—Realmente me duele admitirlo, pero es hermosa, muy hermosa.
Calvi y Karuth bailaban juntos, en un corro que completaban la hermana Alyssi y un joven y asustado adepto de segundo nivel. Karuth intentaba concentrarse en los pasos, pero las palabras de Calvi la hicieron estremecerse. Y no se le había escapado cuántas veces su mirada se había clavado en Ygorla mientras ésta presidía el baile con Tirand.
—Hermosa, sí —repuso, consiguiendo a duras penas mantener la voz firme—. Y ése es uno de sus mayores peligros.
—¡No creas que no lo sé! Sólo espero, por el bien de Tirand, que no decida tenerlo mucho más tiempo a su lado. Mírale la cara. Si tuviera un cuchillo, creo que intentaría matarla. —Los ojos de Calvi brillaron—. Igual haría yo. Dulces dioses, ¡lo mismo haría yo!
Karuth lo sujetó con más fuerza.
—Calvi, no. Ni se te ocurra pensarlo. ¡Es demasiado peligroso!
Él se relajó un tanto.
—Lo sé. —Se obligó a desviar la vista, y reparó en la Matriarca, que se encontraba dos corros más allá—. Shaill está bailando con el señor del Caos. Eso sí que me sorprende.
Karuth notó la tensa inflexión y dijo:
—No deberías juzgar tan duramente a nuestro señor Tarod, Calvi. No es exactamente lo que parece.
—¿No? —La respuesta fue tan rápida que la cogió desprevenida—. Después de lo que vi de él en el Salón de Mármol, siento disentir. —Perdió un paso cuando sus pensamientos se impusieron, y tardó varios segundos en volver a coger el ritmo. Karuth advirtió que su expresión se había vuelto extrañamente cerrada—. De hecho —siguió él—, empiezo a pensar que los dioses, todos los dioses, tienen bastante menos respeto por nosotros, los mortales, de lo que quieren aparentar. E incluyo a nuestro señor Ailind en esta afirmación tajante.
Karuth lo miró sorprendida; luego recordó el pequeño incidente la noche antes de la visita a Hannik, cuando Ailind lo había denigrado públicamente. Strann dijo después que casi parecía que el señor del Orden se propusiera indisponerse con él de forma deliberada, y, aunque entonces no se tomó en serio aquella observación, Karuth se preguntaba ahora si quizá, sin ella saberlo, se habían producido otros incidentes que pudieran dar peso a la conjetura de Strann. Pero ¿qué razón podía tener Ailind para desear alejar a Calvi de la causa del Orden? La idea carecía de toda lógica.
Iba a indagar más en aquello cuando se dio cuenta para su disgusto de que la danza estaba terminando. Las largas hileras de parejas se inclinaron unas ante otras y hubo unos educados aplausos. Mirando de reojo, Karuth vio que Ygorla había entablado animada conversación con Tirand, aunque era ella la única que hablaba; de pronto, como si sintiera que la estaban mirando, la usurpadora alzó la cabeza y sus ojos se encontraron. Ygorla sonrió —no fue una sonrisa agradable—, le dijo algo a Tirand y lo condujo a través de la sala.
—Oh, dioses —dijo Calvi por lo bajo—, vienen hacia nosotros.
Karuth se mantuvo impertérrita mientras Ygorla y su hermano se acercaban. Tirand tenía un aspecto ojeroso, pero el rostro de Ygorla era un modelo de fingida cordialidad.
—¡Mi querida Karuth! —Sonreía con astucia, y sus ojos mostraban burla y desafío—. Creo que nos hemos visto antes, aunque demasiado fugazmente, y me parece recordar que no estuviste precisamente encantadora. De todos modos, me gustaría confiar en que podemos olvidar ese pequeño incidente. —Fijó en Calvi una mirada deslumbrante que hizo parpadear al joven, y añadió en un tono suave—: ¿Y quién eres tú?
Calvi se enderezó e hizo una seca reverencia.
—Soy Calvi Alacar. —La costumbre casi le hizo añadir «a vuestro servicio», pero se contuvo a tiempo y cerró la boca.
—¡Ah! El hermano pequeño del difunto y llorado Blis. —Ygorla rió dulcemente—. Eres bastante más guapo que tu hermano, ¿no es cierto, Calvi? Todo un joven, aunque tu traje sea un poco triste para mi gusto. Pero siempre hay lugar para una influencia que mejore… —Se volvió de nuevo hacia Karuth—. He estado bailando con tu hermano, querida, pero lo encuentro insoportablemente aburrido, así que puedes disfrutar de él durante un rato, y yo veré qué tal es tu pareja. —Propinó a Tirand un fuerte empujón que casi lo hizo chocar contra Karuth y, colocándose al lado de Calvi, le cogió el brazo posesivamente—. Estoy segura de que seréis una pareja perfecta —declaró; luego giró sobre sí misma y alzó la voz—. ¿Bien? ¿Queréis tenerme esperando toda la noche? ¡Quiero bailar! ¡Empezad!
Tiró de Calvi para presidir el nuevo baile. Tirand permaneció inmóvil, rígido y tieso junto a Karuth, quien, pensando que sólo esperaba una oportunidad para excusarse, se volvió e hizo ademán de alejarse. Pero él le cogió la mano.
—Karuth, baila conmigo. Aunque sólo sea para guardar las apariencias.
Ella vaciló, pero enseguida cedió e intentó poner una cara más alegre mientras desfilaban entre las hileras de parejas. Tirand, sin embargo, la conocía demasiado para engañarse y, cuando la música comenzó a sonar, dijo en voz baja pero con tono duro y ferviente:
—Le haré pagar ese insulto que te ha hecho, de una manera o de otra.
Karuth podría haberle recordado que ellos habían intercambiado recientemente insultos mucho peores, pero contuvo la lengua. Tirand, con toda su torpeza, estaba intentando ser conciliador, y desdeñar sus esfuerzos sería una grosería. Además, ya no sentía hostilidad hacia él. Ella también había aprendido la lección de Hannik, y los agravios personales no tenían importancia cuando debían enfrentarse a un enemigo común mucho más cruel.
Pero, a pesar del tácito deshielo, a ambos les resultaba imposible encontrar algo que decirse. Acabaron el baile en afectado silencio, y, al ver que nadie acudía a reclamar a Karuth, Tirand le preguntó con cierta tirantez si aceptaría bailar con él la tercera pieza. Ella asintió un tanto distraída, preocupada porque Ygorla no había buscado una nueva pareja y seguía monopolizando a Calvi. La música comenzó de nuevo y Tirand, que también los había visto, dijo:
—Vi a Calvi acompañarte antes. Creo que fue un gesto muy… maduro por su parte.
—Agradecí el gesto —repuso Karuth, sin dejar de observar a Ygorla y al Alto Margrave juntos. Hacían una atractiva pareja, inquietantemente atractiva…
Tirand se aclaró la garganta.
—Creo que yo debería…, es decir… Karuth, quería decir que yo… —De pronto dejó de bailar y se quedaron mirándose. Sus ojos rebosaban compasión, y el antiguo resentimiento, aunque seguía siendo perceptible, estaba casi reducido a cenizas—. Lo siento —dijo—. No importan las disputas que hayamos tenido en el pasado; sigues siendo mi hermana y no te mereces esto. Sólo quería decírtelo.
Estaban interrumpiendo la línea y llamando la atención. Karuth cogió rápidamente la mano de su hermano.
—Sentémonos el resto del baile, Tirand. —Sus palabras la habían animado de manera repentina e inesperada, y, al sonreírle, hubo débiles ecos en su sonrisa de la vieja e íntima camaradería que una vez habían compartido—. Me apetece una copa de vino… Acompáñame.
Se apartaron de los danzantes y, todavía cogidos de la mano, se dirigieron a una de las mesas cargadas con comida y bebida que se alineaban contra las paredes de la sala. Pero, antes de que llegaran a ella, una voz resonó por encima de los compases de la danza.
—¿Qué es esto, qué es esto? ¿Ya te has cansado de tu tedioso hermanito, querida Karuth?
Desprevenidos ante aquella interrupción, los músicos se pararon inseguros y todas las cabezas se volvieron, mientras Ygorla, seguida de Calvi, atravesaba el gentío en dirección a Karuth y a Tirand. En el instante justo antes de que la humillación y la furia la hicieran mirar para otro lado, Karuth vio que Calvi parecía aturdido.
Ygorla le hizo un gesto admonitorio y burlón con el dedo.
—No estás disfrutando con el baile, Karuth. No lo toleraré… Te buscaré un nuevo compañero, y enviaremos a tu hermano a que vaya a traernos más vino. —Miró de reojo y con astucia a Tirand—. ¿Me has oído, Sumo Iniciado? No sirves como galán, así que quizás estés mejor en el papel de criado. Ve a buscar vino y puedes esperar con él junto a mi sillón hasta que termine esta pieza.
Tirand enrojeció de rabia, y las venas del cuello se le marcaron al luchar para dominarse. Sólo el recuerdo de las inexorables órdenes de Aeoris frenó su mal genio; hizo una reverencia.
—Como gustéis, señora —repuso con una voz apenas reconocible.
Ygorla sonrió satisfecha cuando él se alejó.
—Y ahora, querida —le dijo a Karuth— ocupémonos de ti. Creo que tengo la pareja adecuada para esta feliz velada —y chasqueó los dedos en dirección al estrado al otro extremo de la sala—. ¡Rata! Endereza tus bigotes y límpiate las patas. ¡Tengo una pequeña tarea para ti!
Karuth sintió que su mente y su cuerpo se helaban. Horrorizada, incapaz de creer que aquella monstruosa mujer pudiera tener un sentido del humor tan retorcido, se vio incapaz de moverse o de decir nada; sólo pudo mirar, sin expresión, mientras Strann se alzaba de su cojín en el estrado, vacilaba y luego se acercaba lentamente hacia ellos. Otros habían advertido la naturaleza del maligno chiste de Ygorla y se escucharon suspiros, murmullos de protesta. Pero bastó una mirada de la usurpadora para acallarlos, y Strann y Karuth se encontraron cara a cara.
—Karuth parece tener la desgraciada costumbre de perder a sus parejas, rata, de manera que debes acudir a su rescate. —Ygorla cogió la cadena enjoyada que colgaba del collar de Strann y sonrió a Karuth con malicia—. ¡Tal vez, si lo agarras de la correa, no se te escape esta vez! —Y la sala resonó con sus risas antes de que exclamara—: ¡Música! ¡Música!
Nadie osó hacer nada. El baile se inició de nuevo. Las parejas comenzaron a danzar otra vez en aquella parodia de placer. Strann y Karuth siguieron mirándose. Entonces, incapaz de contener su emoción, Karuth se abalanzó sobre él con los brazos abiertos.
—Strann… —Su voz se rompió al pronunciar su nombre.
—¡No! —dijo él y, cogiéndole los antebrazos, la apartó hasta mantenerla a una distancia prudencial. Karuth vio, con asombro, que su expresión era fría y desdeñosa. Entonces, él le susurró—: Nos está vigilando. Baila…, disimula.
No sabía si sería capaz, porque temblaba sin control, pero él la empujó y la colocó en medio de la línea y, automáticamente, sus pies parecieron hacerse cargo de la situación. Las parejas que tenían más cerca se apartaron puntillosamente, lanzando miradas de odio en dirección a Strann. Él no les hizo caso y volvió a hablar en un aparte apremiante.
—Conociéndola, sospecho que no nos dejará ni un minuto juntos antes de que decida volver a divertirse, así que debemos hablar rápidamente.
Karuth tragó algo que parecía querer asfixiarla.
—¿Sabe…, sabe ella… lo que sientes?
—No. Cree que coqueteé contigo para pasar el tiempo mientras la esperaba, y es esencial que siga creyéndolo. Karuth, escucha. Haga lo que haga, diga lo que diga, no importa lo que sea o la impresión que cause en público, ¡no debes creerlo! Prométeme que lo harás. ¡Prométemelo!
La mano que sostenía las suyas se cerró con tal fuerza que le produjo un intenso dolor en el brazo. Karuth contrajo la garganta y sintió que comenzaba a temblarle la mandíbula. En un intento desesperado por recuperar el dominio de sí misma, se mordió la parte interior de la mejilla.
—Sí —susurró en respuesta—. Lo prometo. Lo prometo. Oh, Strann…
—¡Amor, no hay tiempo! —Strann miró fugazmente de reojo—. Escucha. Debes apartar de ella al Alto Margrave, deprisa. No puedo explicar por qué; no tengo ninguna prueba, pero Ygorla está fascinada por él, y estoy convencido de que eso representa un gran peligro. Es una intuición, nada más, pero dijo algo hace un momento…
Las palabras se interrumpieron bruscamente, y, con un sobresalto, Karuth vio que Ygorla y Calvi se les acercaban.
—Oh, dioses… —¡Había tantas cosas más que decir! Pero era demasiado tarde. La predicción de Strann había sido correcta; habían tenido su minuto, y ahora Ygorla se traía entre manos una nueva maldad.
Cuando llegó ante ellos, Strann se apartó de Karuth e hizo una profunda y profusa reverencia.
Ygorla le dedicó una sonrisa como respuesta, y luego cogió la cadena que colgaba y que Karuth no se había sentido capaz de tocar.
—Vamos, rata. Deja tu bonito juguete; te quiero ahora. —Karuth vio con repugnancia que Strann doblaba una rodilla ante la usurpadora y le besaba la mano; y se sintió doblemente sobresaltada cuando Calvi soltó una risita.
Ygorla miró con coquetería al Alto Margrave.
—¿Te das cuenta, Calvi? Ya te dije que lo tenía bien amaestrado. Quizá más tarde te enseñe otro de los trucos que sabe hacer. A su manera, resulta bastante entretenido. —Hizo una pausa, y una sonrisa lobuna se dibujó en su boca—. O quizá Karuth sea más adecuada para enseñarte las costumbres de la rata, ¿eh, Karuth? Por lo que tengo oído, habéis disfrutado de más de un revolcón juntos durante su estancia en el Castillo —y se rió impúdicamente.
El rostro de Karuth se volvió blanco y creyó que vomitaría. Aquel monstruo con apariencia humana, aquella diablesa… No podía soportar más. No podía.
Ygorla se dio cuenta de las furibundas emociones que Karuth intentaba reprimir, y su risa se hizo más estridente.
—Oh, querida, ¿acaso te hago sufrir? Qué desilusión. Creía que eras una mujer lo bastante madura como para que no te molestaran mis pequeñas bromas.
Aunque los músicos seguían tocando resueltamente, ninguna de las parejas en la sala podía aparentar ya no haber advertido el enfrentamiento. El baile se había interrumpido y la gente observaba y escuchaba con una mezcla de vergüenza y turbación. A Ygorla le encantaba tener público, y estaba dispuesta a aprovecharlo al máximo y completar la humillación de Karuth. Volvió a sonreír.
—¿O acaso estás ofendida, porque las patitas de mi ratita ya no pisan ligeramente tu cubrecamas por las noches? —Calvi volvió a soltar una risita, como un borracho, lo que atrajo miradas escandalizadas de quienes estaban más cerca, e Ygorla tiró de la cadena de Strann y añadió con aire despreocupado—: Si tu necesidad es tan grande, querida, podría prestártelo durante un par de horas. Con la condición, claro está, de que me lo pidas o, quizá mejor, que me lo supliques con el adecuado respeto.
Karuth supo que estaba a punto de venirse abajo. Sintió la imparable e inevitable subida de la furia y comprendió que no le quedaban fuerzas para luchar contra su embestida. Iba a abalanzarse sobre aquella mujer, a arrojarse como un gato rabioso, como una salvaje, y a arrancarle la resplandeciente cabellera a mechones, a desgarrarle la hermosa piel de su rostro y a convertir sus ojos de color zafiro en glóbulos sanguinolentos, y…