La noche de Tlatelolco (33 page)

Read La noche de Tlatelolco Online

Authors: Elena Poniatowska

Tags: #Historico, Testimonio

BOOK: La noche de Tlatelolco
6.96Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ninguno de nosotros hizo uso de ninguna arma de fuego, contrariamente a lo que se nos imputa.

• De un Manifiesto suscrito en la cárcel de Lecumberri v por 57 estudiantes presos, publicado en
El Día
, 17 de octubre de 1968.

Sócrates A. Campos Lemus declaró a los periódicos el día 6 de octubre que en una reunión del
CNH
en la Facultad de Ciencias de la
UNAM
se acordó el establecimiento de «columnas de seguridad»; que eran cinco columnas de seguridad bajo los mandos siguientes: Guillermo González Guadardo, Jesús González Guadardo, Sóstenes Tordecillas, Raúl Álvarez y Florencio López Osuna. Que estas columnas en realidad eran grupos de choque. Que cada una de estas columnas o grupos de choque estaba integrada por un responsable o comandante y seis miembros armados. Que solamente conoce los nombres de algunos de los miembros que integraron dichas columnas y que son: José Nazar, Canseco, Cantú, Palomino y otras personas. Que la finalidad de la formación de estas columnas fue la de dar seguridad a las personas que concurrieron al mitin de Tlatelolco, y para que en cuanto llegaran los granaderos o los soldados a disolver el mitin, abrir el fuego en contra de ellos, particularmente en contra de los grupos en donde se sospechaba que estaban los mandos tanto de los granaderos como del ejército. Que para tal objetivo se proveyó a las columnas mencionadas de armas de fuego, recordando que se habían conseguido a través de elementos de la Escuela de Agricultura de Chihuahua, 20 pistolas calibre 38; dos rifles calibre M-1, dos metralletas calibre 22, un rifle calibre 30.06 y dos pistolas 0.45.

Cualquier persona en sus cinco sentidos se da cuenta que sería absurdo pretender enfrentarse al ejército o a la policía con un arsenal tan ridículo.

• Félix Hernández Gamundi, del
CNH
.

Gilberto lo dijo en el Campo: Nosotros siempre estamos armados con nuestros ideales. El 2 de octubre no teníamos otras armas. Sólo anhelos e ideas que, para el gobierno, son más peligrosas que las balas. Una bala mata a un hombre. Una idea revolucionaria despierta a cientos o a miles de personas.

• Raúl Álvarez Garín, del
CNH
.

En los edificios que circundan la Plaza de las Tres Culturas de Nonoalco-Tlatelolco, el ejército encontró cincuenta y siete armas de fuego, dos mil doscientos cartuchos y otros equipos de materiales de guerra.

Este material fue abandonado en casas-habitación, azoteas y otros diversos sitios por quienes el miércoles último, en criminal acto, dispararon contra la multitud desde el edificio Chihuahua, obligando al ejército y elementos de la policía a intervenir.

El impresionante arsenal fue mostrado anoche a los periodistas en el Campo Militar número 1, en presencia de uno de los profesores que fueron detenidos aquella noche sangrienta, Ayax Segura Garrido, quien reconoció algunas de las armas.

Las armas encontradas son: tres subametralladoras, catorce rifles, cinco escopetas, cuatro carabinas y treinta y una pistolas de diversos calibres y un total de 2 200 cartuchos.

Se encontró además una máquina recargadora de cartuchos, una balanza para pesar pólvora, un crisol para fundir plomo, dos juegos de baquetas articuladas, un embalador, un calibrador de cascos, unos prismáticos y un radio portátil, marca Motorola, receptor y transmisor.

• «Arsenal Recogida en los Edificios Cercanos a la Plaza de las Tres Culturas»,
El Nacional
, 7 de octubre de 1968.

Ayax nos explicó que en el Campo Militar le habían mostrado una fotografía de su esposa e hijos para obligarlo a declarar lo que los militares deseaban. Yo creo que es cierto.

• Luis González de Alba, del
CNH
.

El régimen actual cree que cuando se habla de revolución hablamos de tomar las armas; eso lo cree en la misma medida en que para combatir hace lo que nos atribuye: se lanza a la subversión.

• José Revueltas a Margarita García Flores, «La Cultura en México», no. 381, 29 de mayo de 1969,
Siempre
!

EJÉRCITO, LAS AULAS NO SON CÚARTELES

• Manta en el mitin del 2 de octubre de 1968.

El General José Hernández Toledo declaró después que ordenó al ejército no utilizar las armas de alto calibre para impedir mayor derramamiento de sangre; esto lo publicó
El Día
, el día 3. ¡Qué tipo! Lo único que faltó fue que interviniera la Fuerza Aérea con dos o tres bombitas sobre la Plaza de las Tres Culturas, porque en el Chihuahua hay huellas de bazukazos y muchos de los cuates que estuvieron en el mitin vieron que los tanques disparaban.

• Juan Manuel Sierra Vilches, estudiante de la Facultad de Comercio y Administración de la
UNAM
.

El punto de vista del gobierno mantiene como único argumento para demostrar la participación de «francotiradores», el hecho de que el general Hernández Toledo resultara herido en las «acciones» de ese día. Sin embargo existen algunos detalles significativos que destruyen ese argumento. En primer lugar, el general Toledo fue herido por la espalda, y si consideramos que en el momento de ser alcanzado por la bala se encontraba junto a la Secretaría de Relaciones Exteriores, encaminándose hacia la Plaza de las Tres Culturas, se deduce que el disparo provino de su retaguardia, probablemente de entre sus propios hombres o bien de alguno de los helicópteros que en ese momento colaboraban a la masacre ametrallando desde el aire a la multitud inmovilizada y acorralada. En segundo lugar, refuerza esta hipótesis el hecho de que el calibre de la bala empleada corresponde a un fusil AR 18, arma novedosa empleada casi exclusivamente por la infantería de marina de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam. Por otra parte, aunque todavía no se conocen con exactitud las circunstancias en que resultó herido el general Toledo, la suposición de que los disparos partieron desde algún edificio cercano, y el hecho de que no se conozca quién o quiénes dispararon, obliga a pensar en uno o varios tiradores especializados, seguramente bien entrenados, capaces de asegurar sus disparos desde el primer momento y con la retaguardia perfectamente cubierta. Todos los departamentos de los edificios cercanos a la Plaza fueron registrados cuidadosamente por el ejército y la policía y no se encontraron armas del tipo señalado. Lo anterior concuerda con el hecho de que los agentes del Batallón Olimpia dispararon también sobre las tropas que se acercaban o que estaban en la Plaza en esos momentos.

• Gilberto Guevara Niebla, del
CNH
.

El Batallón Olimpia, que participó en los acontecimientos de Tlatelolco, estaba formado por soldados y oficiales jóvenes, elementos de las policías Judicial de Distrito, Judicial Federal, Dirección Federal de Seguridad y Policía Fiscal de la Federación.

• Valerio Ortiz Gómez, licenciado.

Llegamos tarde y nos quedamos frente a la tribuna, abajo en la explanada. Como estábamos cerca vimos a muchos miembros del
CNH
. Un orador dijo que habían pensado ir al Casco de Santo Tomás, pero que como había muchos soldados, esta marcha no se iba a hacer. «Ahora, se van todos a sus casas. ¡Nada de provocaciones! ¡Todos, en calma, a su casa!». A mí hasta me pareció muy corto el mitin. De pronto se vio una luz de bengala en el cielo y todos volteamos hacia atrás a verla, y cuando miré de nuevo hacia la tribuna vi a unos hombres de guante blanco junto a los oradores. Los oradores gritaron por el magnavoz: «No corran, son salvas», pero uno de guante blanco tiró hacia la gente o hacia los soldados que estaban detrás de nosotros. Entonces cundió el pánico y la gente empezó a correr. «¿Por qué corren?». Cuando me di cuenta, estaba detrás de un pilar de esos grandes que sostienen al edificio Chihuahua. Yo no corrí porque no sentí miedo sino coraje. Mi hija fue la que me empujó hacia el pilar. Allí nos quedamos atrás, resguardándonos mi hija y yo… En realidad yo fui al mitin para acompañarla porque mis nietos ya van a la prepa y ellos asistieron a varios mítines. Cuando empezaron a oírse los disparos vi que los muchachos se dejaban caer de una barda para abajo, unos encima de otros. ¡La aplastada que se habrán dado! Las ráfagas de ametralladora barrían toda la explanada y unos jóvenes desde un comercio, una florería o tienda de regalos —he querido ir a verla, pero se siente feo— empezaron a gritarnos: «¡Métanse, señoras!». Como no lo hicimos, porque yo “seguía asida al pilar, llena de coraje, un muchacho salió y me cargó, jalándome por la espalda, con su brazo alrededor de mi cuello, hasta la tienda esa, pero hubo otra ráfaga de ametralladora e inmediatamente sentí un golpecito muy pequeño en la pierna y empecé a sangrar. Era una esquirla de bala explosiva que, si me ha alcanzado la pierna, se la lleva. Uno de los jóvenes se quitó su camisa, la hizo tiras y me vendó la pierna arriba de la rodilla. Yo no sentía nada de dolor. Sólo sentía cómo me salía la sangre, pero un hilito nada más. Mi hija estaba junto a mí y los jóvenes le dijeron:

—Hay que sacar a su mamá porque está herida.

En la tienda había como cien personas entre niños, jóvenes y señoras, todos tirados en el suelo. Nosotras también nos tiramos al suelo. A las dos horas de estar allí protegiéndonos —yo ya sentía la pierna dormida—, entraron los soldados por la parte de atrás del comercio, esa tienda que está en la parte baja del edificio Chihuahua, nos amenazaron con los rifles y todos les rogaron que no tiraran porque había niños y señoras. Entonces los soldados hicieron que nos levantáramos ya a todos nos esculcaron. Por eso nos dimos cuenta de que ninguno de los que estaban allí traía arma. No había una sola arma. Los soldados nos sacaron de la tienda y nos separaron: hombres y mujeres. En, ese momento mi hija le dijo a un cabo:

—Mi mamá está herida.

—Voy a traer una camilla.

Yo les dije:

—Puedo andar.

Me fui caminando hasta la ambulancia.

Cuando llegamos a la Cruz Roja, no había soldados pero a los diez minutos ya habían tomado la Cruz y los médicos estaban muy enojados: «¡Los soldados no tienen por qué estar aquí!». Los soldados empezaron a tomarle declaraciones a la gente y a retenerla. El doctor después de ponerme muchas vendas, me dijo:

—Váyase usted por las escaleras. No tiene usted por qué declarar nada. Si sigue usted aquí la pueden detener… Mañana va usted a ver a un médico para que la cure. Por de pronto así está bien. Ya le desinfecté la herida…

El médico estaba enojado y otros también por la invasión de los militares en la Cruz Roja… De la Cruz, nos fuimos mi hija y yo a la casa, y en los días sucesivos me dio mucha indignación leer en la prensa que los estudiantes iban armados y provocaron la represión del ejército. Yo digo que es mentira que los estudiantes trajeran armas, porque en un comercio en el que éramos como cien personas ninguno traía armas.

• Matilde Rodríguez, madre de familia.

Mira qué pasa allá; le tiran a todo.

• Una voz en la multitud.

—Déjenme salir. ¡Quiero salir!

—¡Échese! ¡Échese le digo!

• Voces recogidas en una grabadora en Tlatelolco, el 2 de octubre por Leonardo Femat.

Yo estas cosas las veía en
Combate
en la televisión. Nunca creí que las veria en la realidad.

• Matilde Rodríguez, madre de familia.

En la ambulancia iban seis. A mí no me dejaban subir. Un médico altote, ¡cómo se le graban a uno las cosas en ese momento!, me dijo: «¡Usted no está herida. Déjele el lugar a los heridos porque hay muchos y muy graves!». Pero, como no pensaba dejar sola a mi mamá, me quedé parada fuera de la ambulancia de la Cruz. Entonces llegó otro médico y le rogué:

—Por favor, déjeme ir con ella a donde la lleven. Me siento en un rincón cualquiera hasta atrás… Por favor —yo ya estaba llorando—, ocuparé el menor espacio posible.

Entonces el médico me dijo:

—Váyase hasta el fondo y no se mueva, pero píquele, súbase rápido, súbase pero ya…

Me hinqué en un rincón. En la ambulancia iba una muchacha con los dedos desprendidos por un balazo. Ella misma nos dijo que iba a hacer una llamada telefónica y un soldado le disparó. Otro joven acostado en una de las camillas iba quejándose terriblemente. Me pedía un calmante pero yo no soy enfermera ni nada y me limité a tomarle la mano. Tenía una bala en el estómago. Otro iba boca abajo. Tenía un bayonetazo en la espalda y ése ya estaba más para allá que para acá. Mi mamá pudo viajar tranquila a pesar de la herida en su pierna. Y así salimos de Tlatelolco.

En la Cruz Roja, a mi mamá la metieron rápidamente a la sala de curaciones. Me quedé observando todo. Llegó un soldado herido en una pierna y lo devolvieron o tal vez él quiso irse puesto que la Cruz no es hospital militar. Permanecí afuera un rato, pero no aguanté la angustia y entré a la sala de curaciones, a buscar a mi mamá, y lo que me sorprendió es que en todos los cubículos —todos estaban abiertos, todos tenían las cortinas descorridas, no había tiempo que perder, nadie se preocupó de que lo vieran o no lo vieran—, todos o la gran mayoría de los heridos que alcance a ver estaban boca abajo y tenían heridas en la espalda, en los glúteos, en la parte trasera de las piernas. Quiere decir que a todos les tiraron por detrás, por la espalda. Yo creo que iban corriendo y así los cazaban. Incluso la herida de mi mamá es en una pierna, pero atrás.

• Ana María Gómez de Luna, madre de familia.

Los cuerpos de las víctimas que quedaron en la Plaza de las Tres Culturas no pudieron ser fotografiados debido a que los elementos del ejército lo impidieron, y amenazaron a los fotógrafos con despojarlos de sus cámaras si imprimían alguna placa.

• «Hubo muchos muertos y lesionados anoche»,
La Prensa
, 3 de octubre de 1968.

Llegaron los de la Cruz Roja y tocaron:

—¿Hay heridos? ¿Dónde están sus heridos? —gritaron.

Abrimos la puerta Meche y yo, y no sé qué nos pasó al ver al señor de blanco batido en sangre —soy esposa de médico y estoy acostumbrada a ver sangre porque además estudié hasta segundo de Medicina—; en ese instante nos pusimos a llorar y a gritar con los cuatro niños colgados de nuestras faldas:

—Queremos irnos. Usted o nos saca o nos saca o nos saca o nos tiramos por el balcón.

El de la Cruz Roja intentó calmarnos pero no hubo forma.

—Señor, sáquenos de aquí, sáquenos de aquí…

Nos vio tan desesperadas que decidió sacarnos.

Other books

Finding an Angel by P. J. Belden
Sex and Other Changes by David Nobbs
Kane by Steve Gannon
Cover Up by KC Burn
Every Dead Thing by John Connolly
The Path Of Destiny by Mike Shelton
Taking Something by Elizabeth Lee