La pesadilla del lobo (30 page)

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Authors: Andrea Cremer

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: La pesadilla del lobo
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—Pero Ren… —Cuando me besó sentí lo mucho que aún me deseaba, y por el ardor de mi sangre comprendí que en parte yo todavía lo deseaba a él. Saberlo me tomó por sorpresa y resollé al revivir aquellos horrorosos primeros minutos en la celada con Ren. Seguía viendo el dolor reflejado en su mirada cuando creyó que no le quedaba otra opción que hacerme daño.

—No —dijo Bryn, interrumpiendo mis pensamientos—. No sé porque abandonaste Vail, Cala, pero puedo adivinarlo. Ansel y yo lo adivinamos hace tiempo. No te culpo por seguir el mandato de tu corazón.

—Hay algo más —dije.

—Estoy segura de ello —dijo—. Pero aunque no lo hubiera, no significa que marcharte fuera algo malo. Y tampoco eres culpable de la elección de Ren. Porque sólo fue eso: su elección.

La miré, conmocionada por el amor reflejado en su mirada, por el perdón.

—Gracias —musité.

—En esta vida, lo único que merece un sacrificio es el amor —dijo, con una sonrisa triste.

—Hablas como Ansel.

—Los parecidos se atraen —dijo y yo hice un gesto de dolor.

—¿Qué pasa?

—Nada —contesté; no quería decirle que ya había oído esas palabras en otra ocasión. Que Ren me había dicho las mismas palabras y, al recordarlas, comprendí que era su manera de decirme que estábamos hechos el uno para el otro. El recuerdo ardía en mi pecho como rescoldos de carbón que se niegan apagarse.

—Estoy impaciente por verlo. —Me di cuenta de que Bryn seguía hablando.

—Lo siento, ¿qué decías? —pregunté, desprendiéndome del pasado.

—Ansel —dijo ella—. Está allí, ¿no? En Denver.

—Sí —dije—. Pero, Bryn, él está… —Me interrumpí. A lo mejor Ansel cambiaría con Bryn a su lado para ayudarle. No quería asustarla más de lo que ya estaba—. Te está esperando —dije y ella sonrió.

Cuando Adne acabó de tejer el portal lo contemplé, desconcentrada. Algo no encajaba. No veía la habitación de la cual habíamos partido. La imagen al otro lado de la puerta era oscura y borrosa.

—¿Es allí adonde nos dirigimos? —preguntó Mason en tono precavido, desconfiando de la oscuridad.

—Sí —dijo Adne en tono nervioso—. No sé por qué está a oscuras.

—No tiene importancia —dijo Connor—. De todos modos, no tenemos elección;, hemos de regresar. Si algo va mal, lo sabremos cuando lleguemos allí.

—Muy tranquilizador —dije. Bryn soltó un grito ahogado y le apreté la mano, lamentando lo dicho.

—Pero cierto —replicó Connor—. Ethan, ponte en cabeza. Lobos, poneos detrás de él y convertíos. Cala, Adne y yo os seguiremos y cerraremos la puerta en cuanto todos la hayamos atravesado.

—Encantados —dijo Nev y se convirtió en lobo, al igual que Mason y Bryn. Los tres lobos dieron vueltas uno alrededor del otro, se lamieron y se acariciaron con el hocico, Sabine observaba a Ethan. Echó un vistazo a los otros Vigilantes, pero no se convirtió.

Connor me lanzó una sonrisa melancólica.

—Vete con los tuyos.

Cuando le devolví la sonrisa, mis dientes ya habían recuperado su filo.

—Pero no intentes acariciarme.

Bienvenida, Cala.
Bryn me lamió la mandíbula.
Te echamos de menos.

Nev y Mason se aproximaron y me empujaron con el morro.

¿Estáis bien?
, pregunté.

Dínoslo tú, tú eres el alfa.
Nev me pegó un mordisco en el hombro.
Supongo que si ahora ésta es nuestra manada, será mejor que lo hagamos lo mejor que podemos.

Meneé la cola.
De acuerdo.

¿Podemos largarnos de aquí, ahora?
Mason arañó el suelo con la pata.

Eché un vistazo a Connor, que me observaba con una mezcla de asombro y curiosidad.

Sabine nos contemplaba, pero sin acercarse y sin convertirse en lobo.

Ethan arqueó una ceja y su mirada osciló entre ella y la manada, como si su opinión de mantenerse aparte lo sorprendiera.

—Parece que estamos preparados, Ethan —dijo Connor—. ¿Quieres ir en cabeza, ahora que vuelves a estar en un solo pedazo?

—Vete al infierno —gruñó Ethan y al mirar a Sabine de soslayo se ruborizó.

Ella seguía con la mirada perdida y se arrebujó en su abrigo, tiritando. No creí que se debiera al frío.

—¿Por qué no lo sigues, Sabine? —dijo Connor—. No te despegues de él.

Ella asintió y desapareció dentro del portal. Mis compañeros de manada la siguieron apresuradamente. Yo vacilé un instante, los observé y después eché un vistazo al callejón que conducía a Edén. Ese lugar lo había cambiado todo. Se había llevado el alma de mi hermano, se había apoderado de Ren y se había convertido en la tumba de Monroe.

En vez de seguir a la manada, me convertí en humana y me enfrenté a Connor.

—¿Y si…?

Connor sacudió la cabeza.

—No mires hacia atrás.

Cuando dio un paso adelante y me abrazó, me sorprendí.

—Hoy todos hemos perdido algo —susurró, y apoyó el mentón en mi cabeza.

Adne nos observaba en silencio; las lágrimas que le humedecían los ojos reflejaban el brillo sutil e impreciso del portal abierto.

Asentí y me apoyé contra él durante un momento, antes de volver a convertirme en lobo y zambullirme en la profundidad oscura del portal.

24

Una oleada de calor me lanzó hacia atrás, hacia la puerta de la que acababa de emerger. Durante un momento creí que el portal había dejado de funcionar y que estaba atrapada entre dos mundos, que me precipitaba en un abismo profundo y que pronto me quemaría viva. No veía nada. Un humo espeso me hacía arder los ojos, me llenaba los pulmones. Me convertí en humana, quería llamar a los Buscadores, pero caí de rodillas, tosiendo y tanteando a ciegas.

—¡Cala! —Una mano me cogió del brazo y me arrastró a un lado. Apenas logré distinguir el rostro de Ansel en medio del humo.

—Has de salir de aquí —siseó, alejándome del portal.

—¿Qué está ocurriendo? —dije, medio asfixiada por el humo. Por fin comprendí dónde estaba: en la puerta del Purgatorio. Las llamas devoraban las paredes y el escondite de los Buscadores.

—¡Junto a la escalera hay dos más! —Reconocí la voz de Ethan.

—No te detengas —gritó Isaac un segundo después—. ¡No permitas que te arrinconen!

Cuando una figura oscura apareció entre el humo a poca distancia de nosotros, Ansel y yo nos agazapamos en el suelo. El temor me atenazó el comprender que se trataba de un espectro.

—No te muevas —murmuró Ansel.

El corazón me latía aprisa. ¿Dónde estaba Shay?

Oí gritos, pero no sabía si eran de hombre o de mujer.

La luz del portal iluminó las siluetas de Adne y de Connor. El calor hizo que se encogieran de dolor y Connor empezó a toser.

—¿Qué diablos…?

Vi que el espectro se daba la vuelta y se alejaba de nuestro escondite, deslizándose hacia ellos. Ansel trató de retenerme pero lo aparté y me lancé hacia los otros dos.

—¡Corred! —grité, chocando contra ellos y los aparté de la puerta resplandeciente de un empujón.

Adne se incorporó.

—¡Dios mío! ¿Qué pasó?

—Nos han descubierto —dijo Connor, desenvainando las espadas—. Los Guardas nos han descubierto.

—¿Adne? ¿Connor? —Ethan apareció entre la humareda cargando con el cuerpo inconsciente de Sabine. Isaac lo acompañaba. Ambos blandían armas, pero su expresión era sombría.

—Maldita sea. —Connor escudriñó entre el humo.

—¿Qué pasó? —pregunté con la vista clavada en el cuerpo flácido de Sabine.

—El edificio se está derrumbando —dijo Ethan, señalando un enorme montón de escombros—. Todo un sector del techo se derrumbó cuando atravesamos el portal. Sabine sufrió un golpe en la cabeza. Mientras trataba de escapar perdí de vista a los lobos. No sé dónde están. Puede que debajo de los escombros.

—¡Cuidado! ¡Atrás, Ethan! —Connor blandía las espadas, pero cuando el espectro se acercó su mirada expresaba desesperanza—. ¡Ponte detrás de mí, Cala!

—¡Abre una puerta, Adne! —gritó Ethan—. ¡Sácanos de aquí!

Ahora el espectro estaba a muy poca distancia.

Aún no había ni rastro de Shay o del resto de la manda. ¿Estarían enterrados bajo los escombros? ¿Ya los habían capturado? ¿Quién dirigía este ataque? Y los Guardas, ¿cómo habían encontrado el Purgatorio?

—No lo lograremos. —Connor hizo una mueca, apostado entre nuestro grupo y el espectro.

—Algunos, sí —murmuró Isaac, echando un vistazo al grupo. Apartó a Connor de un manotazo y se abalanzó sobre el espectro.

—¡No! —gritó Ethan cuando las sombras oscuras envolvieron a Isaac mientras el espanto inmovilizaba a los demás.

Cuando la criatura de los Guardas lo atrapó, Isaac sucumbió en silencio.

—¡Adne! —Connor se interpuso entre nosotros y la horripilante escena.

—¡Está abierta! —gritó Adne. Me giré y vi una nueva puerta resplandeciendo detrás de ella.

—¡Corre! —Connor se dirigió a Ethan, que cargando a Sabine en brazos, corrió a través de la puerta.

—Tú también. —Connor cogió la mano de Adne.

—Solo me iré cuando tú te hayas ido —dijo ella.

—Esto no es un debate —dijo Connor—. Si no hemos atravesado el portal en dos minutos, lo cierras. ¿Comprendido?

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas, pero asintió y desapareció a través del portal.

—¡Shay! —Mi voz era un alarido. Traté de ver a través del humo, pero no había ni rastro de él ni de los demás—. ¡Ansel!

—Atraviesa la puerta. —Connor me tendió la mano, pero lo esquivé—. Vinieron a por él. Quizá ya lo hayan atrapado. ¡Has de irte ahora mismo!

—¡No los abandonaré! —chillé; el humo me hacía toser.

Entre las nubes de humo gris aparecieron varias figuras oscuras. Connor soltó una maldición y su mirada osciló entre la puerta y yo.

—No sé cuántos espectros quedan, pero no tenemos tiempo de averiguarlo. —Me cogió del brazo y me arrastró hacia atrás.

—Por favor —sollocé—. Tengo que encontrarlos.

Las siluetas de cuatro lobos emergieron del humo y corrieron hacia nosotros. Mi grito ahogado se convirtió en un alarido de alegría. Shay se convirtió en humano y sus brazos volvieron a rodearme. Después aparecieron Bryn, Mason y Nev, con la mirada desorbitada y el rostro pálido.

—Gracias a Dios que estás bien —susurró Shay, apretando la cara contra mis cabellos—. Hemos estado corriendo a través del escondite como si fuera un laberinto, esquivando a los espectros.

—¿Dónde está Ansel? —Bryn lloraba—. Todo ese humo… no pude seguirle el rastro… no pude encontrarlo.

—No sé dónde está. —Se me hizo un nudo en el estómago. ¿Había dejado a mi propio hermano en manos de los espectros?

—¡Moved el culo y atravesad el portal! —Connor me separó de Shay y lo empujó a través del portal—. Hemos de cerrarlo antes de que los otros espectros nos encuentren.

—Pero… —dijo Bryn, buscando a Ansel con la mirada.

Mason y Nev volvieron a controvertirse en lobos, olisqueando y aullando.

—Se acabó —siseó Connor, y agarró a Bryn—. No podemos seguir esperando.

—Sabía que me abandonarías. —La voz de Silas atravesó el humo—. Cabrón.

Se apoyaba en el hombro de Ansel. Mi hermano trastabilló soportando el peso del Escriba.

—¡Ansel! —Lo examiné para ver si estaba herido—. ¿Estás bien?

Él asintió, pero sin mirarme a los ojos.

—¿Estás herido? —le preguntó Connor a Silas.

—Caí por las escaleras cuando aparecieron esos… Creo que me torcí el tobillo. Por suerte apareció éste —contestó Silas, indicando a Ansel con la cabeza.

—Llevadlo al otro lado —dijo Connor y se apartó del Escriba, pero noté su alivio ante la aparición de Silas—. Nos marchamos. Todos. Ahora mismo.

Ansel no alzó la vista, pero asintió y arrastró a Silas a través del resplandeciente portal. Bryn corrió tras ellos. Shay seguía rodeándome con los brazos y ambos nos dirigimos a la puerta, seguidos de Mason y Nev. A nuestras espaldas oí un estrépito y luego una tremenda explosión que nos lanzó hacia delante y me arrancó de los brazos de Shay. Empecé a perder el conocimiento al tiempo que veía cómo los cuerpos de mis compañeros caían dentro de la luz del portal, como sombras inquietas iluminadas por el sol.

25

Estaba tendida de espaldas, mirando un cielo de un gris apagado. Fragmentos de ceniza flotaban en el aire, se depositaban en mi piel y se derretían.

¿Se derretían?

Inspiré profundamente y el aire helado me llenó los pulmones. Seguían cayendo copos de nieve y me rodeaba una especie de susurro. El calor de las llamas y el humo sofocante habían desaparecido. Me giré, me puse en cuclillas y traté de comprender dónde estaba.

Unas columnas delgadas de un color amarillento se elevaban al cielo en hileras rectas y parecían extenderse eternamente para por fin desaparecer en un horizonte infinito.

¿Qué diablos…? Rocé una espata seca tirada en la tierra helada.

Maíz. Espatas de maíz. Bajé la vista: el frío del invierno había endurecido el suelo que pisaba, pero incluso bajo la capa de nieve vi la tierra oscura. Estaba en un campo.

Cerca de mí oí un jadeo. Adne se dio la vuelta e hizo una mueca.

—Bienvenida a Iowa.

—¿Dónde estamos? —pregunté, sacudiendo la cabeza. Aún me zumbaban los oídos.

—En el perímetro exterior de los terrenos de la Academia —contestó.

Shay soltó un quejido y se frotó el estómago.

—Creo que aterricé encima de una planta de maíz. ¿Por qué no estamos dentro de la Academia?

—No quería correr el riesgo de que nos siguieran —dijo Adne, poniéndose de pie—. No te preocupes, no está lejos.

—¡Eh! —El grito de Connor llamó mi atención.

Mason y Sabine aún no se habían convertido en humanos y gruñían, mientras que un poco más lejos Bryn procuraba impedir que Ansel se alejara de ella. Nev estaba de rodillas, aferrando a alguien del cuello, alguien a quien Mason, con el pelaje erizado, se disponía a atacar.

—¿Qué diablos…? —Ethan se giró y le clavó la vista, aún sosteniendo en brazos a Sabine, que seguía inconsciente.

—¿Qué les ocurre, Cala? —preguntó Connor.

Cuando me acerqué, distinguí los pinchos de cabello rubio. «No puede ser.»

Oí unas palabras que surgían de la garganta que Nev oprimía.

—Po… por favor —graznó Logan—. Estoy… aquí… para… ayudaros.

—Aguarda, Nev —dije, y lo agarré del antebrazo—. ¿Qué está diciendo?

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