para detener su avance. Pero, en cuanto a conocer o siquiera suponer su naturaleza, aquello escapaba a las capacidades de un mero trovador. Aquello, pensó Strann mientras reprimía un escalofrío, era asunto de los dioses.

Capítulo XIII

—N
o sé cómo daros las gracias. —Karuth se miró las manos entrelazadas, cuyos nudillos estaban blancos por la tensión—. De no haber intervenido cuando lo hicisteis, yo…, yo no sé qué habría ocurrido.

Tarod sabía muy bien qué habría sucedido, pero no consideraba necesario aumentar su sufrimiento diciéndoselo. Unos minutos después del altercado con Ygorla, la había acompañado fuera de la sala, consciente de que incluso bajo su protección no habría podido aguantar mucho más. Ahora se encontraban sentados en la habitación de Karuth con una jarra de vino entre ambos y el fuego, avivado de nuevo, para combatir el frío nocturno.

Karuth no acababa de adaptarse a aquel encuentro en privado, extrañamente íntimo, y sus sentimientos eran aún más confusos por la manera en que Tarod había acudido a rescatarla. Parecía haber querido implicar deliberadamente que había más en la relación entre ambos que lo que los demás habían observado, y, aunque sabía que no era más que una treta, seguía sintiéndose desconcertada. Ahora, al mirarlo, sentado en una silla al otro lado de la chimenea, dándole vueltas en la mano a una copa de vino de largo tallo, tuvo que reprimir un escalofrío cuya naturaleza no comprendía del todo. Sería muy fácil para una mujer mortal, pensó, creer que estaba enamorada de un señor del Caos, o al menos que se sentía profundamente atraída por él. La mezcla de un distanciamiento remoto pero casi omnisciente con una compasión sorprendentemente humana que mostraba Tarod era un cóctel explosivo, y el hecho de que además fuera un dios sumaba especias a un brebaje ya de por sí peligroso. Al salir juntos de la sala, Karuth vio que otros los observaban, y sus miradas de asombro y de consternación le habían provocado un escalofrío intenso e inesperado que casi le resultó placentero. Quizá, pensó, era sencillamente una reacción a la compasión con que la habían abrumado tras la aparente perfidia de Strann, el deseo de recuperar algo de orgullo y convertir la imagen pública de derrota en una de triunfo. Pero ni en sus momentos más negros creía Karuth ser tan mezquina, o al menos eso había creído hasta este momento.

La suave risa de Tarod interrumpió el flujo de sus pensamientos, y lo miró. Le sonreía, y en su sonrisa había más que un atisbo de malicia intrigante.

—Nada tienes que temer de mí, Karuth —dijo—. Y, si puedo atreverme a decirlo, no tienes que temer nada de ti. Las aspiraciones de Strann están seguras.

Ella se ruborizó, sintiéndose avergonzada y estúpida.

—Si hubiera sabido que podéis leer mis pensamientos… —repuso a la defensiva.

—No puedo, como ya te he dicho más de una vez. Pero cualquiera con un poco de inteligencia leería en tu rostro en este momento y añadiría unas cuantas observaciones más. No te preocupes por eso, Karuth. Me tomo la visión que tienes de mí como un cumplido; y, además, nuestros engaños combinados nos han ido muy bien.

—¿Muy bien? —repitió sus palabras, desconcertada.

—Oh, sí. El hecho de que casi perdieras el control y estropearas la preciada belleza de Ygorla me permitió ponerla a prueba. Una prueba pequeña, lo reconozco, pero que de todos modos ha sido útil porque me ha demostrado que no es tan estúpida o imprudente como para ponerse en peligro por una cuestión de principios.

Karuth hizo una mueca de dolor.

—Tendría que ser realmente poco inteligente para hacer eso, mi señor.

—Cierto, pero siempre fue una posibilidad. Y luego, claro está, queda el hecho de que pudimos hacer que la posición de Strann en su estima fuera un poco más segura.

—Sí —contestó Karuth, recordando lo que él había hecho y por qué—. Os lo agradezco.

—Ha sido por el bien del Caos tanto como por el vuestro, te lo aseguro. —Pero la mirada que le dirigió parecía poner en duda la verdad de la despreocupada afirmación. Se impuso el silencio durante un momento. Luego Tarod preguntó—. ¿Te contó algo Strann?

El cambio de tema trajo a Karuth de vuelta a la realidad y frunció el entrecejo.

—Sí. Sí que lo hizo. Era acerca de Calvi…

—Ah. —El tono de Tarod cambió—. ¿Qué dijo?

—Que era esencial que lo apartáramos de la influencia de la usurpadora —respondió; entonces recordó el estado en que había visto a Calvi, cómo se había reído de sus apuros, como si hubiera bebido hasta perder la razón…

Su mirada se encontró con la de Tarod, y sus propios ojos se volvieron de pronto severos.

—Strann no pudo explicarme qué quería decir. Pero la advertencia llegó demasiado tarde, ¿verdad? Fuera lo que fuese lo que sospechaba, ya había ocurrido.

Era la confirmación que Tarod buscaba.

—Sí —dijo—. Era demasiado tarde. —Soltó un suspiro exasperado y añadió—: Debí haber previsto algo así. Calvi era un blanco demasiado evidente, sobre todo después de la total estupidez de Ailind con él hace unas cuantas noches.

Al igual que la Matriarca un poco antes, a Karuth la sorprendió comprobar que el incidente tampoco le había pasado inadvertido al dios. Aquello le trajo otro recuerdo.

—Mi señor, Strann me hizo una extraña observación sobre ese asunto. Dijo, y no quiso o no pudo explicarse con más detalle, que parecía como si Ailind quisiera indisponerse con Calvi a propósito.

—¿De veras dijo eso? —replicó Tarod, entrecerrando los ojos—. Me pregunto por qué pensaría eso.

Karuth no pudo responder.

—Esto puede necesitar de más investigaciones —declaró el señor del Caos—. Veré qué consigo descubrir.

—Si puedo ayudar en algo…

—Por el momento, no. —Entonces la mirada pensativa y tenebrosa se desvaneció y su expresión se suavizó al ponerse en pie—. Creo que lo que necesitas ahora por encima de todo es una buena noche de sueño, así que te dejaré para que te acuestes. Oh, y no temas que Ygorla vaya a intentar más maldades contigo. Me aseguraré de que no pueda hacerlo.

Karuth le sonrió agradecida, pero le supuso un esfuerzo.

—Aprecio vuestra amabilidad, mi señor. Pero temo por la seguridad de Strann, no por la mía.

—Strann es más que capaz de cuidar de sí mismo, como lo ha demostrado esta noche. Es un elemento demasiado útil en los planes de la usurpadora para que le haga daño. —Al ver que su comentario no la convencía del todo, Tarod alargó el brazo y, tocándole la mejilla ligeramente, le apartó un mechón de cabello oscuro del rostro—. Intenta no tener miedo, Karuth —dijo; luego se inclinó y la besó en la frente.

Ella permaneció inmóvil largo rato una vez que él se hubo ido, con los ojos enfocados en el vacío y los pensamientos en un tumulto. Al fin se levantó, se acercó a la ventana y cerró los postigos interiores. Rara vez hacía eso, porque prefería no cerrar del todo el paso a la luz y al aire incluso en aquella época del año. Pero retazos de la música procedente del comedor seguían llegando con la brisa helada y cortante, y quería dejarlos afuera. Aquella noche quería dejar fuera a todo el mundo y estar sola de verdad.

Ygorla no cumplió del todo su promesa o amenaza de bailar hasta el amanecer, pero fue bien de madrugada cuando, para inmenso alivio de los reunidos, anunció finalmente que ya tenía bastante de frivolidades y que pensaba retirarse. Y cuando salió de la sala, sonriente y satisfecha de sus logros durante la velada, Calvi Alacar iba con ella.

Tirand, que, tras escapar a sus maliciosas atenciones, se había refugiado junto a la Matriarca y un grupo de adeptos superiores, vio a la pareja que se iba, y su mano se cerró con tal fuerza sobre el tallo de la copa de vino que sostenía que casi lo rompió. Soltó una dura y venenosa exclamación, dejó a sus sorprendidos acompañantes y comenzó a dirigirse hacia las puertas, con la intención de cerrarle el paso a la usurpadora. Pero antes de que pudiera acercarse se encontró con que, a su vez, Ailind se interponía en su camino.

—No, Tirand. —La expresión del señor del Orden era de suma frialdad—. Déjalos marcharse.

—Pero, mi señor, ¡no podemos permitirle que haga esto! Calvi necesita ayuda. ¡Hay que apartarlo, antes de que su influencia lo envenene!

Ailind se encogió de hombros con indiferencia.

—Me temo que es un poco tarde. Si el Alto Margrave es tan estúpido que se deja cautivar por semejante criatura, entonces me temo que no podemos hacer nada para impedirlo.

Tirand lo miró desolado.

—Pero… —dijo de nuevo.

En los ojos de Ailind resplandeció una luz ligeramente peligrosa.

—Has escuchado mi orden, Sumo Iniciado. Haz el favor de obedecerla.

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