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Authors: Jerry Pournelle & Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

La paja en el ojo de Dios (45 page)

BOOK: La paja en el ojo de Dios
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Dios mío, ¿podré confiar en el intercomunicador?, se preguntaba Rod. Comunicó las órdenes a un mensajero y envió a tres soldados para acompañarle.

—Llama el señor Renner, señor —anunció el altavoz del puente.

—No conteste —masculló Blaine.


De acuerdo, señor.

La batalla por la
MacArthur
proseguía.

30 • Pesadilla

Había una docena de humanos y dos Marrones-y-blancos a bordo del transbordador. Los pajeños del resto del grupo que estaba en tierra habían informado directamente a la nave embajadora, pero los Fyunch(click) de Whitbread y de Sally se habían quedado a bordo.

—No hay problemas —dijo la pajeña de Whitbread—. Hemos estado viendo al que toma decisiones todos los días.

Quizás lo hubiese. El transbordador estaba atestado, y el taxi para la
MacArthur
no había llegado.

—¿Qué les pasará? —preguntó—. Lafferty, póngame usted en comunicación con ellos.

Lafferty, el piloto del transbordador, llevaba varios días sin hacer prácticamente nada. Utilizó el rayo comunicador.

—No contestan, señor —dijo. Parecía desconcertado.

—¿Está usted seguro de que el aparato funciona?

—Funcionaba hace una hora —contestó Lafferty—. Vaya... aquí hay una señal. Es de la
Lenin,
señor.

Apareció en la pantalla la cara del capitán Mijaílov.

—Rueguen, por favor, a los alienígenas que abandonen esa nave —dijo.

Los pajeños parecían al mismo tiempo divertidos, sorprendidos y un poco ofendidos. Se fueron mirando de reojo y bastante desconcertados. Whitbread se encogió de hombros, pero Staley no. Cuando los pajeños estaban en el puente de cámara neumática, Staley cerró la puerta tras ellos.

Entonces apareció Kutuzov.

—Señor Renner, debe usted enviar a todo el personal a bordo de la
Lenin.
Llevarán trajes de presión y uno de mis botes les recogerá. Los civiles cruzarán una línea y a partir de entonces obedecerán órdenes del piloto de mi bote. Deben llevar aire suficiente para una hora de espacio. No debe usted intentar ponerse en comunicación con la
MacArthur.
¿Comprendido?

—Comprendido, señor —balbució Renner.

—Y no admitirá usted alienígenas hasta nuevo aviso.

—Pero ¿qué puedo decirles, señor? —preguntó Renner.

—Les dirá usted que el almirante Kutuzov es un paranoico, señor Renner. Ahora cumpla sus órdenes.

—De acuerdo, señor. —La pantalla se apagó; Renner parecía pálido; ahora está leyendo el pensamiento también
él...

—Kevin, ¿qué pasa? —preguntó Sally—. Despertarnos en mitad de la noche y hacernos venir aquí... y ahora Rod no contesta y el almirante quiere arriesgar nuestras vidas y ofender a los pajeños. —Su tono era el de la sobrina del senador Fowler; una dama imperial que había intentado cooperar con la Marina y ya estaba harta.

El doctor Horvath estaba aún más indignado.

—No quiero participar en esto, señor Renner. No tengo ninguna intención de ponerme un traje a presión.

—La
Lenin
está acercándose a la
MacArthur —
dijo Whitbread; estaba mirando por la escotilla—. El almirante ha sacado los botes...

Todos se volvieron a mirar. Lafferty enfocó el telescopio del transbordador y transmitió los resultados a las pantallas del puente de la nave. Al cabo de un rato comenzaron a avanzar por el espacio hacia los botes de la
Lenin
unas figuras, que luego se apartaron para dejar a otros ocupar sus puestos.

—Están abandonando la
MacArthur —
dijo Staley con incredulidad izó la vista, su rostro anguloso congestionado—. Y uno de los botes de la
Lenin
se dirige hacia aquí. Señores, tendrán que darse prisa. Creo que no queda mucho tiempo.

—Ya se lo he dicho, yo no voy —insistió el doctor Horvath.

Staley sacó la pistola. En la cabina creció la tensión.

—Doctor, ¿recuerda las órdenes que el Virrey dio al almirante Kutuzov? —preguntó Renner cuidadosamente—. Si no recuerdo mal, dijo que era preferible destruir la
MacArthur
a que los pajeños obtuvieran cualquier información importante. —La voz de Renner era fría, casi burlona.

Horvath intentó decir algo más. Parecía incapaz de controlarse. Por último se volvió, sin decir palabra, al armario donde estaba su traje de presión. Sally le siguió momentos después.

Horace Bury se había ido a su camarote después de la demostración con la cafetera. Le gustaba trabajar de noche hasta muy tarde, y dormir la siesta, y aunque no tenía en qué trabajar por el momento, seguía con aquel hábito.

Le despertaron las alarmas de la nave. Alguien estaba ordenando a los soldados que se pusiesen el uniforme de combate. Esperó, pero durante un largo rato no sucedió nada más. Luego llegó el hedor. Era un olor sofocante; no recordaba nada parecido. Quintaesencia destilada de máquinas y olor corporal... y cada vez era más intenso.

Sonaron más alarmas.

—PREPÁRENSE PARA VACÍO INTENSO. TODO EL PERSONAL DEBE PONERSE LOS TRAJES DE PRESIÓN. TODO EL PERSONAL MILITAR SE PONDRÁ LA ARMADURA DE COMBATE. PREPÁRENSE PARA VACÍO INTENSO.

Nabil lloraba dominado por el pánico.

—¡Imbécil! ¡Tu traje! —gritó Bury, y corrió a por el suyo. Sólo después de respirar el aire normal de la nave volvió a escuchar las alarmas.

Las voces tenían un sonido extraño. No llegaban a través del intercomunicador, estaban... hablando a gritos por los pasillos.

—LOS CIVILES DEBEN ABANDONAR LA NAVE. QUE SE PREPARE PARA ABANDONAR LA NAVE TODO EL PERSONAL CIVIL.

No había duda.
Bury casi sonreía. ¿Sería un simulacro? Pero la confusión parecía excesiva. Oyó pasar un escuadrón de soldados con armadura de combate, las armas dispuestas. La sonrisa se esfumó y Bury miró a su alrededor para ver qué posesiones podría salvar.

Se oyeron más gritos. Apareció un oficial en el pasillo exterior y comenzó a gritar con voz innecesariamente alta. Los civiles debían abandonar la
MacArthur.
Podría llevar una bolsa cada uno de ellos pero tendrían que tener una mano libre.

¡Por las barbas del Profeta! ¿Cuál podía ser el motivo de todo aquello? ¿Habrían salvado el metal aurífero asteroidal, el superconductor de calor?

Desde luego, no salvarían la preciosa cafetera que se limpiaba automáticamente. ¿Qué salvaría él?

La gravedad de la nave disminuyó notablemente. Giraban dentro de ella los motores eliminando la rotación. Bury se apresuró a reunir los artículos que necesitaba cualquier viajero sin considerar su precio. Podrían adquirir nuevamente las cosas superfluas, pero...

Las miniaturas. Tenía que sacar aquel tanque de aire de la
cámara
neumática D. ¿Y si le asignasen a una cámara neumática distinta?

Empaquetó sus cosas rápidamente. Dos maletas, una de ellas para que la llevara Nabil. Ahora que tenía órdenes, Nabil actuaba con bastante rapidez. Fuera se oían más gritos confusos, y pasaban constantemente los soldados. Todos llevaban armas y armadura de combate.

El traje comenzó a hincharse. La nave perdía presión, y Bury perdió toda esperanza de que se tratase de un simulacro o un ejercicio. Parte del equipo científico no podía soportar el vacío intenso... y nadie había ido a la cabina para comprobar su traje de presión. La Marina no arriesgaba las vidas de los pasajeros en un simple ejercicio de entrenamiento.

Entró un oficial en el pasillo. Bury oyó su áspera voz hablando en tono mortalmente frío. Nabil permanecía vacilante y Bury se acercó a él y conectó el sistema de comunicaciones de su traje.

—TODO EL PERSONAL CIVIL DEBE DIRIGIRSE A LA CÁMARA NEUMÁTICA MÁS PRÓXIMA EN EL FLANCO DE ESTRIBOR —decía aquella voz sin emociones; la Marina siempre hablaba así cuando había auténtico peligro; esto convenció del todo a Bury—. LA EVACUACIÓN DE CIVILES SE REALIZARÁ SÓLO A TRAVÉS DE LAS CÁMARAS DE ESTRIBOR. SI NO ESTÁ SEGURO DE LA DIRECCIÓN QUE DEBE SEGUIR, PREGUNTE A CUALQUIER OFICIAL O A CUALQUIER SOLDADO. ACTÚEN CON CALMA, POR FAVOR. HAY TIEMPO SUFICIENTE PARA EVACUAR A TODO EL PERSONAL. —El oficial pasó flotando y penetró en otro pasillo.

¿Estribor? Bien. Inteligentemente, Nabil había ocultado el tanque en la cámara neumática
más próxima.
Bendito sea Alá... Aquella
cámara
quedaba del lado de estribor. Avanzó hacia su criado y comenzó a arrastrarse apoyándose en una agarradera tras otra. Nabil avanzaba grácilmente; había adquirido mucha práctica durante el tiempo que llevaban confinados.

En el pasillo, había una confusa multitud. Bury vio tras él un escuadrón de infantes de marina que penetraba en el pasillo. Miraban hacia atrás y disparaban en la misma dirección de la que venían. Respondió otro fuego y brotó sangre brillante formando glóbulos decrecientes al correr sobre el acero de la nave.

Arriba parpadeaban las luces.

Un suboficial bajó flotando por el pasillo y cayó detrás de ellos.

—No se detengan, no se detengan —murmuró—. Dios bendiga a los muchachos.

—¿Contra qué disparan?—preguntó Bury.

—Miniaturas —masculló el suboficial—. Si toman este pasillo, vayase rápidamente, señor Bury. Esos cabrones tienen armas.

—¿Son Marrones? —preguntó incrédulo Bury—. ¿Marrones?

—Sí, señor. Hay una auténtica plaga de esos pequeños hijos de puta en la nave. Cambiaron las plantas aéreas para que se ajustaran a ellos... Continúe, señor. Por favor. Los muchachos no podrán contenerles mucho tiempo.

Bury se agarró a un soporte y se lanzó hasta el final del pasillo, donde le sujetó diestramente un técnico espacial. ¿Marrones? Pero si habían limpiado la nave de ellos...

En la cámara neumática había una auténtica multitud. Seguían llegando civiles y personal de la Marina no combatiente. Bury se abrió camino a empujones hasta el depósito. Menos mal. Aún seguía allí. Lo cogió y se lo entregó a Nabil. Nabil lo fijó en el traje de su amo.

—Eso no será necesario, señor —dijo el oficial.

Bury comprendió que estaba oyéndole a través de la atmósfera. Allí había presión... pero no habían atravesado ninguna puerta de presión... ¡Los Marrones! Ellos habían construido la barrera de presión invisible que tenía en su nave la minera. ¡No podía desprenderse de aquello!

—Uno nunca sabe —murmuró Bury dirigiéndose al oficial. Éste se encogió de hombros e introdujo a otros dos en el mecanismo de ciclaje. Luego le tocó a Bury. El oficial les hizo una seña para que pasasen.

La cámara cicló. Bury tocó a Nabil en el hombro y le hizo una señal. Nabil fue, arrastrándose por el cable, hacia el negro exterior. Delante sólo había negrura, sin estrellas, sin nada. ¿Qué había allí fuera? Bury se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento. Alabado sea Alá, él es el único...
¡No!
Llevaba el tanque sobre los hombros... ¡Dentro de él había dos criaturas en animación suspendida! Eran de un valor incalculable. ¡Su tecnología era superior a todo lo que había hecho el Primer Imperio! Un río interminable de nuevos inventos y proyectos y mejoras. Sólo que... ¿Qué clase de botella mágica había abierto?

Cruzaban el agujero del Campo de la
MacArthur,
que estaba estrechamente controlado. Fuera se veía sólo la negrura del espacio, y delante una forma negra más oscura. Otros cables llevaban a ella desde otros agujeros del campo de la
MacArthur.
Y minúsculas arañas corrían a través de ellos. Detrás de Bury había otro hombre con traje espacial y detrás de aquél, otro más. Nabil y los demás estaban delante de él y... sus ojos se ajustaban ahora rápidamente. Podía ver matices rojo intenso del Saco de Carbón, y el borrón que había delante debía de ser el Campo de la
Lenin.
¿Iba a tener que recorrer arrastrándose por el cable todo
aquello?
No, había botes fuera, las arañas espaciales se amontonaron en ellos.

El bote se acercaba. Bury se volvió para echar una mirada de adiós a la
MacArthur.
En el transcurso de su larga existencia había dicho adiós a innumerables casas temporales. La
MacArthur
no había sido la mejor de ellas.

Pensaba en la tecnología que estaba destruyéndose. La maquinaria perfeccionada por los Marrones, la cafetera mágica. También lamentaba un poco
lo
sucedido. La tripulación de la
MacArthur
le estaba sinceramente agradecida por la ayuda que les había prestado con el café, y su demostración le había hecho muy popular entre los oficiales. Había ido bien... quizás... Quizas en la
Lenin...

Ahora la cámara neumática era pequeña. Una hilera de refugiados le seguía a lo largo del cable. No podía ver el transbordador donde debía de estar su pajeño. ¿No volvería a verle?

Contemplaba directamente al individuo de traje espacial que iba detrás de él. No llevaba equipaje, y estaba adelantando a Bury porque tenía las dos manos libres. En su placa facial brillaba la luz de la
Lenin.
Cuando Bury observaba, la cabeza de la figura se movió ligeramente y la luz relumbró directamente sobre la placa facial.

Bury vio que por lo menos tres pares de ojos le miraban fijamente. Atisbo las pequeñas caras.

Más tarde Bury pensaría que nunca en su vida había pensado tan deprisa como entonces. Contempló por un instante a la figura que se acercaba a él mientras su mente giraba en un torbellino, y luego... Pero los hombres que oyeron su grito dijeron que era el alarido de un loco, o de un hombre al que están desollando vivo.

Luego Bury les lanzó su cartera.

En su grito siguiente articuló palabras:

—¡Están dentro de ese traje! ¡Están ahí dentro! —hurgaba ahora en su espalda, soltando el tanque de aire. Colocó el cilindro sobre su cabeza, con ambas manos, y lo tiró también.

El traje de presión recogió su cartera, torpemente. Un par de miniaturas que había en los brazos intentaban maniobrar con los dedos... perdieron el punto de apoyo, intentaron recuperarlo. El cilindro metálico golpeó en la placa facial, astillándola.

Luego el espacio se llenó de pequeños cuerpos móviles, que agitaban seis miembros mientras un globo espectral de aire se los llevaba. Con ellos iba otra cosa, algo que tenía forma de balón de fútbol. Algo que Bury pudo reconocer. Era lo que habían utilizado para engañar al oficial de la cámara neumática. Una cabeza humana cortada.

Bury descubrió que estaba flotando a tres metros del cable. Inspiró profundamente, tembloroso. Bueno: había tirado el tanque de aire correcto. Bienaventurado sea Alá.

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